El debut en el largometraje del diseñador Tom Ford es una elegante y sofisticada adaptación de la novela más triste del generalmente risueño y aventurero Christopher Isherwood.

Eduardo Nabal @eduardonabal
Viernes 30 de junio de 2017
Apoyada en una fantástica interpretación de Colin Firth —nominado al Oscar—, la película nos cuenta, con altas dosis de talento audiovisual, la odisea interior de George, un maduro profesor universitario que trata de recuperarse de la trágica pérdida de su compañero sentimental (Mathew Goode), en la era pre-Stonewall. El filme fue poco apreciado por la crítica española más tradicional que ha tenido que retractarse tras la descomunal muestra de virtuosismo y “virilidad cinematográfica” del realizador con su impresionante y ácida “Animales nocturnos”, según la novela de Austin Wright.
“A single man”, recreación audiovisual de un libro escrito en 1964, se acerca de modos muy diferentes al actor protagonista, a su rostro, a su cuerpo, a sus deseos, a su tristeza y sus momentos de duelo y perfila, con una puesta en escena llena de pequeños aciertos; el retrato de un hombre que trata de ocultar su dolor en la cambiante Norteamérica de los sesenta, en plena crisis de los misiles con Cuba, en un país lleno de miedos domésticos a punto de estallar en los movimientos de liberación gay y la segunda ola del feminismo, además de los movimientos raciales más radicalizados. Sus únicos compañeros en esa jornada “antiheroica” van a ser su antigua amiga Charlie (Julianne Moore, perfecta para el papel), un joven, aventajado y seductor alumno (Nicholas Hoult) y los recuerdos intermitentes de los momentos vividos con su antiguo amante en esas playas costeras conquistadas por algunos gays que volvían de la Segunda Guerra Mundial para formar micro-comunidades.
“Un hombre soltero” puede parecer, en algunos momentos, una película algo artificial o pretenciosa —arropada por una elaborada fotografía de Eduard Grau, elegantes escenarios, exquisito vestuario y una partitura sinfónica algo machacona de Abel Korzeniowski— pero, gracias a los matices y la intensidad que Firth da a su personaje y a la sólida puesta en imágenes, se sostiene como una propuesta arriesgada y, a ratos, arrebatadora. Ambientada en Los Ángeles durante la llamada “crisis de los misiles” con Cuba, con evidentes guiños al cine realizado en la época en que transcurre la trama, el trabajo de Ford consigue trasmitirnos el dolor de un hombre incapaz de encarar el futuro.
Algo discursiva en sus diálogos, tentada por la estética de videoclip, “A single man” triunfa como fábula sobre el amor, la libertad y el duelo, como filme que reivindica el derecho a la diferencia, la singularidad y la identidad, pero fracasa parcialmente en su retrato de una sociedad hipócrita allí donde triunfaban trabajos como “Lejos del cielo” o “Carol”, de Todd Haynes. Nos encontramos, pues, ante una “obra de cámara”, con un montaje abrupto y algo agresivo que lo acerca la cinta a las filas del “queer cinema”, y ante un recital interpretativo filmado con inusitada vitalidad.
En resumen, una mirada rutilante y sensual a un mundo gris y materialista y a un personaje que habita más cerca de los muertos que de los vivos. Un filme que, debido a su transcurso algo brusco, puede llegar o no al espectador, pero al que no podemos negar una impresionante fuerza plástica y más de un momento de una humanidad cautivadora con frases que resumen el espíritu a la vez triste, amargo y nostálgico de la novela, escrita pocos años antes de Stonewall, “somos invisibles”.

Eduardo Nabal
Nació en Burgos en 1970. Estudió Biblioteconomía y Documentación en la Universidad de Salamanca. Cinéfilo, periodista y escritor freelance. Es autor de un capítulo sobre el new queer cinema incluido en la recopilación de ensayos “Teoría queer” (Editorial Egales, 2005). Es colaborador de Izquierda Diario.