El jueves a la tarde varios trabajadores de Fate pasan por el Changomas y con lo que queda de la quincena compran alimentos para la gestión obrera. En la puerta, otro grupo de General Mills los espera. Dos trabajadores de la ex Donnelley los reciben. Pasan, dejan los alimentos y se sientan. Antes de contarles cómo están las cosas, no dejan de agradecer por lo traído. Sea mucho o poco, todo sirve, dicen.

Nicolás Laguna @NicolsBenjamin7
Sábado 20 de septiembre de 2014
El jueves a la tarde varios trabajadores de Fate pasan por un hipermercado y con lo que queda de la quincena compran alimentos para la gestión obrera. En la puerta, otro grupo de General Mills los espera. Dos trabajadores de la ex Donnelley los reciben. Pasan, dejan los alimentos y se sientan. Antes de contarles cómo están las cosas, no dejan de agradecer por lo traído. Sea mucho o poco, todo sirve, dicen.
Cuenta, relata, se ríe. Así arranca Ácido, el encargado de recibirlos esta vez. Llueven las preguntas: ¿cómo fue? ¿Cómo se sintieron? ¿Cómo están con las familias? ¿Funcionan todas las máquinas? ¿El sindicato? ¿El Gobierno? Así va relatando todo: cómo se pusieron a producir, cómo entraron, la campaña previa contra los despidos de la patronal, la fuerza de adentro, la fuerza de afuera. Los discursos del Gobierno (que fueron solo eso). Las realidades: que no cobran, que el juez retiene la plata, sus movilizaciones, cómo pelean, que desconfían de todos, que solo confían en sus fuerzas.
Pasan dos o tres obreros más, saludan, cuentan, charlan. Hoy había reunión y tal vez les daban la cooperativa, había contado al principio. Tenían que esperar. Al rato, pasa Nando solo a saludar, no quiere interrumpir, deja seguir la charla y las preguntas. Se hace el silencio y cuenta: “Che, me acaba de mandar mensajes el Chavo, se aprobó la cooperativa, ahí viene para acá”. Ácido sonríe, todos aplauden, festejan y felicitan. Un paso más en la lucha.
Ni lerdo ni perezoso, explica que es un paso importante, pero que esto recién empieza. Que en asamblea, como siempre, se manejan y se van a seguir manejando; votaron que su pelea es la expropiación de la fábrica. Y no solo eso: que pelean por la estatización bajo control obrero para garantizar su fuente de trabajo, para hacer manuales escolares para los chicos, para servir a la comunidad.
“¿Vamos a dar una vuelta?”, pregunta Ácido, sabiendo que el sí estaba seguro. Antes preguntan en qué pueden ayudar. “En todo”, contesta. Ahí se ofrecen: uno es mecánico, el otro sabe de tornería, y así. Ácido había contado el apoyo que recibieron de los estudiantes, que los de la Facultad de Economía les enseñaban de contabilidad, que los estudiantes de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) les enseñaban programas de diseño; hasta los docentes colaboran, todo de forma solidaria. Ahí se comprometen a ayudar y a seguir impulsando la junta de alimentos, plata para el fondo de lucha y a participar de las acciones que se hagan.
Se sacan fotos y no las publican, las guardan para que sus patrones no las vean; preguntan, hablan con los obreros de cada sector, se asombran, preguntan cómo funcionan tales o cuales máquinas. Todos les dicen que van a pelear por sus familias, por sus puestos de trabajo. Que viven mejor sin patrón, que todos son responsables y serios con la producción, que bajó el estrés, que se habla y charla, que nadie los vigila, que ellos se controlan solos, que todos rotan, para que todos aprendan cada lugar. Les muestran los cuadernos y las revistas.
Pasan por la sala de enfermería. Ácido cuenta que Alcira, la enfermera, con sus 65 años y su amor en las manos se quedó en la gestión obrera, por pura solidaridad, que atiende a todos cuando sea. Pasan por la cocina y ahí está Alcira, ayudando a los que esta vez les toca cocinar. Dejan de amasar y se acercan. Saludan, preguntan, agradecen cada fideo, cada palito de yerba una y mil veces. El cocinero de esta semana cuenta los años de fábrica que tiene, lo que vivió con la patronal, los miedos, las dudas, el apoyo de la familia, con las ganas que cocina para sus compañeros, que todos hoy lavan los platos y todos rotan en la cocina. Dicen que es buen cocinero, pero lo niega, con humildad verdadera. Que hubo compañeros que, al no tener qué comer en sus casas con su familia, no comían en el comedor por vergüenza. Ahí la activa Comisión de Mujeres, que recorre barrios, colegios, universidades y fábricas, propuso entregar un bolsón de comida por semana y lo juntaron. Así salen adelante. Quiere dejar de hablar porque se emociona, cuenta que ahí se quiebran, lloran y se contienen, que eso también es solidaridad obrera.
Emprende la vuelta por el largo pasillo. Antes, la libertad estaba afuera. Hoy está acá adentro, sin patrones. Agradecen la invitación; uno se emociona, recuerda cómo los obreros de Donnelley apoyaron su reincorporación cuando fue injustamente despedido. Ahí termina ese pasillo, pero no la visita. Llega la delegación a la que le confirmaron la cooperativa. El “Chavo” entra con su sonrisa habitual; “el que empezó todo”, como dicen todos; y lo repiten hasta el cansancio. Es el padre de “Mady”, Madeleine, la luchadora de la vida por la cual Donnelley ahora es Madygraf, como así lo resolvió la asamblea de donde salió la propuesta.
El clima sigue distendido: relajados, sin patrones, se cuentan experiencias, cómo quieren organizar sus fábricas; intercambian, el diálogo es fluido, es obrero, es antipatronal, es clasista. La foto grupal no puede faltar, unos a otros agradecen el mutuo apoyo. Se van a ver en las calles, dicen, y las veces que haga falta van a volver. Se van con más ganas de organizarse en sus fábricas. Lo sienten como propio este lugar, esta lucha. No es solo de los trabajadores de la nueva Madygraf, es de la clase. “Acá se respira libertad, acá hay libertad de verdad”, dijo uno de los visitantes.
Y así se van, peleando libertad.