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Red Internacional
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Reseña. Un peregrino en el mundo de la posficción

Reseña de “Escenas del delito americano”, el esperado “debut” literario de Carlos “Indio” Solari.

Miércoles 27 de septiembre de 2017 13:10

La aparición reciente de Escenas del delito americano es un acontecimiento literario para nada despreciable. Primero porque la narrativa de un músico en la cultura de este país puede traer aparejado cierto recelo de cierta crítica; segundo porque Solari es un poeta/narrador, ante todo, y eso es lo que atrae la estética del libro en todo su conjunto.

La lectura del texto no se puede hacer desde la poética de Carlos “Indio” Solari como solista, su etapa más reciente. Las Escenas son un conjunto de relatos que encajan perfecto en un corte sincrónico de los primeros discos de los Redondos. Es el “pezón radioactivo”, de las onomatopeyas sobrantes de “Gulp” (1985, cuando yo nacía) –que abundan en cada imagen, porque el libro es un poco la estampa heredado del Cómics yanqui que tanto ha consumido- y un nuevo lenguaje que rompería con todas las tradiciones del rock de posguerra. El “Ñam fri fruli” donde “el infierno es encantador” y “Yo no me caí del cielo”, signo de que se ofrece una nueva imagen de la cultura under.

De hecho, hubo antecedentes de esas escenas en la revista Cerdos y Peces que dirigiera su confidente y amigo Enrique Syms en los ochenta. Solari mismo aseguró que el libro era fruto de unos relatos que ya venía escribiendo desde hace tiempo (“inmemoriales” como dice Figueras en el prólogo).

Y ese punto es revelador: el Indio avizoraba la ficción “del fin del mundo”. Pone personajes estrambóticos en sitios del conflicto por la dominación de la especie, el poder de la psiquis y la imaginación en la lucha por la supervivencia en el caos. Porque por estos años algunos escritores jóvenes se animan a la Ciencia Ficción como Juan Incardona con “Las estrellas Federales” (2016) o “Kryptonita” (2011) de Leo Oyola por nombrar algunos, cuando Solari ya describía esos mundos dos décadas atrás. Carlos se les anticipó.

Lo freaks, la dimensión futurista, el fragmentarismo, un mundo dominado por un totalitarismo delirante y la radiación (Chernóbil tiene consecuencias) que pone en duda la condición humana son los elementos que predominan en la construcción del relato. Por momentos, se constituye en una diégesis orwelliana o como si el Doctor Frankenstein – a través del Dr. Schwitzer- le tirara al mundo su criatura destructiva. Curiosa asociación, para nada forzada: la trama de la historia lo permite.

“Bueno…después de todo, el delito americano es una fábula” en otro tiempo, en otras dimensión, casi surrealista si se quiere. Las miserias humanas, los restos de un planeta derruido, devastado, donde “ya no habrá redención posible” culpa de “un huracán que se acerca”. La teoría benjaminiana del Ángelus Novus y la redención cabalística encajan perfecto en una semántica que estalla de variantes, como los son las letras de las canciones ricoteras en su mayoría. La metáfora, en el libro, no es la excepción.

Escenas, flashes, fragmentos de un destino premeditado para el planeta. Algunas canciones, insisto, ya pudieron prever este libro. El recurso lingüístico repleto de neologismos (“Trifantástico”, “Internovaweb”, “Femifóbico”) del tipo Burgess en su “Máquina naranja” que señalan una vez más el oído del músico y la creatividad del poeta; analogías referidas al mundo de las drogas y el sexo (“Bacterias de pesadilla, el nuevo flagelo”); alegoría de referencias histórico-políticas (“Nadie hubiera sospechado que el derrumbe global comenzaría, una vez más, en Alemania”) en busca de la liberación para un poema en prosa que por momentos se vuelve homérico.

El Peregrino como alter ego de un Solari protagonista de sus propios relatos, que muere y renace, que brinda su cuerpo al experimento de Semasendhi, el buen psicópata al estilo Jekyll y Hyde. “El regreso de Mao” en un retrato, el Baión, “el viaje espacial” de Bruno y “Marita en el bar de los mutantes”, entre otras figuras ilustradas por Serafín.

“Pastelitos de ficción que se disuelven rápidamente” porque huir de la pesadilla (¿la realidad?) es lo que queda, sálvese quien pueda: el héroe es uno mismo. Los rastros foucoltianos de una sociedad que somete, donde “vigilar y castigar” son los métodos de control más efectivos de un sistema que chorrea sangre y radioactivos por todas partes. Así es el libro de Carlos Alberto Solari, un gancho a la mandíbula que pondrá contra las cuerdas a quien quiera negar su presencia en nuestras letras.