Guerra interna, familias que disputan sillones, filtraciones, planes conspirativos para asaltar la secretaría general, pactos por arriba. Son sólo algunas de las postales de una izquierda del régimen que merece ser superada.

Diego Lotito @diegolotito
Sábado 21 de abril de 2018
Foto: EFE/Nicolás Rodríguez
Esta semana el affaire Podemos reemplazó en los medios la atención del escándalo Cifuentes. Primero se conocieron las condiciones de Iñigo Errejón para adelantar su candidatura como cabeza de lista a la Comunidad de Madrid. Le siguieron la advertencia de “ni una tontería” de Pablo Iglesias a su ex número dos, continuaron con el escándalo ventilado por Telegram de Carolina Bescansa conspirando junto a Errejón para orquestar un coup d’État contra Iglesias. Y terminaron con un pacto de despacho para cerrar la crisis por arriba con al menos una tregua expresada en una candidatura “conjunta” de Errejón y Espinar.
Así, el partido que compró el paquete de la política como espectáculo y el discurso como generador de relaciones de fuerza, convirtió estos días sus rencillas internas en una representación patética de lo que (no) es una “nueva política”, sino más bien un remake de la vieja casta política profesional.
La negación del 15M
Se cumplen cuatro años del Podemos moment, cuando el partido morado sorprendía en las elecciones europeas y aparecía para millones de personas como la encarnación de la ilusión política; el relato de que se podía terminar por la vía evolutiva es institucional con la podredumbre del Régimen del 78, la farsa del bipartidismo y las consecuencias sociales de los recortes y los ajustes. El partido de Pablo Iglesias prometía entonces una sucesión ascendente de asaltos al palacio, del parlamento europeo a los Ayuntamientos del cambio y de allí a la Moncloa, como si estuviera al frente de una marea de cambio profundo que no iba a dejar nada del viejo régimen en pie. Pero eso fue solo un discurso. Al principio, porque después lo cambiaron.
El segundo momento podemista estuvo marcado por la consolidación de una fuerza política inserta en las instituciones del Régimen: con 70 diputados en el Congreso, 5 eurodiputados, cogobernando en las principales ciudades españolas y con cientos de cargos en Ayuntamientos y Comunidades autónomas. Se moderó el discurso y se buscaron nuevos aliados para gobernar en el flanco “izquierdo” del régimen. El PSOE, el partido que antes había que derrotar (¿acaso nos olvidamos que el 15M surgió mientras gobernaba Zapatero?), el partido de “la casta,” de “la cal viva” y el bipartidismo, se transformó en aliado, socio de gobierno y “única salvación” posible (con inauditas renuncias programáticas de por medio) para terminar con la derecha del PP.
Mientras Podemos buscaba todas las vías para llegar al Palacio, la ola de luchas sociales se encontraba en franco retroceso. Una relación que no fue casual ni mucho menos. Las últimas grandes movilizaciones habían sido las Marchas de la Dignidad, en marzo de 2014. Los sindicatos mayoritarios se negaron a darle continuidad a las huelgas generales y desde entonces no se les vio el pelo. Podemos alimentó explícitamente la idea de que había que dejar la calle para “cambiar las cosas” desde las instituciones.
En última instancia, Podemos surgió como un epifenómeno del desvío y posterior bloqueo del proceso ascendente de la lucha de clases iniciado después de 2008, el cual podría haberse radicalizado si las direcciones burocráticas del movimiento obrero aliadas a los partidos tradicionales y los aparatos reformistas no lo hubiesen impedido. Una expresión política y a la vez negación del proceso de movilización y descontento social que se abrió en los últimos años contra las consecuencias de la crisis capitalista.
La prueba del poder
La experiencia de los llamados “ayuntamientos del cambio” retrata a Podemos. Eso es todo, amigos. Reivindicar la experiencia de los ayuntamientos de Madrid o Barcelona como ejemplo de lo que se podría hacer si Podemos gobernara el Estado español es una invitación al conformismo. “Por lo menos no roban”, podría decir una votante de Podemos desde el más llano sentido común. Eso es verdad, por lo menos en general. Pero si a esto se reducen las aspiraciones sociales, mal vamos. Porque en todo lo demás, nada ha cambiado sustancialmente con la llegada de Podemos o los Comunes a los gobiernos de las ciudades.
Los “ayuntamientos del cambio” han sido la prueba del poder de Podemos (y, no lo olvidemos, también de Izquierda Unida), junto a sus aliados como Manuela Carmena en Madrid o Ada Colau en Barcelona. Y no la han superado. En los años que llevan de gobierno han demostrado que no están dispuestos a ir más allá de tibias medidas cosméticas, sin resolver ninguna de las demandas sociales ni democráticas pendientes, cediendo a cada paso ante las presiones de las empresas, los bancos y la derecha tradicional.
Esta semana el gobierno de Carmena (la misma se reunió con el PSOE en una “charla informal” para hablar de un posible “fichaje”), anunció con bombos y platillos el acuerdo entre el Ayuntamiento de Madrid, el Ministerio de Fomento-ADIF y el BBVA para el mega proyecto inmobiliario de Chamartín-Madrid Nuevo Norte. Desde el equipo de Carmena se felicitaron por haber destrabado la “operación Chamartín” después de dos décadas de gobiernos del PP. Lo que se olvidan de decir es que colectivos ecologistas y activistas vecinales se han pronunciado en contra de este proyecto, un verdadero pelotazo inmobiliario que solo beneficia a las grandes constructoras. Un proyecto que promueve un modelo de ciudad que se basa en un mega centro de negocios, miles de viviendas de lujo y el beneficio privado a partir de terrenos públicos.
La realidad es que la política urbanística de Manuela Carmena y el Ayuntamiento de Ahora Madrid, cuyo componente esencial es Podemos, han dado luz verde con escasas modificaciones, uno a uno, a todos los grandes proyectos urbanísticos de Ana Botella y el PP.
Hace tan solo un mes, el gobierno de Carmena fue duramente cuestionado por el Sindicato de manteros y lateros de Madrid, por el papel que juega la policía municipal en la persecución y hostigamiento de los inmigrantes vendedores ambulantes. Una de estas persecuciones habituales llevó a la muerte del mantero Mmame Mbage en el barrio de Lavapies. Son solo dos ejemplos de cómo y para quién gobiernan los “ayuntamientos del cambio”.
La corriente Anticapitalistas, que es parte de Podemos, ha anunciado que no participará de las elecciones primarias que encumbrarán a Errejón como candidato a la Comunidad de Madrid por Podemos. En un comunicado cuestionan que las primarias tienen por objetivo “el reparto de puestos, sin debate político ni programático” y aseguran “las tareas para Podemos y para el conjunto del movimiento popular se sitúan, desde ya, en construir un espacio que garantice que en 2019 habrá una candidatura amplia, de unidad en la diversidad, plural y con un programa de ruptura con las políticas del PP y el neoliberalismo.”
Esta política presupone que Podemos es “el principal actor político del ‘bloque del cambio’”. A esta altura, habría que preguntarles a los militantes de Anticapitalistas, ¿cuántos sapos más estáis dispuestos a seguir tragando dentro de Podemos? Más en profundidad, la cuestión es seguir subordinados a una formación que en los hechos forjó una nueva “casta” de izquierda cuyo centro de gravedad es el parlamentarismo para no cambiar absolutamente nada, o apostar por la lucha de clases.
Pequeña política y gran política
Hace tiempo que Podemos transitó sin retorno el camino de una ilusión reformista devaluada a ser la pata izquierda del régimen. Su posición “equidistante” (y deshonrosa) ante la cuestión de la autodeterminación de Catalunya y la represión estatal contra el movimiento democrático fue quizá la mayor expresión de esto.
Al mismo tiempo, su ingreso al gobierno del PSOE en Castilla La Mancha, la agenda de acuerdos parlamentarios entre ambos partidos, así como su apoyo a la moción de censura del PSOE en la Comunidad de Madrid para echar a Cifuentes… y sentar a Gabilondo, representan un continuum en la integración de Podemos al régimen político.
La emergencia de Podemos fue vista por millones como la posibilidad de que surgiera un nuevo partido de izquierda que dijera basta a seguir siendo los trabajadores y trabajadoras, la juventud, los parados y los pensionistas los que paguemos los platos rotos de la crisis capitalista.
Esa ilusión no ha desaparecido completamente, pero comienza a resquebrajarse, por el simple motivo de que el inmenso aparato institucional que ha conquistado Podemos (a la para que liquidaba todo atisbo de hacer un partido militante), no ha logrado avanzar un milímetro en la resolución de las demandas más elementales por las que millones le dieron su apoyo. Podemos nació con un discurso contra la “casta política”, pero los límites de su programa lo han transformado en una nueva aristocracia de izquierda incapaz de luchar seriamente por mejorar la situación de la mayoría de la población.
Siguiendo la idea del revolucionario italiano Antonio Gramsci en sus “Notas breves sobre la política de Maquiavelo”, cuyo pensamiento ha sido tan bastardeado en los círculos intelectuales podemistas, Podemos es un partido hecho para la “pequeña política”: la “política del día, política parlamentaria, de corredores, de intriga”, aquella que “comprende las cuestiones parciales y cotidianas que se plantean en el interior de una estructura ya establecida, debido a las luchas de preeminencia entre las diversas fracciones de una misma clase política”.
Lo que necesita la clase trabajadora y los sectores populares del Estado español que, a pesar de los cantos de sirena del neorreformismo, comienzan a salir nuevamente a la lucha (de clases y de calles), es una “gran política” (o alta política) que comprenda “las cuestiones vinculadas con la fundación de nuevos Estados, con la lucha por la destrucción, la defensa, la conservación de determinadas estructuras orgánicas económico-sociales”.
Una política sí sólo puede desarrollarse construyendo una nueva izquierda que sea revolucionaria y anticapitalista, dispuesta a enfrentarse a los poderes reales con la fuerza de la movilización de los trabajadores, las mujeres y la juventud, no integrarse mansamente a sus instituciones.

Diego Lotito
Nació en la provincia del Neuquén, Argentina, en 1978. Es periodista y editor de la sección política en Izquierda Diario. Coautor de Cien años de historia obrera en Argentina (1870-1969). Actualmente reside en Madrid y milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español.