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Red Internacional
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Debates. Un traspié para la ilusión gradualista: Monteverde y su balance de Podemos

El resultado electoral en el Estado Español y el impasse de Podemos: un balance y contrapunto con Juan Monteverde y Ciudad Futura.

Octavio Crivaro

Octavio Crivaro @OctavioCrivaro

Domingo 3 de julio de 2016 11:34

Las recientes elecciones españolas, convocadas ante la imposibilidad de ungir un gobierno, arrojaron una paradoja: el corrupto y desprestigiado Partido Popular resultó vencedor. Pero el golpe en el rostro de las expectativas, fue el tercer lugar de Unidos-Podemos (Alianza entre Podemos e Izquierda Unida), al que las encuestas vaticinaban el segundo lugar. El PSOE lo superó y tuvieron casi casi un millón y medio de votantes menos de lo que sacaron la suma de suma entre Podemos y el “tradicional” IU en la elección anterior, cuando fueron separados. Una friolera. ¿Qué sucedió?

Podemos bailó al son del vertiginoso ascenso electoral con pies de barro y las encuestas, se sabe, pone el ritmo de esa música. Ante el inédito panorama de que una fuerza contestataria obtuviera el segundo lugar en las elecciones, lo que podría haber forzado al PSOE a apoyarlos para conformar gobierno, el concejal rosarino y referente de Ciudad Futura, Juan Monteverde, fue al Estado Español y acompañó durante varios días la crónica de un triunfo (político) anunciado que no ocurrió. Debido a ese resultado, Monteverde se vio compelido a hacer un balance. Con esas conclusiones queremos dialogar y discutir.

Hubo 15M antes de Podemos

Para entender el alcance político y electoral de Podemos hay que subrayar que surge al fragor de la histórica crisis política, económica y social española y con el ímpetu del movimiento “de los indignados”. Las enormes movilizaciones, el movimiento contra los desalojos, las “plazas” llenas de jóvenes que expresaron su hartazgo social (con el gran límite de que la clase trabajadora no encabezara el conjunto de la resistencia), fueron la expresión del repudio hacia el derechista Partido Popular y el PSOE, que aplicaron alternadamente ajustes.

Más en general, el 15M abrió una grieta en el régimen político de la Moncloa, hijo de la transición post franquista, y por ahí se colaron importantes sectores de masas, particularmente juveniles. Esto es lo que hubo, independientemente de la discusión sobre los límites de la orientación política de esta formación, en el origen de Podemos.

Sin embargo, para el elenco dirigente de Podemos, la indignación fue solo una base de sustento electoral. Pero “la calle” fue un pecado original del que había que separarse en función de volverse una opción de cambio “viable”. Podemos quería ser gobierno y para eso había que sacarse el mote de “izquierdas”. Por eso, desde ese mismísimo momento, ha buscado un movimiento en dos direcciones: por un lado, expresar políticamente ese “movimiento social”, y por el otro, limar las aristas más ásperas de su programa y su propuesta, buscando adosarse a sí mismo la más pulcra imagen de gestión, desideologizando el discurso para mostrarse más confiables ante “la sociedad”.

Esto ha sido una tarea de Sísifo donde el movimiento que prevaleció fue el de acercarse al poder y a sus mecanismos.

Dejar la calle, para llegar al Palacio… de la Moncloa

Podemos ha desplegado una política que podríamos llamar de “vía pacífica y gradual” a un cambio. Primero se conquistan diputados, luego se ganan los ayuntamientos y luego se crece electoralmente hasta imponer la voluntad a eventuales aliados de votar por ellos en el Parlamento hasta llegar al gobierno. Un país con un rey heredado del medioevo, con un régimen político moldeado por el genocidio franquista, con una historia colonial y opresora, con peso de los terratenientes y la Iglesia, y con multinacionales voraces y negreras, sería “domado” por una civilizada fuerza de “cambio” que puede persuadir a todos de convivir pacíficamente solamente ganando elecciones. Una vieja fórmula reformista para una más vieja contradicción entre las clases.

Si el fin es llegar al poder para administrar un gobierno que respeta las bases sociales capitalistas, el “medio” de construir una fuerza de izquierda con peso en el movimiento de trabajadores, sindicatos y organizaciones estudiantiles, es fútil, redundante, hasta molesto. Alcanza con artimañas electorales.

En función de eso el giro consistió en convertir la calle en Palacio, buscando refugio en los “ayuntamientos”, es decir municipios, particularmente con Ada Colau en Barcelona y Manuela Carmena en Madrid. Lo que se conoce y se reivindica como la práctica municipalista implicó, como condición necesaria, dejar determinados principios, ideas, e incluso trayectorias, en la puerta del Palacio que, de un supuesto medio para una transformación social, se convirtió en un fin en sí mismo.

La “política real del municipalismo”

En esa hoja de ruta, el acceso a los gobiernos de ayuntamientos es el espacio de poder que “pudo y debía” ser ocupado, como si el Estado bajo el capitalismo fuera un molde vacío al que uno (Podemos) puede darle el contenido que quiera. El contenido, en realidad, fue la gestión de los intereses de la clase dominante. Eso sí: con rostro humano.

La propia Colau, reivindicada por toda la “nueva” izquierda y por Monteverde, pasó de activista anti-deshaucios (desalojos) a ser la cabeza de la gestión de Barcelona, desde la cual reprimió con dureza a los manteros, apoyó la carga de los Mossos de Escuadra contra el movimiento okupa (muy extendido), además de cogobernar con el corrupto Partido de los Socialistas de Cataluña y no atacar ni uno solo de los intereses que, en los papeles, afectaría. En las huelgas del Metro, tal cual hace el macrismo en la Ciudad de Buenos Aires, atacó las acciones de los trabajadores. Una “ciudad futura” que no rompió con la lógica expulsiva y desigualitaria del capitalismo.

Los compañeros de Ciudad Futura, sin estar en el gobierno municipal, actuaron con una lógica similar cuando aplaudieron la llegada de la Gendarmería a la ciudad de Rosario, una medida que afectaría (y afectó a los sectores de los barrios populares) y cuando, apenas llegados al Concejo Municipal, votaron a favor de la construcción de una Alcaldía en un terreno donde vivían personas sin acceso a la vivienda, una medida contradictoria para una organización que repudió (junto a otras organizaciones como el Frente de Izquierda) el intento de desalojo de terrenos en la zona noroeste, incluyendo el Tambo de Giros-Ciudad Futura.

¿Qué fuerza social para qué cambio político?

Sin una estrategia revolucionaria y comunista y una política verdaderamente contra “la casta”, es decir contra el régimen político que defiende a la clase capitalista, y sin ser una fuerza que, además de peso político (y electoral) exprese una fuerza social que dé cuerpo a una construcción anticapitalista, solo queda como camino ser absorbido por el régimen como una fuerza quizá progresista, pero rutinaria y domesticada, un fusible dentro de los escenarios previsibles para la clase dominante. Más allá de las ínfulas iniciales, Podemos no escapa (ni quiere escapar) a este fin trágico.

Esto contradicción parece señalar, con pesar y resignación, el propio Monedero en su carta post electoral, citaca por el compañero Monteverde. “A Podemos le falta calle. Le falta movilización popular, identificarse en los problemas sociales, estar con las protestas laborales, discutir más con los sindicatos, con los estudiantes, con los dependientes, con las mareas, con los autónomos, con los damnificados de las multinacionales. A Podemos le hace falta menos ser brillante en la televisión –ya lo es de sobra- y más ser útil para la gente en la calle”. El referente da en un clavo: critica justamente lo que Podemos propone no ser.

¿Qué Ciudad Futura?

Sin contar con el aluvión de los indignados detrás, y más bien inspirado por el ethos del desvío kirchnerista del 2001, Ciudad Futura toma como modelo la parte menos disruptiva de Podemos: ser una fuerza política de gestión. La estrategia de ir ganando posiciones puramente electorales, o a lo sumo culturales, pero de ninguna manera ser una fuerza de trabajadores y sectores populares, sino una mera herramienta para el equivalente municipalista a tomar el Palacio de Invierno: llegar al gobierno de una ciudad, Rosario.

A diferencia de Podemos, además, en este caso el municipalismo no es parte de una estrategia reformista pero, al menos, nacional. Si en la estrategia reformista de Podemos el municipalismo es una de las etapas para llegar al gobierno central, en la concepción de Ciudad Futura es el último eslabón de los objetivos, tercerizando la pertenencia nacional en sus vagos, pero precisos, apoyos al kirchnerismo o a Scioli, como pasó en el Balotaje.

La inauguración de un colegio propio, jactándose de hacerlo el mismo día que los docentes de AMSAFE comenzaban un paro fue una revelación identitaria. El “Hacer”, es decir la “gestión” eficiente, versus los trabajadores actuando como sujetos (de lucha) de sus propias necesidades y reivindicaciones.

La derecha que parece no existir y los pactos que sí

En un país gobernado por Cambiemos con un giro a derecha que, a la sazón, avanza a nivel latinoamericano sobre los límites de los gobiernos posneoliberales, en lugar de apostar a la formación de una fuerza social que busque derrotar a la derecha y su plan social empresario, se piensa en un camino evolutivo hasta llegar al gobierno municipal, abstrayendo todo marco nacional, todo accionar de la derecha y los empresarios y todos los obstáculos que surgen a los trabajadores y las fuerza de izquierda. Y por supuesto: todo lo que se abstrae no se lo combate.

Por último, con la misma lógica posibilista con la que Podemos procura “acceder al poder”, es decir, pactando con la estalinista Izquierda Unida y llamando a hacer frente al corrupto y ajustador PSOE que antes cuestionaba, Ciudad Futura busca como aliados a sectores marginales del kirchnerismo o incluso miembros outsiders de la Unión Cívica Radical. La presentación del dulce de leche del tambo de Giros en la Facultad dirigida por el radicalismo progre no fue solamente un acto culinario ni comercial. He allí una alianza política.

Ni marginales ni reformistas

El Frente de Izquierda, con la impronta que le da el PTS, ha demostrado ser una izquierda que escapa a la tentación sectaria o de pequeños círculos. La consigna de “renovar y fortalecer” al Frente de Izquierda, con el que la lista de Nicolás del Caño y Myriam Bregman encaramos las elecciones internas el año pasado, no fue una frase vacía sino la revelación de la voluntad definida de ser una izquierda que llegue a millones, que les dispute apoyo a los grandes partidos, empezando por el kircherismo en desbandada. Una izquierda que, como parte de enfrentar a la derecha y sus planes de ajuste, confluya con cientos de miles de trabajadores, mujeres y jóvenes que busquen una referencia anticapitalista y antiestatal. El lanzamiento de La Izquierda Diario, con su casi millón y medio de entradas, es la expresión de un trabajo cotidiano para disputar con las mejores armas a sectores de las masas, cosa que queremos extender, llegando a miles de fábricas, escuelas, dependencias y facultades con corresponsales, suscriptores y lectores. No queremos ser una izquierda de salón, rutinaria y herbívora.

Pero, simétricamente, polemizamos con aquellos sectores que, con un afán líquido de no ser marginales, buscan avanzar electoralmente sobre la base de amalgamarse a las formas y, en definitiva, al contenido de la política tradicional, por más marketing vistoso que tenga. O se consolida una izquierda anticapitalista, obrera y popular, o toda reivindicación de ser algo “nuevo” es un camino sinuoso que lleva a ser absorbido por el régimen que se dice combatir. El espejo de España y de Podemos está ahí para mirarse de frente.


Octavio Crivaro

Sociólogo, dirigente del PTS y candidato nacional por el Frente de Izquierda-Unidad en Santa Fe.

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