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Red Internacional
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LIBERACIÓN SEXUAL. Una crítica visceral a la cultura patriarcal

En la década del ’70 el Frente de Liberación Homosexual (FLH) fue parte de la juventud que cuestionaba de raíz la visión de la familia, la sexualidad y los roles de género. Hoy, realidades que cuestionan el modelo familiar tradicional se vuelven noticias destacadas, desde el poliamor hasta el caso de triple filiación de un niño. Sin embargo, aún sobran razones para retomar el grito antipatriarcal y anticapitalista de la vanguardia setentista: ¡libertad!

Tomás Máscolo

Tomás Máscolo @PibeTiger

Pablo Herón

Pablo Herón @PhabloHeron

Martes 5 de mayo de 2015

Hace unas semanas, Antonio era el primer niño argentino en ser registrado como hijo de dos madres y un padre. El año pasado una persona de Australia logró ser reconocida “género neutro” ante el Estado. Hoy en día son muchos los jóvenes que se replantean sus relaciones sexoafectivas a partir de las ideas del poliamor o el amor libre. Desde los ’70 hasta esta parte, aspectos de la vida cotidiana como la identidad de género, la sexualidad e inclusive la familia sufrieron grandes cambios. Sin embargo, lejos estamos de la revolución sexual anhelada por una generación que supo desenmascarar que lo personal es político.

“Ayer y hoy: ¿de qué libertad me hablás?”

Cuatro décadas atrás, el Círculo Cultural de Jóvenes Socialistas, que formaba parte del FLH, llamaba a la juventud a “combatir la moral antisexual” así como a “la represión policial y la miseria económica." En un artículo publicado en la revista Somos* titulado “Ayer y hoy: ¿de qué libertad me hablás?”, advertían los límites de los cambios que habían conquistado los jóvenes hasta ese momento, por ejemplo la incorporación de la mujer al trabajo, los debates sobre la educación sexual y el divorcio, la problematización de buscar trabajo para aquellos jóvenes expulsados de sus casas por su sexualidad. Según este grupo, estos cambios se encontraban en un marco en el que se mantenía la opresión hacia las mujeres y las personas que disentían de la heteronorma.

A las novedosas familias homoparentales de la actualidad, la posibilidad de determinar la propia identidad de género ante el Estado y la práctica de relaciones sexoafectivas que cuestionan los mandatos de la monogamia, se le contrapone una realidad en la que la familia nuclear, la institución por excelencia del patriarcado, sigue siendo el modelo moral a seguir. Una realidad que cobra el nombre de Daiana, uno más en la lista de femicidios que recorre los medios masivos de comunicación, y en la que el gobierno nacional les niega a las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo de la mano del papa Francisco. La misma realidad en la que miles de jóvenes son privados de educación sexual y donde las personas trans tienen un promedio de vida de 35 años por no contar con acceso al trabajo y educación, ni con la implementación en la salud del artículo 11 de la Ley de Identidad de Género. Así es como el Estado y la Iglesia, aún al día de hoy, continúan encarnando al pie de la letra el papel de la opresión patriarcal.

“La liberación total exige la reevaluación de todas las instituciones existentes en nuestra sociedad”

Así concebían el cambio radical y la liberación desde el grupo Safo. Dentro del FLH, que era un frente amplio, también intervenía este grupo que, formado en su mayoría por lesbianas y feministas, tenía una visión de vanguardia con respecto a los roles de género. Así es como lanzaban una proclama libertaria contra el matrimonio y la familia:

“Si el matrimonio y la familia, como bien sabemos, no pueden satisfacer los requerimientos impuestos por nuestra conciencia cambiante, esas instituciones deberán ser dejadas de lado. Una alternativa viable es la vida comunitaria. Los hombres y mujeres liberados, heterosexuales u homosexuales, podrán en conjunto, desarrollar conceptos revolucionarios sobre el vivir, que les serán útiles para satisfacer sus necesidades de compañía, amor, sexo, y todo lo que sea humanizante. Los adultos y los niños podrán desarrollarse más plenamente, sin las relaciones que imponen las jerarquías y los roles. La cooperación podrá reemplazar a la competencia. Todos podrán vivir plenamente en el marco de una comunidad”.

De esta manera la juventud de los setenta se cuestionaba de raíz la vida cotidiana, la sexualidad y la institución familiar, bajo una visión que presuponía la revolución social como medio para conquistar la libertad sexual plena. Una libertad que aspiraba a revolucionar la sexualidad y forjar relaciones sanas basadas en el afecto mutuo y el desarrollo de una vida comunitaria y de cooperación. Así es como también criticaban la concepción de “propiedad del otro” en las relaciones. Una idea que va de la mano del modelo de familia como centro nuclear y que es fuertemente fomentada por la Iglesia, donde el sexo sólo es reproductivo y mediante el matrimonio se imparte una moral medieval donde la mujer es la sumisa y debe obedecer al “pater familiae”.

Afirmaban con un cuestionamiento incansable: “El sexismo no es exclusivo de los heterosexuales, sino que también se da en la homosexualidad.” Evidenciando cómo las lógicas machistas de la cultura patriarcal también inciden en la diversidad sexual, donde los estereotipos de “pasivo” o “activo”, “marola” o “chongo” son comunes, y se relacionan a una concepción donde en el sexo quien “predomina” es quien tiene un “falo proveedor” o cumple un rol dominante en la relación.

¡Nuestra libertad no se vende… ni se compra!

“Nuestras relaciones tienen sentido en tanto a la producción de bienes de consumo, y no olvidemos que la producción de individuos, la reproducción es la única actividad que no es permitido ejercer, desconociendo de hecho al placer que emana del ejercicio libre de la sexualidad.” Proclamaba así Política Sexual, un grupo del FLH, conformado con el objetivo de realizar debates y desarrollos teóricos alrededor del marxismo, el psicoanálisis y la sexualidad, entre otros. De esta manera ponían sobre el tapete cómo el deseo es puesto en servicio de la producción y de una minoría que explota una mayoría.

La lucha en las calles de los ’70, con un gran espíritu libertario y el objetivo de la revolución socialista, derivó en la lucha dentro de los congresos limitada a la ampliación de derechos. En ese interín, la avanzada del neoliberalismo también alcanzó la sexualidad, volviéndola aún más una cuestión de clase y mercantilizándola para venderla como una linda y simpática mercancía dentro del nicho del mercado gay-friendly, un espejismo de una ficticia libertad sexual.

La lucha contra la represión y contra los códigos contravencionales, es también por la plena liberación sexual y del deseo, por construir relaciones entre personas libres de cualquier tipo de opresión, y basadas en el compañerismo y el consentimiento. Una lucha que tiene enemigos concretos: las instituciones de la sociedad burguesa, el Estado y la Iglesia, que buscan imponer una moral conservadora en beneficio de la clase capitalista. Tenemos que erradicar la explotación del hombre por el hombre, nuestra pelea es junto a todos los sectores oprimidos. Por eso, el grito setentista contra la moral oscurantista y la impunidad policial aún hoy sigue más que vigente. ¡Por la liberación sexual y la revolución socialista!

*Somos: Revista impulsada por el Frente de Liberación Homosexual


Tomás Máscolo

Militante del PTS y activista de la diversidad sexual. Editor de la sección Géneros y Sexualidades de La Izquierda Diario.

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