Un texto demoledor: sobre la evaluación educativa y la vida.
Miércoles 2 de agosto de 2017
“Pero ahora soy maestra…” eso pensé hace 2 años al ingresar al magisterio más importante de Latinoamérica. “Ahora puedo aportar en la casa y las carencias serán menores; mi madre, mi hermanita y mi padre estarán mucho mejor con el ingreso que percibiré como maestra”.
El costo de la vida sigue aumentando desde entonces y no fue como pensaba, porque se hacen cada día más lejanos los anhelos de prosperidad con esta crisis en la que los de abajo somos cada vez más pobres y cada día son más ricos los empresarios y funcionarios, como nos lo muestran descaradamente en las revistas de la “gente bien” como ellos, en la televisión y el internet.
“Ahora puedo brindar a los niños y adolescentes todos mis conocimientos. Con los años podré ver a miles de ellos en la escuela y saber cómo viven, qué necesitan, cómo ayudarlos a aprender y ser personas de bien, con amplios conocimientos para no pasar por la pobreza que muchos pasamos desde chicos ”, también esto pensaba en mi ingreso al magisterio, pero tampoco fue así.
Prácticamente no puedo ver a mis alumnos a los ojos con atención, son casi 50 en cada grupo y las tareas administrativas son tantas que el poco tiempo que tengo cuando realizan sus actividades debo usarlo para seguir registrando evaluaciones, que hay que tener listas si las solicita el director o el supervisor y que sólo sirven para engrosar y maquillar estadísticas.
Pero nada de esto es casual, pues lo que han profundizado con la reforma educativa es fomentar la división entre los maestros, los alumnos y sus padres distanciando al magisterio del pueblo y sus hijos dentro de las aulas y escuelas.
La evaluación punitiva para una maestra de nuevo ingreso
Hace algunas semanas realicé mi primera evaluación de permanencia como parte del “Servicio Profesional Docente”, con la que la SEP definirá si soy idónea frente al aula, luego de 2 años de cumplir con todos sus mandatos, aunque éstos muy lejos están de las necesidades de los estudiantes en una escuela de Cuajimalpa como en la que ejerzo, con una enorme pobreza y marginación de sus pobladores y múltiples carencias para la infancia y la juventud.
No estuvo contemplado, en ninguna de los centenares de preguntas que respondí por horas, nada al respecto de cómo están creciendo los niños en México, ni para qué les sirve una educación como la que hoy se imparte, ni de cómo viven los que toman clases en las escuelas públicas, ni si sus padres tienen trabajo y si sus necesidades mínimas están cubiertas y menos aún de si llegan a la escuela con ganas de aprender y formarse. Eso ha dejado de ser preocupación del Estado, como tampoco está contemplado lo que pensamos y necesitamos los docentes para llevar adelante nuestra destacada labor de educar a los hijos de nuestro pueblo.
En unos días recibiré la notificación con el resultado de mi evaluación y sinceramente estoy muy preocupada, pues no tengo confianza en la objetividad de la misma y mi trabajo me es indispensable para poder satisfacer las necesidades de mi hogar.
Las vidas que a la SEP no le importan
Como tantas otras familias, la mía vive de más de un ingreso, pero no por eso vivimos en buenas condiciones, diría yo, todo lo contrario, pues si alguno de esos ingresos falta, la ya endeble economía familiar se va por el desagüe.
Humildemente vivimos con la jubilación de mi padre y mi salario de maestra, con más de 30 horas semanales frente a grupo, aunque trabajo muchas más, pues lo que no alcanzo a terminar en la escuela debo llevarlo a casa sin remuneración alguna por ello.
Paso muchas noches casi sin dormir, pues si ayudo en la casa o quiero hacer algo relacionado con la vida de una joven de 26 años, más tarde tengo que seguir con las evaluaciones, planificaciones o informes, ya que si no los entrego a tiempo las sanciones y amenazas de los directivos no se hacen esperar.
Me da mucho temor que me califiquen como “no idónea” y me terminen echando, pues a pesar de mi conocimiento y capacidad ellos me hacen sentir que así será cada vez que pueden.
Hace unos días perdimos a mi madre y, aunque no lo creo, ojalá que sea como dicen para consolarme, que partió a una mejor vida, porque en ésta estuvo privada de casi todo y con la preocupación constante por la falta de alimentos, medicamentos, sistema de salud y ni hablar de esparcimiento, pues eso nunca existió dentro de los gastos a contemplar en mi familia.
Pero la cosa se complica, no sólo por el dolor de la pérdida irreparable de mi madre, sino porque mi tiempo y mi salario se han vuelto aún más necesarios. En casa tengo una hermanita de 18 años que nació enferma y su cuidado debe ser permanente, como el de una bebé que necesita medicamentos, tratamiento y alimentación especial, como alivio a las convulsiones que pueden reaparecer si deja de recibirlos. Si bien es lo que hemos podido hacer por ella, mi hermana necesita otros cuidados que no pudimos garantizarle, ya que por parte del Seguro nos negaron su pensión e incluso una silla de ruedas y nuestro ingreso económico no alcanza para mejorar su calidad de vida.
Para historias similares una única salida
No escribo estas líneas como desahogo, sino porque comprendo que la vida de un trabajador, de una maestra, es mucho más que una simple vida, pues lleva consigo las preocupaciones y frustraciones de una familia, de otras vidas que ni la SEP ni los funcionarios del Pacto por México que votaron la reforma laboral educativa, han contemplado ni les interesó hacerlo por más que miles y miles salimos a las calles a repudiarla. Porque lo que contemplan son otras vidas, las de los empresarios que terminarán llenándose los bolsillos con los alcances privatizadores de esta reforma y la liquidación de todas las conquistas del magisterio combativo.
Y comprendo que nuestras tragedias personales no deben abatirnos sino, por el contrario, deben hacernos comprender que, solo organizándonos, es que podremos ser miles, millones, con el suficiente poder para frenar a los de arriba, recuperando nuestros sindicatos de sus cómplices charros para poder usarlos con el fin que fueron hechos, como poderosas herramientas qué, en nuestras manos, nos sirvan para luchar por los derechos que nos han arrebatado.
Esta profunda convicción es la que me lleva a estar organizada en la Agrupación Magisterial y Normalista Nuestra Clase e invitar a todos los docentes de nuevo ingreso, cuyas vidas de seguro encierran muchas historias como ésta, a que se unan a nosotros para hacerles saber a los de arriba que no nos vamos a dejar pues NUESTAS VIDAS, VALEN MÁS QUE SUS GANANCIAS.