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Red Internacional
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Crisis Política. Venezuela bajo el signo de la “crisis orgánica”

Las sucesivas convulsiones en el tablero político, los “bloques históricos” de la clase dominante (tradicional y “boliburguesa”) erosionan contemplando “salidas de fuerza”, y un “empate catastrófico” con final abierto, elementos que cifran el cuadro de “crisis orgánica” del capitalismo rentista y semicolonial venezolano

Lunes 18 de septiembre de 2017 00:00

El año que corre venimos atestiguando los episodios más variados de una profunda “crisis de hegemonía” [política, económica y social], como no se había visto en décadas. Ya en los últimos días de marzo, cuando presenciábamos aquellas dramáticas divisiones de la cúpula gobernante, puntualizábamos que toda ella era “expresión de la profunda crisis orgánica que atraviesa el país, una disputa por la transición al post chavismo en la que, sin embargo, los de abajo no tenemos ni arte ni parte”, en los últimos meses, semanas y días, luego de la Constituyente fraudulenta y de cara a las elecciones regionales, esta tendencia lejos de disiparse sólo se complejiza y ramifica.

Crisis orgánica: más que otra crisis de fin de ciclo

Ya en su formulación original, Antonio Gramsci precisaba que “en cada país el proceso es diferente, aunque el contenido sea el mismo” se trata, pues, de una “crisis de hegemonía de la clase dirigente” sea porque esta “fracasó en alguna gran empresa política para la cual demandó o impuso por la fuerza el consenso de grandes masas” o bien porque “vastas masas (…) pasaron de golpe de la pasividad política a una cierta actividad y plantearon reivindicaciones que en su caótico conjunto constituyen una revolución”.

Como toda gran definición, la que aquí retomamos atrae hacia sí todas las peculiaridades del caso. En líneas gruesas puede explicarse como el colapso de un proyecto que contando con un amplio apoyo de masas –y la oposición de sectores tradicionales de la clase dominante– como lo fue el chavismo, sostuvo lo fundamental de la estructura rentista y semicolonial del capitalismo nacional; un sacudimiento que termina inquietando al conjunto de los partidos que han administrado, administran y pretenden administrar dicho esquema en un futuro próximo.

Mas el elemento distintivo de nuestra crisis orgánica consiste en que después del fracaso de esta “gran empresa” que fue la llamada “Revolución Bolivariana” no presenciamos la entrada de “vastas masas” interviniendo políticamente como factor independiente, ni reivindicaciones inmediatas que impliquen cuestionamientos a las clases hegemónicas sino subordinación y entrampamiento de las clases subalternas a las expresiones políticas de aquellas, de igual modo, podemos ver que la represión ejercida por las FF.AA. en el pasado reciente estuvieron coyunturalmente dirigidas contra esa clase media que se movilizaba en favor de la derecha tradicional con el respaldo del imperialismo, aunque la bonapartización creciente del gobierno beneficie en última instancia a la clase dominante de conjunto.

Pero esto solo evidencia el trauma social que generan los enfrentamientos entre las clases dominantes tradicionales desplazadas del control político directo, y las camarillas boliburguesas que la sucedieron, una profunda pugna de intereses por echar mano de la renta petrolera cuya expresión política genera, a decir de Gramsci, “los fenómenos morbosos más variados” mientras se mantiene irresoluble.

Para el marxista italiano, estas crisis se verifican especialmente en momentos en que “los viejos dirigentes intelectuales y morales de la sociedad sienten que les falta el terreno bajo los pies, advierten que sus ‘prédicas’ se han convertido precisamente en eso, ‘prédicas’” [aquí], no se trata pues de una crisis económica o política coyuntural más, sino de algo mucho mayor, una clara manifestación de imposibilidad de los partidos hegemónicos para hacerse cargo de las grandes contradicciones estructurales con sus métodos habituales, su personal político y sus bases sin afectar la hegemonía creada y la autoridad del Estado, dado que esta relación se volatiliza al extremo aflorando las divisiones, desatando pugnas y nuevas crisis, especialmente entre “representantes y representados”.

También bajo el “puntofijismo” cada gran crisis (“Viernes negro” [8.02.1983] o “Caracazo” [27.02.1989]) llevó inscrita en su ADN las contradicciones del capitalismo rentista y dependiente y su relación con los planes (cipayos) de los partidos del régimen (AD y COPEI), del imperialismo norteamericano en la región y las fluctuaciones económicas del mercado petrolero internacional, ello explica los ciclos de equilibrios e inestabilidades económicas y políticas que atenazan la semicolonialidad venezolana, a esto correspondían las metáforas “Laberinto y Péndulo”, en las que “La dialéctica pendular de los momentos ‘reformista’ y ‘conservador’ recompone el orden burgués en transiciones que suelen ser convulsivas”. [Molina, Eduardo; IdZ, Jun. 2016]

El chavismo en el gobierno pudo sobreponerse al bienio recesivo 2009-10 –la primera caída importante de los precios internacionales del crudo bajo el período “bolivariano”– no así a la recaída económica del 2013 [08 de febrero] que en poco tiempo coincidirá con la desaparición física [05 de marzo] de quien por más de década y media fungiera como sostén del “bloque histórico” posneoliberal en el país y la región. Allá (2009-10) contaba con el rol bonapartista de Chávez al frente del Estado y el respaldo económico exterior de China y los bloques de países “amigos” en la región, pero una vez que pierden este sostén [especialmente en el último año y medio], emerge el sismo político, económico y social, que caracteriza a esta crisis. Como en su momento escribimos, la desaparición física del “bonaparte” sería también “generador de caos” combinándose esta vez con una profunda crisis económica de carácter catastrófico.

Toda la catástrofe posterior no hace sino desnudar la debilidad estratégica del “socialismo con empresarios” por el que apostó siempre el chavismo y sobre el que erigió una forma institucional hoy en crisis, propiamente “el fracaso de una gran empresa”. De conjunto, lo que le otorga el carácter “orgánico” a la actual crisis es precisamente la imposibilidad de que tanto el chavismo como la derecha tradicional logren con sus métodos habituales recomponer su hegemonía perdida, y poner en marcha el desarrollo económico, en condiciones de fuertes cuestionamientos por abajo, confrontación entre poderes y de estos con sectores de masas, profunda recesión nacional e internacional, aislamiento exterior, sucesivas divisiones y pugnas intestinas en los propios partidos; de ahí se deriva el papel cada vez más preponderante de las FF.AA.

El momento político encuentra a “conservadores” y “progresistas” en un juego “suma cero”, donde amplias masas recelan tanto la herencia del puntofijismo como la del chavismo en su decadencia, al menos si prescindimos de las dudosas cifras que se adjudican desde ambos polos, para el periodista Manuel Felipe Sierra: “la crisis en Venezuela desbordó al gobierno y a la oposición” [El Falconiano, p. 2; 10.08.2017] y esto es precisamente de lo que se trata el tipo de crisis al que nos referimos.

Es aquí donde arrecian las campañas de injerencismo imperialista desde Washington, que va desde sanciones económicas hasta amenaza militar, y desde la Unión Europea alentada por la propia derecha venezolana, y se destapan las continuas “ollas podridas” y denuncias cruzadas sobre casos de corrupción que comprometen la credibilidad del chavismo y la derecha, las inverosímiles cifras de apoyo popular que se adjudican Gobierno y Oposición y las verdaderas intenciones detrás de sus reuniones a espaldas de la "opinión pública", informes como el del periodista Eleazar Díaz Rangel sobre la gran cantidad de constituyentistas “con demasiada riqueza” y la consecutiva dimisión de Earle Herrera de la ANC que rápidamente fue frenada, esto nos da un cuadro muy elocuente de la compleja crisis de hegemonía.

Leer: Entre el fraude “Constituyente”, el embauque de la MUD y la injerencia imperialista

Crisis de Estado y las “soluciones de fuerza”

El fraude Constituyente vino de hecho para acentuar la deriva bonapartista del Gobierno de Maduro, quien avanza en la concentración de poderes, medidas proscriptivas y se apoya fundamentalmente en las FF.AA. con el objeto de sellar los ajustes en curso y los acuerdos con el sector empresarial nacional y trasnacional. Esto es necesario subrayarlo como elemento cardinal de la crisis de autoridad en ciernes.

La impopularidad de Maduro, y la derrota del chavismo en las elecciones parlamentarias [6.12.2015], provocan –como es sabido– el salto decisivo en este escenario de crisis, llegando a perturbar las estructuras estatales que con exclusividad había copado el chavismo post 2002, por otro lado, sólo develó a continuación los límites y contradicciones de dicho triunfo electoral de la derecha el 6D, así como su verdadero rol demagógico, entreguista y antipopular.

Ciertamente, bajo los gobiernos de Chávez las FF.AA. tuvieron un papel importante luego que al “refundarlas” su autoridad fuera remozada, pero comienzan a aparecer como un actor político indispensable en este escenario con la Resolución 8.610 del Ministerio de la Defensa, la activación de un estado de excepción permanente, el despliegue de operativos “especiales” en los barrios pobres (OLP’s), así como en el control de las manifestaciones, donde ya hubo más de 5 mil manifestantes detenidos, y hasta la destitución de Luisa Ortega Díaz, la Fiscalía General contabilizaba 128 muertes violentas, al menos 25% directamente imputables a órganos represivos del Estado, 40% por parte de civiles armados, y donde al menos 60% de los responsables se mantienen impunes.

De la mano de Maduro son jugosas las prebendas obtenidas, que van desde acceso a divisas baratas, hasta 20 grandes empresas bajo su control, pasando por el manejo a discreción de un presupuesto milmillonario (más de Bsf. 2 billones), por supuesto van acumulándose a su paso varias denuncias de corrupción no investigadas ni por el gobierno ni por la oposición, quienes por cierto han visto en estas podridas FF.AA. un posible apoyo para la transición post chavista, y no dudarán en implementar todo ese poder para asegurarse la gobernabilidad del ajuste.

En el último año, las FF.AA. constantemente se erigen como árbitro en la confrontación de poderes, ahí donde el actual CNE proscribe las posibilidades de representación electoral ajena a los dos bloques dominantes, obstaculiza procesos electorales en diversos niveles, incluyendo elecciones sindicales y gremiales donde el gobierno se ve en desventaja, la “Ley Constitucional contra el odio” apunta a limitar aún más las libertades democráticas. También resuena el fantasma de fracturas internas en el seno mismo de las FF.AA., mientras un amplio sector de masas populares cuestiona su papel represivo y corrupto.

Aún no está claro cuál será el desenlace para este agitado intervalo, no podemos afirmar de antemano si la balanza se inclinará más a sectores del oficialismo, o de la oposición, o combinaciones que apenas se avizoran. Los venideros comicios a las gobernaciones operan como “válvula de escape” para contener momentáneamente las acciones de calle, frente a ellos –dado el marcado carácter plebiscitario que adquieren– las diferentes fuerzas políticas se aprestan para calibrar su ventaja, más lo fundamental de la crisis persistirá creando nuevos estragos, para los que las élites dominantes preparan “salidas de fuerza”. También de lo que pueda surgir de las actuales negociaciones en República Dominicana, que han sido avaladas hasta por el imperialismo yanqui pasando por el Vaticano, donde chavismo y oposición tejen sus posibles pactos.

Sea por vía de negociación, cuartelazos, o alguna otra salida que vaya de la mano con las FF.AA., podemos estar seguros de que estas arreglarían una profunda derrota de masas en el siguiente período.

Lo nuevo que no acaba de nacer y la “crisis de dirección revolucionaria”

Este interregno no cuenta con una duración que pueda ser calculada a priori, puede prolongarse sin resolverse por mucho tiempo, y aun podría desatar desde “crisis revolucionarias” hasta las tendencias más reaccionarias de las élites dominantes amenazadas. Pero si lo viejo se niega a morir y lo nuevo no puede nacer es también una consecuencia de aquello que el dirigente marxista León Trotsky ante la crisis los años 30’ (modelo arquetípico de “crisis orgánica”) acuñara acertadamente como “crisis histórica de dirección revolucionaria”.

El consenso de grandes masas creado para erigir el modelo político-económico de la “revolución bolivariana” contó con el respaldo no solo de aquellas masas, sino de casi todo el arco de la izquierda tradicional que hizo parte de dicho “bloque histórico”, marcando la pauta en la mayoría de las instituciones creadas por el chavismo y que hoy operan como muros de contención de la enorme fuerza obrera y popular, por eso todavía se mantiene bajo la superficie su profundo malestar provocado bajo los embates de la crisis y las medidas de ajuste con las que el gobierno suele responder.

Eventualmente estas direcciones tampoco escaparán del cuestionamiento histórico que se abre en estos períodos, donde se generan nuevas maneras de interrogar y de pensar. El fin de las ilusiones de reivindicación social que despertaron los proyectos posneoliberales no puede significar consuelo alguno, pues se trata justamente de un vacío político a nivel de grandes masas, de alternativas progresivas a los grandes problemas de la vida de la clase trabajadora y sectores populares, tal es la distancia que hoy existe entre la profundidad de la crisis y la conciencia de la crisis.

La única salida progresiva a ella tendría que liberar la energía revolucionaria de los trabajadores y el pueblo pobre y ponerlos en movilización permanente, pero esto solo es posible asegurándose de antemano la más resuelta independencia política frente al Gobierno, la oposición de derecha y el imperialismo, una verdadera opción política de la clase trabajadora que estimule la confianza únicamente en sus propias fuerzas de clase en alianza con el resto de los sectores explotados, unificando demandas comunes y articulando planes de lucha y movilización; que logre poner en marcha la lucha por un verdadero plan económico de emergencia obrero y popular donde se afecte directamente la hegemonía burguesa, así como la estructura rentista y dependiente del capitalismo nacional, para el cual ninguna las fuerzas políticas de la burguesía o sectores marginales de ella estarían dispuestas a emprender hasta el final. Todo esto en la pelea por organismos de autodeterminación de las masas en la perspectiva de la lucha por un gobierno de los trabajadores y el pueblo pobre.

Solo de esta manera podremos abreviar los actuales padecimientos de los asalariados y pobres del país, acabar con los males incurables que emanan de la estructura económica en crisis –el capitalismo semicolonial dependiente-, así como frenar el desarrollo de mayores catástrofes sociales enterrando este sistema de explotación, peleando a brazo partido por la resolución íntegra y efectiva de nuestras demandas estructurales en una revolución en permanencia en el camino del socialismo, que sólo puede ser llevada hasta el final por la clase trabajadora apoyada por los pobres urbanos y campesinos pobres, teniendo al frente un partido revolucionario.