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Viñas de ira: una huelga histórica, un mal trago para los dueños del vino

Lucho Aguilar

Vitivinícola
Foto: Casandra Martínez.

Viñas de ira: una huelga histórica, un mal trago para los dueños del vino

Lucho Aguilar

Ideas de Izquierda

Hace dos años, en la vendimia de 2021, una huelga general vitivinícola con piquetes conquistó el mejor aumento salarial del país. Fue dirigida por delegadas y delegados autoconvocados. Te contamos esa lucha y por qué marcó un antes y un después para la clase trabajadora mendocina. Hoy, la pelea vuelve a resurgir. Cuarta crónica de “las rutas del vino”.

—Varios delegados dijimos no, esto no puede seguir así. Empezamos a hacer grupos de WhatsApp, asambleas, a llamar a la gente. Y nos encontramos que muchos tenían la misma impotencia: tener un sindicato cerrado para nosotros. Que no podíamos dar opiniones porque nosotros “somos unos ignorantes”, porque ellos llevaban 45 años ahí y nosotros solo sabíamos cosechar uva. Entonces convocamos a gente de bodega y de finca, todo fue de boca en boca, con mensajes y así convocamos a gente de distintos departamentos, de distintas provincias, de San Juan, La Rioja, Salta, para que lucharan con nosotros. El paro fue tremendo. No dejábamos entrar a nadie, a nadie, a nadie.

Ricardo, Ana y Daniela van recreando, en una especie de coro, aquellos días que todavía los hacen vibrar. El 30 y 31 de marzo de 2021, una huelga general paralizó las bodegas de todo el país. Los burócratas y los patrones se rieron cuando “los ignorantes” les avisaron que lucharían hasta conseguir un buen aumento. No les creyeron. Pero esos días las grandes plantas y las bodegas coquetas amanecieron con piquetes, cubiertas ardiendo y escenas no aptas para el World Best Vineyard’s.

Más de 100.000 vitivinícolas fueron al paro en todo el país. Ni una sola botella salió de esas líneas. Los viñedos quedaron esperando las manos que les alivien el peso de los racimos.

Una de esas manos, las de una obrera vitivinícola, se levantó. Primero con el puño cerrado. Luego se abrió para mostrar las manchas tintas que le dejaban una jornada de trabajo. Era un símbolo de lo que estaba en juego. Esos miles de hombres y mujeres estaban demostrando quiénes eran los verdaderos hacedores del vino.

Foto: Casandra Martínez

Y un día se rebalsaron las copas

La gente viene con redes para pescar en el río y los vigilantes se lo impiden, vienen en coches destartalados para recoger las naranjas arrojadas, pero han sido rociadas con querosen. Y en los ojos de la gente se refleja el fracaso; y en los ojos de los hambrientos hay una ira creciente. En las almas de las personas las uvas de la ira se están llenando y se vuelven pesadas, listas para la vendimia.

En su novela Viñas de ira, John Steinbeck retrata lo que pasaba en Estados Unidos tras la crisis de 1930. Miles de familias azotadas por la crisis buscaban huir del hambre y la desocupación, pero los capitalistas les quitaban el pan de la boca y aprovechaban para exprimirlos aún más. Cien años después el mismo sistema busca descargar, una y otra vez, sus crisis sobre los de abajo.

Las condiciones de trabajo en viñas y bodegas, los sueldos derramados, los contrastes que sacuden sus bolsillos y sus venas, la humillación permanente de los dueños de la tierra, fueron llenando la copa hasta que se rebalsó.

La tercera ola de la pandemia todavía pegaba pero había que seguir cosechando y embotellando. El salario era de 28.000 pesos, pero una botella de “Piedra Infinita Supercal” de Bodega Zuccardi se vendía a 24.000. La pandemia de los salarios miserables era la que más dolía.

No eran los únicos. En ese marzo picante surgía una nueva oleada de luchas que desbordaba a las direcciones burocráticas. Como en Neuquén los elefantes de la salud o en Buenos Aires las luchas de tercerizados, los vitivinícolas encabezaban uno de los fenómenos del momento.

Foto: Casandra Martínez

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Una sola lucha, decidida por todos

El proceso había comenzado meses antes. El SOEVA, sin querer, había ayudado. Fue en su edificio donde delegados de distintas bodegas se terminaron de conocer. Pero cuando planteaban los problemas el sindicato les decía “vamos a ver”. Querían desalentar cualquier reclamo, cualquier protesta.

Se dieron cuenta de que iba por otro lado. Comenzaron a juntarse aparte y armar grupos de WhatsApp. A tejer una red. Querían llegar a cada planta, a cada sector, a cada turno. Y también a las viñas. “Primero éramos 10, 15, después de 20 días ya éramos 300, y después éramos miles”, sigue Ricardo Fernández, delegado de Viejo Viñedo. ¿Y cómo nos podemos llamar? Se preguntaron un día.

—La primera vez que nos juntamos no sabíamos cómo firmar un volante y un compañero de Flinchmann dijo “le podemos poner los autoconvocados, porque yo he visto los ‘maestros auto convocados’, entonces por qué no podemos hacer nosotros los ‘vitivinícolas autoconvocados’? –cuenta Ricardo.

No era solo un título nomás, un nombre. “Los ignorantes”, como los habían llamado los burócratas, querían hacer algo distinto. “No queríamos que dos o tres personas nos dijeran qué es lo que teníamos que ganar, qué tenían que comer nuestros hijos, cómo teníamos que vivir. Que todos tuviéramos en una sola lucha y decidida por todos”, dicen. En el grupo de delegados se planteaban las diferentes ideas y luego se volcaban a los grupos. Se consultaba bodega por bodega y se votaba. La organización desde abajo y democrática logró que cada vez más trabajadores y trabajadoras participen de ese movimiento.

Se sumaban así una tradición obrera: la “autorganización” que potencia las fuerzas y creatividad de los que luchan. La que permite que surjan nuevos activistas. Que eligen por primera vez delegados, arman comisiones para sostener el conflicto o piensan juntos qué acción le duele al bolsillo patronal. Que ven actuar a las distintas organizaciones sindicales y políticas. Que aprenden quienes son sus amigos y sus enemigos.

No era un varietal exclusivo de Mendoza. Según el Observatorio de Conflictividad de La Izquierda Diario, en el primer semestre de 2021 casi la mitad de los conflictos en Argentina eran encabezados por “autoconvocados” o delegados de base.

La noticia se fue contagiando. A los delegados les llegaban mensajes desde otras ciudades pero también desde San Juan, Salta, La Rioja y otras provincias. El 1.° de febrero, Día del Vitivinícola, hicieron la primera movida fuerte. Mendoza se empezaba a preparar para la vendimia y sus fiestas. Los que hacen el vino estaban preparando otra cosa.

Foto: Casandra Martínez.

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Huelga general

Las asambleas en planta, las primeras marchas, los petitorios, las reuniones con las patronales, no daban resultado. Como cada año, los dueños del vino tenían lágrimas de cocodrilo como para llenar barriles. Esperaban que el sindicato hiciera su trabajo.

Si el paro era inevitable, la cúpula del gremio al menos quería bajar todo lo posible su contundencia. Para los delegados de base, todo lo contrario: tenía que ser activo, en la calle. Si algunos trabajadores no querían ir a su bodega por temor a represalias, que fueran a otra. Había que convencer a los carneros (y los que dudaban), que ese día no salía ni una botella. Si la burocracia lo quería sodear, los activistas querían un paro premium.

La madrugada del 30 de marzo de 2021 comenzó una huelga histórica, con epicentro en Mendoza, Salta y San Juan. Los autoconvocados le habían impuesto un paro nacional general a la Federación de Obreros y Empleados Vitivinícolas. Habían puesto toda la fuerza del activismo, de los delegados de base, su incipiente coordinación, al servicio de una unidad mayor: la de los miles de trabajadores y trabajadoras que todavía no estaban organizados pero manejaban las bodegas de todo el país.

Los oligarcas mendocinos y los CEO franceses o chilenos no podían creerlo. Mandaban mensajes indignados a sus propios grupos de WhatsApp: los que tenían con dueños de diarios y canales, comisarios, fiscales, funcionarios locales y nacionales. “Las manifestaciones ilegales en las entradas de las bodegas (piquetes) constituyen una provocación innecesaria y un perjuicio económico enorme a las empresas que no pueden desarrollar su actividad” decían en un comunicado.

Ahora además de “ignorantes” eran “ilegales”. No solo por los piquetes. Además le habían impuesto al sindicato el rechazo a la conciliación obligatoria. El Ministerio de Trabajo, eterna oficina de Recursos Humanos de los bodegueros, se había tenido que meter las actas en los bolsillos. Algunos se empezaban a preguntar si iba a faltar vino. Si se iban a perder contratos con el exterior. Si las uvas se iban a pudrir. En las puertas de las bodegas, los enólogos solo podían degustar el olor a gomas quemadas y los turistas fotografiar ese hermoso paisaje con melodías de bombos.

La jornada terminó con una movilización histórica al centro de la capital. Al paso de las columnas, con carteles improvisados de distintas bodegas y reclamos, la gente los aplaudía.

—Con el paro se murió la industria. En ese momento se da una discusión fuerte. Porque tenían todo ellos: tenían a los jefes, los enólogos, los administrativos pero la planta estaba parada, nadie producía, no tenían qué vender.

Ricardo resume sencillamente lo que puso en evidencia la huelga: cuál es la clase productora. La que puede mover un complejo agroindustrial gigante, pero también puede paralizarlo.
La huelga eclipsaba el sol y la tierra del vino.

La masiva marcha del 31 de marzo. Foto Casandra Martínez.

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Sin etiquetas

La autoorganización despertó la creatividad obrera. Un detalle lo pinta sencillamente: los piquetes rotativos. Para zafar de los ojos y las cámaras patronales. A Daniela Palleres le tocó organizar a sus compañeras de La Rural, la bodega de los Rutini.

Fue tremendo. Nos dividimos en distintas bodegas porque si veníamos acá te iban a ver las cámaras y había miedo que te echaran. No dejábamos entrar a nadie, a nadie, a nadie. Ni camiones para cargar ni descargar. Nada, no entró nadie, nadie, nadie.

Nadie. Daniela remarca esa escena que amargaba a los gerentes de producción. Afuera sonaban los bombos y cantos, adentro había un silencio atroz.

Los obreros y obreras de La Rural sostuvieron el piquete en Trivento; los de Trivento habían ido a Peñaflor y los de Peñaflor a Zuccardi. Y así.

Sin etiquetas, cometiendo el “pecado” de mezclar alta gama con tetrabrik, ayudaron a romper el hielo. Los más “añejos” le decían a los jóvenes activistas que les agradecían que sean la voz de lo que yo se habían callado durante 30 años. “Nosotros venimos de una generación donde fuimos muy golpeados y tenemos ese miedo” confesaban.

“Se terminó el sexo débil”

La frase despertó el aplauso de miles de vitivinícolas que cerraban la huelga de 48 horas con una marcha al kilómetro cero de la capital.

Ana Maya, la obrera de viña que nos retrató el trabajo en el campo, había sido una de las elegidas para entrar a Casa de Gobierno en representación de los miles de autoconvocados. “En ese momento me sentí muy valorada, porque siempre está el machismo primero”.

Ana se había ganado ese lugar. Había sido una de las primeras en animarse a reclamar, cuando su compañero y sus amigos todavía metían la bronca para adentro. Por eso le tocó ser una de las oradoras en ese acto multitudinario.

—Tenía más ganas de llorar que de hablar, estaba muy emocionada de ver tanta gente, tanto apoyo. Y dije que ese día se terminaba el sexo débil. Porque en todos lados tienen a la mujer como que es más débil que el hombre. Y yo sentí ese día la fuerza de las mujeres igual que la de los hombres, porque estábamos codo a codo junto a los compañeros en todos lados.

Era la voz de miles de mujeres que se rebelaban no solo contra la explotación de sufría cualquier vitivinícola. Como Daniela, como esas mujeres que sostenían la bandera de “Mujeres vitivinícolas autoconvocadas”, ellas tenían algunas cosas más para decir. Eran las que tenían las peores categorías, las que enfrentaban el machismo, las que cargaban sus hijos en brazos como golondrinas, las que llegaban a sus casas a seguir trabajando. Siempre invisibilizadas, ese día reclamaban un lugar que les pertenecía. “Yo creo que las mujeres somos parte fundamental de este país y de este mundo” cierra Ana.

’Se terminó el sexo débil’ - Foto Casandra Martínez

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Los mulos de Catena

La huelga impactó en la sociedad mendocina. El conflicto se convirtió en un curso acelerado de política.

—Cuando fuimos a la Casa de Gobierno dejamos un petitorio. Nos dijeron que nos iban a convocar. Nunca nos llamaron, pero cuando en el paro fuimos a Zuccardi llamó hasta el gobernador. La mitad de la policía de Mendoza estaba en Zuccardi. Creo que muchos trabajadores se dieron cuenta quiénes son los amigos y quiénes son los enemigos (Ricardo).

Los activistas convocaron a diputados que creían que podían ayudarlos. Habían escuchado alguna vez sus discursos en la tele. Le escribieron a Anabel Fernández Sagasti (FTD), a José Luis Ramón (Protectora) y Noelia Barbeito (Frente de Izquierda). Barbeito fue la única que les contestó y se acercó. “Lautaro Jiménez se puso delante de la policía en Zuccardi, sino no sé qué hubiera pasado”, cuentan los delegados.

Las y los diputados y concejales del PTS en el Frente de Izquierda estuvieron en los piquetes, pero también utilizaron sus bancas como una tribuna de apoyo a la lucha. Del otro lado, políticos tradicionales, jueces, comisarios y jefes de redacción trabajaron para quienes les llenan las copas.

La policía provincial custodiando Zuccardi, foto Los Andes.

El brindis de los de abajo

El 26 de abril de 2021 se firmó la paritaria. El aumento fue del 57 %, a lo que se sumaba un aumento en el refrigerio, un bono de $ 8.000 y una cláusula de revisión en diciembre. Durante todo el año, los diarios económicos, los grandes diarios nacionales, con listas y gráficos a color, mostraron a la paritaria vitivinícola al tope de los aumentos. Esta vez al concurso no lo habían ganado las bodegas y sus enólogos.

Medalla dorada para los autoconvocados: 100 puntos. Ese “cosecha 2021” será siempre un mal trago para los dueños del vino, pero un orgullo para quienes lo hacen.

Como analizaba La Izquierda Diario en ese momento, “fue el resultado directo de un paro histórico que paralizó viñas y bodegas por 48 horas, discutido y garantizado por abajo. Por eso, la primera conclusión es haber conquistado una nueva forma de organizarse, democrática y de acción directa”.

Los delegados, todavía lo recuerdan. “Fue un desahogo, sentimos que descargamos una energía que teníamos adentro. Y nos dimos cuenta que la fuerza del trabajador es más poderosa que la de ellos. Nos dio más confianza, nos cambió la cabeza”.

Como contaron ellos mismos, los salarios hoy siguen sin alcanzar. Pero el conflicto dejó una marca. No solo en las conciencia de miles, sino también en la incipiente organización uno de los sectores estratégicos de la clase obrera de la región.

El peronismo, la burocracia sindical y los empresarios tuvieron que tomar nota. Los autoconvocados siguen de pie. Las actuales movilizaciones de contratistas por aumento salarial y los preparativos para la nueva paritaria y las elecciones sindicales son parte de ese camino.

Como dice Lautaro Jiménez, “esto te muestra dónde está la fuerza social para lograr otras demandas muy importantes como una asistencia intercosecha para los trabajadores de viña, terminar con todas las formas de precarización laboral o tener un sueldo que cubra la canasta familiar. Para pelear por eso desde el PTS peleamos por poner en pie una corriente clasista en vitivinícolas como hacemos en otros gremios”.

“Este mundo lo podemos cambiar”

Pero un hombre nuevo vendrá, a curar sus mentiras
Vendrá la llama de la libertad, a iluminar nuestras vidas
¡Yo no recogeré fruta amarga!

La canción de la banda mendocina Karamelo Santo suena mientras desandamos “las rutas del vino”. La recorrida por las viñas y bodegas termina por ahora. Las y los hacedores contaron la realidad oculta detrás de los carteles de “la tierra del sol y el vino”. Pero también cómo se empezaron a organizar para hacer historia.

Como decía el periodista y militante Rodolfo Walsh, “nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores. La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan”.

Queremos rescatar sus voces y experiencias para que sigan nutriendo las próximas luchas y experiencias. Por eso las últimas palabras son las tienen sus protagonistas. Con ellas eligieron cerrar el documental “Mendoza: la tierra, el sol y las manos que hacen el vino”.

Ricardo Fernández, Daniela Palleres, Ana Maya, referentes de Autocovocados.

–Yo si pudiera dar vuelta al mundo del derecho al revés lo daría vuelta. Y mi mensaje es para las chicas y los chicos jóvenes: que no bajen los brazos, que le den lucha a todo lo que le gusta y que busquen su propósito, que no se rindan que y que este mundo lo podemos cambiar entre todos pero uniéndonos. La juventud es el gran futuro de nuestro país. Ana

–Creo que las mujeres tenemos que seguir luchando. Si seguimos juntas podemos lograr un montón de cosas: que nos valoren, que tengamos el derecho también a ser madre, porque acá dentro creen que somos solamente empleadas y no tenemos una familia afuera. Yo creo que juntas, también con los hombres, podemos lograr muchas cosas. El tema es no dejarnos pisotear. Daniela

–Nos dimos cuenta que la fuerza del trabajador, la fuerza de nosotros, es más poderosa que la de ellos. Creo que nos dio más confianza, nos cambió la manera de pensar. Yo ya tengo 46 años, pero quiero que sirva para las generaciones que vienen, mostrarles que no hay que agachar la cabeza ni trabajar y trabajar y trabajar para que otro se haga millonario. Ricardo.

Esta crónica es parte de un trabajo periodístico multimedia de La Izquierda Diario y el boletín Vendimia Obrera del Movimiento de Agrupaciones Clasistas.


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Lucho Aguilar

@Lucho_Aguilar2
Nacido en Entre Ríos en 1975. Es periodista. Miembro del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 2001. Editor general de la sección Mundo Obrero de La Izquierda Diario.