Reseña sobre Vitalicios, una pieza dramática sobre la burocracia, el funcionariado y el Estado rendidos al mercado en un retrofuturo cercano en el que el Ministerio de Recortes dirige las políticas de ajustes sublegales.
Lucía Nistal @Lucia_Nistal
Lunes 16 de mayo de 2022
Vitalicios, la última obra de José Sanchis Sinisterra que se puede ver este mes de mayo en el Teatro del Barrio, se presenta como un sainete negro. Y no es casual la elección del término, porque el ambiente retro sainetero sobrevuela toda la obra, una especie de acento y vocabulario castizo, o retrofuturista, pero a esto volveremos más adelante.
Es una obra sobre la burocracia, el funcionariado y el Estado, en la que vamos a presenciar cómo tres empleados estatales desarrollan una tarea muy especial. Reubicados en un sótano en los confines del subsuelo estamental, han sido seleccionados por “méritos” obtenidos durante su trayectoria laboral, para una labor crucial en el sostenimiento del Estado del Bienestar; la reducción de costes. Armados de un listado de artistas becados de forma vitalicia, unos largos manuales de procedimientos, algo de comer y mucho de beber, irán recibiendo instrucciones. Poco más podemos contar sin destripar la obra que con acierto hace un guiño a El montaplatos de Harold Pinter, donde dos asesinos esperan instrucciones para su próximo encargo.
En escena Magdalena Broto, Marta de Frutos y Santiago Nogués dan vida a estos empleados públicos que en los pequeños espacios que les ofrece su “monótona” tarea de asignación y aplicación del algoritmo llegarán a generar la intimidad suficiente como para reflexionar sobre su función.
Esta obra nos ha traído al recuerdo dos poemas que nos parece que sintetizan el fluir del texto. El primero y conocidísimo “Cuando los nazis vinieron a por…” los Comunistas, los Socialdemócratas, los Sindicalistas, los judíos… de Martin Niemöller donde termina advirtiendo de las consecuencias del sálvese quien pueda y de la falta de solidaridad (“cuando vinieron a buscarme, / no había nadie más que pudiera protestar”), y el menos famoso, pero quizás más afilado poema del autor finlandés Claes Anderson que cierra advirtiéndonos: “Cuídate de aquellos que solo quieren vivir/ su vida en paz./ No reparan en medios”, y quizás y aún más importante, interrogándonos sobre cuál es nuestra postura con respecto a esa “paz”. ¿Qué quieren que hagamos, callemos, aguantemos con tal de conservar esa paz? Y, sobre todo, ¿qué es esa paz que nos ofrecen?
La obra nos sitúa en un futuro próximo, tanto que se parece mucho al presente, en una suerte de distopía cercana –como en la novela Lugar seguro de la que hablamos en otro artículo–, un futuro en el que las nuevas generaciones ya no recuerdan a Jimmy Hendrix. En el que Estado de Bienestar, ese que permitía, por ejemplo, salarios vitalicios para “artistas” bien relacionados –a ver si pensábamos que el bienestar iba a ser para todos—ya no es rentable. Un futuro con una pátina ocre de nicotina que suena más a regreso a un pasado casposo y rancio. A esta construcción identitaria del Liberal Catolicismo muy nuestro pero muy suyo, muy suyo como su pasado, como su relato, como sus mantillas, sus toros, su destape…
Nuestro, pero rendido al mercado. Un mercado que nos amenaza como “un fantasma (que) recorre Europa, y el mundo entero. El fantasma del mercado.” Un fantasma que se apodera del poder estatal, como si de una posesión se tratase, que no destruye por completo a su huésped, pero lo transforma para la consecución de su insaciable apetito. Y aquí aparecen nuestros protagonistas en el papel del funcionariado blindado, destinado a Asuntos Sub-legales.
Al servicio del Estado, sin preguntas, sin moral o, más bien, con la suya propia, algo que nos recuerda demasiado a las cloacas del Estado tan activas estos últimos años que, como en la misma obra nos recuerda uno de los funcionarios, serán cloacas, pero son al fin y al cabo parte del Estado. Un servicio al Estado que, dada su rendición al mercado, acaba siendo un servicio directo al mercado, por el que están dispuestos a dar vidas, primero las ajenas y, si se tercia, las propias. Porque la Vicepresidencia de recortes (o ajustes) ordena y manda, y el Estado de Bienestar ya no da ni para las prebendas y cargos vitalicios.
En esta obra transparente y directa, a veces podría serlo menos, que nos lleva por momentos a reflexiones e ideas más arduas como las de Arendt, Weiss u Orwell, al final nos mostrará la recepción de un último comunicado en la pantalla: El nuevo Partido global del Mercado insta a los “organismos competentes a extremar la liquidación de todas las partidas superfluas de los presupuestos Generales del Estado”, para “fortalecer el Mercado del Bienestar”…
Esto era, que nuestras vidas valen menos que sus beneficios. Y tal vez sea exactamente lo que ya ocurre, porque con tono o sin tono sainetero, sin necesidad de imaginar futuros peores, el capitalismo, sus destinos gobiernos y aparatos estatales, aquí y ahora devoran todo para que ocho multimillonarios tengan más dinero que la mitad de la población mundial. Y subiendo.
Lucía Nistal
Madrileña, nacida en 1989. Teórica literaria y comparatista, profesora en la Universidad Autónoma de Madrid. Milita en Pan y Rosas y en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT).