El 15 de septiembre, el gobierno, las cámaras empresariales, la Iglesia y los intelectuales orgánicos de régimen, nos convocan a reforzar nuestro nacionalismo.
Viernes 15 de septiembre de 2017
Esto como símbolo de identidad no solamente de nuestro origen, sino de la aceptación de los simbolismos que implican el sometimiento ideológico, político y cultural a la clase dominante.
Desde chicos nos inculcan esto a través del Himno Nacional (“… mexicanos al grito de guerra…”); de los “bellos” colores del lábaro patrio (“… desde niños sabremos venerarla y también por amor vivir”)o de la odiseas del “Niño Artillero” en el Sitio de Cuautla y de los “Niños Héroes de Chapultepec”.
También de la frase atribuida al General Anaya ante los invasores gringos en 1847 -“Si hubiera parque no estaría usted aquí”-, y muchas cosas más cargadas de ideología donde el ser mexicano implica reivindicar orgullosamente las tradiciones cívicas y la versión de la historia que nos imponen los de “de arriba”.
No es siquiera la historia de los vencedores -que son quienes la escriben- sino que se trata de una versión justificatoria, que no llega ni tantito a la dolorosa “Visión de los vencidos” que habla de la conquista española.
La ceremonia del 15 de septiembre, con el sonriente presidente en Palacio Nacional ondeando la bandera (la “identidad mexicana”) y una transmisión a nivel nacional, nos convoca a la unidad nacional por encima de toda diferencia social, étnica, religiosa, de género e ideológica. Donde la “unidad” de las clases se asume como una tradición en sí misma en arenga oficial –desesperada en su contenido- desde el Zócalo de la Ciudad de México.
Una unidad en torno a los más altos “valores nacionales” como son: el desarrollo del país (en realidad, el desarrollo de los negocios del capitalismo semicolonial en base a la sobreexplotación de los trabajadores) y la “buena vecindad” con el país vecino, que es un llamado a la aceptación acrítica de la subordinación al imperialismo yanqui llevada al extremo con el entreguismo de Peña Nieto ante Trump. Así como la unidad ante la crisis de la economía: “hagamos todos –explotados y explotadores- un esfuerzo”.
Pero también el nacionalismo mexicano -esa pesada loza cultural que oprime nuestras mentes y dispone de voluntades para quitarnos nuestra verdadera identidad e iniciativas- implica la aceptación de que bajo el grito de ¡Viva México!, y la gente vestida con alusiones a “lo mexicano” (sombrero charro, una banderita en una mano y en la otra un pomo de tequila, y la cara pintada a lo tricolor), todos somos iguales. Mientras tanto, los juniors “nacionales” -los que estudian en el ITAM y otras costosas universidades privadas- "festejan" a la Patria en los Estados Unidos, Europa, o lugares palaciegos en Dubai.
¿Iguales ante el TLC y las reformas energéticas? ¿Ante la masacre de Iguala y la desaparición de los 43 de Ayotzinapa?
¿Iguales ante el pago de la billonaria deuda externa y la posición ante el muro de Trump?
¿Iguales ante la indiferencia por los miles de desaparecidos, la militarización, los feminicidios y los cientos de fosas clandestinas que existen en el país? ¿Ante el maltrato y racismo que sufren nuestros hermanos migrantes en los Estados Unidos?
Un grito vergonzante de la Dependencia
¿Qué Independencia Nacional vamos a festejar cuando el país y sus gobernantes están atados a los designios de la Casa Blanca y el Pentágono? Y donde la reciente condena de Peña Nieto al régimen de Nicolás Maduro en Venezuela y la expulsión del embajador norcoreano en México, son muestras contundentes de servilismo al gobierno yanqui y a la proimperialista OEA. Lo mismo que con la recepción oficial a Benjamín Netanyahu, quien apoya el muro de Trump y mantiene bajo fuego al pueblo palestino.
¿Qué independencia podemos reivindicar cuando los sindicatos no son independientes y están sujetos al carro del Estado a través de sus dirigentes traidores? Esos sí son “charros”. Sujeción que legitima el crecimiento del trabajo precarizado.
Pero sobre todo, suena a burla hablar de independencia, no solamente porque México es un país que desde el punto de vista de la “mexicanidad” y como parte del proceso de globalización industrial, sufre un proceso de integración al proceso productivo de los Estados Unidos, sino por el proceso de transculturización que quiere incorporarnos a las costumbres estadounidenses. Esto ya no es solamente la pérdida constante de soberanía, sino de identidad nacional.
Y no se trata de la defensa del taco ante los hot dogs, o del mole ante las hamburguesas. O de volver a las tradiciones aztecas como proponen algunos, en una visión ahistórica que nos regresaría al modo de producción asiático.
Por eso, ante la falta de un “orgullo nacional”, se la perdonamos constantemente a los mediocres –pero millonarios - de nuestra selección nacional. Una selección de lo más inútil entre la inutilidad futbolística y nos hacemos fanáticos del “ya merito”; al fin, la esperanza muere al último...
La exaltación de la independencia nacional suena a engaño porque el pacto en 1821 entre Vicente Guerrero -el último insurgente que quedaba en pie- y el realista criollo Agustín de Iturbide dio paso al nombramiento de éste como el emperador Agustín l, para sacar a la Corona española de este conflicto. Así comenzó la vida independiente de México.
Por eso, en el estentóreo grito de ¡Viva México cabrones! se esconden siglos de frustración y fatalismo disfrazado de machismo. Es la maldición del Destino Manifiesto de Monroe que pende sobre los mexicanos desde 1923.
No es casual que el ¡Viva Villa cabrones! lo extendamos a esa soterrada y colectiva aspiración nacional.
Sin embargo, la burguesía nacional y la "clase política" ni por error hacen algún acto que recuerde a la toma de la población de Columbus en territorio estadounidense en 1916, por el general Francisco Villa. Y mucho menos ahora, con las exigencias de Trump.
Mario Caballero
Nació en Veracruz, en 1949. Es fundador del Movimiento de Trabajadores Socialistas de México.