Mientras Macron se jacta en el G20 de las medidas antiobreras que lleva adelante en Francia, los Champs Elysées están repletos de barricadas y miles de manifestantes son ferozmente reprimidos por un dispositivo policial no visto desde mayo del 68.
Sábado 1ro de diciembre de 2018 08:55
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“Los chalecos amarillos triunfarán”
Como ya hace semanas, los chalecos amarillos salieron otra vez a las calles de París y de numerosas ciudades francesas para protestar, no ya sólo contra la suba de los combustibles y la pérdida de poder adquisitivo, sino que piden directamente la renuncia de Emmanuel Macron, que en este momento participa del G20 en Buenos Aires. Como ya es moneda corriente en Francia, fueron reprimidos con gases lacrimógenos y carros hidrantes por las CRS (la policía nacional), golpeados y detenidos. Hay más de 60 heridos hasta el momento.
Si el sábado pasado la policía lanzó 5 mil gases y explosivos, este 1 de diciembre fue ampliamente superado. Para ver un despliegue policial como el de hoy, hay que remontarse a las represiones del mayo francés, cuando obreros y estudiantes se organizaron conjuntamente y lucharon contra el gobierno de Charles de Gaulle. Ni la lucha contra la reforma laboral, iniciada por Hollande e impuesta por Macron el año pasado, tuvo tanta fuerza policial en la calle.
Los Champs Elysées y el Arco del Triunfo se transformaron en un campo de batalla, de lucha, contra la represión de un Estado imperialista que defiende sin máscaras al gran capital, en este caso, a algunas de las petroleras más importantes del mundo, como la francesa Total.
A pesar de haber puesto enormes restricciones al derecho a la protesta, con condiciones draconianas para acceder a los Champs Elysées, identificando a cada una de las personas que circulaban por la zona y revisando pertenencias, miles de manifestantes se mantienen en las calles, enfrentando el enorme operativo represivo.
El Parlamento, por su parte, también cierra filas con el gobierno. Desde el 23 de octubre, el Senado adoptó en primer lectura un proyecto para restringir el derecho democrático a manifestarse, como tener registros sistemáticos para entrar a las columnas en las marchas, aumentar las penas a 3 años de prisión y 45 mil euros por portar fuegos de artificio y material considerado como “posibles armas” y crear un registro nacional de personas detenidas en manifestaciones, entre otras medidas propias de un Estado de excepción.
Para el Primer Ministro, Édouard Philippe, los chalecos amarillos “cuestionaron a los símbolos de Francia”, como el Arco del Triunfo donde se encuentra la tumba del soldado desconocido (soldado muerto en la I Guerra Mundial), ya que en las paredes del mayor símbolo de los Champs Elysées se puede leer: "Los chalecos amarillos triunfarán".
Según fuentes de Interior, al final de la mañana francesa las detenciones ascendían a 122. Durante la tarde la cifra fue ascendiendo a 140. Ante este panorama de absoluta violencia estatal, parece chiste que el gobierno salga a hablar de “voluntad de diálogo”. Sin embargo, eso llamado expresa en realidad las enormes dificultades que tiene el gobierno de Macron frente a los “gilets jaunes”. Hasta el momento no le funcionó ni el miedo que quiere imponer con las brutales represiones ni la deslegitimación del movimiento con los medios de comunicación serviles al Eliseo. Los chalecos amarillos se mantienen en su lucha, en las calles, erosionando la gobernabilidad (la que le queda, que no es mucha) de Macron.