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Elecciones 2023. Voto en blanco y ausentismo: malestar político frente al avance del ajuste

Los resultados electorales provinciales y diversas encuestas destacan los porcentajes de voto en blanco o la abstención. Esas opciones exponen el descontento social profundo y desinterés frente al proceso electoral. Sin embargo, no son una opción efectiva para golpear a los responsables del ajuste. Un verdadero mensaje a los poderosos y grandes empresarios es apoyar al Frente de Izquierda para dar fuerza a los reclamos y la lucha de los trabajadores y el pueblo.

Liliana O. Calo

Liliana O. Calo @LilianaOgCa

Martes 1ro de agosto de 2023 19:37

Foto | Elecciones en Chubut.

Foto | Elecciones en Chubut.

Si hacemos memoria, algunos ejemplos históricos de voto en blanco se destacan del promedio, marcados por la proscripción del peronismo. Si en la elección presidencial de Arturo Frondizi (1958) el voto en blanco fue elevado, cerca del 10%, en 1963 alcanzó su pico máximo, casi el 20% con la elección de Arturo Illia. Vale mencionar que esta modalidad de voto, a partir de la reforma constitucional de 1994, no es tenida en cuenta al momento de consagrar los candidatos ganadores ya que en ese rango se consideran solo los “votos afirmativos válidamente emitidos”.

En un registro más próximo aparecen las elecciones de 2001, que aunque legislativas, se recuerdan entre otras cosas por darse en el contexto de la crisis económica y social del fin de la convertibilidad, el momento inédito del “Que Se Vayan Todos”, una enorme crisis de representatividad. En cuanto al llamado voto “bronca” alcanzó una fuerte expresión, como parte del rechazo que provocaba la política y los políticos tradicionales: el 25% de los habilitados para votar dejaron de concurrir y el 24% que lo hicieron, votaron en blanco y nulo. El porcentaje de participación electoral fue de 75,5%. A primera vista puede resultar elevado pero, en relación al ciclo de elecciones previas, era por entonces uno de los menores porcentajes desde la restauración democrática de 1983.

Después de aquel estallido económico y la irrupción social, las demandas de aquellas jornadas fueron canalizadas desde el Estado, intentando reorganizar con éxito desigual el sistema político. En 2003, en las elecciones que consagraron a Néstor Kirchner presidente, con toda la extrañeza que lo acompañó, el voto en blanco representó el 0,99% el más bajo y en la siguiente, en 2007 en las que Cristina Kirchner resultó electa para su primer mandato, el número fue el más alto, de 6,44% en blanco. Ya en 2011, cuando ganó la reelección, el voto en blanco descendió a un 3,49%, tal vez un legado de la llamada “grieta” que se estaba constituyendo y convocaba a dar pelea en las urnas. En 2015 los votos en blanco llegaron al 2,55%, en un escenario en el que se mantuvo la polarización cuando Macri resultó electo. Luego de las jornadas de diciembre de 2017 contra la reforma previsional y ante el fracaso del gobierno de los CEO, para propios y ajenos, en las elecciones del famoso “hay 2019” se registró el 1,58% de votos en blanco, el menor desde el 2003.

En cuanto a la participación electoral, teniendo en cuenta los resultados más recientes, las cifras más altas se registraron en 1983 con el fin de la dictadura y en 1989, hiperinflación y leyes de impunidad mediante, elecciones que dieron la bienvenida al peronismo al poder, superando en ambos casos el 85%. La movilización en las calles contra los militares cobardes y genocidas, los reclamos populares y las esperanzas democráticas de las amplias mayorías se orientaron detrás de las promesas de la democracia capitalista con la que soñaron millones (“se come, se cura y se educa”). Se alentaba la participación electoral como el primer paso para construir un orden democrático. Después de 40 años, los sucesivos gobiernos capitalistas se encargaron de hacer añicos aquella célebre promesa alfonsinista y han eclipsado la confianza y expectativas: la pobreza trepó al 40%, no se cubren las necesidades básicas para vivir, el 60% de los niños del país está mal alimentado, en medio de la decadencia nacional sometidos al régimen del FMI.

A partir de la crisis de 2001 el porcentaje de participación electoral se mantuvo por debajo del 80% hasta el año 2015 y en las elecciones presidenciales de 2019 superó el 80%. Sin embargo, las legislativas de 2021 mostraron el nivel más alto de abstención desde 1983. Con la pandemia de fondo, muchas fueron las especulaciones sobre sus causas, pero el fantasma del 2001, aunque no inmediato, de tanto en tanto, asoma como problema de la crisis de representación política del régimen.

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En las tendencias que mostraron las elecciones anticipadas en varias provincias a lo largo de este año, incluida ahora la de Chubut, los porcentajes de ausentismo volvieron a llamar la atención. Son muchos los que hoy están hartos de las condiciones de pobreza, de las jornadas de trabajo extenuantes, de no tener descansos semanales y el derecho al ocio o el disfrute, de bicicletear todo el día y no llegar a fin de mes, de la precariedad laboral… No puede sorprender entonces el fastidio con los políticos que han venido gobernando para los ricos y los poderosos, no se sienten representados. Pero es necesario insistir en que el voto en blanco o la abstención no castigan porque ninguno impide que se mantengan o continúen los mismos de siempre. Y el voto útil, una categoría poco clasificable, o su versión “malmenorista” que lo que busca es que un espacio determinado pierda, llega a estas elecciones degradado porque a fin de cuentas los mandatos de los últimos años con Juntos por el Cambio o la más reciente, con el gobierno peronista del Frente de Todos no pasaron en vano. Experiencia que se amplifica a sectores de la juventud que no imaginan un futuro alentador e identifican a la “casta política” como la responsable. Aquí reside una de las huellas del deslumbramiento que provocan personajes tan retrógrados como Javier Milei, que ayudados por los medios, reducen toda su épica a venderse como outsiders, salvaguardando a los verdaderos responsables de la crisis, los grandes empresarios. El tiempo dirá cuánto de estas nuevas identidades políticas permanecerán o se esfumen como fenómenos electorales pasajeros.

Estos síntomas de desconfianza, hastío o crisis de representación hay que ponerlos en contexto, son síntomas de una imposibilidad, de la que escribe Fernando Rosso en su libro “La hegemonía imposible”, la de los condicionamientos económicos que modelan las relaciones de fuerzas sociales e impactan en las formas de representación política. Desde el ciclo que abre el retorno del régimen democrático, el capitalismo argentino logró establecer una cierta hegemonía en dos ocasiones: bajo el menemismo, que convirtió en credo policlasista el sentido común de que no había alternativas a la gran empresa neoliberal y luego, frente a las jornadas de diciembre de 2001, cuando la movilización social marcó el pulso de la política forzando a dar otras respuestas y concesiones a las demandas populares, que Néstor Kirchner tradujo en una operación restauradora del rol del Estado y Cristina Kirchner continuó hasta un poco más allá de su primer gobierno.

En la mayoría de las provincias, decíamos al comienzo, donde se realizaron elecciones adelantadas cayó la participación respecto a 2019. Con miras a las próximas presidenciales surgen varios interrogantes, ¿se mantendrán los porcentajes de ausentismo? ¿Las próximas elecciones se transformarán en el primer paso para recomponer un poder gubernamental duradero, superador, un nuevo centro, que cuente con respaldo popular? ¿O se desarrollará bajo nuevas expresiones la tendencia a la ruptura y persistencia política en las calles, que de alguna manera anidan en la reciente rebelión jujeña? Como sostiene Myriam Bregman, apostamos a impulsar esta perspectiva, somos una fuerza política que se opone a este ajuste y eso ya se vio en Jujuy, en la Reforma constituyente y en las calles, acompañando al pueblo movilizado.


Liliana O. Calo

Nació en la ciudad de Bs. As. Historiadora.

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