El ascenso de Vox no ha dejado indiferente a nadie. El partido cuyo programa hace unos meses apenas era conocido, encabezó este domingo un jolgorio de banderas españolas, menciones a Lepanto y amor por la raza.
Diego Lotito @diegolotito
Miércoles 10 de octubre de 2018
Gritos furibundos hablando de la “España viva” que se alza ante el independentismo, la llegada del islamismo, el ataque a la propiedad y a las tradiciones, la vida de ancianos y no-natos. El acto más atestado de Vox, con la asistencia de 10.000 y otras 3.000 que no pudieron entrar al recinto de Vistalegre, según ellos, se cerró con la Marcha Real y el estupor del resto del Estado español.
El acto que sirvió de presentación para el programa electoral del partido de Santiago Abascal. Sin embargo, los discursos de Abascal, Rocío Monasterio o José Antonio Ortega Lara y otros de sus líderes, no pasaban de ser evocadores, mezclando sus propuestas concretas con sentimientos nacionales y conceptos hueros y tópicos sacados de la leyenda negra, haciendo alusiones a lo que es ser español (gallardos, católicos y pendencieros) y a “gloriosos” acontecimientos de la historia de España, que ni ellos mismos comprendían -Abascal llegó a afirmar que la guerra civil empezó por un golpe de Estado del PSOE (sic).
Las líneas principales de su programa oscilan entre el fanatismo ultraderechista y los lugares comunes y contradictorios del populismo de derecha. Entre sus principales consignas está la eliminación de las autonomías o de cualquier tipo de distinción regional en pos de “la igualdad nacional” y la ilegalización de los partidos independentistas, culpables para ellos de haber dado un golpe de Estado en Catalunya. Y esto lo dicen a la par que acusan a la Ley de Memoria Histórica de ser un subterfugio para reducir la libertad de expresarse sobre el “pasado”, o lo que para ellos es lo mismo, alabar el franquismo y hacer sentencias de pésimo rigor histórico como la antes citada. Grata ironía: sólo defienden la autodeterminación de un pueblo, el español, que debiera ser mayor que sus partes, al tiempo que hacen su nación más pequeña defendiendo la voz de sólo una parte, la derecha nacional.
Otras propuestas carecen de originalidad, ya sea porque ya las hemos escuchado en boca de otros partidos de la derecha tradicional (como la derogación del aborto, por parte del PP) o porque, a pesar de lo que ellos digan, son o han sido medidas ya implementadas. Esto es lo que ocurre con su política de inmigración, que defiende las deportaciones en caliente y la demagogia de fomentar el desarrollo de los países subdesarrollados con la condición de que contengan a sus inmigrantes y refugiados. Esto guarda una semejanza obvia con las soluciones xenófobas contra los refugiados ya implementadas por Víctor Orbán, primer ministro de Hungría, el Ministerio del Interior del Gobierno de Zapatero ya llevó a cabo el mismo proyecto para frenar los asaltos a las vallas de Ceuta y Melilla mediante un plan llamado África I. Y el propio PSOE de Sánchez no se encuentra lejos de ello. Pero el odio anti inmigrantes de Vox, especialmente los de origen musulmán, prometiendo deportaciones masivas, es claramente más brutal, haciendo gala de un discurso xenófobo y patriarcal contra los inmigrantes o incluso contras los mismos pueblos dentro de la frontera.
En otro orden de cosas, Vox también promueve la ilegalización de los organismos “feministas radicales”, defendiendo la familia cristiana como pilar de la sociedad y atacando al movimiento de mujeres por considerarlo radical y por criminalizar a los hombres hasta el punto de luchar por la derogación de la Ley de violencia de género que, si bien ya limitada, es para ellos “discriminatoria”. Todo ello aliñado con medidas populistas y liberales para proteger la propiedad privada y constriñendo las competencias del Estado en favor de las empresas, reduciendo los impuestos a empresarios y favoreciendo la precariedad laboral.
El descaro con el que Vox presenta y defiende su programa, en contraposición con el PP y Ciudadanos (“la derechita cobarde y la veleta naranja”) es uno de sus sellos de identidad. Como dijo el propio Abascal, da igual que los tachen de fachas, racistas, homófobos o machistas, porque para ellos son medallas que llevan con orgullo en el pecho.
¿Por qué resulta este acto tan paradigmático? Porque por mucho que Abascal hable de la “España viva”, en cierto sentido, se refiere a la “España agonizante”. Así es que su discurso no era, salvando apariencias, ofensivo, sino todo lo contrario. Se refirieron a sí mismo como la resistencia, el mismo Abascal empezó hablando de todo lo que hay que defender, esbozando a su partido como un partido de víctimas que arrinconadas toman la desesperada.
Si la crisis del Régimen político ha obligado a los social liberales del PSOE a ofrecer una careta más “progresista” que antaño para evitar el naufragio, la derecha no podía tomar distinto derrotero. Así, tanto PP como ciudadanos vienen radicalizando su discurso reaccionario. Pero frente a la crisis de las principales instituciones del Régimen, empezando por la monarquía, el estado de las autonomías y el sistema de partidos nacido del contubernio del 78, cuya máxima expresión ha sido la emergencia del movimiento democrático catalán, también surgen variantes aún más reaccionarias para buscar una salida.
Cuando la bancarrota de la hegemonía del partido tradicional de la derecha resulta patente, tanto como infructuosa es la aptitud de la “veleta naranja” -cuyo programa es casi idéntico al de Vox pero al cual renuncian cuando lo creen oportuno-, la emergencia de Vox expresa la radicalización de un sector de la derecha que busca llevar hasta el final sin mediaciones una solución reaccionaria y centralizadora a la crisis del régimen del 78.
Vox ha triplicado sus afiliados desde el inicio del procés catalán y ha ido ascendiendo con cada política tibiamente “progresista” tomada desde el Gobierno, mientras horada la base electoral de la derecha. Se estima que le ha birlado cerca de 500.000 votos al PP. Lo que Aznar dejó como un cuerpo electoral único, está resquebrajado y asistimos a una carrera por hacerse con el control de esa hiedra que con Casado y Rivera ya tenía dos cabezas. Ahora entra en juego una tercera. Pablo Casado ofrece la cara más reaccionaria del Partido Popular para arañar votantes a Cs, pero ahora debe defenderse de los que pierde con Vox. Por su lado, Ciudadanos insiste en su estrategia falsamente de “centro”, ignorantes de que el “sentido común” de la derecha cada vez está más polarizado. El temor llega hasta tal punto que algunos medios conservadores ven en Vox un Podemos de derechas, aunque hay que reconocer que ciertamente hay elementos de ese tipo en su manejo del discurso y los medios.
Pero el desarrollo de Vox no responde sólo a cuestiones “domésticas”. Es también el eco en el Estado español la ola ultranacionalista y de derechas que se ha materializado con el acceso de Trump a la presidencia de Estados Unidos, en Europa con el gobierno de Salvini en Italia y el crecimiento de Le Pen en Francia, y en Latinoamérica con el ascenso de Bolsonaro, por nombrar sólo los casos más relevantes.
Ante este escenario, la “izquierda parlamentaria” se muestra igualmente desorientada y se acusa mutuamente de no haber frenado la radicalización de la derecha. El PSOE se espanta frente al ascenso de Vox en el Parlamento y señala al PP como principal culpable de ello; ERC lo achaca a la política del PSOE, mientras Unidos Podemos sostiene al PSOE con la ilusión de que pueda haber algún tipo de regeneración progresista de un régimen en ruinas, mientras echa un pulso a Vox acusándoles de no defender la verdadera España.
La ofensiva reaccionaria de la derecha y la extrema derecha no puede enfrentarse en el parlamento y los marcos del régimen monárquico, que bien puede considerar a Vox un hijo legítimo. Sembrar ilusiones, como hace Unidos Podemos siguiendo al PSOE, en que es posible regenerar una democracia degradada que sólo ha funcionado para los ricos, no puede más que fortalecer a la extrema derecha, mientras desarma a la clase trabajadora y los sectores para enfrentarla.
Ante la crisis del régimen y las salidas reaccionarias que se preparan para superarla, lo que hace falta es plantear una salida democrática y anticapitalista. Lo que toca es luchar por imponer mediante la la lucha de clases la apertura de procesos constituyentes libres y soberanos, en los que la mayoría obrera y popular tenga el derecho de decidirlo todo: la cuestión de la monarquía y la forma del estado, el derecho de autodeterminación, el pago de la deuda, cómo terminar con el paro, la precariedad, la falta de vivienda, la crisis de la sanidad y un largo etcétera de reivindicaciones populares insatisfechas. En la lucha del pueblo catalán por su autodeterminación, así como en el masivo movimiento de mujeres, y especialmente en las crecientes luchas obreras que recorren el Estado, hay que buscar las fuerzas para bregar por esta perspectiva y derrotar a la derecha.
Diego Lotito
Nació en la provincia del Neuquén, Argentina, en 1978. Es periodista y editor de la sección política en Izquierda Diario. Coautor de Cien años de historia obrera en Argentina (1870-1969). Actualmente reside en Madrid y milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español.