En un recital inolvidable, La Izquierda Diario estuvo presente en la capital de Uruguay para anticipar lo que esta noche promete ser una gran velada en Buenos Aires del cantautor australiano.
Miércoles 10 de octubre de 2018
Una noche inolvidable con Nick Cave & The Bad Seeds en Montevideo
Finalmente, Nick Cave y sus Bad Seeds concretaron su visita a Sudamérica luego de 22 largos años de espera, la que los traerá esta noche a Buenos Aires en el Estadio Malvinas Argentinas. Ayer fue el turno de Montevideo, en un paradisíaco y colmado Teatro de Verano en la Rambla, y bajo un cielo que a la postre coronó el espectáculo con una lluvia épica.
Se presentó rodeado de músicos de una calidad impecable, como acostumbró en toda su carrera, y a pesar de que sólo sobreviven unos pocos “históricos”: el soberbio baterista alemán Thomas Wydler (se mantiene como miembro estable prácticamente desde la fundación de la banda), el bajista Martin Casey, el percusionista Jim Sclavunos, y fundamentalmente el lugarteniente del viejo Nick, el multiinstrumentista, orquestador y carismático Warren Ellis, quien con la partida en 2009 de Mick Harvey (mano derecha musical y espiritual del cantautor australiano) se hizo cargo del rol arquitectónico del sonido Bad Seed, con algunas dudas al comienzo, pero que pudo redondear dos trabajos brillantes (Push the sky away de 2013 y Skeleton tree de 2016), y es en parte responsable de este nuevo resurgir de Nick Cave. Se suma el guitarrista James Johnston con la pesada carga de “reemplazar” al genial Blixa Bargeld.
La espera terminó: Nick Cave en Sudamérica
A diez minutos de las 10 de la noche, y bajo un cielo encapotado, Nick Cave & The Bad Sseds hicieron su imponente aparición con la angustiante “Jesus alone”, ejecutada con una precisión maquinal. El escenario está dispuesto para que el hiperkinético Cave, esta especie de cruza casi simétrica ente Scott Walker, Leonard Cohen e Iggy Pop, tenga un espacio para nutrirse de la energía y el calor de su gente, lo que inevitablemente redunda en lo emotivo y mágico de su perfomance expresiva, tanto en su despliegue vocal y físico, como en lo puramente musical. Durante las poco más de dos horas que duró el show, el australiano recorrió el escenario acompañando y estimulando a sus músicos, se lució en esa especie de corralito que lo ponía literalmente cuerpo a cuerpo con el público, repartiendo abrazos y arengas varias en la cara misma de los fans, convirtiendo el “¿podés oír latir a mi corazón?” como el leit motiv que estructuraría todo el recorrido por los demonios internos del australiano. La interpretación de Nick Cave es visceral y desgarradora hasta en los momentos más intimistas.
El show comenzó con una serie de composiciones de su últimos dos discos, los mejores de las últimas décadas; una tensa e inquietante calma que incita a una explosión contenida: “Jesus alone”, “Higgs Boson Blues” y “Magneto” conformaron un tándem perfecto para una apertura sin fisuras: Nick Cave pone el corazón en manos de su gente para pasar a un tramo del set donde va a jugar a arrojarse a los abismos del infierno, y demostrar que en su mundo interior el infierno no es otra cosa que la cara omnipresente de una sensibilidad inestable pero esperanzadora. “Do you love me”, “From her to eternity” y “Loverman” expusieron estos extremos al máximo, a niveles ensordecedores, pero principalmente mostraron el camino que recorrería el resto del repertorio: casi todas las canciones siguieron esta especie de tendencia a la implosión autodestructiva: “Red right hand”, “Shoot me down”, la apoteósica y demoledora “Jubilee Street”, o el blues punk industrial de “Tupelo”, que con su estética desértica ofició como ritual para atraer a una lluvia que había amenazado al cielo montevideano durante casi todo el fin de semana.
Uno de los momentos más emotivos del show estuvo en la interpretación de “The weeping song”, donde Nick Cave se animó a pasar del otro lado para terminar cantando abrazado y sostenido por los aires a lo lejos del escenario, en la parte superior de las gradas, mezclado con el público, disfrutando como un niño travieso que se escapa para jugar en el parque con sus amigos.
“Finalmente, aquí está la puta lluvia”
Si algo le faltaba a una noche casi perfecta, era el merecido diluvio como telón de fondo para el cierre del show: mientras sonaba la terrorífica y cuasi rapeada “Stagger Lee”, y Nick hacía subir al escenario a un grupo de espectadorxs para que lo acompañaron bailando, finalmente se desató esa lluvia que le imprimió una dosis de heroísmo extra a una actuación de por sí memorable. Lejos de amedrentarse, el agua invitó a Nick Cave a cantar de manera feroz el último tramo del memorable concierto: “Push the sky away” fue el cierre ideal, con sus “invitadxs” sentados escuchando al predicador, antes de los bises de “City of refugee” y “Rings of Saturn”, de una intensidad emocional conmovedora.
El final, a pura lágrima y felicidad, dejó la sensación de que además de presentar un show musical, estético y emocional sin fisuras y casi perfecto, Nick Cave pactó con el demonio un marco de relámpagos y tormenta eléctrica inolvidable, que lo ayuda a seguir dotándose de vitalidad y vigencia, cuando los mejores años ya son historia. Así, entonces, larga vida al conde de las tinieblas y sus malas semillas del infierno.