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Red Internacional
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A PROPÓSITO DE CORDERA. Y tu cabeza está llena de ratas...

Quiso deslindar responsabilidades. Dijo que fue sacado de contexto. La ola de repudio fue inmediata. Es que cuando se habla de violación, no se habla de sexo. Se habla de violencia.

Andrea D'Atri

Andrea D’Atri @andreadatri

Jueves 11 de agosto de 2016

El músico, transgresor y rebelde, había dicho, frente a un grupo de estudiantes de periodismo, que "es una aberración de la ley que si una pendeja de 16 años con la concha caliente quiera coger con vos, vos no te las puedas coger. Hay mujeres que necesitan ser violadas para tener sexo porque son histéricas y sienten culpa por no poder tener sexo libremente." También había agregado que "si yo tengo algo bueno para darte puedo desvirgarte como nadie en el mundo. A mí hablame de cómo te sentís y te entiendo, pero si me hablás de los derechos no te escucho porque no creo en las leyes de los hombres, si en las de la naturaleza."

Uno de los estudiantes allí presentes, dio a conocer estas declaraciones en una red social. El estupor dio paso al asco y a la bronca. La denuncia se viralizó y, entonces, el asco y la bronca se convirtieron en repudio y condena social.

El músico, transgresor y rebelde, no calculó que las "incorrecciones políticas" que habitualmente le permiten promocionar sus discos, encuentran un límite en una sociedad que protagonizó, recientemente, una de las movilizaciones más multitudinarias de las que se tenga memoria en las últimas décadas exigiendo #NiUnaMenos, contra la violencia machista. No advirtió (o no le importó) que, cuando se habla de violación, no se habla de sexo. Se habla de violencia.

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Cuando se habla de violación, no se habla de sexo. Se habla de violencia.

Desde los remotos tiempos en que se originó la propiedad privada, se encuentran testimonios de la práctica masculina de la violación de mujeres. Las historias antiguas revelan escenas de raptos de mujeres y de su sometimiento sexual, en otras tierras, lejanas a las de sus ancestros. La violación, en las sociedades precapitalistas, era una cuestión de Estado. Como señala la antropóloga Rita Segato, se trataba de "una extensión de la cuestión de la soberanía territorial, puesto que, como territorio, la mujer y, más exactamente, el acceso sexual a ella, es un patrimonio, un bien por el cual los hombres compiten entre sí."

La historia de nuestro continente mestizo es un claro ejemplo de ello. La violación de las mujeres nativas era una prerrogativa de los varones "conquistadores", tanto como la posesión de las tierras "descubiertas". Este significado remoto de la violación de mujeres, se reactualiza en cada conflicto armado. Es que, en las sociedades patriarcales, las mujeres son el grupo social en el que reposa el honor de la comunidad; su violación no es sólo un acto de crueldad, tortura y violencia contra ellas, sino contra la comunidad toda. O, mejor dicho, es un acto de disciplinamiento y sometimiento de los hombres de esa comunidad, cuya virilidad queda mancillada por no haber sido capaces de resguardar la "honra de sus mujeres".

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Si a ello se añaden cuestiones de identidad étnica o religiosas, se advertirá que las violaciones perpetradas por tropas de ocupación, contra las mujeres del territorio ocupado, también persiguen el propósito de extinguir, mediante la reproducción mestizada, a ese grupo identificado como "el enemigo".

Desde este punto de vista, la violación es un crimen contra la propiedad, un "asunto entre varones", que disputan el dominio sobre sus mujeres/territorio; que combaten entre sí para resguardar la herencia y la continuidad de la estirpe o imponer otra. Los victimarios, son varones, al igual que las víctimas, que son los varones cuyo honor ha sido mancillado, cuyas tierras han sido apropiadas, cuya sangre ha sido "contaminada", cuya descendencia ha sido deslegitimada, a través de la violación de "sus" mujeres.

La violación de las mujeres nativas era una prerrogativa de los varones ’conquistadores’, tanto como la posesión de las tierras ’descubiertas’.

Con el desarrollo del capitalismo, y más tardíamente que el varón, la mujer se convirtió en ciudadana. La ciudadanía le otorgó, a la mujer, derechos y capacidades de las que, anteriormente, carecía, incluyendo el consentimiento. Aquello que sólo el patriarca podía decidir -el padre, mientras era soltera; el marido, cuando se casaba-, ahora corre por su cuenta. Desde ahora, la violencia sexual es su problema. Vestirse de tal o cual manera, recorrer tales o cuales sitios a tales o cuales horarios, tener o no tener determinadas conductas, la convierten en responsable de la violencia sexual de la que puede ser víctima.

Entonces, la sociedad capitalista patriarcal le reserva este doble mensaje a las mujeres: han conquistado su individualidad, su autonomía, su ciudadanía como esclavas asalariadas y como consumidoras; pero lo han hecho en el marco de un ordenamiento en el cual el dominio de las clases poseedoras de los medios de producción se entrelaza con el dominio interclasista de los varones sobre las mujeres. La violación adquiere, bajo estas condiciones, el carácter de una demostración de fuerzas, una certificación de quién tiene el poder. Por eso, la violación no es sexo. Es una demostración violenta de poder, es control, es crueldad, es tortura.

La violación no es sexo. Es una demostración violenta de poder, es control, es crueldad, es tortura.

Los mitos que circulan acerca de la violación se inscriben en esta cultura patriarcal en la cual, la violación es sexo. Sexualidad masculina que "necesita" descargarse, porque está inscripto en una supuesta naturaleza. Sexualidad masculina que brinda un goce a la mujer incapacitada para disfrutar del sexo. Las bromas circulan aún en los ambientes más progresistas: "Si te van a violar, relájate y goza"; "a tu edad, agradecé si a alguno se le ocurre violarte"; "si yo fuera mujer, me dejaría", y muchas más.

Según la interpretación patriarcal, las mujeres tendrían la capacidad de provocar, aun involuntariamente, el deseo masculino. Pero aún peor, a esta capacidad innata, se agrega el poder, esta vez sí voluntario, de negar la satisfacción de ese deseo que se provocó impensadamente. Desde este punto de vista, la repulsión de las mujeres, la negativa a satisfacer ese deseo masculino, es considerada una estrategia de seducción. De ahí a que un "no" sea interpretado como un "sí", hay un paso. El paso que convierte al deseo masculino en un abuso, una violación, una acción no consentida sobre el cuerpo de la mujer. Es decir, en un acto de violencia sexual.
Cuando, además, el poder masculino se refuerza con el poder que le otorga ser un superior jerárquico, una autoridad, una persona admirada ciegamente, la vulnerabilidad de la víctima aumenta desproporcionadamente, como también crece la responsabilidad de quien comete el acto de violencia.

La repulsión de las mujeres, la negativa a satisfacer ese deseo masculino, es considerada una estrategia de seducción.

Según los países, se denuncia una de entre 10 a 20 violaciones y se condena a menos del 10% de los acusados, mayoritariamente a aquellos que confiesan ser autores del hecho. La impunidad es enorme, porque la cultura patriarcal condena a la víctima, mientras la violación encuentra miles de justificaciones en una supuesta naturaleza masculina, en que ella se lo buscó, en que de todos modos la disfrutó...
Esa cultura patriarcal se crea, se legitima y se reproduce, permanentemente, también con gestos aparentemente inocuos. Lo que menos necesitamos es que personas públicas, con gran influencia social, también la refuercen.

Según los países, se denuncia una de entre 10 a 20 violaciones y se condena a menos del 10% de los acusados.

Por suerte, las mujeres con nuestra lucha y esa multitudinaria e histórica movilización que surgió del más profundo hartazgo ante la violencia de la que somos víctimas, marcamos un antes y un después. Y cuando dijimos #NiUnaMenos, sembramos la conciencia en millones de personas que hoy no permiten que ni uno más reivindique, tan impunemente, la violencia contra las mujeres. Ninguno que tenga la cabeza tan llena de ratas. Ni Cordera.

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Andrea D’Atri

Nació en Buenos Aires. Se especializó en Estudios de la Mujer, dedicándose a la docencia, la investigación y la comunicación. Es dirigente del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Con una reconocida militancia en el movimiento de mujeres, en 2003 fundó la agrupación Pan y Rosas de Argentina, que también tiene presencia en Chile, Brasil, México, Bolivia, Uruguay, Perú, Costa Rica, Venezuela, EE.UU., Estado Español, Francia, Alemania e Italia. Ha dictado conferencias y seminarios en América Latina y Europa. Es autora de Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en (…)

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