Entrevistamos a Yamila Balbuena, militante feminista, profesora de Historia en la FaHCE y la UnQui, sobre cómo afecta la pandemia en la vida de las mujeres y en los distintos grupos sociales.
Magdalena Ramos @Maguiramos_ Estudiante de Derecho/ UNLP
Sábado 4 de abril de 2020 19:37
Ante esta crisis yo creo que algo fundamental es pensar con las herramientas de las Ciencias Sociales y contextualizar en relación a otras crisis que sucedieron a lo largo de la historia y que significaron un quiebre y un repensar nuevos horizontes. Crisis que a la distancia se ven con claridad pero que para los contemporáneos se torna algo mucho más difuso. La cercanía con los acontecimientos en general no te permite poder pensarlos en toda su magnitud, por eso me parece importante reflexionar y no abandonar la mirada crítica en relación a lo que viene sucediendo. No podemos caer en discursos inocentes ni en la presentación tan transparente que nos hacen de los hechos.
En este sentido opino que el discurso del aislamiento social preventivo es el discurso del Estado y que, más allá de la política pública desplegada en torno suyo, es clave replantearnos otros discursos, debates y medidas que podemos darnos desde los movimientos sociales, los círculos intelectuales, organizaciones políticas y el movimiento feminista.
El paradigma desde el cual miramos no puede ser el mismo que el del Estado y repetir acríticamente el eslogan de “quedate en tu casa”, porque esta consigna y las medidas con las que viene asociada carecen en primer lugar de la perspectiva histórica que da cuenta de que para muchísimas personas el hogar no es un lugar seguro.
Históricamente las feministas decíamos “democracia en las plazas y en las casas” para remarcar la jerarquía y desigualdad que se despliega en torno a la organización familiar. La familia no es un ente armonioso comunitario ideal, en muchos casos en esas unidades está el golpeador, violador o quienes no reconocen la propia identidad. No basta con poner un número telefónico, es necesario dar cuenta que hay un montón de personas que no están seguras en sus casas, sino que son lugares que las ponen directamente en peligro.
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Me parece importante hacer hincapié en una cuestión concreta que es que la posibilidad de quedarse en las casas, con bienes y cierto grado de confort, es una posibilidad, una política y un discurso que es fundamentalmente para la clase media. Hay amplios sectores que no tienen condiciones materiales para poder cumplir el aislamiento y que se ven expulsados hacia afuera, donde se encuentran con las medidas represivas del estado.
Hoy vemos en muchos casos el accionar de la policía, gendarmería y demás reprimiendo a sectores populares sin dar cuenta de esas condiciones materiales. Yo salgo a la calle y nadie me va a dar un balazo de goma por ir a comprar al almacén, pero no ocurre así en todos los lugres ni con todos los sectores sociales. Tenemos una mirada muy porteñocéntrica y hay que remarcar que no es lo mismo lo que pasa acá que lo que pasa en La Pampa, Chaco o en otros lugares, y me parece que es ahí donde hace falta una mirada más compleja.
Ya lo han teorizado ampliamente, pienso en Hannah Arendt y en tantísimas otras personas que han analizado cómo funciona el mecanismo del miedo, algo que nosotros hemos vivido en carne propia con el terrorismo de Estado. El miedo paraliza, buscando la obediencia o el atomizamiento. Frente a esto no hay que perder de vista que somos sujetos, y que podemos elegir. Es necesario que pensemos y utilicemos todas las herramientas que tenemos para dilucidar y diferenciar lo que nos parece cierto de lo que no, lo oportuno de lo que no lo es, porque en el vínculo entre el miedo y la obediencia reside un germen autoritario o totalitario. Esto no significa llamar a la desobediencia civil y comportarse irresponsablemente y violar todos juntos la cuarentena, no estoy diciendo eso.
Lo que quiero decir es que necesitamos recuperar espacios personales y colectivos (aunque sea a través de la virtualidad) que nos permitan pensar y accionar aunque sea ante mínimas cosas. Si la consigna del estado es “quedate en tu casa” esa no puede ser nuestra consigna, sino que nuestra propuesta seguramente tenga más que ver con que la salida a esto es desde la solidaridad y desde el feminismo, que son nuestros valores previos y que es la manera ética en que nos referenciábamos antes del coronavirus. Se trata de pensar en perspectiva y seguir desde donde veníamos, con los anteojos violeta y la perspectiva raza, clase y género con la que pensamos la sociedad, el mundo, el pasado, etc.
Como trabajadora de la educación y como educadora popular y feminista mis reflexiones en estos momentos tienen que ver en torno a un cierto desajuste entre ciertas medidas de las instituciones o del Estado, que son medidas extremas de parálisis de la economía y confinamiento doméstico, y a la vez una exigencia de continuidad como si esto fuera posible.
Hay, por ejemplo, cierta ficcionalidad de lo pedagógico en la que se instituye que las clases tienen que continuar con normalidad. Vemos familias abocadas a la resolución de tareas hogareñas con muchísimas dificultades. Vemos docentes, en su gran mayoría mujeres, dando clases virtualmente con sus hijes ahí con ellas o al cuidado de algún adulto mayor, con la exigencia de seguir como si nada pasara, como si no hubiera incertidumbre, como si tu hogar fuera un lugar apto para el trabajo, como si la conexión de internet de tu casa te diera como para sostener un aula virtual o meterte todos los días a las aplicaciones y los programas y poder responder las consultas de los alumnos. Eso me parece esquizofrénico y frustrante, y es terrible que nuestros sindicatos docentes no digan ni una palabra respecto a esto que nos viene sucediendo a la gran mayoría.
Cuando se anuncian las primeras medidas de asueto administrativo y continuidad de las clases lo que se da es una invisibilización del lugar de muchas. Una no es madre por un lado y trabajadora por el otro. El sistema educativo no contempla que una madre que tenga a cargo a un menor saque por ejemplo una licencia para cuidar a su hijo en su casa porque eso no es causal, y vos tenés que trabajar y cuidar a la vez como si fuera posible.
Hay una invisibilización total del cuidado como trabajo, de las tareas de trabajo doméstico y del sostenimiento del hogar ya sea económico o afectivo, lo que las feministas venimos denunciando hace tantísimo tiempo. Y esta ceguera de género no se salda con poner una línea telefónica paralela o con decir algo en una conferencia de prensa, se salda con medidas concretas que impliquen a aquella persona que realiza lo que nosotras decimos trabajo no remunerado.
Necesitamos que eso que llaman “amor” esté contemplado, en esto esta pandemia nos serviría de algo, para ver algo que hasta ahora no vimos.
Si no hay una línea de continuidad entre el antes y el después el horizonte de cambio y transformación se achica. A mí me resulta muy preocupante cómo naturalizamos y damos por descontado que todos los estudiantes tienen conectividad, que pueden continuar sus estudios como si acá no pasara nada, cuando no es esta la realidad. ¿Cuál es nuestro rol hoy? Esta es la pregunta que nos tenemos que hacer cada uno desde su lugar. ¿Mi rol es seguir dando clases sobre la revolución de Haití en un aula virtual o mi lugar está en otro lado? ¿Puedo seguir sosteniendo mi trabajo en mi casa a la vez que cuido a mi hija, como si no pasara nada? ¿O es necesario que yo haga evidente esto que para muchos otros sigue invisible?