Millones de asalariadas conforman una robusta clase trabajadora. Este 8 de marzo, en el Paro Internacional de Mujeres su grito recorre el mundo.
Miércoles 7 de marzo de 2018
Millones de manos asalariadas dejan la vida en la oficina, la tienda, la fábrica o maquila, después de 10 o 12 horas la jornada no termina, continúa en la casa. Miles son desplazadas por la guerra, miles dejan sus pueblos para buscar trabajo, migran, las roban, las secuestran y torturan. Mientras la Iglesia encubre a pederastas y se hace amiga del narco, persigue la decisión sobre nuestros cuerpos y nuestra formas de amar.
El retrato más crudo en nuestro país son las calles que se adornan con pesquisas de mujeres desaparecidas, los ataúdes en cada municipio de mujeres asesinadas: un pacto patriarcal que parece irrompible.
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El silencio se rompe de vez en cuando, en el grito de las Jornaleras de San Quintín, en las obreras de la maquila, en las madres que buscan justicia, en las jóvenes que alzan la voz contra la violencia. Donde los agravios y flagelos nos hermanan, pues tenemos un enemigo común y no es el compañero de al lado. Por el contrario, en nuestra lucha se hace necesario construir alianzas con las mujeres de la clase trabajadora al frente junto a los desposeídos.
Nuestros enemigos son quienes son los garantes de la miseria, quienes viven a costa de nuestro trabajo y les sirve la violencia contra nosotras para mantenernos oprimidas y explotadas en silencio.
Luchamos para ser felices, no estamos dispuestas a dejar nuestra vida en el trabajo, caminar con miedo en las calles, seguir llorando por nuestras compañeras asesinadas, ver morir por hambre, abortos clandestinos o enfermedades curables. ¡No estamos dispuestas!
Por eso nuestro grito es contra este sistema que nos roba la vida. Por eso este 8 de marzo nuestra lucha antipatriarcal es también anticapitalista.
