No solo te esfuerces por el pan, sino que pelea para que tus hijos, los hijos de la clase obrera, no sufran el dolor físico y mental que las extenuantes jornadas de trabajo dejan.

Roberto Amador Obrero de Madygraf y docente de escuela secundaria
Sábado 11 de noviembre de 2017 14:12

Me encontré con muchos de ustedes. En 20 años de obrero industrial los vi de a miles, cuantos nombres u apodos rondan en la memoria. Fui a sus casas: mate, almuerzo y cena compartimos. Nunca me negaron el acogedor calor de hogar, de su casa. Ni sus hijos han escondido la cálida sonrisa infantil con mi presencia. Yo siempre fui “el negro” para muchos. Los vi sonreír, sobradamente felices a ellos, altamente orgullosos a ustedes por el esfuerzo cotidiano de llevar el pan a la mesa. Porque no decirlo también, los vi llorar cuando no hubo plata para comprar un par de botines al pibe, porque a los hijos no se les puede decir “que no hay”, decía mi mamá. Ella siempre lo decía y salía a rebuscársela como solo el ingenio que surge de los malos momentos lo hace.
Un día mientras el robot giraba implacablemente sobre su eje mecánico, y el poco viento que abundaba dentro del galpón de la fábrica trajo el estruendoso prensado de los capot y de las puertas de las camionetas que se estampaban en el sector de prensas, escuche decir a un amigo, que él nunca pudo estar con sus hijos en los momentos claves, de la vida por su puesto. “El día que mi hijo dio el primer paso yo estaba trabajando de tarde, negro”, me dijo, con una severa nostalgia en el tono, “desde que comenzó la escuela nunca pude acompañarlo el primer día”, así como estas una infinidad de anécdotas, trágicas algunas. Cosas que parecen triviales para los oficinistas de RRHH, hacen de las penas de los hombres un cúmulo de sensaciones amargas en un mundo de máquinas dinero y poder: “las penas son de los hombres, las vaquitas son ajenas”, dice la canción.
Alguien también me dijo, transpirado y cansado, que cuando su hijo le preguntó de que trabajaba no supo que contestarle. Pensó que estar cargando el dispositivo de un robot era tan poca cosa para él padre de un niño que espera héroes, que se le ocurrió la brillante historia de decirle que era domador de dinosaurios. Domador de dinosaurios, pensé, mientras el robot se estiraba de tal forma para cumplir su endiablado movimiento longitudinal. Si un día soplara tan fuerte el viento que haría volar las chapas de todas las fábricas del mundo, los niños descubrirían a los héroes que doman dinosaurios cotidianamente con el sacrificado objetivo de que ellos no mueran de hambre.
Pero ya no alcanza con el esfuerzo estoico y sacrificado, con el empuje individual pero necesariamente colectivo para poner en movimiento la jornada. No es digno decir “yo ya no me preocupo por mí”, “mi tiempo pasó y perdí la oportunidad”, “Ahora lo hago todo por mis hijos”. ¡Ya no nos alcanza!, el cuerpo dirá basta en algún momento. La máquina literalmente devora espaldas, brazos y piernas pero lo centralmente nocivo es que pudre el cerebro, porque nos quieren bestias, y que las bestias le den más bestiecitas en el futuro, para que así también se cumpla el ciclo del beneficio de unos pocos (los empresarios y poderosos) y la miseria de muchos (los trabajadores y sus familias).
Buscamos la mejor educación para nuestros hijos, queremos la mejor comida, “nos sacamos el pan de la boca” para que no pasen hambre, pero por más que juntemos moneda por moneda para pagar el colegio privado, por más que resignemos el auto que trabajando doce horas seguro pudimos comprar, no alcanza. ¿Sabés porque no alcanza? Porque vos querés que tu hijo no viva lo que viviste vos, porque vos no queres que la sude al pie de la una maquina o manejando un “bondi”, ¡no lo querés!, ¿Quién quiere que la vida sea tan trivial como esa fórmula de biología que nos enseñan en la escuela: nacen, crecen, se reproducen y mueren? Pero eso es imposible, y los ricos y poderosos lo saben. No todos se salvan en el capitalismo.
Yo pienso que a vos tus hijos te importan mucho, pero si realmente te importa ese futuro, piensa que el mismo está en peligro. Por ejemplo no mires la reforma laboral con la resignada nostalgia del pasado que se va, mírala con la rabia de un futuro amenazante, no solo para vos que ponés el cuerpo, no solo para vos que le decís a tu hijo, como diciéndole yo te voy a salvar, “estudia para que no trabajes como yo”. Mi propio viejo que toda la vida trabajo de albañil y perdió parte de la visión por la cal que le quemo literalmente los ojos se avergonzaba de ser un domador de dinosaurio, pedía traje y corbata para su hijo, pero nunca quiso ver que traje y corbata hay para pocos, y ese es un error que se repite. No lo repitas. No todos se salvan en el capitalismo.
No solo te esfuerces por el pan, sino que pelea para que tus hijos, los hijos de la clase obrera, no sufran el dolor físico y mental de las extenuantes jornadas de trabajo dejan, no los condenes a repetir como vos que su "momento paso”. El momento es ahora, no paso. No sirve encerrarse en el dormitorio, llorar y resignarse. Todo tiene un límite. Vos lo sabés.
Los empresarios y gobernantes nos tienen miedo. ¡Nos tienen miedo, entendelo! Por eso necesitan a la CGT y sus matones que meten miedo para que no cuestiones, “entreguemos algo para no perder todo”, pero ya le dimos parte de nuestra vida, ¿Qué más quieren?, hasta nuestros muertos tienen. El gobierno dice, “tenemos armas y cachiporras”, tengan miedo: por eso sacan más policías y gendarmes a la calle, para que te calles. En el vértice todos están de acuerdo en que no luches, Cristina también firma el trato y por eso pide Paz cuando hay un gobierno que hambrea al Pueblo. ¡No es momento de silencio! Ellos saben lo que vos no sabés, o lo que realmente sabes y le tenes miedo. No seas cobarde, sin miedo no hay coraje.
Saben muy bien de vos domador de dinosaurios, saben de esa fuerza numérica. Leen tu historia y se asustan. Acá es concreto y la calle te enseña; somos millones, ellos tan pocos. Nos paramos de mano todos juntos y no hay gobierno que aguante, y pararse de mano ante la adversidad de la vida es la mejor enseñanza que les podemos dar a nuestros hijos, porque la comida es necesaria pero la moral es la que nutre nuestra firme cabeza en alto, porque no somos bestias de carga y no podemos condenar a nuestros hijos a serlo.
Atte. Un domador de dinosaurio.