A continuación, presentamos como adelanto para lxs lectorxs de Ideas de Izquierda, la introducción del libro De la movilización a la revolución. Debates sobre la perspectiva socialista en el siglo XXI de Matías Maiello (Ediciones IPS, 2022). El mismo fue publicado recientemente en simultáneo en Argentina y el Estado Español. Puede conseguirse en la red de librerías del Instituto del Pensamiento Socialista, a través de la web en la página de Ediciones IPS, y en las principales librerías del país.
Introducción
La fusión entre el socialismo y el movimiento obrero es el problema nodal de la teoría política marxista. Alrededor de él orbitan la táctica, la estrategia, el programa y la organización. De los diferentes abordajes y respuestas a este problema se han desprendido históricamente las grandes tendencias del marxismo. Como señalara Perry Anderson en sus Consideraciones sobre el marxismo occidental, buena parte del siglo XX estuvo marcada por la escisión entre la teoría socialista y la práctica de la clase obrera. Un factor determinante fue la burocratización de la URSS y la consolidación del stalinismo. Desde ese entonces mucha agua ha pasado bajo el puente, sin embargo, la ligazón entre el socialismo y el movimiento obrero sigue siendo, en nuevos términos históricos, el gran problema del marxismo.
A más de 30 años desde la caída del Muro de Berlín, luego de décadas de ofensiva capitalista y retroceso del movimiento obrero, es indispensable reactualizar esta problemática y volver a ubicarla en el centro del debate marxista. Más aún cuando se está delineando un nuevo escenario internacional marcado por la caída del “muro de Wall Street” –a partir de la crisis de 2008–, por la guerra que ahora volvió a cernirse sobre territorio europeo con consecuencias globales, así como por procesos de movilización y revueltas que vienen atravesando durante la última década los más diversos países, aunque no han dado lugar aún a nuevas revoluciones.
Nuestra indagación sobre aquel problema nodal del marxismo está necesariamente vinculada a los fenómenos políticos y de la lucha de clases que este escenario suscita: cuáles son las vías a través de las cuales todas aquellas fuerzas desplegadas por el movimiento de masas pueden evitar ser disipadas o canalizadas en los marcos de los Estados capitalistas y dar lugar a las revoluciones del siglo XXI. Aunque el título de este trabajo se emparenta con el de un clásico libro de Charles Tilly sobre la acción colectiva, From Mobilization to Revolution [1], y contiene ciertas problemáticas comunes como el desarrollo de situaciones de “doble poder” –que Tilly, retomando elaboraciones de Trotsky, refería como “soberanía múltiple”–, el enfoque que proponemos aquí está estrechamente vinculado a la mecánica de clases y a las vicisitudes del programa socialista.
El concepto de “revolución”, una y otra vez, pretendió ser desterrado, pero las revueltas de los últimos años han contribuido a poner en primer plano uno de sus elementos distintivos: la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos. En tiempos normales la historia parece estar a cargo de los ministros, los burócratas, los parlamentarios, los grandes medios de comunicación, pero cuando esta normalidad entra en crisis, cuando el orden establecido se hace insoportable para las mayorías, estas rompen las barreras que las separan de la escena política. Bajo estas circunstancias, en las revoluciones las masas derriban a sus representantes tradicionales y, con su intervención, crean un punto de partida para un nuevo régimen [2].
Preguntándose sobre el concepto de revolución, Fredric Jameson destaca dos dimensiones. Por un lado, aquella que refiere al acontecimiento, cuando la polarización alcanza su máximo nivel y “constituye el momento único en el que la dicotómica definición de clase se ve concretamente realizada” (desde este punto de vista, la definición de Carl Schmitt de política –con su distinción entre “amigo” y “enemigo”– sería en realidad “una aprensión distorsionada de la revolución como tal”). Por otro lado, sostiene que
… la revolución es también el único fenómeno en el que la dimensión colectiva de la vida humana surge hasta la superficie como estructura central, el momento en el que una ontología colectiva puede por lo menos ser aprehendida de otra manera que no vaya adjunta a la existencia individual… [3].
Podríamos decir que ambas dimensiones hacen de la revolución un punto de vista indispensable para entender el trasfondo de la política en general y de la socialista en particular.
Por su parte, Alain Badiou decía que “un acontecimiento no es la realización de una posibilidad inherente a la situación misma […] un acontecimiento abre la posibilidad de lo que desde el estricto punto de vista de la composición de esa situación o de la legalidad de ese mundo, es propiamente imposible” [4]. Efectivamente, la irrupción de la creatividad de las masas en la historia marca un antes y un después que hace posible lo previamente imposible o, en otras palabras, amplía las fronteras de lo posible. Por eso el “posibilismo” o la política de gabinete es incapaz de entenderla. Pero la revolución tampoco tiene la estructura del milagro, se encuentra inmersa en todo un entramado de experiencias y combates previos. La importancia decisiva de la preparación político-estratégica surge de la necesidad de generar una voluntad colectiva obrera y popular para aprovechar políticamente esos momentos de grandes choques históricos y ser capaz de decidir el resultado.
Una de las cuestiones más complejas en este sentido es cómo vincular determinada práctica con un proyecto socialista en situaciones que no son revolucionarias. En la actualidad, frente a un escenario de fragmentación del movimiento obrero y de debilidad de las fuerzas revolucionarias, un problema central pasa por romper la relación circular entre procesos de movilización y de institucionalización. Esta termina configurando un verdadero ecosistema de reproducción de regímenes burgueses en crisis, donde al tiempo que se desarrollan fenómenos de derecha y ultraderecha, se suceden frentes “anti” estas variantes –“antineoliberales” o “populismos de izquierda”– que ofician de válvula de escape para sostener políticamente un capitalismo cada vez más imposibilitado de consolidar nuevas hegemonías [5].
La emergencia de los nuevos fenómenos de la lucha de clases de los últimos años plantea un problema parecido a aquel del que daba cuenta Lenin en su clásico folleto “¿Qué hacer?” a principios del siglo XX. El “elemento espontáneo”, decía, es la forma embrionaria de lo consciente, pero cuanto más poderoso es el auge espontáneo de las masas, más se hace necesario el desarrollo de los elementos conscientes. Sobre esta ecuación han corrido ríos de tinta. En aquel folleto Lenin retomaba la polémica afirmación de Karl Kautsky según la cual la “conciencia socialista es un elemento introducido desde afuera”. En el último tiempo, autores como Lars Lih han puesto el acento en la similitud entre las concepciones de ambos [6], tesis contra la que hemos debatido junto con Emilio Albamonte en Estrategia socialista y arte militar.
Lo cierto es que Lenin realiza una reformulación bastante radical del problema del desarrollo de aquellos “elementos conscientes”.
La conciencia política de clase –afirma– solo puede llegar al obrero desde el exterior, es decir, desde el exterior de la lucha económica, de la esfera de las relaciones entre obreros y patrones. La única esfera de la que se puede extraer estos conocimientos es la de las relaciones de todas las clases y capas con el Estado y el gobierno, la esfera de las relaciones de todas las clases entre sí [7].
Es decir, para el líder bolchevique aquel “desde afuera” no remitía a una exterioridad respecto a la clase trabajadora sino respecto a determinada práctica circunscripta a las luchas particulares inmediatas. En este sentido preciso, no es difícil ampliar estas consideraciones más allá del movimiento obrero, con las diferencias del caso, a diversos movimientos que atraviesan la escena contemporánea.
Uno de los núcleos del “¿Qué hacer?”, se ha dicho con razón [8], pasa por una cuestión de gnoseología política referida a la posibilidad de una conciencia socialista y una práctica que trascienda la inmediatez de la lucha cotidiana y se abra a una comprensión del funcionamiento general del sistema para constituir un movimiento político revolucionario. Y aquí cobra especial relevancia la otra parte de la ecuación –menos visitada por cierto– referida al “elemento espontáneo” como “forma embrionaria de lo consciente” [9]. Es bajo este punto de vista que, pocos años después del “¿Qué hacer?”, Lenin incorporaría rápidamente en su concepción de la política revolucionaria a los soviets o consejos, al ver en ellos una nueva práctica política desarrollada por el movimiento de masas, antagónica a la práctica burguesa de la política, y que permitía articular las diversas reivindicaciones y formas de lucha en nuevas instituciones de autoorganización para crear un poder alternativo.
En torno a estos problemas fundamentales para el marxismo, en este libro nos proponemos recuperar los desarrollos del Programa de Transición de León Trotsky, así como la serie de elaboraciones y debates previos –espacialmente durante los primeros años de la III Internacional– en los cuales se basó. Nuestra lectura se centrará en el método que lo orienta y lo que tiene para aportarnos para pensar las encrucijadas actuales. Con “método” no nos referimos a un manual de procedimientos o conjunto de fórmulas, sino a un tipo de enfoque que tiene como núcleo constitutivo la indagación sobre las vías para hacer operativo el programa socialista para la práctica política, no solo en los períodos revolucionarios sino más allá de ellos, en situaciones donde la distancia entre los objetivos inmediatos de las luchas y el programa socialista es más amplia pero se juega la preparación frente a choques de clase de mayor intensidad.
Esta indagación no la haremos en el vacío, sino en polémica con algunas aproximaciones a estos problemas que consideramos especialmente relevantes en la actualidad. Tres de ellas en particular, que a grandes rasgos podríamos denominar: la “autonomista”, la “populista” y la “socialdemócrata”. La primera la abordaremos alrededor del concepto de revuelta y las características que han adoptado los recientes procesos de la lucha de clases, en diálogo con las conclusiones de Donatella Di Cesare al respecto. La segunda, en torno a las obras de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, sus teorizaciones sobre la articulación de demandas –centralmente la articulación populista propuesta por el primero– y la idea de que la ampliación del campo de la hegemonía depende de la pérdida del carácter de clase de las demandas. La tercera la debatiremos con un conjunto de autores que vienen recuperando los planteos de Karl Kautsky, agrupados en torno a la revista Jacobin, quienes apelan a la clase trabajadora pero postulando una práctica circunscripta a las luchas por demandas mínimas donde el programa socialista aparece como un conjunto de objetivos indeterminados. En este marco, realizaremos una serie de contrapuntos con las diversas interpretaciones y críticas que ha motivado el Programa de Transición, siempre con la intención de extraer conclusiones que puedan ser útiles para los problemas que enfrenta el desarrollo de una perspectiva socialista en las condiciones actuales.
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