Presentamos a continuación una entrevista a Rob Wallace, biólogo evolutivo y autor de Big Farms Make Big Flu [Las grandes granjas producen grandes gripes] (Monthly Review Press, 2016) sobre los peligros de Covid-19 y la responsabilidad de la agroindustria. La entrevista fue realizada por Yaak Pabst, de la revista Marx21 de Alemania. Publicamos aquí, traducida al castellano, una versión resumida de la misma.
Has estado investigando las epidemias y sus causas durante varios años. En tu libro Las grandes granjas producen grandes gripes intentas plantear estas conexiones entre las prácticas agrícolas industriales, la agricultura orgánica y la epidemiología viral. ¿Cuáles son tus ideas?
El peligro real de cada nuevo brote es el fracaso o, mejor dicho, la negativa oportuna a comprender que cada nuevo Covid-19 no es un incidente aislado. El aumento de la incidencia de los virus está estrechamente vinculado a la producción de alimentos y a la rentabilidad de las empresas multinacionales. Cualquiera que pretenda comprender por qué los virus se están volviendo más peligrosos debe investigar el modelo industrial de la agricultura y, más concretamente, de la producción ganadera. En la actualidad, pocos gobiernos y pocos científicos están preparados para hacerlo. Más bien lo que prima es todo lo contrario.
Cuando surgen nuevos brotes, los gobiernos, los medios de comunicación e incluso la mayor parte del establishment médico están tan centrados en cada una de las emergencias que descartan las causas estructurales que están llevando a múltiples patógenos marginales a volverse celebridades mundiales en forma repentina, uno tras otro.
¿Quién tiene la culpa?
Mencioné la agricultura industrial, pero hay un alcance mayor. El capital está encabezando la apropiación de tierras en los últimos bosques primarios y tierras agrícolas de pequeños propietarios en todo el mundo. Estas inversiones impulsan la deforestación y el desarrollo que llevan a la aparición de enfermedades. La diversidad funcional y la complejidad que representan estas enormes extensiones de tierra se están desmontando de tal manera que los patógenos que antes estaban encajonados se están extendiendo a la ganadería local y a las comunidades humanas. En resumen, las metrópolis, lugares como Londres, Nueva York y Hong Kong, deben ser considerados nuestros principales focos de enfermedades.
¿En relación a qué enfermedades ocurre esto?
En este momento no hay patógenos que estén por fuera de la circulación del capital. Incluso los más remotos se ven afectados, aunque sea distalmente. El ébola, el zika, el coronavirus, la reaparición de la fiebre amarilla, una variedad de gripes aviares y la peste porcina africana son algunos de los muchos patógenos que salen de las zonas más remotas del interior hacia los bucles periurbanos, las capitales regionales y, en última instancia, hacia la red mundial de tránsito. Se pueden originar en murciélagos frugívoros en el Congo hasta llegar a matar a los bañistas de Miami en unas pocas semanas.
¿Cuál es el papel de las empresas multinacionales en este proceso?
El planeta Tierra es en gran medida el Planeta Granja en este momento, tanto en la biomasa como en la tierra utilizada. La agroindustria tiene como objetivo acaparar el mercado de alimentos. La casi totalidad del proyecto neoliberal se organiza en torno al apoyo a los intentos de las empresas con sede en los países industrializados más avanzados para quedarse con la tierra y los recursos de los países más débiles. Como resultado de ello, muchos de esos nuevos patógenos que antes estaban mantenidos a raya por las ecologías forestales de larga evolución se están liberando, amenazando al mundo entero.
¿Qué efectos tienen los métodos de producción de las agroindustrias en esto?
La agricultura dirigida por el capital que reemplaza a las ecologías más naturales ofrece los medios exactos por los cuales los patógenos pueden evolucionar hacia los fenotipos más virulentos e infecciosos. No se podría diseñar un mejor sistema para criar enfermedades mortales.
¿Cómo es eso?
El creciente monocultivo genético de animales domésticos elimina cualquier cortafuegos inmunológico disponible para frenar la transmisión. Los grandes tamaños y densidades de población facilitan mayores tasas de transmisión. Estas condiciones de hacinamiento deprimen la respuesta inmunológica. El alto rendimiento, que forma parte de cualquier producción industrial, proporciona un suministro continuamente renovado de susceptibles, que es el combustible para la evolución de la virulencia. En otras palabras, la agroindustria está tan centrada en las ganancias que hacer evolucionar un virus que podría matar a mil millones de personas se considera un riesgo que vale la pena.
¿¡Qué!?
Estas empresas pueden simplemente externalizar los costos de sus operaciones epidemiológicamente peligrosas a los demás. Desde los propios animales hasta los consumidores, los trabajadores de las granjas, los ecosistemas locales y los gobiernos de todas las jurisdicciones. Los daños son tan extensos que si trasladáramos esos costos a los balances de las empresas, la agroindustria tal como la conocemos terminaría para siempre. Ninguna empresa podría soportar los costos de los daños que impone.
En muchos medios se afirma que el punto de partida del coronavirus fue un “mercado de alimentos exóticos” en Wuhan. ¿Es cierta esta descripción?
Sí y no. Hay pistas que tienen que ver con el espacio que apuntan en torno a esa sospecha. El rastreo de contactos relacionó las infecciones con el mercado mayorista de mariscos de Hunan en Wuhan, donde se vendían animales salvajes. El muestreo ambiental parece señalar el extremo oeste del mercado donde se guardaban animales salvajes.
Pero, ¿cuánto tiempo hacia atrás y cuán ampliamente debemos investigar? ¿Cuándo comenzó realmente la emergencia? El enfoque en el mercado pasa por alto los orígenes de la agricultura silvestre en el interior y su creciente capitalización. A nivel mundial, y en China, los alimentos silvestres se están formalizando cada vez más como sector económico. Pero su relación con la agricultura industrial se extiende más allá de simplemente compartir la misma fuente de ingresos. A medida que la producción industrial -cerdos, aves de corral y similares- se expande hacia los bosques primarios, ejerce presión sobre los operadores de alimentos silvestres para que se adentren más en los bosques en busca de su materia prima animal, aumentando el contacto con nuevos patógenos, incluido el Covid-19, y los efectos indirectos de estos.
El Covid-19 no es el primer virus que se desarrolla en China y que el gobierno trató de encubrir.
Sí, pero de todos modos esto no es una excepcionalidad china. Los EE. UU. y Europa han servido como “zonas cero” para nuevas influenzas también, como recientemente el H5N2 y el H5Nx, y sus multinacionales y representantes neocoloniales impulsaron el surgimiento del ébola en África Occidental y del zika en Brasil. Los funcionarios de salud pública de Estados Unidos encubrieron al agronegocio durante los brotes de H1N1 (2009) y H5N2.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha declarado ahora una "emergencia sanitaria de interés internacional". ¿Es correcto este paso?
Sí. El peligro de un patógeno de ese tipo es que las autoridades sanitarias no tienen control sobre la distribución estadística del riesgo. No tenemos ni idea de cómo puede responder el patógeno. Pasamos de un brote en un mercado a infecciones diseminadas por todo el mundo en cuestión de semanas. El patógeno podría quemarse. Eso sería genial, pero no lo sabemos. Una mejor preparación mejoraría las probabilidades de reducir la velocidad de escape del patógeno.
La declaración de la OMS es también parte de lo que yo llamo el teatro de la pandemia. Las organizaciones internacionales han muerto ante la inacción. Se me viene a la mente la Liga de Naciones. El grupo de organizaciones de la ONU siempre está preocupado por su relevancia, poder y financiación. Pero tanta “demostración de actividad” también podría servir para converger en la preparación y prevención que el mundo necesita para interrumpir las cadenas de transmisión de Covid-19.
La reestructuración neoliberal del sistema de atención de la salud ha empeorado tanto la investigación como la atención general de los pacientes, por ejemplo en los hospitales. ¿Cuál es la diferencia que podría hacer un sistema de salud mejor financiado para luchar contra el virus?
Está la terrible pero reveladora historia del empleado de la compañía de dispositivos médicos de Miami que al regresar de China con síntomas de gripe hizo lo correcto por su familia y su comunidad y exigió que un hospital local le hiciera pruebas de Covid-19. Le preocupaba que su mínima opción de Obamacare no cubriera las pruebas. Y tenía razón. De repente se vio obligado a pagar 3.270 dólares.
Una exigencia para EE. UU. podría ser que se apruebe una ley de emergencia que estipule que, durante un brote pandémico, todos los costos médicos pendientes relacionados con las pruebas de infección y el tratamiento tras un resultado positivo deban ser pagadas por el gobierno federal. Al fin y al cabo, se trata de alentar a la gente a buscar ayuda, en lugar de esconderse e infectar a otros porque no pueden pagar el tratamiento. La solución obvia es un servicio nacional de salud –con personal y equipo suficientes para manejar tales emergencias en toda la comunidad– para que nunca surja un problema tan ridículo como el de desalentar la cooperación de la comunidad.
Tan pronto como se descubre el virus en un país, los gobiernos de todas partes reaccionan con medidas autoritarias y punitivas, como la cuarentena obligatoria de regiones enteras de países y ciudades. ¿Están justificadas estas medidas drásticas?
Usar un brote para hacer una prueba beta del último grito de la moda en cuanto a cómo ejercer un control autocrático ideal después de un brote es el ejemplo de un capitalismo que está desbarrancado. En términos de salud pública, creo que es mejor equivocarse por exceso de confianza y compasión, que son variables epidemiológicas importantes. Sin ninguna de las dos, las jurisdicciones pierden el apoyo de sus poblaciones.
El sentido de la solidaridad y el respeto común es una parte fundamental para obtener la cooperación que necesitamos para sobrevivir juntos a esas amenazas. Las cuarentenas autoimpuestas con el apoyo adecuado -controles por parte de brigadas vecinales entrenadas, camiones de suministro de alimentos que vayan de puerta en puerta, licencias laborales y seguro de desempleo- pueden provocar ese tipo de cooperación, que todos estamos juntos en esto.
Como sabrás, en Alemania tenemos un partido nazi de hecho, la AfD, que tiene 94 escaños en el parlamento. La derecha nazi duro y otros grupos relacionados con la AfD usan la crisis del coronavirus para su agitación. Propagan (falsos) informes sobre el virus y demandan más medidas autoritarias del gobierno: restringir los vuelos y las paradas de entrada de los migrantes, cierre de fronteras y cuarentena forzosa...
La prohibición de viajar y el cierre de fronteras son demandas con las que la derecha radical quiere racializar lo que ahora son enfermedades globales. Esto es, por supuesto, una tontería. En este momento, dado que el virus ya está en camino de propagarse por todas partes, lo sensato es trabajar en el desarrollo de un tipo de salud pública resiliente en la que no importe quién sea el que acude a un hospital con una infección; tengamos los medios para tratarla y curarla. Por supuesto, hay que dejar de saquear las tierras de los pueblos de otros países, que generan los éxodos en primera instancia, así y podremos evitar desde su origen que emerjan los patógenos.
¿Cuáles serían cambios sustentables?
Para reducir la aparición de nuevos brotes de virus, la producción de alimentos tiene que cambiar radicalmente. La autonomía de los agricultores y un sector público fuerte pueden refrenar la devastación ambiental y los escapes de infecciones. Introducir variedades de ganado y de cultivos –y una repoblación estratégica de la fauna silvestre– tanto a nivel de la explotación agrícola como a nivel regional. Permitir que los animales destinados a la alimentación se reproduzcan in situ para transmitir las inmunidades comprobadas. Conectar la producción justa con la circulación justa. Subsidiar los apoyos a los precios y los programas de compra de los consumidores que apoyen la producción agroecológica. Defender estos experimentos tanto de las compulsiones que la economía neoliberal impone a los individuos y las comunidades por igual, como de la amenaza de la represión del Estado dirigida por el capital.
¿Qué deberían exigir los socialistas ante la creciente dinámica de los brotes de enfermedades?
El agronegocio como modo de reproducción social debe terminar para siempre, aunque solo sea por una cuestión de salud pública. La producción altamente capitalizada de alimentos depende de prácticas que ponen en peligro a toda la humanidad, en este caso ayudando a desencadenar una nueva pandemia mortal.
Deberíamos exigir que los sistemas alimentarios se socialicen de tal manera que patógenos tan peligrosos no lleguen a aparecer. Para ello será necesario reintegrar la producción de alimentos a las necesidades de las comunidades rurales en primer lugar. Eso requerirá prácticas agroecológicas que protejan el medio ambiente y a los agricultores mientras se producen nuestros alimentos. En general, debemos sanar las grietas metabólicas que separan nuestras ecologías de nuestras economías. En resumen, tenemos un mundo que ganar.
Traducción: Guillermo Iturbide
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