En el tercer y último artículo de esta serie, sintetizamos las principales ideas del libro de Rob Wallace, Big Farms Make Big Flu.
Jueves 11 de junio de 2020
La dimensión histórica
Wallace se vale de los aportes de distintos autores, especialistas en distintos temas, para producir una comprensión más global del problema epidemiológico de las gripes. Como ya vimos en los artículos anteriores, geografía, biología, economía y política se relacionan de múltiples formas en el libro. Repongamos, primero, algunas de las ideas que Wallace toma del geógrafo marxista David Harvey. Según este último, desde los años 70 el capitalismo global ha experimentado un problema crónico y duradero de sobreacumulación. La volatilidad del capitalismo en los últimos años está dada, siguiendo al autor, por una serie de ‘ajustes espacio- temporales’ que han fracasado, incluso en el mediano plazo, en solucionar los problemas de sobreacumulación. Harvey brinda una explicación sintética de su concepto:
“La idea básica del ajuste espacio-temporal es bastante simple. La sobreacumulación en un determinado sistema territorial supone un excedente de trabajo (creciente desempleo) y excedente de capital (expresado como una sobreabundancia de mercancías en el mercado que no pueden venderse sin pérdidas, como capacidad productiva inutilizada, y/o excedentes de capital dinero que carecen de oportunidades de inversión productiva y rentable). Estos excedentes pueden ser absorbidos por: (a) el desplazamiento temporal a través de las inversiones de capital en proyectos de largo plazo o gastos sociales (tales como educación e investigación), los cuales difieren hacia el futuro la entrada en circulación de los excedentes de capital actuales; (b) desplazamientos espaciales a través de la apertura de nuevos mercados, nuevas capacidades productivas y nuevas posibilidades de recursos y de trabajo en otros lugares; o (c) alguna combinación de (a) y (b)” [1].
El Sudeste de Asia primero; América Latina y Europa Oriental luego; y África ahora incipientemente, fueron los destinos receptores de esa ‘serie expansiva de ajustes espacio-temporales’. Es en este contexto que tenemos que ubicar la Revolución Ganadera que implicó no solo, como ya mencionamos en el primer artículo, una intensificación en la producción de animales, sino las altísimas inversiones en bioseguridad y en el estudio de la genética animal y de los cultivos y las plantas (que asociamos con la forma (a) que menciona Harvey), estas dos últimas vinculadas con la Revolución Verde [2]. Ambas implicaron una inversión particular en universidades y proyectos de investigación. Toda la agroindustria se desarrolló a partir de una altísima inyección de capitales con el objetivo de convertir el sector en un nuevo espacio de acumulación con alta rentabilidad. Wallace da cuenta del caso paradigmático de la producción avícola. En los años 70 el nuevo modelo producía más pollos de los que las personas en Estados Unidos podían comer, siendo por muchos años el mayor exportador de pollos del mundo. Con la ayuda de la ciencia alimentaria y el marketing, la industria avícola incluyó el pollo en una variedad de nuevos productos: ‘nuggets’ de pollo, trozos de pollo para ensaladas, incluso alimento para gatos.
A su vez, el agronegocio movió operaciones al denominado ‘Sur Global’, para sacar ventaja del trabajo y la tierra barata, las pocas regulaciones y el ahogamiento de la producción doméstica en detrimento de la agroexportación, altamente subsidiada [3]. La expansión fue hacia esas regiones ‘receptoras’ de los ajustes espacio-temporales (que asociamos con la forma (b) que menciona Harvey). Este es el caso del Sudeste asiático, con las consecuencias agroecológicas que vimos en el segundo artículo, y de regiones no capitalizadas de América Latina y África. Se buscó convertirlas en nuevos espacios de acumulación, apropiándose de la tierra campesina y de pequeños productores que se vieron forzados migrar y a vivir en condiciones de hacinamiento de grandes urbes o en zonas ‘semiurbanas’ que combinan un espacio rural con alta población. En este sentido, en la última edición de la revista New Left Review, Shaohua Zhan escribió un interesante artículo sobre la cuestión agraria en la China del siglo XXI. Allí explica que, con la restauración capitalista, el capital agrario, local y extranjero, se convirtió en una fuerza poderosa. Este largo proceso tiene como resultado que, según datos del propio Zhan, para el año 2019, las compañías del agronegocio y las granjas corporativas controlan, al menos, el 20% de toda la tierra cultivable [4]. Cabe decir, sin embargo, que este no es un proceso acabado, 700 millones de chinos aún viven, al menos en parte, de la tierra [5].
Ahora veamos cómo se produce la interconexión en la producción y comercialización de alimentos a través de los circuitos globales del capital.
Circuitos globales del capital
En un artículo de la revista Monthly Review, Wallace, junto con otros especialistas, retoman algunas nociones del libro acerca de la relación entre la geografía y la biología de los virus, que la producción capitalista de alimentos une de forma particularmente explosiva. Se advierte que, al analizar los espacios geográficos más propensos al estallido de los virus, corremos el riesgo de perder de vista la diferencia entre las geografías absolutas y las geografías relativas. Las geografías absolutas refieren a los espacios donde efectivamente hay más propensión al surgimiento de enfermedades contagiosas, teniendo en cuenta los amplios niveles de organización socioecológica [6] que determinan su aparición. Por su parte, las geografías relativas refieren a una mirada aún más amplia de la dinámica socioambiental:
“Los intereses del capital que respalda cambios inducidos en el desarrollo- y la producción- en el uso de la tierra y el surgimiento de enfermedades en las zonas subdesarrolladas del globo, premian los esfuerzos de atribuir la responsabilidad por los brotes a las poblaciones indígenas y sus prácticas culturales, supuestamente ‘sucias’. La preparación de carne de animales silvestres y los entierros domésticos son dos prácticas acusadas de la emergencia de nuevos patógenos. Trazar geografías relacionales, en cambio, convierte de repente a Nueva York, Londres y Hong Kong, fuentes clave del capital global, en tres de los peores puntos críticos (hotspots en el original) mundiales" [7].
Desde esas plazas del más concentrado capital financiero, fluye el capital invertido en el agronegocio que transforma el espacio como vía de creación de nuevas zonas de acumulación. La idea de geografías relativas nos permite pensar en un intercambio ecológico desigual: el Sur Global recibe el mayor daño de la agricultura capitalista dirigida por las gigantescas corporaciones que practican el monocultivo y que son apoyadas por sus respectivos Estados nacionales. Gran parte de las emisiones de dióxido de carbono, las tierras de cultivo y la silvicultura en esta región, se originan en la acumulación de capital y el consumo en Estados Unidos, Europa y Japón [8].
Wallace nos advierte que esta desigualdad, sin embargo, no puede hacernos perder de vista el altísimo nivel de interconexión que el capitalismo ha alcanzado:
“Los paisajes son moldeados por las cadenas transnacionales de commodities y los circuitos del capital, incluyendo los productivos y los financieros, con efectos locales críticos (...) Harvey argumenta que incluso los mercados globalizados introducen distribuciones asintrópicas de trabajo, intercambio, y producción. De hecho, como los geógrafos económicos han notado desde Karl Marx, esas polaridades, dinámicas en tiempo y espacio, impulsan innovaciones en el desarrollo geográfico del capital, sirviendo como fuentes de ganancia en mercados en inherente estancamiento. A través de cambios en la tecnología, el transporte, el capital fijo, el precio de la tierra, la demanda efectiva, un sitio puede repentinamente convertirse temporalmente en conducente para la producción barata de ganado y el intercambio beneficioso. La nueva geografía de la producción y las ‘soluciones espaciales’ que las compañías llevan a cabo, unen a las transformaciones intensivas en las relaciones entre el hombre y el ambiente con el extensivo comercio global con (...) significativos impactos en la evolución y difusión de patógenos” [9]
Agroecología
Sin duda, hay otro problema clave en la discusión contra el agronegocio: Wallace se pregunta cómo alimentar de forma sustentable a una población global que, según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), ascenderá a 11 billones para el 2050 [10]. La llamada “Revolución Verde” de los años 60 y 70 logró aumentar al doble la producción de alimentos pero, junto con ello, aumentó enormemente la degradación del suelo, destruyó enormes cantidades de biodiversidad y expandió la malnutrición.
Uno de los autores más destacados por parte de Wallace es el científico marxista Richard Levins, que desarrolla un programa para el problema agrario, alternativo al monocultivo propiciado por el agronegocio y que busca atacar el interrogante con el que comenzamos el apartado. En contraposición a la actual industria de gran escala, altamente dependiente de insumos, aboga por una agricultura que se desarrolle bajo “la heterogeneidad aleatoria por propiedades del terreno, pasando por la homogeneidad industrial capitalista, hacia la heterogeneidad planificada”. Como ya citamos en el primer artículo, la propuesta es pensar el paisaje como un mosaico, donde el terreno tiene distintas partes con distintas funciones, y, en base al respeto a esas diferencias ambientales, pero también del tipo de cultivo, diversificar la producción:
“Hay que producir diferentes nutrientes porque el propósito de la producción agrícola es alimentar a la gente, entonces necesitamos una diversidad de carbohidratos, de proteínas, de frutas, de azúcares, etc. (...) A nivel de una granja, una zona, tenemos un mosaico donde un bosque produce madera, carbón, miel, fruta, nueces; pero también es el refugio para las aves que comen mosquitos, es un refugio para avispas que parasitan a las plagas de los cultivos, ofrece sombra, modifica la variabilidad del clima, reduce la velocidad del viento, es un sitio agradable, con sombra, donde los trabajadores pueden almorzar y modifica el ambiente más o menos a una distancia de diez veces la altura de los árboles hacia los otros campos. (...) Entonces, dentro de los predios de cultivos anuales tenemos dinámicas con diferentes relaciones; relaciones con la lluvia, el clima y toda la incertidumbre del ambiente”. [11]
Mientras que, en el capitalismo, como dice Levins, “la agricultura no es una empresa para producir alimento, sino una empresa para producir ganancias a través del alimento, y lo produce en mayor o menor cantidad según el mercado” [12], la pelea a emprender es por una sociedad socialista, donde, con las miras puestas siempre en el disfrute y la nutrición a través de los alimentos, la producción agrícola se haga respetando los ciclos de regeneración de la naturaleza.
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A modo de conclusión, Big Farms Make Big Flu es un libro sumamente interesante para aquellos que quieran acercarse a una aproximación de izquierda sobre el problema de las enfermedades contagiosas y su relación con el capitalismo en su fase neoliberal. Rob Wallace enfoca desde distintos ángulos el problema, dándole una riqueza y una complejidad muy productivas a la cuestión, al incorporar no solo las elaboraciones de biólogos como Richard Levins y Richard Lewontin, sino también de geógrafos, filósofos e historiadores como Mike Davis, David Harvey, Slavoj Zizek y el propio Karl Marx. Tampoco faltan las agudas polémicas con los representantes burgueses del agronegocio, que desarrolla con suma audacia y un contundente arsenal de investigaciones.
[1] David Harvey, “El ‘Nuevo’ Imperialismo: acumulación por desposesión”, CLACSO, 2005, 4.
[2] Es la denominación usada para describir el importante incremento de la productividad agrícola entre 1960 y 1980 en Estados Unidos y extendida después por numerosos países. Consistió en la adopción de una serie de prácticas y tecnologías, entre las que se incluyen la siembra de variedades de cereal (trigo, maíz y arroz, principalmente) más resistentes a los climas extremos y a las plagas, nuevos métodos de cultivo (incluyendo la mecanización), así como el uso de fertilizantes, plaguicidas y riego por irrigación, que posibilitaron alcanzar altos rendimientos productivos.
[3] Rob Wallace, Big Farms Make Big Flu: Dispatches on infectious disease, agribusiness, and the nature of science. (Nueva York: Monthly Review Press, 2016), Páginas 62 y 63
[4] Shaohua Zhan, “The Land Question in 21st Century China: Four Camps and Five Scenarios”, New Left Review 122, 2020, 121.
[5] Ídem, 115.
[6] Reponemos una cita de Wallace, presente en el primer artículo de la serie: “La influenza puede ser definida por su estructura molecular, por la genética, por la virología, por la patogénesis, por el huésped biológico, el curso clínico, el tratamiento, las formas de transmisión, y la filogenética. Ese trabajo es, desde ya, esencial. Pero al limitar la investigación a esos tópicos se pierden los mecanismos críticos que están operando en otros amplios niveles de organización socioecológica. Estos mecanismos incluyen cómo el ganado es adquirido y organizado a través del tiempo y del espacio. En otras palabras, necesitamos ir hacia las decisiones específicas que toman gobiernos y compañías particulares que promueven la emergencia de gripes virulentas. Pensar solamente de forma virológica hace desaparecer esas explicaciones, muy en favor de la industria porcina".
[7] Rob Wallace, Alex Liebman, Luis Fernando Chaves and Rodrick Wallace, “Covid-19 and Circuits of Capital”, Monthly Review, 1 de mayo de 2020., Review of the Month.
[8] Rob Wallace, Op. Cit, Página 231.
[9] Rob Wallace, Op. Cit, Página 312.
[10] Ídem, Página 226.
[11] Richard Levins, Una pierna adentro, una pierna afuera (México: CopIt-arXives y EditoraC3, 2015), páginas 24 y 25.
[12] Ídem, página 35.
Tomas Quindt
Nació en 1994, es estudiante de Historia de la UBA y milita en el Partido de Trabajadores Socialistas. Email: [email protected] FB: Tomas Quindt IG: @tomasquindt