[Desde Alemania] El 9 de noviembre de 1989, en el marco de las protestas en la vieja Alemania Oriental contra la burocracia, se derribó el muro que formaba una frontera física entre las dos mitades de Berlín (y, simbólicamente, entre las dos Alemanias), construido en 1961, y que fue el gran ícono mundial de la Guerra Fría. La posterior reunificación del país, ocurrida el 3 de octubre de 1990, fue el comienzo del discurso sobre el final de la confrontación entre el Occidente “capitalista y democrático” por un lado, y el Oriente “comunista y totalitario” por el otro, declarando el triunfo del primero, así como dando lugar a una borrachera de triunfalismo capitalista y de un enorme retroceso en cuanto a la conciencia y la subjetividad del movimiento obrero y la izquierda, que marcó a fuego particularmente la última década del siglo XX y que tiene resonancias hasta nuestros días.
La caída del Muro de Berlín fue por lo tanto, como símbolo de época, un evento histórico mundial que excedió enormemente el país donde ocurrió, ya que además fue el punto de partida para la desintegración de la Unión Soviética y la restauración capitalista en todo su bloque en los años que siguieron. Hoy, a 30 años de este evento, presentamos una versión resumida de una nota que fue publicada originalmente en alemán en Klasse gegen Klasse, el portal que forma parte de la Red Internacional de La Izquierda Diario en Alemania, como parte de un dossier más extenso que examina este evento histórico, en especial desde la perspectiva de lo que ocurrió con los trabajadores y las masas populares de ese país.
En la actualidad, la situación que está marcada por la crisis histórica del capitalista que estalló en 2008, donde el nacionalismo de las grandes potencias vuelve a la escena, y violentas revueltas atraviesan las más diversas latitudes, todo lo cual augura mayores enfrentamiento de la lucha de clases a nivel internacional, se plantean nuevas condiciones para luchar por la recomposición subjetiva del poderoso movimiento obrero alemán.
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Hace 30 años, los alemanes del este experimentaron una gran decepción después de grandes esperanzas. Ese momento estaba inscripto en una fase de derrota global que conocemos como neoliberalismo. Hoy, para las celebraciones del 30º aniversario, la situación internacional es muy diferente para la clase obrera: Francia, Chile, Guatemala, Ecuador, Haití, Irak, Líbano, Cataluña.... en muchas partes del mundo, el pueblo se levanta contra las imposiciones del neoliberalismo que se había consolidado en 1989/90. Hay una nueva esperanza en el mundo –con diferentes niveles de lucha, pero con una base común– que todavía no ha llegado a Alemania.
Hagamos primero un balance de qué tipo de cosas son las que se están celebrando, con impulso estatal: en el Este de Alemania también pueden permitirse gustos del mundo capitalista como viajar libremente… quien tenga con qué pagárselo. Esto también se aplica a la posibilidad de la libre elección de los lugares de estudio y formación. Con la entrada en vigencia, en 2004, del Hartz IV, el nombre con el que se conoce al actual subsidio por desempleo que cubre solo los mínimos requisitos de subsistencia y que puede ser recortado o retirado discrecionalmente por el Estado a quienes lo reciben, ¿se puede afirmar que no hay obligación de trabajar en Alemania? A los que no tienen trabajo se los castiga, se los humilla y se los excluye. El derecho a la vivienda y a una vejez digna no son cosas garantizadas en el capitalismo. Además de las imposiciones generales a la clase obrera, la población de la antigua República Democrática Alemana (RDA) sufrió ataques especiales, cuyo gran símbolo es el Treuhand, el ente gubernamental que se encargó de la privatización de las empresas estatales de Alemania Oriental. La desindustrialización, dirigida por Occidente, no solo dejó tierra arrasada en materia económica.
La caída del Muro de Berlín y la restauración capitalista se conocen aquí en Alemania como “Wende” [una palabra que se podría traducir como un momento decisivo de quiebre o de giro]. Desde ese momento, además de los ataques sociales, se abrió paso un momento iconoclasta de una magnitud inédita desde el fascismo: desde la historia hasta la música y el deporte, la conciencia de la RDA en la memoria colectiva de la Alemania “reunificada” ha sido reinterpretada. La palabra misma “reunificación” es una burla, porque no se “unificó” a la población de la RDA, sino que simplemente se la absorbió. Se ha ridiculizado a los alemanes orientales durante 30 años, acusándolos de ser los culpables de los destrozos que produjo Occidente con la restauración.
Las contradicciones internas de la RDA y un gran silencio
Y luego vino el resurgimiento del fascismo, que se creía derrotado y que aparece hoy como la principal fuerza de oposición al gobierno de Merkel bajo el nombre de Alternativa por Alemania (AfD), junto con el reciente atentado antisemita y fascista el 9 de octubre de este año en el estado oriental de Turingia, y el reciente éxito electoral de la AfD de Björn Höcke en las elecciones locales de este mismo estado (donde salió segunda, detrás de la gobernante izquierda reformista de Die Linke). ¿Cómo se pudo fortalecer tanto?
El capital fue expropiado en la RDA, por lo que oficialmente ya no había más fascismo, aunque este continuó existiendo, por supuesto, especialmente en la pequeñoburguesía, aunque mucho más débil que en Occidente. Incluso la burocracia de la RDA, cuando construyó el Muro de Berlín, que dividió a las familias trabajadoras, lo llamó “Muro de defensa antifascista”, al mismo tiempo que denominó al gran levantamiento obrero antiburocrático del 17 de junio de 1953 como “fascista”.
Sin embargo, el fascismo actual creció explosivamente solo después de la liquidación de la RDA, introducido por cuadros nazis y servicios secretos de Alemania Occidental y prosperando sobre la base de la devastación social que quedó tras los cierres masivos de fábricas y la falta de perspectivas de los jóvenes en aquellas zonas deliberadamente desindustrializadas. La clase obrera luchó contra los enormes ataques que se llevaron adelante durante las privatizaciones y el desmantelamiento de las empresas estatales llevadas adelante por el Treuhand, desde la resistencia de los mineros de la empresa Kali, que extraía potasio en Turingia, hasta la de los trabajadores de los astilleros, pero fue abandonada por la burocracia sindical de Alemania Occidental –algo que siguen haciendo hoy en día, como se puede ver en los desiguales convenios colectivos para el Este y el Oeste o en el hecho de que a los trabajadores metalúrgicos del Este todavía se les sigue negando la semana laboral de 35 horas–. Pero sus esperanzas solo fueron respondidas con ataques de los capitalistas, al mismo tiempo que sus luchas fueron silenciadas por los dirigentes sindicales; este silencio que se renueva después de semejante trauma masivo es lo que caracteriza a la Alemania “unificada”.
La propia RDA estuvo marcada por contradicciones internas que la derribaron: el capital había sido expropiado, pero la clase obrera no ejercía el poder político, sino una camarilla burocrática que oprimía a los trabajadores. Se introdujo una economía planificada, pero las fuerzas productivas permanecieron limitadas a nivel nacional por la ideología del “socialismo en un solo país”, lo que la llevó a la gestión de la escasez.
Estas contradicciones eran una expresión particular del estalinismo, que mantenía a la Unión Soviética y los otros países del “bloque oriental” bajo un régimen carcelario: los países capitalistas se vieron obstaculizados por la existencia de los Estados obreros deformados [1], pero el triunfo temporal del capitalismo solo se pateó para adelante; la estrategia de Moscú de “coexistencia pacífica” fue un obstáculo para la lucha de clases internacional. La clase obrera en Alemania se deshizo de los nazis, pero la política de frente popular de colaboración con la burguesía llevó a la clase obrera a derrotas sangrientas en todo el mundo. La doble cara del estado obrero deformado, es decir, deformado desde su mismo comienzo, se disolvió completamente en beneficio del capitalismo cuando la burocracia de la RDA lo entregó a la restauración capitalista.
La inexistencia de una corriente revolucionaria en Alemania que planteara una salida efectiva de un país socialista unificado, libre de los burócratas estatales del Este y de los capitalistas del Oeste, los trabajadores lo están pagando con 30 años de derrotas. Quienes se levantaron en la antigua RDA para sacarse a la burocracia de encima pero no para perder todas sus conquistas, pronto se dieron cuenta de que el canciller de Alemania Occidental Helmut Kohl estaba mintiendo con su imagen de los “florecientes paisajes” del capitalismo occidental. Una de las grandes contradicciones de la conciencia colectiva es el trauma asociado con el hecho de que les birlaron los frutos de su lucha, que desembocó una vez más en un gran silencio.
Traumas masivos que no pueden ser procesados en el capitalismo
El pesimismo que conforma la conciencia de masas no es una cualidad individual o exclusivamente psicológica, sino que tiene su fuente política en los traumas no procesados del siglo XX. Se han acumulado, tienen hasta cien años de antigüedad y se remontan a la derrota en la Primera Guerra Mundial tras la promesa de un lugar para Alemania en el banquete de las grandes potencias, a la revolución decapitada de 1918/19, seguida de la derrota sin lucha contra el fascismo y los amargos años de posguerra, años de silencio sobre el Holocausto. La fuente del pesimismo se ha alimentado una y otra vez desde entonces.
El fascismo victorioso justificó el miedo de la izquierda a las masas, a las que algunos incluso consideran como fascistoides por naturaleza, como proclives al resentimiento por las derrotas sufridas [2]. Pero el trauma de las propias masas, que consistía en una combinación de humillación, culpa y silencio, continuó: con la división de Alemania y el entierro de la lucha de clases bajo los mantras de la Sozialpartnerschaft [“responsabilidad social mutua”, o cooperación entre sindicatos y empresarios] en el Oeste y la coexistencia pacífica en el Este; con la restauración capitalista en 1990 y la Treuhand; con la continua humillación del Este; y finalmente con la indefensión de la clase obrera frente a la versión de la socialdemocracia de la era de Gerhard Schröder, una suerte de Tony Blair alemán, impuesta por la burocracia sindical. ¿Cómo se puede seguir teniendo confianza frente a esta serie de tragedias en las que los dirigentes reformistas y burocráticos impidieron una defensa efectiva?
Los traumas de la clase obrera y de los oprimidos también se derivan de la promesa incumplida de igualdad social a las mujeres trabajadoras; de la opresión política, cultural y social de los inmigrantes, que fueron denominados con los eufemismos de “trabajadores invitados” en el Oeste y de “trabajadores contratados” en el Este, que se volvió la base de la división de la clase obrera en términos racistas, de la marginación y la falta de representación de los migrantes en Alemania; de los asesinatos cometidos por el grupo neonazi NSU, apoyado por los servicios de inteligencia del Estado; y, más recientemente, el nuevo sistema de campos de concentración a los que se obliga a los refugiados a ir.
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El reformismo en Alemania se encuentra en un estado desolado, expresado más visiblemente en el Partido Socialdemócrata (SPD), pero también en el callejón sin salida de Die Linke (partido reformista ubicado a la izquierda del SPD). Frente al crecimiento de la derecha, los partidos socialdemócrata y verde, que también son atacados por los nazis, adoptan al mismo tiempo una postura miedosa y oportunista. Su actitud impotente y su pasividad es una expresión de su incapacidad para encontrar una respuesta al refortalecimiento del fascismo. Es ese mismo fascismo cuyas células en el ejército, la policía, los ministerios, los grupos de entrenamiento militar, las fraternidades y sociedades secretas nunca fueron vencidas. Este escenario es posible porque los principales criminales del Holocausto entre los industriales y el ejército escaparon después de la guerra, mientras que la tesis de la culpabilidad colectiva echó toda la culpa sobre la población en general –una maniobra para encubrir el contenido capitalista del régimen nazi–.
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Sobre el pesimismo de derecha y el pesimismo de izquierda
En los estados de situación sobre el tema que a menudo publican la izquierda reformista, las universidades, las ONG y las muchas burocracias siempre citan como excusa la supuesta falta de conciencia de las masas: que no hay más huelgas; que las campañas antirracistas son difíciles para la población en general; que solo se puede hacer algo en pequeña escala y que en realidad no se puede cambiar la política, etc, etc. Pero también los trabajadores de otros países que se están levantando en la actualidad han experimentado traumas de dictaduras, guerras y catástrofes sociales más profundas. El derrotismo generalizado tiene una proyección en la superestructura, en las burocracias, que son particularmente fuertes en el imperialismo, y se rompe una y otra vez en las empresas, escuelas y universidades mismas que, con la renovada rebelión de los precarizados y los que enfrentan los despidos, los jóvenes por el clima y el feminismo, los refugiados que son perseguidos por motivos racistas, siguen creando nuevas esperanzas.
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En Chile, después del aumento de 30 pesos en el precio del boleto de Santiago, la gente dice: “No son 30 pesos, son 30 años”. Esto se refiere a los 30 años desde el final de la dictadura militar, que fue continuada por el neoliberalismo que se instaló a sangre y fuego. En Francia, un impuesto de Macron sobre el combustible rebalsó el vaso, luego de que la reforma laboral de su predecesor ya había enfurecido y provocado la resistencia masiva de los jóvenes. Alemania no es Francia ni Chile, pero la población en Alemania está experimentando 30 años de promesas incumplidas, complementada con 30 años de avances sobre las conquistas y de restricciones a la democracia, como se vio hace poco en Bavaria con el endurecimiento de las leyes relativas a la policía. No quiero especular sobre cuál será la chispa que encienda un futuro ascenso de la actividad de la clase obrera en Alemania, pero quiero hacer un comentario sobre el pesimismo, el optimismo y la preparación.
El pesimismo de la izquierda y de la derecha es generalmente diferente. El pesimismo cultural de derecha se relaciona con el romanticismo y la “revolución burguesa”, y pide a gritos un líder redentor como Björn Höcke, la gran figura actual de la extrema derecha de la AfD. El hecho de que este hombre, que se siente inclinado a sobreactuar su masculinidad, no brille precisamente con una gran personalidad, no quita nada respecto a la influencia que ejerce sobre su base. Parafraseando a Trotsky cuando hacía un retrato del nazismo en 1933, no son las ropas o las insignias del rey las que le dan poder, sino su relación con sus subordinados, que se reconocen a sí mismos como tales a través de él y así se someten a sí mismos. Así que no es el genio de Höcke lo que lo eleva ante su base, sino la necesidad de subordinación sobre la base de la impotencia de la pequeñoburguesía insultada, los desclasados desesperados y los estratos más asustados y chovinistas del proletariado. Su propia impotencia frente a los grandes trastornos de un neoliberalismo en decadencia se expresa en la necesidad de elevarse por sobre las humillaciones de este trauma de masas y transformarse ellos mismos en opresores. La AfD encuentra en Höcke el líder [Führer] fácilmente irritable que se merece y que por ahora le basta.
Por lo tanto, la derecha no necesita una estrategia especial, porque se alimenta de la decadencia del capitalismo. Cuanto peor vayan las cosas, más encontrarán un suelo de donde abonar su ideología. La izquierda, por el contrario, necesita una estrategia especial, porque la espontaneidad de las acciones de masas es insuficiente para abolir el dominio de una clase sobre otra o incluso para tomar un curso audaz sin luego ser demolida por los contraataques de la derecha –el giro reaccionario del “Otoño Árabe” mostró esto último de manera cruel–. El pesimismo de izquierda se basa en la impotencia estratégica. En un momento en que la lucha de clases internacional en mayúsculas vuelve a escena, este pesimismo no solo es inapropiado sino perjudicial.
El optimismo necesita un programa
Más arriba hablé de los traumas alemanes, y con esto me refiero no solo a que los traumas de los alemanes, sino también a los traumas en Alemania, no fueron procesados. Lo que falta es un balance honesto. El optimismo que me gustaría promover no debería ser un llamamiento vacío, una consigna de perseverancia, ya que ese guante puede ser recogido por los socialdemócratas. El optimismo revolucionario no se basa en una lectura positiva de la situación mundial, sino en la lucha de clases actual y en la próxima.
Internacionalmente la lucha de clases está volviendo a la escena mundial, ¿por qué debería frenarse permanentemente en Alemania? ¿Existe un hechizo mágico en este país mientras la Unión Europea se desmorona y el mundo entero se vuelve más inestable? No, porque volverá a haber luchas de nuevo y ya las hay, especialmente en los sectores marginados y deprimidos de la sociedad. La estrategia para estas luchas es conectar con la clase trabajadora a aquellos que hoy han tomado la delantera, en la perspectiva de dirigir a estos sectores. No es la tarea principal agitar en el sentido de más lucha, sino buscar un diálogo social sobre el programa, la teoría, la estrategia y el método de los trabajadores, así como sobre el contenido de la organización.
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Los gobiernos de “izquierda”, que en Alemania es sinónimo de los gobierno de Die Linke, han demostrado ser inútiles aquí; solo siguen administrando la miseria de la restauración capitalista. Las luchas necesarias deben incluir la reducción de la jornada laboral y el aumento de los niveles salariales para que no haya discriminación contra los trabajadores de la parte Este de Alemania. Necesitamos la prohibición de los despidos y cierres de empresas, así como la nacionalización de las empresas que cierran, como amenaza constantemente, por ejemplo, la metalúrgica Neue Halberg Guss cerca de Leipzig, por ejemplo, o la Maschinenbauer Union Chemnitz, bajo control de sus trabajadores. Necesitamos que los sindicatos emprendan una lucha contra la derecha, con movilizaciones y huelgas en lugar de los discursos dominicales y el antirracismo solo para la tribuna. Necesitamos una lucha feminista y antirracista contra la división de los trabajadores, que se enfrentan al chovinismo neoliberal de la AfD y a los capitalistas. Y antes de eso, necesitamos una lucha antiburocrática a escala nacional dentro de los propios sindicatos, donde hoy tanto en el Este como en el Oeste prima la colaboración con los empresarios.
Puede que estas luchas no existan todavía en Alemania, pero con Fridays for Future hay un movimiento juvenil que se conecta con los movimientos juveniles de los últimos años y con el que se puede discutir un programa. Porque una generación joven entra en la fase inicial de politización, una generación que todavía no ha experimentado las grandes derrotas en Alemania y que por primera vez desde la guerra ya no puede creer que estará mejor que sus padres. Esta generación se pregunta sobre los fundamentos de su futuro en vista de la catástrofe ecológica que ya está ocurriendo. Es una generación que necesita un programa y una estrategia, y que no está aislada como los trabajadores en 1989, sino que puede unir fuerzas con la juventud que se levanta hoy en todo el mundo.
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Traducción: Guillermo Iturbide
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