Desde el comienzo de la guerra en Ucrania, en Ideas de Izquierda hemos venido publicando toda una serie de análisis desde diferentes ángulos y abordamos algunos de los principales debates que ha suscitado desde la perspectiva de una política independiente contra la invasión de Putin, contra la OTAN y el armamentismo imperialista. En el presente artículo nos vamos a detener en una dimensión específica del conflicto: la militar. Pensar la situación mundial hoy es, inevitablemente, pensar también la guerra, y a quienes luchamos para terminar con este sistema capitalista, también nos toca hacerlo. El análisis de las guerras desde el punto de vista del campo de batalla, como parte de sus múltiples dimensiones, ha sido característico del marxismo, desde Marx y Engels en adelante. Una dificultad central, como señalara Carl von Clausewitz, es que la “inseguridad en todas las noticias e hipótesis y la constante intromisión del azar, hacen que en la guerra se aparezcan sin cesar las cosas de manera distinta a como se las esperaba” [1]. Si esto es cierto para los Estados Mayores, más aún para el análisis externo. Las informaciones y los análisis que se generan en torno al conflicto, en su gran mayoría sesgados, y de los que encontramos una superproducción en la actualidad con las nuevas tecnologías, son parte de la guerra misma.
Con todas las reservas del caso, en estas líneas vamos a analizar algunos aspectos técnico-militares de la guerra buscando ir un poco más allá de la coyuntura, primero desde el lado del ejército ruso y luego desde el lado ucraniano. A partir de allí abordaremos la coyuntura actual, marcada por cambios importantes en la estrategia rusa respecto a los primeros dos meses de la invasión, así como por la toma de Mariupol (la primera ciudad importante –y estratégica– que logró controlar Rusia desde el comienzo de la guerra) y la preparación de la campaña por el Donbás.
La doctrina militar rusa actual y sus antecedentes
Comenzaremos dando una mirada a la doctrina del ejército ruso. Todos los ejércitos se constituyen en torno a una determinada doctrina, es decir, a una manera “correcta” según la cual cada ejército considera que deben conducirse los combates. Según Carlos Javier Frías Sánchez, miembro del Estado Mayor español: “la actual doctrina rusa es una evolución de la soviética. Así, la doctrina actual del ejército ruso sigue siendo heredera de la ‘batalla en profundidad’ de Tujachevski, Triandafilov, Svechin, Issersson…, desarrollada en los años 30 y empleada con éxito en la Gran Guerra Patria (la Segunda Guerra Mundial), acontecimiento reivindicado todavía hoy. Posteriormente, los soviéticos la fueron actualizando y refinando, pero sin cambiar las ideas fundamentales que la componen” [2].
Esta noción de “batalla en profundidad” o “batalla profunda” a la que hace referencia fue concebida originalmente por Mijaíl Tujachevski, uno de los principales comandantes militares del Ejército Rojo durante la guerra civil, designado mariscal de la URSS en 1933, luego ejecutado por Stalin en 1937 [3]. La misma fue oficializada como la doctrina militar de la URSS en 1936 en los siguientes términos: “La operación en profundidad consiste en ataques simultáneos sobre las defensas del enemigo por la aviación y la artillería en toda la profundidad de las posiciones defensivas, penetración en la zona de defensa por unidades acorazadas, con un rápido paso del éxito táctico al éxito operacional con el objetivo de envolver y destruir al enemigo. El papel principal es jugado por la infantería, con el apoyo del resto de los diferentes tipos de fuerzas trabajando en el interés de la misma” [4].
Toda esta concepción partía de la idea de que con los ejércitos excesivamente grandes, en especial en el siglo XX, la destrucción del ejército enemigo es imposible con una sola batalla decisiva. Son necesarias batallas simultáneas o secuenciales, pero dirigidas hacía un fin único y ejecutadas por un mando único. De allí el origen de la idea de “arte operacional”, como escalón de transición entre los tradicionales niveles estratégico y táctico. En este nivel operacional se planea, conduce y sostiene la campaña militar, se articulan acciones tácticas, de tal forma que su combinación, coordinación y sincronización permitan alcanzar los objetivos estratégicos. Este nivel sigue siendo fundamental hoy en día. Aunque los ejércitos son más pequeños –y no se pueden excluir de antemano batallas decisivas–, cada oponente sigue siendo un sistema complejo compuesto por mucho más que las fuerzas comprometidas directamente en el campo de batalla, depende de toda una serie de sistemas críticos (como por ejemplo, satélites, internet, etc.), así como de la opinión pública, cuyo peso ha aumentado exponencialmente por el desarrollo actual de los diversos medios masivos de comunicación.
Ahora bien, volviendo a aquella continuidad que analiza Frías en la doctrina rusa –aggiornada a los tiempos que corren– vale la pena detenernos en algunos graves inconvenientes que, señala, trae aparejados para el ejército ruso actual. En primer lugar, la concepción original de Tujachevski implica la necesidad de que los jefes, a todos los niveles, tengan una gran iniciativa para poder aprovechar las oportunidades que se presentan en el campo de batalla. Esto se debe a que no es posible prever donde se configurará el punto débil del enemigo para seguir avanzando. Desde luego, esta no era una característica del Ejército Rojo bajo el estalinismo. Reflejo del bonapartismo imperante, la cultura del ejército era altamente burocrática, basada en planes centralizados, y la exigencia de que sean ejecutados sin cuestionamiento alguno. Cualquier cambio podía entenderse como crítica o ruptura de la jerarquía y, por lo tanto, ser castigado. En este sentido, bajo el bonapartismo de Putin los métodos del ejército no varían demasiado.
La cuestión es que, en el caso de URSS dominada por Stalin, esta falta de iniciativa podía ser compensada por la abundancia de medios. Un plan rígido pero con medios suficientes para superar la resistencia, donde en vez de aprovechar las oportunidades dadas se buscaba “crearlas” por la fuerza, mediante artillería de campaña, contingentes masivos de carros de asalto e infantería motorizada. Esta aproximación también se expresaba en el terreno de la logística. El Manual de campaña del Ejército Rojo de 1936 resaltaba la necesidad de evitar que luego de la ruptura del frente enemigo este pudiera reorganizarse y crear un nuevo frente defensivo. Para ello no se debía detener su avance, lo cual implicaba que, en general, no se relevara a las fuerzas ofensivas. Las unidades de primera línea atacan hasta ser destruidas, luego la segunda línea las sobrepasa y continúa el ataque. Esto reduce la logística, ya que no se planea reabastecer a las fuerzas destruidas.
Trotsky había anticipado toda una serie de problemas relacionados con aquella ecuación entre medios abundantes y el rol de la burocracia luego del fracaso militar en la invasión a Finlandia de 1939. El papel de la burocracia conspiraba abiertamente contra la capacidad de combate del Ejército Rojo –de hecho Stalin se dedicó a ejecutar a su propio (experimentado) Estado Mayor poco antes de la II Guerra Mundial–, mientras que la fortaleza relativa de la economía nacionalizada y la planificación (burocrática) permitían disponer de enormes recursos con los que se intentaba compensar la incompetencia burocrática.
Algunos de los elementos señalados parecen corresponderse en general, según lo que es posible discernir de las diversas informaciones, con la lógica con la que encaró la invasión de Ucrania el ejército de Putin. Ahora bien, el problema central es que la Rusia de Putin no es la URSS. Es un país capitalista que actúa como una especie de “imperialismo militar”, pero que no cuenta con proyección internacional significativa de sus monopolios y exportación de capitales, que exporta esencialmente gas, petróleo y commodities. El proceso de modernización y fortalecimiento del ejército realizado por Putin no logró escapar a esta situación de base.
La “batalla en profundidad” y los problemas del ejército de Putin
La ejecución de la “batalla en profundidad” sin iniciativa en los escalafones subordinados requiere una masa enorme de fuerzas, y en el caso de la Rusia capitalista de Putin aquellos recursos no existen. Muchos de los problemas que hemos visto durante estos primeros dos meses de ofensiva rusa pueden ser interpretados desde aquí. En el trabajo citado, Frías Sánchez aborda desde este ángulo algunos de ellos, que son relevantes para el análisis y que vamos a retomar en parte para nuestro análisis.
En primer lugar, están las limitaciones de la propia organización del ejército y del sistema de mando. La unidad básica del ejército ruso son los grupos tácticos de batallón (BTG por la abreviatura en inglés de Battalion Tactical Group), que tienen entre 700 y 900 miembros e incluyen infantería motorizada, tanques, artillería, ingeniería, etc. El ejército actual mezcla tropa profesional con tropa de reemplazo con un año de servicio militar, de forma tal que el primer batallón de maniobra de cada brigada es de tropa profesional, lo mismo la primera batería de los grupos de artillería de cada brigada, así como la primera compañía de las unidades de apoyo. Pero el resto son tropas de reemplazo, con algunas posiciones críticas dentro de ellas ocupadas por profesionales. Esto hace que si se decide no emplear tropa de reemplazo en una operación, el nivel de brigada no exista y en consecuencia los BTG se queden sin elementos esenciales de artillería procedentes del nivel de brigada (como radares de contrabatería, puestos de mando de grupo, medios de integración de la artillería antiaérea en el sistema de defensa aérea) y de apoyos clave también de su brigada en logística, transmisiones y vehículos aéreos no tripulados. A su vez, los suboficiales son tropa profesional pero las unidades basadas en tropa de reemplazo no tienen suboficiales al mando, sino que los suboficiales profesionales ocupan las posiciones que requieren determinados conocimientos técnicos, proyectando las funciones de mando sobre los niveles superiores. Como consecuencia de estas inconsistencias, los puestos de mando de las grandes unidades del ejército ruso terminan teniendo que controlar directamente un número variable de BTG, sin escalones de mando intermedios. Todo esto sería coherente con las noticias de la significativa proporción de altos mandos que cayeron en los combates, teniendo que involucrarse directamente o cerca de las zonas de enfrentamiento. Según algunas fuentes ascienden 20, incluidos 7 generales muertos en el frente.
En segundo lugar, cabe mencionar las limitaciones logísticas y de coordinación entre armas. Los batallones rusos solo tienen una sección de apoyo logístico con capacidades limitadas. Solo se amplían estas capacidades a nivel de brigada, las cuales disponen de un batallón de abastecimiento y otro de mantenimiento. Esto implica que si los BTG no son reforzados por su brigada tienen escasa capacidad para recuperar vehículos averiados o para reabastecerse. Esto explicaría las pérdidas de material rodante ruso de las cuales se han difundido muchas imágenes –aunque un porcentaje significativo de ellas eran falsas o no correspondían a la guerra actual–. Otro elemento que contribuiría a explicar estas pérdidas es una deficiente o baja utilización de drones para el reconocimiento aéreo en la vanguardia de las columnas acorazadas limitando su vulnerabilidad, anticipando los ataques y utilizando la artillería contra ellos. También se pudieron ver, en estos dos meses de guerra, imágenes de columnas de vehículos rusos moviéndose por las rutas de Ucrania sin protección antiaérea, que en el análisis que mencionamos de Frías este lo atribuye al deficiente y aislado despliegue de baterías antiaéreas, siendo que la potente artillería antiaérea rusa no está diseñada para actuar en forma aislada y han faltado los medios de coordinación y las directivas sobre cómo y dónde desplegarlas.
En tercer lugar, al día hoy, a pesar de su superioridad, Rusia todavía lucha por lograr el control del espacio aéreo de Ucrania. Esto se debe en buena medida a la información de inteligencia suministrada por Estados Unidos a Ucrania a comienzos de la guerra, que logró reducir su vulnerabilidad dispersando sus aparatos antes de los ataques rusos, los cuales fueron esencialmente contra zonas de estacionamiento de aviones y contra instalaciones clave como depósitos de combustible pero sin dedicarse a destruir las pistas, posiblemente con la intención de poder tomarlas y utilizarlas. Por otro lado, los aviones rusos tienen una considerable exposición al utilizar bombas de gravedad, lo que les obliga a volar mucho más bajo para tener un mínimo de precisión poniéndose de esta forma al alcance de las defensas antiaéreas. Algunos analistas [5] sostienen que hay evidencias de que la Fuerza Aérea Rusa está aumentando el número de sus aviones de vigilancia por radar desplegados alrededor de Ucrania, para apuntar mejor a los aviones ucranianos. Si Rusia obtiene el control del espacio aéreo sería determinante, pero lo cierto es que aún no lo ha logrado.
En cuarto lugar está el limitado tamaño de las fuerzas rusas desplegadas, lo que, entre otras cosas, explicaría la lentitud de muchos movimientos, ya que esto hace que la segunda línea de las unidades prácticamente no exista, lo cual en un esquema como el que mencionábamos de “batalla en profundidad” sería clave para conservar el impulso. Agotados los recursos logísticos iniciales, faltan unidades a la retaguardia que permitan continuar las operaciones. Las alrededor de 180 mil tropas empleadas en la invasión se muestran insuficientes para el despliegue y la escala que la misma había adquirido desde el inicio. Igualmente, en este marco, y al contrario de lo que pareció opinar la mayoría de los analistas, sería extraño que con solo una porción de aquellas tropas –divididas entre varios frentes– Putin aspirase a ocupar –otra cosa es asediar– una ciudad como Kíev que, incluyendo su área metropolitana, albergaba a más de 3 millones y medio de habitantes. Por ejemplo, no guardaría proporción alguna en comparación con la segunda batalla de Faluja en Irak: allí las fuerzas norteamericanas ascendían a 18 mil soldados para tomar una ciudad de 321 mil habitantes defendida por milicias con 5 mil miembros, y los combates se prolongaron por un mes y medio hasta que las fuerzas imperialistas lograron tomarla.
Todos estos elementos hacen a las enormes limitaciones mostradas por el ejército de Putin para llevar adelante algún tipo de “batalla en profundidad”. Ahora bien, la actual toma de la ciudad de Mariupol al sur del país, con 441 mil habitantes y de mayoría rusófona –lo cual es un elemento a sopesar también–, se corresponde mucho más con las proporciones que señalábamos. Lo cual nos introduce al cambio de enfoque que parece está teniendo la estrategia rusa en Ucrania a partir del abandono del asedio a Kíev y la concentración de fuerzas en el sur y el este del país. Pero antes de referirnos a esto repasemos sintéticamente algunas cuestiones referentes al ejército ucraniano.
El ejército ucraniano y las reformas de la OTAN
Desde luego, el ejército ruso no es el único que tiene su pasado ligado a la URSS. Ucrania había heredado de ella uno de los ejércitos más grandes de Europa, con 780.000 efectivos, 6.500 tanques, 1.100 aviones de combate, más de 500 barcos y el tercer arsenal nuclear más grande del mundo. También su doctrina, su cultura organizativa y el tipo formación de sus miembros. Tras el colapso de la URSS y la semicolonización de Ucrania, vino el desmantelamiento de este ejército desproporcionado (armamento nuclear dejó de tener en 1996). Desde aquel entonces, el país ha descrito una trayectoria pendular marcada por el enfrentamiento entre las oligarquías capitalistas locales “pro-rusas” y “pro-occidentales”. Es en este marco que para 2014 sus fuerzas armadas estaban reducidas a una mínima expresión.
En 2013-2014 se produjo la revuelta contra el gobierno pro-ruso de Yanukóvich que terminaría siendo conocida como Euromaidán. Brutalmente reprimida, la revuelta sería crecientemente copada por fuerzas reaccionarias y de ultraderecha pro-occidentales. Tras la caída de Yanukóvich, grupos armados pro-rusos tomarán los gobiernos de Donetsk y Lugansk, y el parlamento de Crimea, región que Rusia terminó por anexarse. En la región de la cuenca del río Donets quedará planteada una guerra civil de baja intensidad con intervención de fuerzas rusas irregulares. En este contexto consolidaron su peso las organizaciones paramilitares de extrema derecha surgidas en torno a Euromaidán y volcadas luego a combatir en la guerra del Donbás. Entre ellas la organización Sector Derecho, cuyo ex-líder Dmytro Yarosh afirmó en 2021 haber sido nombrado asesor del comandante en jefe de las fuerzas armadas; el batallón Dnepr-1, apodado “el batallón de Kolomoisky” por el nombre del oligarca que lo financió desde el principio; el batallón Azov, que se integraría posteriormente a la Guardia Nacional ucraniana; entre otros.
En ese marco, en agosto de 2015 el ministerio de defensa de Ucrania lanzó oficialmente la política de reforma de las fuerzas armadas con la intervención y financiamiento de la OTAN. Los militares ucranianos se sometieron constantemente a actividades especiales de entrenamiento basadas en los enfoques y prácticas de la OTAN. El sistema de gestión de la defensa de Ucrania incorporó los enfoques de la Alianza Atlántica, sus sistemas de mando y control, su estructura. En 2020 la OTAN le otorgó el estatus de “socio de oportunidades mejoradas”, y la cumbre de la OTAN de 2021 reafirmó el acuerdo estratégico de que Ucrania se convertiría en miembro de la Alianza. En el ínterin, el presupuesto militar pasó de 1,5 % del PBI en 2014 a más del 4,1 % en 2020, y de 6000 tropas listas para el combate a 150 mil, según el servicio de investigación del congreso de EE. UU. Junto con ello, avanzó en modernizar su armamento: tanques, vehículos blindados y sistemas de artillería; obtuvo piezas clave como los misiles antitanque portátiles Javelin o los drones Bayraktar TB2, entre otros.
Sin embargo, hasta el inicio de la guerra actual aún se debatía entre los protagonistas de la reforma cuánto de la vieja formación del ejército ucraniano se mantenía y qué efectividad había tenido aquel “formateo” de la OTAN. El teniente coronel británico Glen Grant, quién había sido asesor del ministerio de defensa ucraniano y contratista para EE. UU., planteaba en 2021 que el sistema de defensa de Ucrania no se había reformado. “Las razones –decía– son extraordinariamente complejas y entrelazadas. Van desde la falta de dirección política; la continua selección de oficiales superiores que son “comandantes rojos” de la vieja escuela, es decir, aquellos que se oponen a la OTAN y desean mantener el legado soviético; a la incapacidad o falta de voluntad de los oficiales para desafiar un sistema marcado por leyes, normas y reglamentos obsoletos o perjudiciales, ya que violarlos asegura el castigo y el fracaso profesional”. Y concluía: “Ucrania prácticamente no ha hecho más cambios que los que habrían ocurrido naturalmente por la evolución a lo largo del tiempo o en reacción a los ataques rusos” [6].
A pesar de declararse públicamente que el ejército contaba con 250.000 efectivos, Grant consideraba que la fuerza de combate real era de 130.000 o menos. Dos cuestiones a destacar eran que no se había logrado resolver los problemas de suministros ni tampoco reformar la artillería, considerada obsoleta. No había capacidad de producción de munición de 152 mm –la utilizada por el ejército ucraniano– y desde 2014 había habido 5 explosiones de depósitos que hicieron volar toneladas de municiones. Se quejaba de que Zelenski hubiera dejado el mando del ejército en manos del general Ruslan Jomchak, graduado en la escuela superior de mando de Moscú antes de la caída de la URSS. Jomchak posteriormente sería desplazado, pero su formación no difiere de la de otros altos mandos, como por ejemplo el actual segundo comandante en jefe, Serhii Shaptala.
Irakli Jhanashija, ex miembro de la oficina de reforma del Ministerio de Defensa, sugería que los líderes políticos ucranianos malinterpretan la verdadera naturaleza de la OTAN y piensan que es la Alianza Atlántica la que tiene el deber de luchar contra Rusia. Grant se preguntaba “Cuántos nombramientos de alto nivel dentro del sistema de defensa son todavía del ‘Mundo Ruso’ (Russkii Mir) es algo difícil de juzgar, pero hay algunos que se destacan por hablar muy bien de la OTAN y sus aliados, mientras que luego se aseguran de que nunca se lleve a cabo ninguna reforma significativa”. La conclusión era que el personal militar estudiaba y se entrenaba según los estándares de la OTAN con la ayuda de EE. UU. y sus aliados, pero que esto ocurría a nivel táctico, mientras que en los niveles estratégico y operativo, la educación y el entrenamiento seguían siendo predominantemente “soviéticos”, incluida la enseñanza del arte operativo.
A nivel táctico, la OTAN instruyó por más de ocho años a las fuerzas armadas ucranianas, especialmente, en táctica de guerrilla y métodos de guerra no convencionales (incluyendo también utilización de drones, piratería telefónica, medicina en el campo de batalla, etc.). Tácticas que han sido utilizadas y han tenido resultados durante la guerra civil en el Donbás y a mayor escala frente a la invasión rusa actual. El acento de la crítica de Grant está puesto sobre todo en el nivel estratégico y operacional. Señala, por ejemplo, que “las ideas occidentales como el mando tipo misión, la flexibilidad o la proactividad son anatema”. En el enfoque de la OTAN los objetivos de combate de alto nivel se transmiten a los niveles inferiores de la cadena de mando y se adoptan de forma flexible.
En un trabajo escrito como respuesta contra aquellas críticas de Grant, el ex-ministro de defensa de Ucrania (2019-2020) Andriy Zagorodnyuk, junto con otros involucrados, resaltaba la importancia de la introducción de nuevos documentos doctrinales en línea con los enfoques y las prácticas de la OTAN, y negaba el predominio de la ideología, los valores y la cultura soviéticos en las fuerzas de defensa, aunque reconocía que se necesitan generaciones para cambiar la mentalidad y la cultura institucional. Pero concluía que: “Los oficiales ucranianos comparten la misma cultura militar que sus pares en la OTAN y son el resultado de su crianza, educación y experiencia” [7].
Seguramente tanto Grant como Zagorodnyuk digan parte de la verdad. Pero justamente esto plantea un problema profundo que tiene consecuencias para pensar la guerra actual, ya que la misma depende directamente de la articulación efectiva y eficiente entre la OTAN y el ejército ucraniano. La estrategia de la Alianza Atlántica, y en particular de EE. UU., de “animar desde atrás” a las fuerzas ucranianas sin comprometerse con tropas, a través de la colaboración operativa, de inteligencia, financiera y el envío masivo de armas, presupone la compatibilidad, no solo política general sino de doctrina y formación (táctica, estratégica y operacional) del interlocutor militar en el terreno, es decir, del ejército de Ucrania, de sus generales y sus tropas.
El armamento de la OTAN y la mano que lo empuña
Clausewitz sostenía que “lo físico es la empuñadura de madera, mientras que lo moral es el noble metal de la hoja; por consiguiente, la verdadera y resplandeciente arma que hay que manejar” [8]. En la guerra actual es claro que aquella “fuerza moral” está del lado ucraniano en tanto resiste a la invasión de Putin. Una fuerza dilapidada por el gobierno de Zelenski e instrumentalizada por la OTAN en función de sus fines. Ahora bien, Clausewitz también decía que en la guerra, al momento de medir fuerzas, la “fuerza moral” y “material” no son dos elementos que puedan separarse en la realidad: “la medida de las fuerzas morales y materiales [se da] por medio de estas últimas” [9], es decir, por medio de las fuerzas materiales.
La OTAN viene suministrando armas constantemente a Ucrania desde antes de la guerra. Solo el imperialismo norteamericano ya gastó o asignó alrededor de 2.600 millones de dólares en suministros militares desde el comienzo del conflicto, la Unión Europea alrededor de 1.500 millones de euros. Biden anunció recientemente otro paquete por 800 millones de dólares. En el citado trabajo de Grant, este plantea respecto al armamento de última generación entregado por la OTAN al ejército ucraniano: “Podría compararse con un invitado que llega a una fiesta de cumpleaños de vegetarianos con un bistec tejano de primera de dos libras. El regalo es genial para quien lo da, pero totalmente inapropiado para quien lo recibe”. Grant hacía referencia, entre otros elementos, al suministro de armas antitanque Javelin. En este caso específico todo parece indicar que se equivocó, ya que estas armas antitanque parecen estar infligiendo importantes daños a los tanques rusos; tanto que algunos analistas hablan de la muerte definitiva del tanque. El problema real aquí es que Ucrania ya recibió alrededor de 7.000 Javelin, lo que representa aproximadamente un tercio del stock norteamericano, cuyo tiempo de reemplazo está calculado en 3 o 4 años.
Ahora bien, no obstante esto, el problema planteado por Grant existe. Aprender a manejar un tanque de última generación puede llevar hasta seis meses. El armamento pesado del que dispone EE. UU. implicaría un tiempo de entrenamiento que la guerra actual en Ucrania no otorga. Según una nota reciente del New York Times, solo una decena de soldados ucranianos han sido entrenados para utilizar drones armados de última generación, como los Switchblade –que están hechos para volar directamente hacia el objetivo y explotar– de los cuales ahora EE. UU. va a suministrar 700. Incluso en el terreno de las municiones, la OTAN utiliza proyectiles de 155 milímetros, mientras que el ejército ucraniano utiliza el estándar de la ex-URSS de 152 milímetros.
De ahí que Robert Gates, ex-secretario de defensa de EE. UU., señalara que Estados Unidos, “debería saquear los arsenales” de los países del antiguo Pacto de Varsovia en busca de sistemas de blindaje y antiaéreos, “con la promesa de Estados Unidos de reponer con el tiempo nuestro equipo a nuestros aliados de la OTAN”. Según el NYT, Washington y numerosos aliados están concentrándose en el suministro de armas de la era de la “guerra fría” que los ucranianos saben utilizar, junto con armas occidentales que los ucranianos pueden aprender a utilizar con más facilidad. Esta carrera logística podría ser determinante para el curso de la guerra, especialmente teniendo en cuenta la nueva etapa que se avizora en torno a la lucha por el Donbás por las características que se supone que adquirirá.
El nuevo capítulo de la guerra y la campaña por el Donbás
Desde luego, el momento actual de la guerra para quien escribe está repleto de incógnitas. Quizá dos de las más significativas sean: el nivel de desgaste y la moral de las tropas rusas, por un lado, y qué queda en pie realmente del ejército ucraniano, por el otro. Ahora bien, en base a los elementos que fuimos analizando, podemos esbozar algunos aspectos que creemos relevantes para entender lo que viene desde el punto de vista del campo de batalla.
En relación a la lógica de la “batalla en profundidad”, la retirada del asedio a Kíev, la reorganización y el repliegue de las tropas rusas hacia el sur y el este de Ucrania plantea un cambio significativo en el enfoque ruso de la próxima etapa de la guerra de tintes más bien conservadores, no necesariamente respecto a las hipótesis más osadas que barajaban ciertos analistas de la conquista del país o parte importante de él como objetivo de Putin, sino respecto al amplio despliegue y dispersión de tropas inicial en sí. Cuánto pesaron en este replanteo las diferentes limitaciones del ejército de Putin que fuimos reseñando en este artículo es difícil saberlo, pero parece probable que hayan influido.
La toma de la ciudad de Mariupol representa un éxito, el primero significativo, del ejército ruso, que de esta manera se hace del principal puerto del mar de Azov (y del Donbás) y puede establecer un corredor terrestre desde la península de Crimea y hasta los territorios de la región del Donbás bajo control ruso. La conquista de esta posición para una estrategia que ahora se concentra en el sur y el este es muy significativa. Tiene el potencial de compensar una parte de los problemas logísticos que analizábamos antes, permite constituir líneas de suministro más cortas y menos expuestas que las anteriores. Otros problemas, como la falta de coordinación, probablemente subsistan. Respecto a los problemas de mando, el nombramiento de general Alexander Dvornikov, antes destacado en el sur y ex-comandante de las operaciones en Siria, como nuevo comandante para la guerra en general probablemente apunte a enfrentar esta cuestión para la etapa que viene.
De conjunto la lucha en el Donbás –Rusia controla solo una parte de la región– plantea nuevas condiciones que eliminarán, o como mínimo reducirán significativamente, algunos de los obstáculos con los que se enfrentó el ejército ruso. Se trata de un territorio en gran parte llano y abierto, a diferencia por ejemplo del más urbano de las afueras de Kíev. Desde este punto de vista, es ideal para la artillería y los tanques rusos, aunque las lluvias pueden complicar el terreno. La cercanía a la frontera rusa se sumará a lo aportado por la toma de Mariupol y el corredor con Crimea para disminuir los problemas de suministro y de comunicaciones, incluso los organizativos, en tanto se tratará de una lucha más concentrada.
Ahora bien, también es cierto, como destacan algunos analistas, que durante los últimos años el ejército ucraniano ha fortificado sus posiciones defensivas en el Donbás, incluidos extensos sistemas de trincheras y vehículos blindados con revestimientos fortificados. Pero, por otro lado, la situación para el ejército ucraniano se torna difícil, ya que hasta ahora utilizaban preferentemente tácticas de guerra de guerrillas, con las que todo indicaría que tuvieron cierta efectividad y generaron daño en las tropas rusas. El terreno del Donbás, contra un ejército regular como el ruso, hará inviable esa táctica, frente una geografía más abierta y con menos lugares para ocultarse. A su vez, expondrá ampliamente las falencias del ejército ucraniano en cuanto a artillería y combinación de armas que señalábamos antes, y es difícil que las entregas de armas de la OTAN lleguen a tiempo para compensarlas.
Claro que un ataque exitoso sobre la zona fortificada por las tropas ucranianas en el Donbás requeriría mucha potencia de fuego de artillería y blindados, así como una infantería agresiva y resistente, y un mando táctico competente. Esto se choca con ciertas limitaciones que fuimos señalando. De allí que haya analistas [10] que anticipen que las fuerzas rusas intentarán lo que se denomina una “batalla de caldera”: una maniobra operativa para rodear al enemigo por al menos tres lados, que es una variación de un movimiento de pinzas o “doble envolvimiento” en el que se ataca por ambos flancos al defensor. El objetivo es forzar al enemigo a una “batalla de aniquilación”, a la rendición o a la retirada a lo largo de un frente estrecho que deja el atacante.
En un escenario así, la forma de mejorar sus probabilidades para el ejército ucraniano pasa por negar el cerco. Pero para ello tendrían que lanzar una serie de ataques anticipados que impidan la acumulación de fuerzas rusas. Tendrían que pasar de una situación defensiva a una ofensiva y utilizar las posiciones fortificadas para absorber los ataques y como plataformas para fijar un avance y aprovechar oportunidades de ataques sobre los flancos rusos. Este no parece ser, sin embargo, un curso de acción sencillo para las fuerzas ucranianas tal como las pudimos ver actuar hasta ahora.
Aunque estos elementos sugerirían cambios favorables para las fuerzas de Putin, las batallas en la guerra hay que librarlas, y el campo de batalla no es el único factor que juega en el asunto. Lo que sí es posible afirmar es que el desarrollo de la guerra en Ucrania tal como la vimos hasta ahora comienza a cambiar, y es este el momento en el que nos encontramos ahora.
Pensar la guerra
La guerra en Ucrania muestra que las tendencias a conflictos militares de mayor escala son una realidad. Es un hecho que guerrerismo y capitalismo siguen siendo hermanos de sangre. Como decíamos al principio, a quienes luchamos por terminar con este sistema capitalista también nos toca pensar la guerra. Muchas de las grandes revoluciones de la historia surgieron frente a la barbarie de la guerra y los sufrimientos que impone. Fue el caso de la Comuna de París con la guerra franco-prusiana, de la Revolución rusa de 1905 con la guerra ruso-japonesa, de la Revolución rusa de 1917 y la Revolución alemana de 1918-19 con la Primera Guerra Mundial. Luego de la Segunda Guerra Mundial llegaría la Revolución china de 1949, entre otras, mientras que, para evitar levantamientos revolucionarios en Alemania, el imperialismo norteamericano tiró toneladas de bombas explosivas e incendiarias sobre la población civil de Dresde. Por esto, pensar la guerra es parte de pensar una perspectiva revolucionaria, y seguirá siendo determinante hasta tanto la revolución socialista logre poner fin a la barbarie capitalista, cuando, como decía Engels: “La sociedad, reorganizando de un modo nuevo la producción sobre la base de una asociación libre de productores iguales, [envíe] toda la máquina del Estado al lugar que entonces le ha de corresponder: al museo de antigüedades, junto a la rueca y al hacha de bronce” [11].
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