Esta es la historia real sobre una amistad efímera, circunstancial, anecdótica, y al mismo tiempo profundamente emotiva. Es el retrato de un Fontanarrosa narrado por uno de sus lectores que tuvo la fortuna de intercambiar literatura con él. Esta es la historia de Oscar “Toto” Abdala.
Lautaro Pastorini @lautarillodetormes
Viernes 19 de julio de 2019 05:35
La realidad y la ficción, el mundo y los sueños. Para quienes somos aficionados al hermoso oficio de la escritura, no nos puede ocurrir nada más preciado que compartir un café con alguno de los autores que nos han hecho temblar las patas. Este es el caso de Oscar “Toto” Abdala, diariero retirado de la ciudad de San José de la Esquina, que en 2017 pudo publicar por primera vez su libro de cuentos “Soy diariero y otros relatos”. A principios de los 90, cuando su hijo Pablo Abdala aún jugaba en la reserva de Rosario Central, tuvo la oportunidad de conocerlo al Negro, y ahora nos cuenta su historia…digamos, Fontanarrosezca.
Yo andaba por Rosario, y entré a un comercio donde encontré un almanaque donde había un dibujo de Fontanarrosa. Entonces yo le dije si no me lo vendía. El vendedor me dijo “no, no te lo puedo vender” y me recomendó “mira, vos te podes ir al bar El Cairo, y el Negro todas las tardes aparece por ahí”. Cosa que hice.
Entonces lo esperé tomando un café y de pronto apareció. Lo abordé y le dije qué era lo que buscaba. Me identifique y cuando le dije el nombre, me dijo:
Y cuando volví al otro viernes, me encontré con un dibujo de Inodoro Pereyra con su perro Mendieta que decía “Para los Abdala, con un abrazo canalla”. No podía creerlo yo.
A partir de ahí, empecé a tener relación con él. Yo iba y nos tomábamos un café. Entonces una vez le dije:
El cuento se trata de un sueño. Yo estaba atendiendo en el quiosco y de pronto entran un par de desconocidos para mí, pero inmediatamente conocía a uno, que era Don Angel Tulio Zoff, estaba con un directivo que me venía a ofrecer ir a jugar porque Kempes estaba lesionado, Cabral estaba lesionado, y entonces me dicen que el único que lo podía salvar era yo. Los pibes estaban muy pibes todavía y había que jugar el clásico. Así que no quería saber nada yo, pero Don Angel Tulio Zoff me convenció.
Cuando me di cuenta, a la tardecita estaba armando la valija y agarraba mi renoleta modelo 1966. Yo ahí tenía 26 años. Entonces me iba para Rosario y hasta vinieron los vecinos a despedirme. La cuestión es que llegue y me estaban esperando en la concentración.
Entonces el cuento termina que en el último minuto, íbamos cero a cero y agarro la pelota, empiezo a gambetear gente. Todos los que me salían, los gambeteaba. Y cuando sale el arquero, se la toco: gol de Central en el último minuto. Se venía abajo la cancha y había tanto ruido, que en ese momento me desperté. Era el despertador que me llamaba para recibir La Capital a las 6 de la mañana. Entonces, me miro en el espejo ¿y qué me devolvió el espejo? Me devolvió la imagen de un hincha de Central que por un momento se había sentido el héroe de Arroyito.
Con el tiempo, el Negro lo leyó.
Era tan bueno el Negro, lo recuerdo con todo cariño. Pero bueno, después se empezó a enfermar. Me dijo lo que tenia y todo, y que había ido a todas partes, fue al Uruguay, a un montón de lugares buscando remedio para su enfermedad. Y no la pudo encontrar. Después se fue desmejorando. Habíamos quedado en que yo lo quería ver dibujar a él, pero ya no fue posible.
Yo no sé si el Negro se consideraba mi amigo, a lo mejor yo me consideraba amigo de él. Porque él tenía un montón de Totos Abdalas o cosa parecida. Yo tuve el gusto, el honor de que él me hubiera dispensado momentos de su vida. Realmente me siento muy feliz de haberlo conocido al Negro. Fue muy generoso.