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Arruinar el banquete de Móloch. Franz Mehring y la Primera Guerra Mundial

Guillermo Iturbide

HISTORIA

Arruinar el banquete de Móloch. Franz Mehring y la Primera Guerra Mundial

Guillermo Iturbide

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“Si uno de los grupos de las potencias en guerra venciera realmente de forma tan rotunda que pudiera dictar la paz al otro a punta de sable, esta paz no sería más que una tregua que desencadenaría nuevas guerras, las cuales tendrían que acabar en un agotamiento general. Pero la sociedad actual no morirá debido a ello, como el mundo antiguo murió de agotamiento general. Su fin no será la muerte, sino el renacimiento: aquello que le fue negado al esclavo antiguo es lo que dispone el trabajador moderno, la capacidad de crear un mundo nuevo, y atravesando las nubes más oscuras sigue brillando su estrella”. (Franz Mehring, “Zum dritten Kriegsjahr”, agosto de 1916).

A 110 años del comienzo de la Primera Guerra Mundial, un repaso por los debates entre los socialistas de la época sobre cómo combatir la guerra y poner fin a la sociedad que la genera. Hacemos hincapié en Franz Mehring (1846-1919), marxista revolucionario alemán, historiador, famoso por su biografía de Karl Marx (1918), la primera que se haya escrito, así como por sus trabajos de historia de Alemania, de la literatura, de la socialdemocracia alemana, así como de historia militar. Aquí veremos su producción escrita sobre el desarrollo de la Primera Guerra Mundial, que fue recolectada en compilaciones como Zur Kriegsgeschichte und Militärfrage (Sobre la historia de la guerra y cuestiones militares, Berlín, Dietz Verlag, 1967, publicada en la antigua Alemania Oriental, así como los textos disponibles en alemán en internet en Militarismus - Imperialismus - Krieg.

Ya en 1887, Engels había pronosticado con inquietante precisión la perspectiva de una guerra mundial y sus consecuencias. Previó que esta guerra sería la peor catástrofe de la historia, donde las potencias imperialistas se disputarían las colonias y las esferas de influencia, provocando una gran masacre. En 1889 funda la Internacional Socialista, o Segunda Internacional, precisamente con la misión de proporcionar al proletariado una dirección acorde a esa perspectiva. Tras su muerte, la preocupación por la eventual guerra se manifiesta en las resoluciones de los congresos de la Segunda Internacional en Stuttgart (1907) y Basilea (1912), que debían ser la guía para la actuación de los socialistas del mundo entero para evitar una guerra inter-imperialista. También indicaban que, de no poder evitarse la guerra, debían actuar de manera tal de utilizar la crisis provocada por ella para transformarla en una guerra de clases, una guerra civil que llevara a la revolución y a terminar con el capitalismo y las guerras.

Una eventual guerra mundial era una necesidad del capitalismo, porque, como dijo Trotsky a poco de empezado el conflicto, “las fuerzas productivas que el capitalismo desarrolló han desbordado los límites de la nación y el Estado. El Estado nacional, la forma política actual, es demasiado estrecha para la explotación de esas fuerzas productivas. Y por esto, la tendencia natural de nuestro sistema económico busca romper los límites del Estado. El planeta entero, la tierra y el mar, la superficie y también la plataforma submarina, se han convertido en un gran taller económico, cuyas diversas partes están unidas inseparablemente entre sí (…) La guerra actual es en el fondo una sublevación de las fuerzas productivas contra la forma política de la nación y el Estado. Y esto significa el derrumbe del Estado nacional como unidad económica independiente”.

Tan temprano como en 1906, Rosa Luxemburg y desde Rusia el propio León Trotsky habían advertido sobre la posibilidad de que el Partido Socialdemócrata alemán (SPD), en el momento decisivo, no actuara como una herramienta revolucionaria de la clase obrera sino como un obstáculo. La Segunda Internacional privilegió la construcción nacional de los distintos partidos socialistas, que sobre todo en Europa se desarrollaron estrechamente ligados a sus Estados nacionales, donde la obtención de reformas fue solidificando cada vez más ese vínculo y debilitando el internacionalismo y eso derivó en la debacle del emblocamiento de la gran mayoría de los partidos socialistas con sus propios Estados imperialistas en la disputa.

La guerra, partera de revoluciones

No se puede entender la Revolución Rusa triunfante sin la guerra, así como la Revolución Alemana, al año siguiente, terminará con la odiada monarquía de los Hohenzollern, y el despertar de la clase obrera acelerará el fin de la guerra. Pero a diferencia de Rusia termina derrotada. Sus principales dirigentes, Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, serán asesinados el 15 de enero de 1919 por la propia socialdemocracia en el gobierno. Franz Mehring, enfermo, perseguido y afectado por este hecho, morirá apenas dos semanas más tarde.

En lo que sigue, vamos a analizar los textos escritos por Franz Mehring a lo largo de la Primera Guerra Mundial, tomando una serie de artículos de prensa desde el 2 de julio de 1914 hasta el 31 de diciembre de 1917. Estos fueron publicados en lugares como la Sozialdemokratische Korrespondez, una suerte de circular tipografiada que el “órgano” propio de la izquierda de la socialdemocracia alemana desde 1912, con un alcance muy limitado y cuyo objetivo era que sus textos fueran recogidos y republicados por los grandes diarios del Partido Socialdemócrata a lo largo de Alemania (por lo general con poco éxito). La publicación de la Sozialdemokratische Korrespondez comenzó a partir de la ruptura abierta de la dirección del partido en manos del “centro” (Kautsky y Bebel) con la izquierda conformada por Mehring, Rosa Luxemburg, Karl Liebknecht, a partir del cruce de lanzas y el fuerte debate entre ambos sectores durante la discusión sobre la pelea por el derecho a voto universal en Prusia y la huelga de masas, en 1910. Esta ruptura se profundizó a partir de la muerte de Bebel en 1913, cuando la presidencia del SPD pasa a manos de la derecha, representada por Friedrich Ebert.

Una guerra total en la que eran decisivas las fuerzas morales de la clase obrera

Con la guerra ya declarada, el artículo “Die Arbeiterklasse und der Weltkrieg” (30/7/1914):
En un comienzo, Mehring era optimista respecto a la reacción del movimiento obrero:

[El movimiento obrero] debe colocar el peso de su voz en la balanza violentamente ascendente y descendente de la guerra mundial, y queda por ver si su resistencia será capaz de conjurar el desastre inminente y en qué medida. Probablemente podemos darnos por satisfechos con los éxitos obtenidos hasta ahora en Alemania. Tras el primer anuncio del ultimátum austríaco a Serbia, la turba patriótica pareció dominar las calles con la benévola tolerancia de la policía, que, como en Múnich, ni siquiera pudo o quiso impedir los actos de vandalismo.

Los estados mayores no van a ser tan tontos como para subvalorar lo que es capaz de hacer la clase obrera. Mehring es un historiador de la guerra también, que analizó por ejemplo la obra de Clausewitz y la del historiador militar contemporáneo suyo, Hans Delbrück, sobre la composición de los “ejércitos populares” de Napoleón. La conscripción de masas que caracterizaba a los ejércitos napoleónicos en la lucha contra las monarquías del Antiguo Régimen de Europa que enfrentaban lo que era visto como la ola expansiva de la Revolución Francesa llevada a punta de bayonetas, creaba condiciones nuevas entre sus filas, ya que, de alguna manera, se introducía a toda la sociedad y sus estados de ánimo en un ámbito, el militar, que hasta ese momento había estado limitado a los soldados profesionales, de cantidad limitada. El “ciudadano soldado” introducía el elemento de la moralización de las masas para el combate que se expandía hacia la retaguardia hacia el conjunto del pueblo que se identificaba con la causa por la que peleaba. Con la unificación de la mayor parte de Alemania en el Imperio bajo la égida de Prusia, y la modernización consiguiente, este elemento de la leva de masas también se extendía a las fuerzas armadas alemanas, así como a casi todos los ejércitos europeos, con la excepción parcial de Gran Bretaña (ya que recién introdujo la conscripción ya empezada la guerra, en 1916).

Mehring, siguiendo las reflexiones al respecto de Engels, consideraba que la conscripción de masas tenía un doble carácter. Por un lado, el Estado nacional y las clases dominantes contaban con una cantera incontable de reclutas y reservas militares y una formidable capacidad militar, facilitada por el desarrollo de los medios de transporte capaces de movilizar tropas. Pero, por el otro, también entraba la sociedad con todas sus contradicciones de clase, particularmente dado que la enorme mayoría de los soldados conscriptos eran obreros y campesinos. Esto es lo que para Mehring debía llevar a un cálculo muy riesgoso a las clases dominantes alemanas, ya que la clase obrera pasible de ser movilizada contaba además con votantes, simpatizantes y militantes de la socialdemocracia, que hasta ese entonces era nominalmente un partido marxista y contaba con tradiciones revolucionarias que se remontaban a las revoluciones de 1848 y la actitud de los diputados socialdemócratas August Bebel y Wilhelm Liebknecht combatiendo contra el militarismo prusiano durante la guerra franco-alemana de 1870-71:

Cualquiera que esté razonablemente familiarizado con la historia de la guerra, especialmente con la historia de la guerra moderna, está suficientemente informado sobre el cuidado con que las inclinaciones y los estados de ánimo de las masas que son reclutadas para el ejército son vigiladas desde los “lugares de autoridad”, y cómo también se las tiene en cuenta a la hora de decidir sobre la guerra y la paz. Exteriormente, por supuesto, se pretende que eso no importa, que da lo mismo, como si la simple orden del caudillo de disparar contra padre y madre, y ni hablemos si la orden es de dispararle a franceses o rusos, fuera suficiente. Sin embargo, el militarismo sabe muy bien que en un momento en que se envían masas ingentes al campo de batalla y se les exige tanto vigor mental, físico y moral, mucho, en realidad básicamente todo, depende de si esas masas quieren o no la guerra.

Ahora bien, Mehring introduce la duda, ya que, en las guerras de Bismarck, Marx y Engels creían que, por ejemplo, las tropas de la Landswehr, reclutadas entre obreros y campesinos, no se dejarían movilizar fácilmente y que les causarían problemas. Sin embargo, se equivocaron y esas tropas pelearon hasta el fin. No obstante, “el propio Bismarck experimentó de primera mano que a largo plazo no se podía construir nada muy sólido sobre ese terreno; él mismo sufrió las consecuencias con el sufragio universal, con el que quería atraer a las masas en 1866”.

Es decir, no podía apoyarse demasiado en las masas, con lo cual había un peligro de sinergia entre la actividad de las masas en la política así como en una esfera tan sensible como la guerra. Por otro lado, Bismarck, apoyándose en los Junker prusianos, tenía enfrentamientos con la burguesía liberal, que originalmente era “gran alemana” (es decir, partidaria de la unificación nacional incluyendo a Austria), versus Bismarck que expresaba el proyecto prusiano de la “pequeña Alemania” (es decir, bajo la hegemonía de Prusia, que implicaba necesariamente la exclusión de Austria del Estado por ser la otra gran potencia alemana con intereses propios). De allí que la burguesía alemana fuera anti-militarista. Ahora, Mehring evaluaba que la situación era la inversa, la burguesía liberal, reconciliada desde hacía décadas con el régimen imperial fundado por el Canciller de Hierro, era ferozmente imperialista y guerrerista, mientras la clase obrera se aparecía como pacifista. El estado mayor alemán actual dependía en gran medida de la movilización de un proletariado con una tradición clasista educado por la socialdemocracia, cuya resistencia debía quebrar para ir a la guerra. Los militares saben que nunca se han exigido tantas fuerzas morales de una tropa como de la actual pasible de ser movilizada en una guerra mundial. Sin embargo, el proletariado no tiene aún la capacidad de evitar en cualquier circunstancia una guerra de esta magnitud, debido a que aún no tiene el poder político. Solo el socialismo podrá desterrar definitivamente la posibilidad de una guerra. Sin embargo, tiene la capacidad de ser colocar obstáculos a esta masacre. Los proletarios rusos y los de todo el mundo tienen el deber de dificultar el camino de esta guerra a vida o muerte desatada por la burguesía.

Ahora bien, el artículo anterior, con las ilusiones en que la socialdemocracia actuaría de acuerdo a su historia y a las resoluciones anti-guerra de Stuttgart y Copenhague, fue escrito antes de la fecha fatídica del 4 de agosto de 1914, el día en que todos los diputados del SPD votan a favor de los créditos de guerra solicitados por el gobierno y se ubican del lado “de la defensa de la patria”. Ese día nació la Burgfrieden, la “paz de la fortaleza sitiada”, como podría traducirse más o menos, es decir, la paz civil, la “suspensión” burocrática de la lucha entre las clases sociales en Alemania para enfrentar juntos, explotados y explotadores, a Francia, Rusia, Gran Bretaña y las potencias de la Entente. Menos recordado es que exactamente ese mismo día otro tanto ocurre en Francia, cuando la “Sección Francesa de la Internacional Obrera” (SFIO), el nombre que por entonces tenía el partido socialista francés, se pliega a la “Unión Sagrada” con la burguesía francesa para combatir contra Alemania. Había muerto la Segunda Internacional. Todo esto fue un cataclismo que descolocó por completo al movimiento obrero y a los partidos socialistas a nivel mundial. Era difícil encontrar la explicación en ese momento para semejante cambio de rumbo, y la izquierda socialdemócrata alemana también estaba en estado de shock. Es así que el primer artículo de Franz Mehring que aparece luego del 4 de agosto es “Partei und Vaterland” (“El partido y la patria”), un texto que apareció fuertemente censurado. Allí, Mehring trata de rescatar aún a la socialdemocracia como movimiento, no dando por muerto al partido y sus tradiciones revolucionarias. Luego, nuestro autor discute con la “defensa de la patria”, y dice que en todo caso el peor atentado a la patria que se ha cometido en Alemania es el que han hecho la burguesía y los Junker con las Leyes Antisocialistas, la persecución a la prensa y organizaciones obreras.

La esencia de la guerra

En el artículo “Vom Wesen des Krieges” (“Sobre la esencia de la guerra”, 20/11/1914), discute a partir de la famosa definición de Clausewitz sobre “la continuación de la política por otros medios, a saber violentos”. La guerra nunca es un acto aislado que se aparece como de golpe en el curso normal de las cosas, y es un fenómeno que sigue como la sombra, no al ser humano en sí, sino a las sociedades en las que hay contradicciones entre clases (un matiz que Clausewitz nunca hubiera podido hacer). La guerra es la expresión de contradicciones históricas cuando estas han escalado de tal manera que la sociedad de clases no tiene un juez que pueda decidir por encima de estas contradicciones en base a medios legales y morales, y por lo tanto se deben resolver por la fuerza de las armas. Por eso, la guerra es materia de la política, y no lo es ni del derecho ni de la moral, ni siquiera aún de la justicia penal. El argumento “moral”, clave en la propaganda militarista de la guerra, sigue jugando el rol más importante hoy. Mehring lo descarta de un plumazo argumentando que la guerra se hace para quebrar la resistencia de lo que se interpone en la consecución de los intereses políticos, no para castigar ningún “pecado” ni una falta de un contendiente. Por eso la guerra no es una causa ni un objetivo en sí mismo. En este sentido, Mehring, en base a sus conocimientos de la historia militar, considera cómo actuó Bismarck en el siglo XIX, en un caso de forma consistentemente clausewitziana y en otros casos no. Por ejemplo, en la guerra de 1866 de Prusia contra Austria por la unificación alemana, Bismarck al mando de las fuerzas prusianas, una vez logrado el objetivo militar de derrotar a Austria y a un paso de transformarlo en el objetivo político de formar un imperio alemán unificado bajo hegemonía prusiana excluyendo a Austria, se niega a extender la derrota militar austríaca infligiendo más daños materiales avanzando sobre ella. Más adelante, Mehring, citando a Immanuel Kant y a Bismarck, dirá que la clave de la paz es que no sea lograda de manera tal que la situación política resultante del vencido tenga una serie tan grande de agravios que prepare las condiciones para una nueva guerra más explosiva. En ese sentido, opina que los ejércitos prusianos no actuaron siguiendo esa máxima en el caso de la franco-alemana de 1870-1871. En esa guerra, Alemania, que en principio tenía como objetivo político consolidar las condiciones para formar el Imperio (que se fundó con la derrota francesa), sin tener condiciones para sobre extenderse como una potencia conquistadora, terminó arrebatándole a Francia las provincias de Alsacia y Lorena, un agravio que alimentaría el deseo de revancha que se volcó en la Primera Guerra Mundial.

De la esencia de la guerra (…) se pueden extraer una serie de conclusiones que también deben ser tenidas en cuenta por la clase obrera. Si la guerra nunca es un acto aislado, sino siempre no es más que la continuación de la política por otros medios, se deduce que el desarrollo político no se detiene durante una guerra. Por eso, la conocida idea de que primero se derrota a los enemigos exteriores y luego todo se arreglará en la política interior se basa en una falacia. Se ha discutido mucho sobre si la política exterior domina a la interior o viceversa, pero sea como fuere, ambas están inextricablemente unidas, y nada puede hacerse en una sin afectar a la otra.

Además, la burguesía, clase tardíamente llegada al poder en Alemania, parece no entender la diferencia entre el orgullo nacional y la arrogancia nacional, en un tiempo de leva universal y ejércitos de masas donde, por eso mismo, la guerra tiene el peligroso impulso de llevar la violencia hasta los extremos y volverse más difícil de hacerse limitar por la política. El sociólogo Werner Sombart, ex socialdemócrata transformado en un intelectual orgánico del Estado alemán, promueve el odio nacional contra Gran Bretaña:

El Sr. Sombart no quiere saber nada de “ningún fundamento racional” a la hora de juzgar la guerra. Prefiere las “expresiones irracionales de pasión” a las “consideraciones racionales” y predica el odio contra Inglaterra sin atenuantes. “Percibimos a Inglaterra como el enemigo. Estamos librando una guerra contra Inglaterra. No consideramos que la guerra haya terminado hasta que Inglaterra esté a nuestros pies, destrozada y, sobre todo, humillada en lo más íntimo de su conciencia. Si a Inglaterra se le concediera una paz honorable, casi creo que incluso el tranquilo pueblo alemán podría verse abocado a la revolución”. Si Clausewitz y Bismarck hubieran podido leer estas líneas, habrían declarado a su autor como “apto para ser recluido en un manicomio”.

Mehring compara la actitud de Sombart con la de otros analistas de la guerra, por ejemplo en Gran Bretaña, que buscan limitar el odio contra Alemania porque consideran que no se puede llevar a cabo una guerra de aniquilamiento contra Alemania y hay que convivir con ella en el marco europeo. Los analistas burgueses más serios de la guerra coinciden en que la “esencia de la guerra” actual surge de los intereses económicos de las potencias. Esta particularidad del odio guerrerista en Alemania sin mediaciones es lo que Mehring considera que hace poco plausible que incluso los Estados neutrales pudieran llegar a involucrarse alguna vez en la guerra del lado alemán.

En "Zum ersten Mai“, escrito para el Primero de Mayo de 1916, Mehring da cuenta que, a pesar de los servicios prestados, una parte de las clases dominantes alemanas consideran insincera la “paz social” de la socialdemocracia porque opinan que, una vez terminada la guerra, esta volverá a practicar la lucha de clases (por otra parte, algo que la propia derecha socialdemócrata decía, “la Internacional es un instrumento que solo puede funcionar en la paz”, fuera de eso, la consigna pasaba de “proletarios del mundo uníos” a “proletarios de los distintos países degollaos los unos a los otros”…). Mehring opinaba que algo de razón había en ese vaticinio de la derecha burguesa, ya que “la socialdemocracia no es la madre de la lucha de clases, sino que la lucha de clases es la madre de la socialdemocracia”, vale decir, que la guerra estaba engendrando las condiciones para una lucha de clases revolucionaria, y lo que la burguesía llamaba “socialdemocracia” en todo caso sería una nueva organización revolucionaria. En este texto de 1916, que vio la luz el mismo día en que Karl Liebknecht intentó hablar frente a una manifestación ilegal por el Día Internacional de los Trabajadores en Potsdamerplatz en Berlín bajo la consigna “¡abajo la guerra!” y fue apresado, declara que la Segunda Internacional está muerta y que hay que construir otra nueva. “La forma ha sido destruida, ¿pero quién la necesita? Su espíritu es todo para nosotros. El pensamiento de este momento es encontrarle una nueva forma a ese espíritu, no importa cuánto se resistan a ella los ‘hombrecillos de Estado’”, refiriéndose con estos últimos a los líderes de la socialdemocracia oficial. La socialdemocracia alemana vivía de la ilusión de que, mediante su alineamiento con el Estado alemán, estaba ejerciendo una influencia política incomparablemente mayor a la que había ejercido antes enfrentado a él en tiempos de pre-guerra, y que entonces el SPD era un actor político de primer nivel. La realidad es que la única influencia que estaba ejerciendo era en sentido negativo, neutralizando al proletariado transformándolo en un apéndice de la burguesía alemana, pero su influencia, en el sentido de “moldear” la política del Estado en un sentido socialista era absolutamente nula. La paz por la que deben luchar los socialistas puede parecer utópica, porque sus fundamentos no pueden ser ni la victoria ni la derrota de alguno de los grupos enfrentados. Que uno de ellos se imponga, “no sería más que una tregua que desencadenaría nuevas guerras, las cuales tendrían que acabar en un agotamiento general. Pero la sociedad actual no morirá debido a ello, como el mundo antiguo murió de agotamiento general”.

Zimmerwald y el “deseo de derrota”

En “Kritische Anmerkungen” (“Comentarios críticos”, septiembre de 1916), Mehring se enfrenta al más pérfido grupo de apologistas socialdemócratas de la guerra: el grupo Die Glocke (“La campana”), constituido por antiguos militantes de la extrema izquierda del partido como Alexander Parvus, Paul Lensch o Konrad Haenisch. Atacan la posición pública de Karl Liebknecht por, supuestamente, desear y militar por la derrota de Alemania. Pero esa no es la posición de Liebknecht ni de los espartaquistas, ya que se trata de un grupo internacionalista y la derrota de Alemania como fin implicaría una suerte de nacionalismo por la negativa. Mehring entonces entrevé que el resultado de la guerra puede llegar a ser muy discutible desde lo político. Puede terminar siendo “ni victoria ni derrota”, debido a que se trata de una guerra total que implica grandes coaliciones de Estados, por lo cual se puede producir el agotamiento de Estados individuales que lleven a debilitar a las colaciones en general.

Aquí hace falta detenernos un rato. Casi un año antes del texto de Mehring, en septiembre de 1915, había tenido lugar la Conferencia de Zimmerwald, de los socialistas que se oponían a la disolución de la Internacional y a la guerra. Su histórico Manifiesto declaró que “la guerra que ha provocado todo este caos es producto del imperialismo, de los esfuerzos de las clases capitalistas de cada nación para satisfacer su apetito por la explotación del trabajo humano y de los tesoros naturales del planeta… están enterrando, bajo montañas de escombros, las libertades de sus propios pueblos, al mismo tiempo que la independencia de las demás naciones.”

También vuelve sobre el capital político que significaron las antiguas resoluciones de la Internacional contra el militarismo y llamaba a los proletarios de todos los países a unirse y luchar contra la guerra. No obstante, su principal déficit fue no plantear más concretamente cómo se podía implementar esto último. Tampoco condenaba abiertamente a la dirección de la Segunda Internacional por su traición. Los bolcheviques rusos eran el ala izquierda de esta conferencia, y quienes más tenían en claro ambos problemas. La moción de Lenin plantea la derrota de los gobiernos capitalistas y convertir la guerra imperialista en guerra civil fue rechazada. El resto de los participantes adoptó una posición vacilante sobre este tema, y por lo tanto se redactó una solución de compromiso.

La conferencia se debatía entre un ala derecha representada por Ledebour y Hoffmann en Alemania y Martov en Rusia, que se negaba a romper con la mayoría de derecha de la dirección de sus partidos, el ala izquierda representada por Lenin, y sectores que se ubicaban en una posición intermedia, entre los que se encontraban Trotsky y la corriente espartaquista. A pesar de estas limitaciones, Lenin consideró a Zimmerwald como un paso importante. A rasgos generales, podríamos expresar las diferencias entre ambos. Trotsky consideraba que una consigna central para la agitación era la lucha por la paz. Para Lenin esto era una concesión al sector centrista de Kautsky, y para él “la transformación de la actual guerra imperialista en guerra civil es la única consigna proletaria justa, indicada por la experiencia de la Comuna, señalada por la resolución de Basilea”.

Los kautskianos planteaban la paz en los marcos del capitalismo. Por el contrario, el contenido de la paz para Trotsky implicaba arrancarla por medio de la lucha revolucionaria contra la burguesía de los países beligerantes y sus ejércitos. Para Trotsky, la consigna que coronaba el programa de paz debía ser la de los Estados Unidos republicanos de Europa. Estaba ligada a la lucha revolucionaria por la paz. Las clases obreras de los países beligerantes debían tomar el poder de sus Estados y unir los gobiernos obreros por encima de las fronteras. Solo así sería verdaderamente posible una Europa unida sin más guerras, que al mismo tiempo sería un gran aliciente para la revolución mundial.

Nuevamente, Lenin veía aquí la influencia de Kautsky. Además, para el líder bolchevique, no existían los pre-requisitos económicos necesarios para esto, dada la gran desigualdad en el desarrollo de los distintos países europeos. En este último punto, las diferencias entre Lenin y Trotsky se basaban claramente en dos distintos puntos teóricos de partida del análisis del capitalismo. Trotsky partía del capitalismo como una realidad mundial que determina a los distintos Estados nacionales (que es la base de su teoría de la revolución permanente) volviendo obsoleta la vieja distinción entre países maduros e inmaduros para el socialismo, tradicionalmente mantenida por la Segunda Internacional, y a la que Lenin aún adhería. Este último, además, planteaba que “no puede caber duda alguna de que, desde el punto de vista de la clase obrera y de las masas trabajadoras de todos los pueblos de Rusia, el mal menor sería la derrota de la monarquía zarista, el gobierno más reaccionario y bárbaro que oprime a un mayor número de naciones y a una mayor masa de población de Europa y de Asia.” “Es indudable que la importante labor de agitación contra la guerra, efectuada por una parte de los socialistas ingleses, alemanes y rusos, debilitó la potencia militar de sus respectivos gobiernos, pero tal agitación fue un mérito de los socialistas. Estos deben explicar a las masas que para ellas no hay salvación fuera del derrocamiento revolucionario de “sus” gobiernos y que las dificultades con que tropiezan estos gobiernos en la guerra actual deben ser aprovechadas con ese fin.” Esta posición se hizo conocida como “derrotismo”. Trotsky temía que esto se tradujera mecánicamente en una política de boicot sistemático al ejército para lograr la derrota del propio país, con el objetivo de provocar la revolución. En el artículo de Franz Mehring sobre el que hablamos un poco más arriba parece existir la misma clarificación de que no se trataba de una actividad de boicot con el fin explícito de hacer que el propio país fuera derrotado.

Si bien esto podría ocurrir, para él en este caso era muy factible que, por el contrario, tras una derrota militar se produjera una revolución prematura y débil que terminara rápidamente aplastada. El error de Trotsky era no entender que el planteo de Lenin consistía en no detener la lucha de clases durante la guerra, ni siquiera ante la posibilidad de que, a consecuencia de ello, el propio gobierno imperialista pudiera ser derrotado por los Estados enemigos. Pero había una diferencia más, tal vez la principal. Para Trotsky debía buscarse la unidad con todas las corrientes más o menos hostiles a la guerra, incluyendo los sectores de izquierda del “centro” kautskiano. Para Lenin esta unidad podía terminar atando las manos del sector revolucionario, y la negativa a romper con estos sectores implica una mano tendida hacia Kautsky. La Revolución rusa de Febrero de 1917 terminó barriendo estas diferencias, confluyendo en el proceso que permitió el triunfo de la Revolución de Octubre.

La paz imperialista como tregua antes de una nueva guerra mundial

Para los colaboracionistas de la socialdemocracia, como más tarde planteará Mehring en el artículos en dos partes “Friedensfragen” (“La cuestión de la paz”), de marzo de 1917, el esfuerzo de guerra por parte de Alemania se muestra como de carácter defensivo por dos motivos: que Alemania hizo una propuesta de paz a la Entente a fines de 1916 y esta fue rechazada, por lo cual “se demostraría” que la causa alemana está validad y que, como segundo motivo, además de defensiva estaría garantizada a ser una paz sin anexiones debido a la influencia de la socialdemocracia. En base a su enorme conocimiento de la historia militar, Mehring sostiene que la oferta de paz no alcanza como credencial de vocación pacifista. Que la búsqueda de la paz en todo caso puede obedecer a que la continuación de las hostilidades puede llevar a poner en peligro el objetivo político si es que este ya se ha alcanzado. En una guerra interimperialista no tiene sentido hablar de guerras justificadas según quién haya disparado el primer tiro o la condición de, supuestamente, ser quien se defiende. La afirmación por parte de la derecha del SPD de las credenciales pacifistas, defensivas y no anexionistas de una Alemania imperial supuestamente bajo la influencia socialdemócrata es negada por el hecho de que las condiciones de la Entente para sentarse a discutir la paz con Alemania fueran que esta última abandonara todos los territorios europeos que ha invadido y reconociera su independencia, por lo cual a su vez la propia Alemania se negó a discutir una paz en esos términos. Mehring se apoya en Immanuel Kant, para quien la única “paz perpetua” solo era aquella que no fuera lograda a costa de acumular un excesivo material de agravios en el derrotado que llevara a que fuera una paz ficticia que sería el caldo de cultivo a un guerra posterior más cruenta.

Los bolcheviques y la ¿”sinrazón”? Conclusiones

Es interesante cerrar este examen de los textos de Mehring durante la Primera Guerra Mundial con un artículo de finales de 1917, “Tragik oder Unvernunft?” (“¿Tragedia o sinrazón?”) donde analiza el triunfo de la insurrección de Octubre en Rusia y de los bolcheviques, así como la proyectada Paz de Brest-Litovsk, en polémica con el ala derecha del Partido Socialdemócrata Independiente (USPD), la organización fundada en abril de ese año por la antigua ala centrista de la socialdemocracia. Dentro de este partido también se encuentran, como ala revolucionaria, la Liga Espartaco a la cual pertenece Franz Mehring. En este artículo, su autor defiende a los bolcheviques frente a Alexander Stein, un menchevique ruso que en Alemania competía en la socialdemocracia como “experto en Rusia” con Rosa Luxemburg desde posiciones políticas enfrentadas. Para Stein, la insurrección de Octubre y las primeras medidas de los bolcheviques son muestra de autoritarismo y de puro terrorismo antidemocrático. Dice Mehring:

En lo que respecta a este artículo, su propio título, en nuestra opinión, hace una concesión demasiado grande al punto de vista burgués. Siempre se ha combatido al terrorismo revolucionario con el argumento reaccionario de que un partido democrático que llega al poder empieza a “abofetear los principios de la democracia”. Sería justo dejar este argumento algo endeble a los oponentes burgueses. Si se quiere resumir el dilema actual que enfrentan los bolcheviques en una fórmula corta, no se trata de “democracia o dictadura” sino más bien de “tragedia o irracionalidad” En otras palabras, ¿han perdido la razón Lenin y Trotsky, quienes han demostrado durante muchos años o incluso décadas ser valientes y perspicaces campeones del proletariado? ¿O será que se encuentran, precisamente por su energía revolucionaria y la de sus seguidores, en una situación trágica que les obliga a hacer y abstenerse de hacer muchas cosas que no harían o se abstendrían de hacer si fueran dueños de tomar libremente sus propias decisiones?

Aclaremos que por “terrorismo revolucionario” Mehring no entiende el terrorismo individual, al estilo anarquista, con sus atentados y bombas, sino las medidas que un gobierno revolucionario que merezca el nombre de tal debe tomar contra la burguesía.

“Los marxistas recordarán, sin embargo, que en el pasado se lanzaron acusaciones similares contra el propio Marx en una situación parecida. En 1848, Marx y Engels estaban a la cabeza del partido más revolucionario en un país que seguía siendo esencialmente agrícola y cuya victoria estaba ligada a la condición previa de una industria desarrollada a gran escala y de un proletariado de masas moderno. Pero hicieron oídos sordos al llamamiento a unir fuerzas con otros partidos democráticos o socialistas para luchar contra el enemigo común, e incluso si no llegaban al poder, no obstante -como aparece en cada número de la Neue Rheinische Zeitung - preveían “un solo medio” en caso de vencer, “acortar, simplificar y concentrar los estertores de muerte de la vieja sociedad y los sangrientos dolores de parto de la nueva sociedad a través de un solo medio: el terrorismo revolucionario””

El comienzo de la dictadura del proletariado, con su intervención despótica en el derecho burgués de propiedad y de autogobierno de la clase trabajadora es lo que era visto por Alexander Stein como “terrorismo”. Es interesante traer a mano estas palabras cuando una parte de la izquierda vuelve a abrazar las viejas ideas de Karl Kautsky (que eran las de Stein) como la revista Jacobin y similares o, en el caso de la Alemania actual, del partido neo-reformista Die Linke, prometiendo una vía al socialismo que no signifique una ruptura con el Estado capitalista sino su continuidad.

Las reflexiones sobre la Primera Guerra Mundial de Franz Mehring, a su vez, con su “desmoralización” de la guerra, son un buen insumo para quienes separan la esfera política de la militar, como en el caso de sectores de la izquierda que, en la actualidad con la guerra en Ucrania, se emblocan ya sea en el frente pro-ruso o en el mucho más mayoritario de la Otan, como instrumentos, aún inconscientes, de la expansión imperialista occidental. No se trata de que este tipo de guerras sean “algo totalmente impredecible” y que, por lo tanto haya que responder adoptando una política de apoyar a un campo burgués contra otro. Ya Rosa Luxemburg en El folleto Junius demostraba cómo la propia socialdemocracia alemana tenía una larga tradición de prever una guerra imperialista. En ese sentido, lo que falló el 4 de agosto de 1914 no fue la teoría, sino los medios para impedir la presión gigantesca de la burguesía sobre las organizaciones socialistas y las del movimiento obrero. Hoy en día, la construcción de una izquierda socialista revolucionaria y la reconstrucción de una Internacional revolucionaria pasan en una parte importante por sacar las lecciones de las guerras de los últimos años y la independencia política respecto a los Estados.


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Guillermo Iturbide

(La Plata, 1976) Es licenciado en Comunicación Social (FPyCS-UNLP). Compiló, tradujo y prologó Rosa Luxemburg, "Socialismo o barbarie" (2021) y AA.VV., "Marxistas en la Primera Guerra Mundial" (2014). Participa en la traducción y edición de las Obras Escogidas de León Trotsky de Ediciones IPS. Es trabajador nodocente de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP. Milita en el Partido de los Trabajadores Socialistas desde 1997.