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Red Internacional
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Ideas Desde La Universidad. Azafata del tren fantasma

Cuento corto.

Martes 20 de octubre de 2020 23:16

Podría haber estado cayendo siglos y no se habría dado cuenta. El desenlace estuvo servido desde el primer acto. Cada segundo imperceptible para el rey era un segundo robado a la muerte, una sobrevida. Pero los cabos no se atan solos, la impasibilidad del monarca podría haber sido su salvación. Así como acaso sea querible atravesar un campo minado sin saber lo que hay abajo de la tierra.

Lo cierto es que el rey tragaba sin masticar, ¿quién lo vería tan arriba? Mas el olor a carne asada mezclado con el azufre de la ropa sin lavar le revolvía las tripas a los vasallos de ojos más vehementes que eficaces. Estaba rodeado, pero todavía no había llegado el momento. El veneno prometía deshacer la carne de los trepadores.

Claro que la oportunidad llegó. Al rey le gustaba fumar en su jardín esos habanos traídos de Santo Domingo. Desproporcionado sin embargo fue el afecto con el que el rey aceptó el puro que uno de los vasallos le regaló como reconocimiento del extraordinario manejo que el rey estaba teniendo de la asonada obrera y campesina que paralizaba al reino. El bufón de la corte se dispuso a robarle la última sonrisa.

Salía el rey del salón oval. Sin guardia se perfilaba hacia el jardín. Las manos de los vasallos estaban empapadas y las piernas les temblaban. Se miraban. El rey no iba a morir solo. Quién sabe qué habrá empujado a uno de ellos hacia adelante. Sus tierras en juego, una envidia que ardía más fuerte en el estómago, el desprecio con el que el rey lo había tratado unas horas antes. Para los demás alcanzaba con que uno se decidiera.

Si la daga no hubiera contado con la codiciosa fuerza de los que miraban la escena de lejos, difícilmente podría haber atravesado la gruesa ropa que separaba al rey de la hoja. Alcanzada la espalda mareada del monarca, éste intentó mantener el equilibrio. Pero se encontró enseguida atravesando la puerta de vidrio del jardín, cayendo derrotado con la cara contra el pasto. Anhelante se acercó la traición a recoger sus frutos.

Difícilmente habrían esperado encontrar al rey riendo con el último aliento. Probablemente reconociendo su propia estupidez, acaso celebrando el triunfo. De cualquier forma, el escalofrío no dejó espalda sin recorrer. De fondo, las bayonetas ya golpeaban las puertas del palacio.