Mientras siguen las consecuencias de la inundación que afectó al estado de Minas Gerais, causando alrededor de 50 muertes, junto a decenas de desaparecidos y miles de desalojados, compartimos un análisis escrito desde Brasil abordando las causas de fondo que llevaron a esta situación, explicando cómo se desarrolló la urbanización de Belo Horizonte, capital de Minas Gerais, al servicio de los negocios capitalistas.
BELO HORIZONTE: ¿PLANIFICACIÓN PARA QUIÉN?
Brasil está entre los países más afectados por inundaciones y crecidas. Se registraron 94 desastres en el período de 1960 a 2008, con 5.720 muertes y más de 15 millones de personas afectadas [1], mayoritariamente negras y pobres. Las inundaciones y crecientes ocasionadas primordialmente por el exceso de precipitación y por el alto caudal de los lechos de los ríos, arroyos y alcantarillas, tienen influencia de varios factores. Pero en los ambientes urbanos esa situación se agudiza, sea por la acción humana que intensifica esos fenómenos de la naturaleza o por la acentuada desigualdad combinada con la intensa urbanización de la población en las últimas décadas. Entender el proceso de construcción de la ciudad de Belo Horizonte y su región metropolitana es importante para que comprendamos por qué en esta época del año catástrofes devastan la ciudad, sobre todo a las poblaciones menos favorecidas. Muestra también que son tragedias capitalistas anunciadas.
La concepción de Belo Horizonte
A fines de siglo XIX se encargó a una comisión la planificación y ejecución de la construcción de la nueva capital del estado de Minas Gerais. El proyecto dirigido por el ingeniero Aarão Reis fue inspirado en modelos europeos y estadounidenses –perímetro de la Avenida do Contorno– determinando funciones específicas para las áreas planificadas. Se eligió para recibir el proyecto un área ya habitada y abundante en recursos hídricos: el antiguo poblado de Curral del Rei. Fue completamente destruido, sus habitantes fueron transferidos a otro lugar, evidenciando el carácter excluyente y segregacionista de los primeros pasos de la futura ciudad.
Los trabajadores convocados para la construcción, respondiendo a los deseos de la “élite” embriagada con las nuevas ideas republicanas, fueron los pioneros en la formación de la primera favela de la capital que aún no había sido inaugurada. Eran vistos como “temporarios” y por lo tanto no figuraban en los cuadernos del ingeniero. Es importante notar que el proyecto de la ciudad se concretó en un período importante de la historia, luego de la abolición de la esclavitud y la proclamación de la República. Por lo tanto, esos trabajadores convocados para la construcción de la ciudad eran, en gran parte, negros esclavizados. Así se formó una periferia mayoritariamente negra luego de la inauguración de la ciudad [2]. A continuación se estableció un proceso de intensa remoción racista de los trabajadores de las áreas consideradas importantes, para construir una ciudad modernizada para sus élites.
Después de la inauguración, el Gobierno creó la primer Área Obrera y consecuentemente comenzó la primera remoción de favelas. Dicha área muy rápidamente se hizo insuficiente para recibir a los trabajadores que en ese momento llegaban a la ciudad. La población más pobre, trabajadora y negra fue empujada hacia la periferia, que fue siendo ocupada en forma desordenada. La valorización de las áreas centrales con el paso del tiempo los obligaba a mudarse a áreas más lejanas y sin infraestructura.
¿Cómo quedaban los arroyos y ríos de la ciudad en el campo de batalla? Según las ideas dominantes del espíritu gobernante de la época de la fundación, los espacios públicos se destinaban mucho más a la idea de paso que a la de permanencia. El orden liberal imponía que las calles serían amplias y específicas para el movimiento y la circulación, una especie de arquitectura de la visibilidad.
Según Richard Sennet (1989) citado por Passos (2016, p.341) [3], por ser un espacio amplio, abierto y público, terminaría por producir un aislamiento, ya que todos serían visibles para todos, lo que generaría un conflicto entre la libertad del espacio y la libertad del cuerpo. El individualismo de las grandes ciudades vino a “amortiguar” el cuerpo moderno, impidiendo que generen vínculos. Los arroyos y ríos en este contexto, como un espacio público y abierto, serían desprovisto de su estado “salvaje” y humanizados bajo estos preceptos. ¿Por qué no un espacio de convivencia humana para nadar o pescar? Porque no se debe generar vínculos ni permanecer. Una manera de transformar a los ríos, que tienen un camino sinuoso y lento es la canalización, que acelera el flujo de agua. Otra forma de hacerlos menos vistosos es con una red de alcantarillado nada eficiente que canaliza toda la contaminación hacia sus arroyos.
Toda esa tarea de organización del espacio público tenía el objetivo del distanciamiento. Los cuerpos individuales se desconectaron de los lugares por los que transitaban, perdiendo además la noción de destino compartido y desalentando la organización de grupos. En ese contexto, las ciudades planificadas funcionan como un aislante del espacio con el objetivo de separarlo e impedir la aglomeración y privilegiar el cuerpo que se mueve. En Belo Horizonte eso es muy sentido en el plano de ajedrez de las calles y hay una preocupación constante con las perspectivas monumentales basada en las ideas haussmanianas [4].
La imposición material de estos preceptos al agua significó también la degradación del medio ambiente, lo que resultó en la pérdida de defensas naturales, aumentando a su vez la vulnerabilidad de comunidades humanas ante las catástrofes ambientales. El discurso hegemónico difundido hacia las capas más populares, afligidas por enfermedades y otros problemas derivados de la polución y contaminación, fue la supuesta solución al “problema de las aguas”: la canalización y/o taponamiento. Aplicadas a lo largo de todo el siglo pasado, esas modificaciones hacen que los arroyos corran más rápido y no dispersen en el camino el exceso de agua que antes era absorbido por las áreas de llanura en los caminos más curvos. Esa rapidez con la que bajan los flujos causa estragos considerables y aumenta la cantidad de inundaciones, ya que la impermeabilización impide que esa agua sea absorbida por el suelo. Esa invisibilización de las aguas cobró un precio alto, principalmente a quien habita las regiones marginalizadas aledañas a los canales. Entre los años 1928 y 2012, la capital de Minas registró más de 200 inundaciones [5] y la perspectiva es de que se intensifiquen con la crisis climática global.
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La metrópoli
El contexto político-económico de Brasil a partir de 1930 se caracterizaba por la priorización de las bases industriales en sustitución del modelo agroexportador. En Belo Horizonte, Juscelino Kubitschek (en la intendencia de 1940 a 1945) inauguró un nuevo período en lo que se refiere a la planificación urbana y a las obras públicas y de infraestructura en la ciudad. En su plan definió la creación de Ciudades Industrial y Universitaria y el lanzamiento de nuevos barrios, como Pampulha y Cidade Jardim, además de inversiones masivas en el sistema vial. De hecho empieza a haber en el espíritu “modernizador” el deseo de transformar las ciudades brasileñas en los modelos estadounidenses de suburbanización de la vida y transporte individualizado por automóviles en grandes avenidas. Indispensable notar que esa política de priorizar el transporte automovilístico es responsable, hasta el día de hoy, de miles de problemas urbanos.
Estas medidas posibilitaron la continuidad y aceleración del proceso de expansión de la ciudad, que estuvo marcado por la generalización de la dispersión de loteos más allá de la región central. Un punto de atracción significativo fue la consolidación de la Ciudad Industrial en la localidad de Contagem, que fue el primer distrito de este tipo planificado en Brasil y solo se estabiliza debido a la promoción de la infraestructura necesaria en la década del 50. En este período hubo también un significativo aumento en la cantidad de migraciones hacia las proximidades de la Ciudad Industrial, así como el aumento de la cantidad de loteos no solo del suelo en el entorno y en los municipios cercanos (Betim e Ibirité). En las décadas siguientes también se estimuló la instalación de industrias en otras regiones fuera de la Ciudad Industrial. A principio de los años 1970 la Municipalidad de Betim contrajo un préstamo para adquirir los terrenos que serían donados tanto a la automotriz Fiat (inaugurada en 1976) como a la Krupp. También en Betim fue instalada la refinería Gabriel Passos (Regap - 1967), todos esos grandes equipos se convirtieron en un polo de atracción. La población del municipio creció con tasas superiores a la población del estado y de la región metropolitana, y no tuvo el apoyo de los gobiernos, lo que dejó vulnerable a la población emergente. La disputa por el suelo era tan intensa que al garantizar las mejores parcelas quedaban solo las áreas de vertiente y de protección ambiental, cuyos terrenos tenían bajo valor inmobiliario debido a las restricciones de uso impuestas por la legislación ambiental, que son ocupadas por los destituidos y los recién llegados. O sea, empresas multinacionales acaparan tajadas enormes del suelo, regaladas, mientras la mayoría local queda relegada a las áreas sobrantes, impropias, cayendo en la marginalidad.
Esta concretización del eje oeste de la Región Metropolitana de Belo Horizonte como polo industrial del estado estuvo basada (no solo sino también) en la explotación de los recursos hídricos locales. Como la creación de la Cemig (Compañía de Energía de Minas Gerais) en 1952 para el abastecimiento energético del parque industrial en base a hidroeléctricas, la canalización de varios ríos y cursos de agua y su polución con las flexibilizaciones ambientales a los industriales. Pero también décadas de políticas ineficientes dado el desenfrenado crecimiento poblacional que obligó a gente a vivir en área de llanura sin infraestructura. Como consecuencia hay un aumento de la impermeabilización de los suelos, que a su vez interfiere directamente en el escurrimiento pluvial, modificando el drenaje natural de los lechos de los ríos anteriormente existentes y en la recarga de las capas freáticas. Este tipo de impacto tiene influencia directa en las áreas más bajas de las ciudades causando inundaciones y crecidas. En 1990 se estimaba en más de 180.000 los habitantes en las áreas de riesgo, susceptibles de deslices y soterramientos en Belo Horizonte.
Un ejemplo de las tragedias causadas por la devastadora lógica sistemática ocurrió en 1992 en Vila Barraginha. Treinta y seis personas murieron en un desmoronamiento en la localidad de Contagem. El 18 de marzo de 1992 una avalancha de lodo se tragó cerca de 150 casas precarias. La combinación de lluvia con el terreno arcilloso en el corazón del parque industrial desenmascaró de la peor manera la forma en que reside parte de la población más pobre y trabajadora. Casi 28 años después Vila todavía sufre la desidia del poder público burgués ante los problemas estructurales.
Actualmente Minas Gerais lida con los mismos eventos: los desastres en épocas de lluvias. Belo Horizonte, Contagem, Betim y otras ciudades de la región metropolitana son escenario de destrucción y desesperación para cientos de familias con la intensificación de la lluvia.
Esto lleva a la reflexión sobre cómo cambiar ese cuadro –teniendo en cuenta que históricamente las centenares de obras puntuales promovidas por distintos gobiernos ni se acercan a resolver la cuestión de las aguas– para que millones de personas en el país entero no tengan que convivir con la miseria de no saber si tendrán un techo sobre sus cabezas cuando el cielo se cierra.
Ocupar el lugar del río y degradar la naturaleza a su alrededor provoca las inundaciones, es un producto de la urbanización. Sin embargo, en el capitalismo la tendencia del desarrollo desigual define el color y la clase de los afectados por este fenómeno. La contaminación del agua, las crecidas e inundaciones, los deslizamientos, al revés de lo que parece, no son problemas estrictamente técnicos, son problemas políticos. Cuando involucra vidas y un bien común como el agua, se transforman en cuestiones que tocan a la colectividad. En el caso del saneamiento, la empresa que actúa como contaminador se apropia privadamente de un bien común, lo que es un problema político. Existe tecnología para que las aguas urbanas sean tratadas como integrante vivo del cotidiano. Sin embargo, como es conveniente para las ganancias, son azotados con la mortandad.
En Brasil hay más de seis millones de inmuebles desocupados, aun así el país alcanzó la mayor marca de déficit habitacional en 10 años. Esos inmuebles sirven solo a la especulación inmobiliaria, que cumple un papel criminal para la población y las ciudades desde hace décadas, y el poder público ha sido incapaz de hacer valer la función socioambiental de la propiedad privada. Ley que debería condicionar los intereses de determinada propiedad a la decisión de la sociedad. Año tras año la dramática realidad impone necesidades que el asistencialismo o medidas paliativas electorales no llegan a hacerle cosquillas.
Por lo tanto, para que de hecho se cumpla esa función es necesaria la puesta a disposición inmediata de los inmuebles y terrenos –que están en manos de grandes capitalistas como constructoras y que sirven solo a la ganancia vulnerando directamente el derecho a la vivienda– al servicio de las demandas de las familias afectadas y sin hogar por las tragedias.
El gobierno no ofrece y no dispone de mecanismos eficientes que sean capaces de atender las demandas de las comunidades afectadas Se hace necesaria la construcción de un plan de emergencia contra las inundaciones y desastres ambientales. Que se ampare democráticamente, en primer lugar, y luego vislumbre una nueva relación con las aguas urbanas.
Las respuestas presentadas a los impases estructurales advenidos por las lluvias requieren un indispensable plan de obras públicas. Por una batalla por la reforma urbana al servicio de la población y no de los capitalistas, que no se aferre a un simple reformismo sino a la posibilidad de actuar radicalmente. Que se ponga en marcha sobre la base de impuestos a las grandes fortunas de los banqueros y grandes empresarios, la confiscación de bienes de los grandes dueños de empresas que causan daños socioambientales. Para que los intereses de la población se concreten, ¡las colectividades deben tener derecho a definir la producción del espacio!
Todas estas ideas son un ejercicio necesario para una salida que supere la destrucción causada por las élites favorecidas por el capitalismo. En el camino de elaborar un programa encaminado a la superación del sistema que hoy se torna cada vez más en barbarie. Un sistema que utiliza la propiedad privada de los medios de producción social para someter a miles de millones a la miseria, a catástrofes y a la inminente destrucción del planeta.
Traducción: Isabel Infanta
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