Una elección polarizada y sus símbolos
Un político de extrema derecha, alcanzado por un cuchillazo de autoría conocida y origen controversial, en medio de una pequeña multitud de seguidores tipo patovicas organizados. Más de dos millones de mujeres, organizadas espontáneamente por las redes sociales, sin liderazgos claros ni filiación partidaria, todas contra “él”, el excapitán del ejército Jair Bolsonaro. Un líder popular preso arbitrariamente, y que a pesar de estar en posición de ganar la elección en primera vuelta, decide desde la cárcel pasarle finalmente la posta a un sustituto todavía poco popular.
La polarización entre Lula y Bolsonaro muestra que a la opinión pública le importan un bledo los formadores de opinión tradicionales. Esta es otra forma de percibir el alcance de la crisis orgánica, en este caso, la crisis de los mecanismos tradicionales de hegemonía de la clase dominante.
Al mismo tiempo, la polarización es asimétrica: solo por derecha alcanza un claro discurso de “ruptura”. En el polo “izquierdo”, representado de alguna manera todavía por Lula, y ahora por su substituto oficial Fernando Haddad, el discurso es de continuidad, y más aun, de “retorno” pura y simplemente.
Vivimos por lo tanto la tensión entre, por un lado, la crisis orgánica brasilera y un régimen surgido tras la dictadura con la Constitución de 1988 que se encuentra en ruinas, y por otro, un eventual intento de estabilización senil, en el caso que Haddad logre armar un gran pacto burgués que de por lo menos una “tregua” a las tendencias centrífugas.
Las masas moldean los regímenes políticos, de forma consciente o no
Pensemos el origen del régimen actual. Ya dijo un cientista político inteligente que el clima político imperante a lo largo de los años 80 –y que definimos como una prolongación “popular” y policlasista del ascenso obrero iniciado en 1978– impuso una izquierdización en el discurso político de los actores fundamentales de un régimen que emergía finalmente del proceso de la transición “lenta y gradual” a la democracia: la derecha conservadora tuvo que presentarse como liberalismo (PFL), los liberales burgueses como socialdemócratas (PSDB) y los conciliadores socialdemócratas como un partido de clase, el PT (mientras el PMDB, del “movimiento democrático” según su sigla, se convertía definitivamente en partido fisiológico del interior).
El pacto de transición que se materializó en la Constitución del 88 y que dio el tono a los gobiernos fuertes de Fernando Henrique Cardoso (1995-2002) y Lula da Silva (2003-2010), muestran que el régimen político y económico en Brasil respondió de hecho a una solución de compromiso. De ahí que ni bajo FHC haya habido un entreguismo neoliberal puro y simple (a la Menem, para dar un ejemplo), ni bajo Lula y el PT se haya hecho ninguna reforma estructural.
Este es el régimen que, en el contexto de la crisis capitalista mundial de 2008, fue herido de muerte en junio de 2013, con sus movilizaciones de la juventud "contra todo y contra todos", y que la derecha se adelantó para explotar en forma hábil.
¿Qué significa el abandono por parte de porciones significativas de la alta clase media de Geraldo Alckmin y del PSDB, y la reconversión (revelada por las encuestas electorales más detalladas), de un sector no fascista, al Partido Novo (Nuevo) de João Amoedo, mientras el grueso de sus filas se inclina ante el discurso violento y racista de Bolsonaro? Es justamente su deseo de un liberalismo directo y abierto, ya sin el barniz socialdemócrata de los tucanos.
En ese sector de clase, la duda actual es solo respecto al grado de violencia física necesario para imponer el “nuevo" programa del ultraliberalismo.
La paradoja de la Constitución del 88
En recientes declaraciones a la red Globo, Jair Bolsonaro expresó claramente su temor a una nueva Asamblea Nacional Constituyente, diciendo que “es el caos” y “nunca se sabe en qué va a terminar”. El general Mourão, su compañero de fórmula que asumió la línea de frente luego del cuchillazo que envió a Bolsonaro a terapia intensiva, defendió una nueva Constitución elaborada sin interferencia popular, por “notables” usurpadores. Ambos muestran claramente quién teme el poder constituyente de las masas, y quién se beneficia de los poderes constituidos o busca como mucho “reformarlos” solo superficialmente, en sentido reaccionario.
Sin embargo, solo la izquierda revolucionaria defiende firmemente la imposición a través de la lucha de una nueva Constituyente, libre y soberana. Es que la relación de la izquierda tradicional brasileña con la Constitución vigente es paradójica. Para ellos, todo ocurre como si la Constitución fuese la hija legítima de un gran proceso de unidad popular de todas las clases y sectores democráticos y progresistas contra la dictadura, de un proceso capaz de garantizar una Constitución “ciudadana”, progresista, “social”... Pero ese mito no se corresponde ni siquiera superficialmente a los hechos. Recurriendo a las declaraciones de Florestan Fernandes, insospechado de radical, la Constituyente dominada por el “Centrão” ultraconservador, tutelada por los militares y a la sombra del Ejecutivo de José Sarney (presidente entre 1985 y 1990), fue en el mejor de los casos una solución de compromiso, por no decir un engaño de Constituyente.
Uno de los dispositivos incluidos en la Constitución, de hecho, es el famoso artículo 142 [1] invocado cada dos por tres por el general Mourão, mecanismo que permite, nada menos, que la intervención “legítima y constitucional” de los militares para disolver los poderes de la República, por iniciativa de uno de ellos.
De todas maneras, la inclusión de ese mecanismo, en relación a los militares, es un retrato en miniatura de lo que ocurrió en el proceso constituyente en su conjunto.
El mismo “retorno triunfal” al atraso histórico, en medio del teatro pseudodemocrático de la Constituyente, se puede observar en la legislación que restringe el derecho a huelga, impide una verdadera reforma agraria y reafirma la tutela del Estado sobre las acciones sindicales, etc. Todo en nombre del carácter sacrosanto de la propiedad capitalista, en beneficio de intereses de clase bien definidos: de la alta burguesía financiera, bancaria, industrial y de los grandes terratenientes.
¿Cuál es entonces la paradoja? Es que fue necesario poco tiempo para que la narrativa se invirtiese, y desde entonces fuese la izquierda tradicional, en primer lugar el PT, la que se plantó en la posición de guardiana de esa Constitución, erigida post factum al nivel de “máximo avance” democrático-social posible. La derecha conservadora y liberal, triunfante en desviar la energía de las masas hacia aquel pacto muy poco “popular”, hizo lo que las clases dominantes de todos los tiempos siempre hacen: se volvió en contra de los términos de aquel pacto, fustigándolo por ser demasiado concesivo, etc.
¿Una renovación del viejo pacto de la mano de Haddad?
Naufragada definitivamente, según todo indica, la candidatura Alckmin –sin duda la opción número uno de los “mercados” dentro y fuera del país– quedaría en Haddad la última oportunidad de revivir este régimen moribundo y su sistema particular de pactos y compromisos. De inmediato, Haddad fue ungido como “figura” por un Lula depuesto, por el Lula preso y perseguido... Pero de ahí en adelante, ya no podrá limitarse a ser eso. Sin duda, mantendrá al máximo esa imagen frente a las masas, la que le garantiza el voto fiel lulista. Sin embargo, para vencer en los hechos, y sobre todo para gobernar, tendrá que encontrar su propio camino de conciliación. En este rumbo ya viene avanzando sin inhibiciones desde su nombramiento como candidato el 11 de septiembre.
En su libro sobre el lulismo en crisis, el cientista político André Singer, vocero de la presidencia durante el primer gobierno de Lula, nos ofrece un intermezzo histórico en el que compara al régimen actual con el que estuvo vigente entre 1945 y el golpe militar del 64, la llamada "República Nova", interregno democrático burgués que comprendió las presidencias de Getúlio Vargas, Juscelino Kubitschek y João Goulart luego de la renuncia de Jânio Quadros.
Su tesis central, contrariando el sentido común académico y periodístico, es que por detrás de la aparente maraña caótica de siglas y partidos, existe una racionalidad política en el sistema partidario brasileño. Más aun, que el actual sistema partidario en sus pilares sería una reedición del viejo pacto que operó entre 1945 y 1964. Dividido en tres partidos: uno “de la clase media”, liberal y proimperialista, otro “popular” y otro “del interior”. El régimen de la União Democrática Nacional (UDN), Partido Trabalhista Brasileiro (PTB) y Partido Social Democrático (PSD), sustituido ahora por el del PSDB, PT y MDB, respectivamente.
Singer avanza en la tesis de que existiría la tendencia a un “realineamiento electoral”: la experiencia democrática de las masas llevaría a que, una vez comprendido el sistema y reconocido el partido que mejor representa a las masas, no habría espacio para que el “partido de la clase media” (UDN/PSDB) triunfase por medios electorales. Hechar mano a medios antidemocráticos sería el único camino que le queda para retornar al poder central, sea como en ese momento por la solución de fuerza directa, sea por los artificios del golpismo institucional y arbitrio judicial actualmente en curso.
Un análisis sumamente interesante, que remite de otra forma a las incógnitas sobre cómo reaccionarían los factores reales de poder del régimen ante una eventual victoria del PT, o incluso cuál sería el nivel de manipulación y fraude del que podrían echar mano para evitarla.
El defecto fundamental del análisis de Singer es que, útil como es para explicar el funcionamiento “normal” del régimen en sus momentos de evolución lineal, deja en la sombra el análisis aun más importante de los momentos de quiebre de la historia. Es justamente en la inminencia de uno de esos momentos en la que nos encontramos ahora.
¿Hay lugar para el PT en este nuevo régimen pos 88?
Mientras estuvo vigente el régimen del 88, el PT y el PSDB se configuraron como las “dos cabezas”, alternándose políticamente, del equilibrio entre una precaria socialdemocracia (periférica) y el neoliberalismo light.
Ahora, ante el abismo, ¿pueden los dos unirse en un nuevo pacto para preservar el régimen? Las señales vienen de ambos lados, entre un tucano como Tasso Jereissati aceptando como un error la adhesión de su partido al golpe de Temer, y las afirmaciones de referencias petistas, de forma abierta o reservada, de que un “frente popular” contra Bolsonaro debería incluir no solo al PT y a Ciro (cuya especificidad no podremos tratar aquí), sino también al PSDB. Esto sugiere que el plan está, al menos, siendo intentado. Sobre todo la aproximación de Haddad al llamado “mercado”, con la figura de buen gestor y de “conservador fiscal”, es el principal elemento en esa dirección. Por las reacciones recientes en órganos de la burguesía imperialista, como The Economist o Financial Times, parece que el mensaje de Haddad ya encontró algún eco.
Al mismo tiempo, el lugar de Lula en una transición de ese tipo sería solo uno de los grandes problemas, pero no por eso el menos difícil de resolver.
La elección actual se sitúa en un “no lugar” entre la última de un régimen en crisis y la primera del pos 88. Un régimen político en punto de mutación, síntoma de una sociedad en crisis y preñada de grandes conflictos sociales y lucha de clases abierta.
Con la peculiaridad de un Lula preso como gurú de un semidesconocido y poco “popular” Haddad, este es la figura fantasmal del gran ausente, o sea, del polo radical de izquierda pos 88, que debe construirse a ritmo acelerado.
Para pensar ese problema, cabe volver a la tesis de André Singer expuesta brevemente más arriba. Con un reparo.
En su explicación del funcionamiento de la democracia del 45-64, Singer deja de lado el papel del Partido Comunista Brasilero, el PCB. Sin embargo, a pesar de no tener legalidad durante aquel período debido al alineamiento de Brasil en la Guerra Fría, el PCB fue un partido en todo el sentido de la palabra, teniendo a su frente la figura de Luis Carlos Preste, el principal líder popular hasta la aparición de Lula, que llenaba estadios de futbol en sus actos y fue el diputado más votado en todo el país para la Constituyente de 1946 (aprovechando su breve interregno legal entre 1945 y 1947), y que dividía con el PTB varguista la dirección del movimiento obrero y sindical, incluso en la ilegalidad.
Sin entender tanto el prestigio como el papel decisivo de contención del PCB, al que le decían “Partidão” (Partidón) tanto adeptos como detractores, es imposible explicar las contradicciones de aquel período, la dinámica del movimiento de masas y los impases que llevaron al golpe de 1964.
Al borrar el PCB de su esquema explicativo del régimen del 45-64, Singer oculta, de forma intencional o no, lo que puede devenir un elemento central en los desarrollos futuros de la situación brasileña: ese espacio entonces ocupado por el PCB, fiel instrumento de la burocracia de la URSS, ¿puede ser ahora llenado por un auténtico partido revolucionario e internacionalista?
En otras palabras, y volviendo al contexto actual. La realidad brasileña es caldo de cultivo para la emergencia de una verdadera alternativa a izquierda, no solo como contrapunto de la nueva derecha, sino como superación de toda la estructura social que ella vino a intentar perpetuar con nuevos métodos. El punto de partida es presentar desde ahora un programa alternativo al de la derecha liberal en todas sus vertientes, un programa antiimperialista y basado en la clase obrera, en alianza con todos los oprimidos. Programa al mismo tiempo radical y democrático, sobre todo en tiempos de autoritarismo judicial-policial y de reaccionarios envalentonados, sin miedo de confrontar todos los abusos en curso con una Asamblea Constituyente impuesta con la lucha. Una Constituyente que responda a la indignación de las masas con el actual régimen de corrupción y privilegios, y a la vez rediscuta las grandes cuestiones nacionales y plantee que la crisis económica la paguen los capitalistas.
Pero ese debe ser solo el punto de partida. Para dar una respuesta de fondo, ese programa debe estar ligado a la perspectiva de un gobierno de trabajadores en ruptura con el capitalismo, que expropie a los capitalistas y socialice los medios de producción, dando inicio a una genuina transición socialista donde las masas trabajadoras dirijan democráticamente los destinos del país.
En este sentido, vale la pena volver una última vez al esquema propuesto por Singer para explicar el último golpe militar. Visto de cerca, su gran argumento, de la “radicalización antidemocrática” de las clases medias representadas por una UDN incapaz de ganar elecciones, se muestra al final insuficiente para explicar de hecho lo que estaba en juego en 1964.
Detrás de la fachada institucional y del juego de los tres grandes partidos legales, dos grandes clases de problemas daban su contorno dramático a la situación.
Había en curso en el país un potente ascenso de masas, expresado en el surgimiento de las Ligas Campesinas y la toma de latifundios por todo el país, en la creciente cantidad de huelgas obreras con tendencia a su unificación nacional, y en expresiones categóricas de insubordinación en la base de las Fuerzas Armadas.
Con la marcada influencia de la Revolución cubana de 1959, el proceso interno en Brasil fue leído tempranamente como una gran amenaza por el imperialismo estadounidense, que tenía gran interés en imponer un “dique de contención” a un posible descontrol revolucionario de Sudamérica.
Recordar ese contexto no es poco importante, si queremos pensar a fondo los rumbos que Brasil y en cierto sentido toda la región puede tomar.
Hoy el escenario es distinto en muchos aspectos, pero tenemos una crisis internacional del capitalismo que desde 2008 no tuvo más que débiles recuperaciones y que según muchos analistas puede tener una nueva bancarrota en un par de años. A su vez, una débil hegemonía estadounidense, coronada por un personaje como Trump.
En Brasil hay un movimiento de masas momentáneamente paralizado, pero que acumuló experiencias en los últimos años, desde los levantamientos de la juventud en junio de 2013 (por ahora capitalizados por la derecha), pasando por el aumento de la cantidad de huelgas económicas (interrumpido por el golpe institucional) y dos paros nacionales, en marzo y abril de 2017, que simplemente bloquearon la reforma previsional planificada por el gobierno golpista.
Ese potencial combativo fue luego bloqueado por la burocracia sindical, especialmente de la CUT dirigida por el PT, con el resultado de una reforma reaccionaria de las leyes laborales que pasó sin resistencia en el segundo semestre de 2017.
Toda una muestra del gran poder de contención que ese partido sigue teniendo frente al movimiento de masas. Ahora, todo ello se va canalizado en el espíritu de “mal menor” que se expresa en la candidatura de Haddad frente a la extrema derecha. Pero si es que realmente gana el candidato petista y su propuesta de "pacto nacional", el proceso de experiencia de las masas con sus direcciones históricas puede seguir adelante. Desde ya que aún en el eventual escenario de una victoria de Bolsonaro, la experiencia con el PT como un partido débil en la oposición también podría seguir, pero en ese caso los ritmos tenderían a ser distintos.
De todas maneras, hay que recordar que en el capítulo final de la experiencia de las masas con los gobiernos petistas, bruscamente interrumpido por el golpe en 2016, la clase obrera había empezado a protagonizar "huelgas salvajes” en los márgenes del dominio de la burocracia sindical, en los sectores más precarios de la clase como los obreros de la construcción civil en el Nordeste, o los “garis" (trabajadores de la limpieza urbana) de Río de Janeiro.
No está dado para nada que la defraudación de las expectativas populares por un eventual gobierno Haddad moderado y ajustador, tenga que terminar en desmoralización. Al contrario, está en el horizonte que una experiencia semejante pueda, en mayor escala, abrir espacio para un gran proceso de radicalización política de los trabajadores y la juventud, con recuperación de sindicatos y centros de estudiantes, y surgimiento de nuevas referencias en los movimientos contra la opresión.
Un proceso así, que involucraría inevitablemente grandes rupturas, fusiones y una reconfiguración general en la izquierda, se inscribe como escenario bastante posible frente a las inmensas contradicciones en juego, y es lo que abre espacio para la construcción de un verdadero partido revolucionario, si pensamos en escala histórica.
Traducción: Isabel Infanta
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