Conversamos con la joven directora chilena, que presentó su tercer largometraje en el último Festival internacional de Cine de Mar del Plata. Transfeminismo, la lucha contra la herencia pinochetista y decisiones estético-políticas en la voz de una realizadora protagonista de su tiempo.
Estás presentando Nona. Si me mojan yo los quemo, tu tercer largometraje y la obra más íntima y personal hasta ahora, en la que retratás a tu propia abuela en un proyecto que tomó casi 6 años. ¿Cuál fue la génesis de la película?
Para empezar, fue la idea de mostrar una visión diferente de la mujer dueña de casa, y especialmente esta imagen tan contundente de una ama de casa tirando una bomba molotov. La película partió del registro casero que realicé, como un estudio de la palabra de Nona y de lo que era capaz de decir. A mí desde chica me llamó la atención la forma que tenía de hablar, dando vuelta las cosas, y siempre con algo radical: en las historias de Nona siempre está presente la bomba, la revancha, una suerte de encabronamiento con el mundo.
En segundo lugar, me interesó ver cómo ella habla de su propia vejez. Porque Nona no dice que es vieja, sino que está en un proceso de metamorfosis –que ella misma puede observar– y de autoexilio. Esas dos palabras son clave: metamorfosis y autoexilio fueron las que dieron inicio a la película, y me motivaron a recordar, en el medio de ese autoexilio, ciertos actos radicales como vengarse de un amante acosador tirándole una bomba molotov.
En un proyecto de tanta duración, es muy distinto el Chile de cuando empezaste a filmar y el que hoy recibe tu película. ¿Cómo mirás hoy tu propia obra?
Es muy fuerte, porque la herida de la dictadura en nuestras biografías no está cerrada, no hay justicia. Entonces visto ahora, ese acto de defensa de mi abuela tiene otro sentido: hoy en la calle, después de que el presidente declaró la guerra al pueblo, estamos luchando como Nona, tirando molotovs, haciendo barricadas como las que contaba que hacía ella durante la dictadura. Hoy, treinta años después, siento que yo misma he vivido una semana en dictadura, con toque de queda, militares con la posibilidad de entrar a tu casa. Hay que tener ese nivel de miedo y a la vez de fuerza. Me di cuenta que hoy entiendo mucho más a mi abuela y a su generación.
El día del estreno de la película mencionaste esta cuestión. ¿Qué situación te parece que se está viviendo actualmente en Chile?
Es una situación de terrorismo de Estado. Es brutal la incapacidad del gobierno de escuchar al pueblo, y es impresionante que la policía ha recibido hasta bonanzas por su tarea, el presidente se sienta con ellos a tomar el desayuno cuando afuera hay cientos de casos de personas que han perdido la vista, de mujeres violadas, más de tres mil detenidos. Yo que marcho todos los días he llegado a sentir un miedo que antes no tenía; y también recordando a Nona, he tenido que sacar una fuerza que quizás he heredado de ella, de toda su generación.
Volvamos sobre esta idea del autoexilio de tu abuela, desde Santiago hasta Pichilemu. Al inicio de la peli hay una suerte de registro de road movie, vos llevando a Nona a su casa. ¿Qué significa ese pueblo en la película?
Pichilemu es una antigua población mapuche, el nombre quiere decir “pequeño bosque”, y donde vive Nona es justo al lado de este bosque que se empieza a desforestar, a destruir. Un bosque que era frondoso en el que ahora solo hay cabañas.
Esto del autoexilio tiene que ver con dejar una vida citadina; y yo me di cuenta que hay varios elementos micropolíticos que para mí tienen que ver con el racismo y la actitud capitalina que mi abuela por momentos mantiene casi orgullosamente. Por ejemplo, sus dichos acerca de cómo las arenas negras son feas y las arenas rubias son las mejores; su obsesión por teñirse el pelo de rubio extra claro. Me interesaba encontrar esas cosas en sus palabras, no solo verla desde la fascinación, sino tener una mirada crítica sobre ella…
Y cuando empezaron a acontecer estos incendios en la zona fue muy fuerte porque pareciera que el fuego está siempre presente en la vida de Nona. En su vida de casa, de esposa, amante… hasta el día hoy. Es como una técnica de limpieza: el fuego quema, limpia y renueva.
En una escena Nona dice que “no hay nada que no tenga peligro”. ¿Cuáles son los peligros en esta película? ¿Tiene que ver con lo formal, el uso de muchos formatos distintos? ¿O con la exposición de tu familia?
Bueno, una puede decidir tomar riesgos. Quizás hubiera sido más fácil poner a una actriz famosa a hacer de Nona que tener a la misma Nona interpretándose a sí misma. Pero siento que en eso hay una reivindicación de escogerla a ella como actriz; que una dueña de casa se transforma en actriz. Por otro lado, esto de “en todo hay peligro” a mí me interesa, porque tiene que ver con una mujer que vive sola en el medio del bosque, donde todo es peligroso. Hay una defensa personal, del día a día, que se retrata en la película: Nona viendo por la ventana, encerrándose en la cocina, tapiando la puerta de la casa, son acciones que hablan del autocuidado de una mujer sola.
Por otra parte, los peligros cinematográficos yo ya los he tomado como una forma de hacer cine. Aquí no se busca la unificación sino la complejidad. Retratar a un personaje barroco como Nona requería de buscar un lenguaje cinematográfico diferente.
En esta forma de retratar a Nona, ¿sentís que hay un eco documental al estilo de Grey Gardens?
No. Yo siempre tuve cuidado con retratar la locura. Hay un cliché de simplificar a una mujer como Nona, de tildarla de loca. Eso históricamente a las mujeres diferentes y radicales, desde Juana la Loca hasta aquí, les ha ocurrido. Entonces, por eso, yo no opto simplemente por un lenguaje documental. ¡Porque yo no busco la verdad! No sé si Nona realmente hizo las cosas que dice que ha hecho; pero es un delirio que el cine permite, y eso transforma la película en lo que es, no en una biografía lineal.
Entonces, ¿cómo enmarcar a tu obra, como documental o como ficción?
Yo creo que lo interesante es no caer en categorizaciones. Así como el cuerpo, el cine no debería tener categorías binarias. Considero que es más bien ficción, pero opino que incluso cuando hacemos documentales estamos haciendo en realidad un falso documental, estamos actuando. Estoy en contra del registro científico documental, como creyendo que allí hay una verdad… lo más rico es la subjetividad. No hay categorías binarias en esta película, y más en general doy la discusión de que todo es ficción. No hay una división.
Tu película entonces se basa en archivos familiares, pero es un recorte, una versión de la historia. ¿Cómo se vivió de parte de tu familia la película finalizada?
Fue una catarsis familiar, todo el proceso. Había muchas cosas que Nona había hecho o dicho, que yo sé que a mi tía y a mi mamá les avergonzaba mucho, y después de la película la imagen que tienen de su propia madre cambió. Eso fue gracias a la relación que yo tengo con mi abuela, y al feminismo: hacerles entender el valor de empoderamiento que esa catarsis tenía. La película nos permitió a las tres externalizar otros aspectos de Nona y dejar de verla como la veían, tan roja, tan power, tan siempre en contra de todo.
Nona es una película de tres generaciones de mujeres: vos, tu mamá, y tu abuela. ¿Dirías que es una película feminista? ¿Vos misma te considerás feminista?
Yo me considero transfeminista. Vengo pensando la feminidad en muchos cuerpos desde mis trabajos anteriores, en donde las protagonistas son mujeres trans y travestis. No soy una feminista separatista, ni biológicamente esencialista. También trabajo la cuestión de la migración y la raza, y me interesa sobre todo mezclar el feminismo con otras áreas, no solo pararme como mujer blanca.
Sí, para mi es una película completamente feminista. En todo aspecto, pero sobre todo para una generación como la de abuela, una dueña de casa, que crece desde lo domestico. No es quizá el feminismo europeo, medio anti ama de casa, sino algo más propio de Latinoamérica.
Has hablado de hacer un cine de transficción. ¿A qué te referís con ese concepto?
Tiene que ver con cómo pensar mi trabajo anterior y lo que he hecho hasta ahora. Hace varios años empecé a hacer clases intentando desmontar la narrativa que a una le enseñan cuando estudia cine. Hay una unificación de la mirada, de la narrativa, que es muy anglo, muy occidental, desde la visión blanca. Lo interesante era pensar, incluso desde la filmación, como filmamos una ética transfeminista; que implica desde cómo organizas lo técnico hasta cómo armas la estructura narrativa. Eso es la transficción y obviamente borra los límites entre documental y la ficción.
Para llevar adelante esta forma de hacer cine, formás parte del Proyecto Transfrontera. ¿De qué se trata?
Transfrontera nació hace cuatro años, en Arica y Tacna, en la frontera entre Chile, Perú y Bolivia, y ha reunido ya a más de doscientas personas entre activistas, pobladores, nuevos realizadores. Es una zona donde realmente no hay formación artística de ningún tipo, no hay escuelas de arte ni mucho menos de cine, pero curiosamente se hace mucho cine porque van directores a usar esos espacios como locación, como fondo, pero la gente que allí vive no hace cine, ni sabe cómo se hace.
Entonces nació esta idea de levantar un cine de frontera y desde la frontera, hecho por la gente que vive en la frontera. Este año además fuimos a Tijuana, e hicimos una primera edición en la otra punta de Latinoamérica. En el origen buscamos romper esta cuestión de que hay pocas alianzas entre realizadores latinoamericanos, empezamos pensando en la idea de hacer cine fronterizo en la teoría y en la práctica, y como una forma de unirnos colectivamente como realizadores en estos lugares donde las fronteras te quieren separar. Hoy día el proyecto ha tomado otro sentido por todo el problema migratorio que hay, en Chile y Perú por ejemplo, con poblaciones desplazadas desde Venezuela y Colombia… entonces sin buscarlo, el proyecto ha tomado otra dimensión política.
Tanto como parte del Proyecto Transfrontera como en tu papel de directora, te vemos articulando tres perfiles: tu rol de realizadora, de mujer feminista, y de docente que enseña a hacer cine. ¿Cómo juegan esos roles?
¡Qué difícil! Creo que tiene que ver con la capacidad que una tenga como directora de escaparle a la alienación. Porque sería super fácil quedarse en la comodidad de hacer cine comercial, firmar con Netflix, hacer publicidad… Yo contra eso tengo una idea de cuestionarme mucho en qué ocupo mi fuerza laboral, qué estoy haciendo con mi tiempo.
Todo empezó de manera muy intuitiva, creo que ya he dicho que me siento más activista que cineasta, y por ejemplo con todo lo que está pasando ahora mismo yo no ando con mi cámara en mano filmando. Bueno, en realidad yo ni siquiera tengo cámara (risas). Pero si la tuviera tampoco andaría filmando porque creo que justo ahora, estamos en un momento en que el poder se está descentrando, entonces, ¿quién tiene el poder de ver, de filmar al otro? Eso también está cambiando. Frente a eso hay que tratar de construir un cine más horizontal, mas colectivo.
¿Te parece que tu cine puede ser interrumpido por los procesos políticos que estamos viviendo en Latinoamérica?
Totalmente. Estamos viviendo un momento caótico, pero bellísimo. Yo estoy orgullosa de que un país como Chile donde el capitalismo se creó, sea quizás el lugar donde el capitalismo se pueda acabar. Y que toda una sociedad que creía que este sistema era la única posibilidad hoy está jugando a la utopía y a la posibilidad de cambiar. Es una idea que está en la calle, de cuerpos que sienten que ya no se puede vivir así, por eso el lema de “hasta que la dignidad sea costumbre”.
Y es muy interesante y muy fuerte que el sistema capitalista en Chile esté tan cuestionado, cuando aquí mismo desde Argentina, por ejemplo, se lo quería mostrar como el modelo a seguir. Es peligroso y maravilloso a la vez lo que estamos viviendo.
Hace varios días que circulan, a causa de la situación que se vive en Bolivia luego del golpe de Estado, imágenes de gente que se graba con sus celulares y cuenta, desde La Paz o El Alto lo que está pasando, cómo se vive. Y por otro lado nos llegan las noticias de los grandes medios, con un relato completamente diferente…
Bueno, ahí te das cuenta que no existe la objetividad en la imagen.
Claro. Entonces, frente a esa situación, ¿qué te parece que se puede hacer desde el cine? Parándote en estas nuevas imágenes, producidas tan descentradamente.
Yo creo que lo que se está haciendo es un gran archivo, desde donde los cineastas podemos sacar muchas percepciones, sensaciones. Pero así, en bruto, esas imágenes no son noticias. Por ejemplo, en Chile, en todos estos días, hay un caos de generación de imágenes que circulan por WhatsApp o por las redes, y estamos haciendo un Drive con todo eso, qué aún no sabemos cómo lo vamos a usar. O si pones el ejemplo de Bolivia, es imposible entender todo lo que está pasando solo a través de las noticias que son super extremistas: o estás a favor de Evo, y lo estás llorando porque se fue, o estás a favor de la derecha blanca que levanta la Biblia y quema whipalas.
Lo que sucede en Bolivia es claramente un golpe de Estado aunque lo quieran presentar de otra forma, nuevamente hubo una imagen que lo muestra, la de esta mujer que se ha nombrado presidenta y le están poniendo la banda presidencial los militares. Esa imagen habla mucho, pero por otro lado no quita responsabilidad a Evo que ha salido corriendo y ahora se victimiza cuando él es responsable de haber llegado a esta situación. Creo que hoy las mujeres en Bolivia son protagonistas en lograr un movimiento fuerte que pueda ponerle otras palabras al qué se pueda hacer, en superar esta guerra neocolonial que se está viviendo, de Cristo contra Pachamama. Es muy triste que hoy las cholas tengan que estar solas en la calle, enfrentando a los racistas, y que Evo las haya dejado solas; pero creo que ellas, con iniciativas como el Parlamento de Mujeres, tienen cosas para proponer y para decir todavía.
Hay, tanto en Nona como en todo lo que contaste durante esta entrevista, una idea conductora de un eco intergeneracional, de una fuerza que nunca terminó de morir aunque fue silenciada tanto tiempo, y que hoy renace.
Es que lo siento así. Creo que hay una mayor sensibilidad, incluso contra una derecha que siempre nos decía que ya había pasado mucho tiempo, que estábamos en el 2019, que por qué seguíamos hablando de eso que había pasado en los ’70… y ahora se muestra que esos mismos militares y pacos usan las mismas técnicas represivas de esa época. La historia se está repitiendo, pero esta vez somos más.
¿Qué proyectos tenés para el futuro?
Estoy tratando de tener optimismo y fuerza porque creo que se vienen dos meses de lucha, espero que Piñera esté en la cárcel y que podamos hacer una nueva Constitución y un país más justo donde no exista una minoría super rica y una mayoría que vive en la precariedad total. Ya no hay normalidad en Chile y no vamos a volver a esa normalidad.
Y personalmente, estoy llena de proyectos también, con dos películas: una sobre las mujeres inmigrantes que vienen desde el Caribe a vivir a un Chile tan frío –climática y culturalmente–; y otra que es una película de época, que retrata la Guerra del Pacífico desde el punto de vista de las mujeres negras que vivían en la zona que pasó a ser chilena luego de la guerra, y que quiso ser “blanqueado”, por lo que hace muy poco tiempo que se empezó a hablar de ellas y de lo que ellas vivieron en esa situación.
Nona. Si me mojan yo los quemo se proyectó en el 34° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Podés ver el trailer acá
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