Marta Lamas y Catalina Ruiz debatieron sobre la crítica de Catherine Deneuve y otras celebridades francesas al movimiento #MeToo, sobre el feminismo, el machismo, el coqueteo y las relaciones de poder. Fue en el noticiero Despierta con Loret de Mola.
Jueves 11 de enero de 2018
En la mañana de este miércoles vibraron las redes sociales ante el debate a propósito del movimiento #MeToo y la respuesta de famosas francesas.
Las protagonistas fueron Marta Lamas, investigadora de la UNAM, y Catalina Ruiz, columnista del periódico El Espectador.
La carta abierta firmada por más de 100 celebridades francesas critica al movimiento #MeToo, publicada en días pasados en el diario Le Monde. Allí sostienen que “la violación es un delito, pero el coqueteo torpe no lo es, ni la caballerosidad es una agresión machista”, entre muchos otros puntos.
A debate las relaciones
Marta Lamas abrió la discusión señalando que aunque está de acuerdo en general con la carta de las francesas, considera “desafortunado” el contexto en el que se publicó, justo cuando el movimiento #MeToo visibilizó a nivel mundial el acoso y abuso sexual en ambientes de trabajo.
Ruiz-Navarro, por su parte, destacó que #MeToo “nunca ha estado en contra del coqueteo” pues “a todas las personas les gusta sentirnos deseadas por las personas que nos gustan. Todas las personas tenemos una dimensión sexual (y) eso no se debe borrar de la vida social”.
Acentuó que no se debe tolerar que los avances de índole sexual se den “desde una posición de poder que no te permite dar o negar consentimiento, o cuando tú de plano estás diciendo que no”. Afirmó “En la discusión se están haciendo tontos: yo creo que todos conocemos la diferencia entre el sano coqueteo y el acoso”.
Al respecto, Marta Lamas cuestionó que algunas posiciones feministas han caído en el puritanismo y propagan la idea de que “las mujeres siempre son víctimas y los hombres siempre son victimarios”. No obstante, explicó que no es lo mismo la víctima de violación o de acoso, que la víctima de un piropo en la calle.
Señaló el caso de Suecia, donde se exige que haya consentimiento sexual mutuo y verbal previo a cualquier acto sexual y sostuvo “Eso me parece absolutamente deserotizante”.
“El erotismo no puede ser por obligación” y “no hay nada más sexy que el consentimiento” respondió Ruiz-Navarro. Abundó que “el lenguaje humano es suficientemente sofisticado para que entendamos los bemoles en el uso de las palabras y en la manera en que alguien se te acerca. Uno sabe cuando otra persona quiere que te acerques o no”.
La periodista de El Espectador, sin embargo, sostuvo que la solución no puede ser legal ni penal. “El acoso no está en las palabras que se usan, está en la intención y está en el contexto y se da cuando hay una desigualdad de poder”.
Una postura con la que coincidió Marta Lamas, y afirmó que desde su punto de vista “en el tema de la líbido y el deseo sexual no todo se puede explicitar previamente”.
Las frases de Lamas que más resonaron en redes fueron “Creo que la seducción insistente o torpe no es un delito”, “El caso de Kevin Spacey no me parece un acoso”, “Muchas mujeres usan capital erótico para conseguir cosas en un patriarcado”.
Donde los focos del cine no iluminan nada
Qué lejos está todo ese debate de quienes, como yo, vivimos en Ecatepec, el lugar que señalaron medios internacionales como el sitio más peligroso para ser mujer. Que vimos cuando drenaron el Río de los Remedios y aparecieron decenas de cuerpos de mujeres, adultas, jóvenes, niñas a quienes arrebataron sus vidas y sus sueños.
Qué lejos está también de mi vecina, obrera de la Kraft, que se organizó con sus compañeras para irse entre varias a la fábrica porque todo se puso peor con los rondines de la policía del estado y la federal patrullando. Nos toca la peor parte: ser mujer, en la periferia y de familia trabajadora.
Herdez, Mondelez, Covestro, empresas de capitales mexicanos y extranjeros, son algunas de las fábricas en las que laboran muchas mujeres del Estado de México, como mi vecina. Que ganan salarios más bajos que sus compañeros, que sufren acoso laboral, que los gerentes las obligan a barrer bajo las lluvias más torrenciales, que no respiran casi cuando atraviesan la Vía Morelos, por miedo a que las levante la policía o el crimen organizado.
Pienso en el debate que escuché en el programa de Loret Mola, las luces la escenografía, el maquillaje, el vestuario. Qué lejos de nuestra realidad.
Vuelvo a las palabras de Andrea D’Atri, en esta nota“Perdemos cuando las luces apuntan a Hollywood y dejan en penumbras la batalla contra la violencia, ésa de la que somos víctimas persistente y cotidianamente en el ámbito del hogar, en el trabajo, en las calles, en manos de las relaciones más íntimas, de desconocidos, de las patronales que viven a expensas de nuestra explotación, de las instituciones del régimen político, del Estado.”
Nosotras, las mujeres pobres, estudiantes, trabajadoras, vivimos una realidad que los grandes medios de comunicación invisibilizan, naturalizan y ocultan a los ojos de las mayorías.
Nuestros trabajos son precarios, nos corren si señalamos los abusos del supervisor, morimos por abortos clandestinos y nos encarcelan hasta por pérdidas involuntarias del producto en embarazos con mala o nula atención médica. Vivimos en carne propia las agresiones de familiares o parejas y también jornadas de trabajo interminable, hacinamiento en el transporte público, carencia de servicios básicos como el agua, cuyo suministro cuando hay escasez o desabasto termina recayendo en nuestras espaldas.
Sobre nosotras caen las abrumadoras tareas domésticas por las que no recibimos ningún salario y la difícil responsabilidad del cuidado de ancianos, niños y enfermos y la administración de los ingresos familiares, que con el constante aumento de precios cada vez alcanza para menos.
Es por esta realidad tan alejada del glamour que nuestra lucha contra la violencia machista –mejor expresada, patriarcal– va de la mano del combate intransigente contra la opresión. La cual es funcional al sostenimiento de un orden social basado en la explotación de la mayoría de la población –incluyendo a la mayoría de las mujeres– y la degradación creciente de sus condiciones de vida.