La “década ganada” que experimentó Latinoamérica en el nuevo siglo exhibe signos de agotamiento hace al menos un quinquenio. El balance muestra que las condiciones de atraso económico y dependencia de las potencias extranjeras siguen vigentes.
En su historia sobre el neoliberalismo el geógrafo marxista David Harvey destaca que el golpe de Estado de Augusto Pinochet en Chile fue “el primer experimento de la formación de un Estado neoliberal” [1] en todo el mundo.
Hoy el movimiento de masas intenta abrirse paso para barrer con la pesada herencia pinochetista. Mientras, el régimen político está poniendo en práctica todas las artimañas para frenarlo: desde las concesiones parciales del presidente Sebastián Piñera hasta los salvavidas del Partido Comunista y el Frente Amplio a la gobernabilidad capitalista.
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Privatizaciones, mercantilización de todos los aspectos de la vida, financierización, gestión y manipulación de las crisis, el Estado como redistribuidor en favor de los ricos, son los mecanismos centrales impulsados durante la hegemonía neoliberal que destaca Harvey.
Desde nuestro punto de vista, podríamos definirlo como un avance por todos los frentes para elevar a la enésima potencia las condiciones de explotación de la clase obrera como parte del proyecto de restitución del poder de clase de la burguesía a escala global para poner fin a los desafíos revolucionarios de la posguerra [2]. El neoliberalismo como gran empresa capitalista internacional está cuestionado al menos desde la crisis mundial de 2008.
Latinoamérica adelantó ese cuestionamiento con las rebeliones de principios de siglo que barrieron con el personal político formateado por el Consenso de Washington en Ecuador, Argentina y Bolivia. Los gobiernos posneoliberales que le prosiguieron dejaron intactas, en lo esencial, las conquistas de la burguesía sobre la clase trabajadora (los tarifazos de las privatizadas en la Argentina son una entre tantas otras pruebas), pero tuvieron que realizar concesiones al movimiento de masas [3]. También intentaron ciertos grados de autonomía frente al amo del norte, por ejemplo desactivando el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), aunque sin cuestionar los pilares del poder imperialista, como el enorme peso de las empresas extranjeras en la economía y el respeto a la deuda externa. Aun así, en la región subsistieron varios bastiones de neoliberalismo explícito: Estados Unidos conservó aliados fieles, entre ellos Colombia o Chile.
El vanagloriado modelo chileno hoy se desvanece como único horizonte de lo posible: donde los empresarios establecen que lo máximo que se puede aspirar son salarios y jubilaciones de miseria; donde la “mano invisible” del mercado es la que manda en los ámbitos de la salud y la educación bajo el sacrosanto criterio que dicta que las ganancias son la prioridad; donde nadie tiene derecho a levantar la cabeza para protestar.
El fin de ciclo latinoamericano
América Latina ingresó al siglo XXI con condiciones económicas extraordinarias. Los precios de las materias primas de exportación (el cobre chileno; los hidrocarburos de Venezuela, Ecuador y Bolivia; la soja argentina) observaron incrementos fabulosos gracias al impulso de las compras de la locomotora China, pero también de India
No solo eso. La evolución de los términos del intercambio (que expresa la relación entre el movimiento de los precios de los bienes y servicios exportados y los importados) favoreció a la región como nunca en la historia. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) elabora un índice del poder de compra de las exportaciones de bienes y servicios de la región. Desde principios de siglo se observa un alza imponente hasta que en 2012 y 2013 se alcanzó el nivel más alto. En 2014, que es el último dato disponible en la serie, comenzó un descenso.
Existe otra serie de datos elaborada por la Cepal que se aproxima más a la actualidad. Se trata de un índice que sintetiza el movimiento de los precios de los principales productos básicos que exporta la región. Desde el 2000 (nivel de 40) hasta 2011 (nivel de 123) el índice aumenta en 83 puntos. Luego comienza una recaída que se profundiza a partir de 2014 con el retiro del programa de expansión cuantitativa de la FED de los Estados Unidos. El leve ascenso de 2017 no cambia el tono. En este último año de la serie los precios de exportación están en el mismo nivel que en la crisis de 2009.
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Durante largos años, la situación de altos precios de las materias primas redundó en resultados positivos del comercio exterior, un oasis de dólares frescos que permitieron la acumulación de reservas, el desendeudamiento y el superávit fiscal. Esa fue la base de la estabilidad económica y social de la que se beneficiaron los gobiernos de la región: desde los de la derecha neoliberal que comandó Chile, Colombia o Perú, pasando por aquellos posneoliberales que surgieron luego de las rebeliones de principio de siglo en Ecuador, Bolivia o Argentina, hasta el autodenominado “Socialismo del Siglo XXI” en Venezuela. Hoy todos los resultados económicos virtuosos de entonces se muestran invertidos.
Raúl Prebisch fue el primer encargado de la Cepal −fundada bajo la impronta norteamericana como parte de las instituciones del orden de la segunda posguerra− y una suerte de padre del desarrollismo latinoamericano. Junto con Hans Singer establecieron en sus estudios económicos que la evolución de los términos del intercambio desfavorable constituía una traba para el desarrollo de la región. En los primeros años del nuevo siglo esa traba fue removida. La economía creció a tasas elevadas, pero el desarrollo no llegó. En términos estructurales, la región mantuvo (o profundizó según el país que se trate) una economía primarizada, incluso en los países donde se bosquejó un tímido relato neodesarrollista. El aparato productivo fue organizado bajo el “consenso de los commodities” (es decir, productos indiferenciados, con escaso valor agregado, principalmente materias primas), como lo denomina Maristella Svampa. La herencia neoliberal quedó incólume en las estructuras tributarias regresivas que perduraron, las privatizaciones que salvo casos puntuales no fueron revertidas y la vigencia de las leyes laborales precarizadoras y flexibilizadoras de la fuerza de trabajo. Este respeto al statu quo neoliberal exhibió los límites de los proyectos posneoliberales y la reversión del magro redistribucionismo del ingreso cuando los vientos cambiaron.
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En el contexto de las turbulencias de la crisis mundial, en 2009 la economía latinoamericana cayó en recesión junto con la economía global. Parecía solo una tormenta pasajera. En los años posteriores a la caída de Lehman Brothers, la región fue beneficiaria indirecta de los rescates a los bancos y los estímulos monetarios en los países centrales afectados por la crisis, a lo que se agregó el estímulo fiscal ejecutado para sostener el crecimiento de China e India que, a su vez, sostuvieron una incrementada demanda de materias primas que se producen en el Cono Sur.
El crecimiento se reanudó desde 2010, pero en 2014 el panorama se volvió sombrío. La región experimentó dos años de recesión en 2015 y 2016 para luego reanudar un crecimiento excesivamente moderado. Desde 2014 la región cuenta un quinquenio de estancamiento.
Algo del descontento que hoy vemos en Chile se manifestó previamente, aunque en una escala menor, en Brasil, cuando en 2013 se vio sacudido por protestas contra la suba del transporte. Dilma Rousseff, como ahora Sebastián Piñera, declaró que “entendió” el mensaje y dio marcha atrás con la medida.
En 2014, Dilma ganó las elecciones raspando para volver con la ofensiva del ajuste. Seguir los preceptos de la biblia de los “mercados” le quitó respaldo popular y abrió el camino al golpe institucional de la derecha, con el impulso del amo del norte, que la destituyó en 2016. Brasil vivió un bienio de profunda recesión en 2015 y 2016 y tuvo un crecimiento en los años posteriores de un anémico 1 %. Ya nada es como antes.
Con el cambio de ciclo económico la llamada nueva clase media latinoamericana vio sus aspiraciones derrumbadas. Resulta cada día más evidente que la condición de clase media era una ilusión, una aspiración, que ocultaba una realidad profunda: una clase trabajadora precarizada moldeada por el neoliberalismo. Y esa precariedad se comenzó a expresar de manera plena en todos los ámbitos de la vida con el cambio del signo económico.
Chile exhibe un crecimiento que precede al boom de los precios de las materias primas. Sustentada en una alta explotación de la fuerza de trabajo y una apertura económica amplia (el sueño eterno de Mauricio Macri en Argentina) creció de manera ininterrumpida desde principios de los noventa −el único año en que estuvo en recesión fue 2009 por la crisis mundial−. Pero desde 2011 el crecimiento se desaceleró en relación a los mejores años del nuevo siglo. El motor de la rebelión es la fuerte desigualdad, que alcanza los niveles más elevados del mundo: “no son treinta pesos, son treinta años”, fue la frase que sintetizó el malestar popular no solo con el aumento del pasaje del metro, sino con las condiciones de vida. La situación económica y fiscal conserva un colchón que otorga márgenes a la clase dominante para realizar concesiones e intentar sacar la protesta de las calles: los dueños de todo buscan hacer sintonía fina sobre cuántos privilegios ceder, como admitió la primera dama chilena [4], para evitar que el movimiento avance en un cuestionamiento más profundo.
La concesión al otro lado de la Cordillera de medidas que permitan, aunque sea mínimamente, mejorar las condiciones de vida entra en colisión con la agenda del gran capital y de los Estados Unidos, que con Jair Bolsonaro en Brasil o el presidente saliente de Argentina, buscó consolidar una nueva derecha para hacer “lo que hay que hacer”: impulsar reformas estructurales regresivas en el ámbito previsional, laboral y tributario.
Para toda la región, el último panorama económico de la Cepal, emitido en julio de este año, señala que
La desaceleración del crecimiento económico se enmarca en un contexto de baja productividad en que la tasa de crecimiento de esta se encuentra estancada o es negativa, lo que tampoco contribuye a potenciar el crecimiento de mediano plazo. El bajo desempeño económico se ha traducido en un empeoramiento del mercado laboral, con un aumento del empleo informal y una tasa de desocupación urbana de alrededor del 9,3%.
A lo que habría que agregar, la pobreza creciente.
El descenso económico latinoamericano tiene un trasfondo mundial. Luego de los episodios más agudos de la crisis internacional iniciada en 2008, a fuerza de poderosos salvatajes al gran capital mientras la mayoría de la población mundial descendía varios escalones en las condiciones de vida, el crecimiento global logrado es muy bajo. Y los pronósticos de los organismos internacionales se debaten acerca de en qué momento llegará la próxima recesión.
Acabadas las condiciones extraordinarias con la que se inauguró el siglo latinoamericano quedan expuestos, una vez más en la historia, el carácter estructural de atraso económico y la dependencia, el dominio del capital extranjero y la reaparición, con un fuerte rol, de los organismos internacionales como el FMI, que comandan la economía en Ecuador, Argentina, Costa Rica y en otras latitudes.
Queda planteada una lucha de estrategias, donde la izquierda tiene el desafío de converger con la clase obrera en la perspectiva de que se abra paso, con sus métodos de lucha y un programa anticapitalista y antiimperialista, hacia la conquista de la unidad socialista de América Latina.
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