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China y una larga marcha atrás

Federico Roth

IMPERIALISMO

China y una larga marcha atrás

Federico Roth

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A propósito de Las venas del Sur siguen abiertas. Debates sobre el imperialismo de nuestro tiempo.

A mediados de 2020 apareció Las venas del Sur siguen abiertas [1], compilado por Emiliano López, que reúne artículos de Utsa Patnaik y Prabhat Patnaik de India, Ahmet Tonak de Turquía, John Smith de Gran Bretaña, y Atilio Borón y Gabriel Merino de Argentina. Son postulados desde diferentes perspectivas teóricas e intereses, pero con una mirada desde lo que denominan en común el “Sur global”. Siguiendo a varios autores que tienen hoycierta influencia en el mundo académico, coinciden en que en las últimas cuatro décadas la “globalización” y el imperialismo se han ido superponiendo, renovando el interés por esta última categoría.

En los artículos se repasan algunos de los debates más importantes que se dieron interpretando la obra de Marx y las corrientes teóricas inspiradas en su pensamiento en el siglo XX, clásicos como Lenin, Kautsky, Rosa Luxemburgo, así como también las discusiones con otras tradiciones como los teóricos de la “escuela de la dependencia”, y algunos más contemporáneos como los de Wallerstein, Arrighi o Harvey.

Proponen la comprensión de las relaciones entre países y regiones con eje en categorías como “Norte-Sur”. Entre otros procesos contemporáneos, analizan la reconfiguración de la división del trabajo a nivel mundial; el intercambio desigual; los procesos de desindustrialización y relocalización industriales entre los países; las modificaciones en el “ejército de reserva”; la financiarización de la economía y las dimensiones espaciales que han ido asumiendoy profundizando las características desiguales entre las zonas. Tienen como mérito sacar a luz la realidad de sojuzgamiento y opresión por parte de los países centrales respecto a la periferia y semiperiferia.

Sin embargo, al abordar la realidad mundial reciente desde un punto de vista “antineoliberal”, si bien dan cuenta de aspectos de la regresión social y mayor explotación que vivimos las últimas décadas, lo hacen desdibujando la continuidad de las relaciones de explotación hacia al interior de los países “periféricos”, cuando se analiza aquellos que están o estuvieron recientemete gobernados por fuerzas “progresistas” o “posneoliberales”. En particular no se ponen en debate las continuidades estructurales del neoliberalismo hasta hoy, justificando las diversas experiencias de los gobiernos “posneoliberales” a inicios de siglo en algunos países de nuestro subcontinente. Durante los mismos no solo continuaron las transferencias de riqueza hacia el “Norte”, sino que se profundizaron políticas de signo fuertemente extractivistas y reprimarizadoras. Y así el sometimiento y la dependencia nacionales se mantuvieron inalterados.

Por la relevancia que le otorga para entender la situación mundial actual, nos concentramos en el artículo de Merino “La reconfiguración imperial de Estados Unidos y las fisuras internas frente al ascenso de China”. El mismo pone en el centro del análisis las disputas estratégicas dentro del establishment norteamericano, atravesadas por las divisiones entre globalistas y americanistas. A nuestro entender, constituye en la compilación el intento más detallado, aunque incompleto, por caracterizar a dicho país en sus transformaciones. El cambio de gobierno hacia la actual administración de Joe Biden no modificó las tendencias descriptas, que siguen su curso dentro de los mismos marcos al interior de los EE. UU., como se ve en la continuidad de muchos de los aspectos centrales de su política exterior, sobre todo en lo relativo a la relación con China.

Merino dice que una “breve belle époque neoliberal” se abrió con el ciclo de crecimiento económico desde inicios de la década de 1990, luego de la caída de la URSS, dejando atrás el “ciclo negativo desde la década de 1970”.Y sostiene que a la “transnacionalización financiera, productiva y en buena medida cultural (…) debía corresponderle una estructura de poder transnacional” globalista. Desde entonces, la “reconstrucción de la hegemonía estadounidense” habría sido posible por la profundización de sus vínculos con China.

Sostiene que el escenario mundial actual se iría reconfigurando “a partir de 1999-2001, cuando brota germinalmente la situación de multipolaridad relativa”. Estaría caracterizado por la reemergencia de China, el ascenso de Asia-Pacífico, las alianzas con Rusia, el creciente desarrollo de un espacio Euroasiático y “la insubordinación anti-hegemónica impulsada por fuerzas del Sur Global”. Quedan así englobados tanto los movimientos de fracciones de las clases dominantes de distintos países que cuestionaban algunas de las consecuencias de las contrarreformas neoliberales buscando obtener una posición menos subordinada, como los levantamientos populares boliviano o el argentino, y junto con ellos el ascenso del PT en Brasil y de Chávez en Venezuela.

Al momento de plantear que otra de las manifestaciones geopolíticas de la mencionada transición sería la aparición de los BRICS como “espacios fundamentales de la expansión del capital transnacional del Norte Global”, Merino no da cuenta de la heterogeneidad estructural de los integrantes y los límites de burguesías que no se proponían cuestionar los intereses de los capitales trasnacionalizados. Si bien cobró relevancia por momentos en las últimas décadas, quedó relativizada hace tiempo su fuerza como “bloque” porque sus derivas fueron crecientemente disímiles. Los límites que ya se expresaban en Brasil incluso en su momento de ascenso, quedaron claramente evidenciados con su acercamiento a EE. UU. desde la llegada de Bolsonaro. Lo mismo se podría señalar respecto a las disputas fronterizas entre India y China. En nuestra opinión estos aspectos muestran las dificultades de sostener y profundizar un supuesto rol alternativo a nivel mundial por parte de países dependientes del imperialismo.

Merino interpreta muchos de estos elementos y propone que estaríamos ante una “transición histórica” marcada por la coincidencia de una “crisis capitalista estructural y una crisis de la hegemonía estadounidense y del orden mundial construido por el polo de poder angloamericano. Así, el “cambio de época” que vivimos no podría ser interpretado solamente como una “transición hegemónica más dentro del moderno sistema mundial”. Postula que sería el despliegue de lo que llama su “crisis terminal” que llevaría a la crisis de los “elementos constitutivos del moderno sistema mundial”, un sistema “occidentalocéntrico”, con su “carácter capitalista”, y su “particular ordenamiento centro/semiperiferia/periferia y la especificidad del imperialismo moderno asociado a la acumulación sin fin del capital y a la resolución de los obstáculos de la acumulación”. Por tanto, el mismo no podría “ser interpretado solamente como una transición hegemónica más dentro del moderno sistema mundial”.

Creemos acertado señalar la declinación norteamericana y la emergencia de China desafiando a sus intereses para comprender la realidad del capitalismo en las últimas décadas. Sin embargo, si bien es cierto que el neoliberalismo avanzó exitosamente, así como que desde la década de 1980 fue cobrando cada vez mayor centralidad de manera principal la articulación de un espacio de acumulación en China, creemos que no se estima en su justa medida este elemento. Por un lado, consideramos que subestima las implicancias que tuvo el avance de la restauración capitalista dentro de sus fronteras al decir que “el ascenso de China y su dinamismo económico no son reductibles a la adhesión por parte de China al capitalismo neoliberal y/o como epifenómeno de la globalización y la deslocalización productiva del Norte Global”.

Si bien da cuenta de los rasgos absolutamente distintivos del desarrollo chino, nos parece que cae en una extrapolación cuando afirma que “el modelo de desarrollo híbrido de China no califica dentro del marco capitalista occidental clásico, ya que se mantiene la propiedad colectiva de la tierra, los núcleos centrales de la economía están en manos de grandes empresas estratégicas estatales, y existe un fuerte desarrollo de las empresas de pueblos y aldeas de propiedad colectiva, que son las principales empleadoras de la economía”. Si a lo que apunta es al carácter “no clásico” del desarrollo capitalista chino, estaríamos de acuerdo. Aunque reconocemos que se trata de una formación que mantiene elementos “en transición” todavía irresuelta, creemos que es necesario establecer claramente el sentido en que viene avanzando en una dirección que lo aleja de ese origen especial, con todo el retroceso social que significó.

Justamente Merino tiende a desdibujar sus transformaciones internas en las últimas décadas y no logra comprender que nos enfrentaríamos más bien al desarrollo de una “formación capitalista” o con “rasgos capitalistas acentuados con características chinas”, si bien con límites y contradicciones. Éstas “características chinas” estarían alrededor de la mencionada centralidad de la propiedad estatal mayoritaria tanto de industrias como de bancos, referida, así como la ausencia de un mercado de trabajo libre. Aunque la primera sería menos clara si ponemos el foco en el sector exportador, donde crecientemente han venido ganando peso los capitales privados y multinacionales. Y respecto al mercado de trabajo, creemos que existen avances en la constitución de un “ejército industrial de reserva”, sirviéndose el Estado chino de un fuerte control en los desplazamientos territoriales de la mano de obra. Todo esto la llevaría a China ya muy lejos de la “auto denominación” de su gobierno de “un socialismo con características chinas”. Si bien no es la definición a la que pareciera adherir Merino, su interpretación de la “hibridación” creemos que coquetea con ella ya que termina siendo muy concesivo acerca de los rasgos no capitalistas de la misma, inclinándose por darle menor magnitud a los avances capitalistas.

Como explica Esteban Mercatante desde hace cuatro décadas la burocracia del PC Chino (PCCh) administró reformas orientadas hacia la restauración del capitalismo. La misma buscó asegurar el crecimiento económico a través de reformas a nivel rural que permitieron en un primer período la acumulación privada de familias y comunidades aldeanas, momento signado por la preponderancia de los “emprendedores”. Asimismo datan de ese período el inicio de las asociaciones de empresas estatales con el capital extranjero que buscaba aprovechar en su beneficio la numerosa mano de obra con altos niveles de instrucción y bajos salarios. Combinaban de este modo la inserción de China en las cadenas globales de producción, a la vez que garantizaban la transferencia tecnológica.

En la década de 1990 se dio un nuevo salto poniendo en el centro el rol del Estado y sus empresas, a partir de entonces reestructuradas según criterios de gestión fuertemente capitalistas asociadas a la banca de inversión norteamericana. A partir de este momento con preeminencia de los “campeones nacionales” fueron a avanzando políticas de privatizaciones de carácter “masivo” por impulso de la cúpula del PCCh. Al mismo tiempo, aquellas fueron acompañadas por su constitución en un polo de atracción de capitales en gran escala, mediante la profundización de las inversiones de capital extranjero, como sede privilegiada de la “internacionalización productiva” que relocalizó las industrias imperialistas. Desde hace veinte años se viene profundizando la importancia económica de China como taller mundial, convirtiéndose recientemente en la principal economía exportadora mundial.

Como una dimensión relacionada, creemos que Merino tampoco logra esclarecer el carácter que tienen las inversiones que realiza China con países de la periferia capitalista. Alejándolas hacia un futuro indeterminado, señala que “puede llevarla a desplegar una acumulación por desposesión que dinamite su concepción estratégica y la lleve al desarrollo de un imperialismo capitalista al estilo occidental”. Ciertos aspectos de este tipo de relación ya están presentes en la que establece con países donde se dirigen los capitales chinos. El ejemplo del golpe de estado de febrero de este año en Myanmar, con enfrentamientos callejeros de trabajadores y jóvenes, dejando miles de muertos mostró la complicidad diplomática china así como de otras potencias en defensa de sus inversiones.

En consonancia con la definición de China con predominancia de elementos que más bien la distinguirían del capitalismo, hasta alejarla de manera absoluta del mismo, los pronósticos alrededor de “una crisis definitiva de la modernidad capitalista como sistema histórico” y las indagaciones acerca de “en qué medida el ascenso de China y Asia Pacífico es parte de ese proceso” lo llevan a definir que la actual “transición histórico espacial no se trataría (si es que se produce) de un traspaso del poder desde un Estado occidental y capitalista a otro más fuerte y dinámico, para iniciar un nuevo ciclo hegemónico del sistema mundo moderno”.

La anterior perspectiva tiene por fin postular que desde la “periferia” se podrían a lo sumo buscar “asociaciones” con estos poderes emergentes, puesto que serían favorables a los intereses populares. Las posibilidades de que se convierta en un “nuevo hegemón” más benigno, como se ve hoy en la apuesta a conformar el “Cinturón y la Ruta de la Seda”, definido por Merino como “un avance hacia la formación de un nuevo patrón de desarrollo”, son muestra de estas expectativas. En su análisis se tienden a subestimar las relaciones marcadas por elementos crecientes de sujeción económica y el agravamiento de los mecanismos de expoliación de recursos naturales a través de actividades fuertemente extractivistas, como los que hoy se ven de manera clara en algunos países del resto del Sudeste asiático, África o Latinoamérica.

Merino reconoce las crecientes tensiones y disputas a nivel mundial frente al ascenso chino, como vimos desarrollarse agudamente hasta hace poco a nivel comercial, arancelario y monetario, incluyendo entre las posibilidades la de su escalada militar. Pero creemos que tiende a ubicar las dificultades y obstáculos en el desarrollo de China como potencia en un orden de elementos más centrados en otro tipo de órdenes. Por un lado, en el impacto “demográfico” en lo ateniente a la incorporación de “una quinta parte de la población mundial” al capitalismo. Por el otro, las implicancias de mayor gravedad estarían centradas más bien alrededor de ponernos frente a un “abismo ecológico”. Y aunque puedan estar relacionadas, las dimensiones geopolíticas o militares solo son incorporadas de manera relativamente subordinada a las anteriores.

Para quienes peleamos por la revolución socialista, nuestro horizonte es que los trabajadores y el pueblo, en el camino a conquistar sus demandas, logren asimismo su independencia política. Para ello, necesitan ir forjando partidos e instituciones revolucionarias que apunten a terminar con un sistema como el capitalista que, incluso en sus momentos de crecimiento, demuestra que solo discute quiénes serán los encargados de administrar el hambre y la miseria. Se trata de un debate acerca de programas, políticas y estrategias de distinta clase; acá entra también definir claramente el lugar que pueden jugar las distintas potencias o aspirantes a serlo en el tablero mundial. En el caso de China, es clave romper con cualquier noción de que pueda ser un fiel en la balanza contra el imperialismo o un aliado en la emancipación de las clases trabajadoras y publos oprimidos de todo el mundo.


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[1Batalla de Ideas-Tricontinental. Buenos Aires, Argentina, junio 2020.
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Federico Roth

Nacido en La Plata en 1984. Militante del PTS desde 2006. Sociólogo, adscripto en la Facultad de Humanidades y Cs. de la Educación UNLP.