Reproducimos el testimonio de una trabajadora de limpieza de una clínica, donde la insalubridad y la precarización son moneda corriente. El sindicato mantiene un silencio cómplice.
Sábado 27 de febrero de 2016
Limpiamos, levantamos camillas, soportamos discriminación y humillaciones, cocinamos, soportamos… 8 horas a veces, 12 horas algunos días, 16 horas últimamente. Turnos rotativos, mañana, tarde y noche. No dormimos muchas veces, porque somos madres, porque somos esposas, porque nuestros hijos van al colegio y hay que acompañarlos, porque también hay que cocinar. Llegamos a nuestros hogares en diferentes horas del día, casi todas vivimos lejos, en barrios donde los colectivos tardan entre 45 min y una hora en llegar y cuando bajas, tenes que ir casi corriendo hasta tu casa porque los narcos se disputan el territorio y cada dos por tres te llueve una bala y después si estamos heridas nos descuentan los días por faltar al trabajo, demasiado cínico siendo que pertenecemos al gremio de la sanidad, pero real.
Somos mucamas en una clínica de salud mental privado, que figura como geriátrico, pero es un psiquiátrico, nuestro trabajo está enmarcado en el gremio de la sanidad, pero ojo, para el mundo no somos iguales a los médicos y ni siquiera a las enfermas. A pesar de muchas veces hacer el trabajo de ellos. Si, porque nos precarizan y hacemos muchos trabajos. El lema es exprimirnos lo más que se pueda, tratar de que no nos crucemos a charlar en los pasillos, que estemos sometidas a la sumisión que nos imponen. Quisimos quejarnos, no es humano trabajar 16 horas. Quisimos quejarnos, porque quienes hacen el turno noche trabajan en negro.
Quisimos quejarnos porque no tenemos delegados. “A ustedes les conviene, así cobran más, ¿O me van a decir que les alcanza el sueldo hasta fin de mes?”, fue la respuesta de nuestro jefe.
Pocos días después de intentar reclamar por las condiciones insalubres a las que nos someten llegó una representante del sindicato (ATSA) a la clínica. Nos comenzaron a hacer preguntas sobre si habíamos hecho los cursos de capacitaciones, si teníamos medidas de seguridad e higiene, si cobrábamos por recibo de sueldo o trabajábamos en negro. Algunas compañeras se entusiasmaron con su llegada hasta que a los pocos minutos nos dimos cuenta lo que estaba pasando. Todas esas preguntas, nos la estaban haciendo delante de nuestro jefe de recursos humanos (Ese que tiene la tarea de comunicarte cuando te despiden, te suspenden o no te pagan las horas extras) y delante del dueño de la clínica, directamente.
“¿Si estoy en negro vos me vas a defender? ¿Si no me pagan bien, vos me vas a ayudar a reclamar?”, se me ocurrió interpelarla. Recibí un silencio de su parte y una cara poco amigable. “¿No tenes mejor idea que venir a entrevistarme delante de mis jefes, supones que estoy en condiciones de decirte la verdad? ¿Trabajaste alguna vez en tu vida?”, continué… Con una bronca que me estallaba en la mirada. “Tranquilícese señora. ¿Qué está pasando?”, contestó. Pero la pregunta no iba dirigida a mí, sino a mi jefe. Si, le estaba preguntando a mi jefe que pasaba, obviándome por completo, disimulando no entender mis preguntas.
La señorita que representaba al sindicato que supuestamente debe defendernos se retiró luego de hablar con la patronal. Nuestro trabajo continuó en las mismas condiciones de siempre y a los pocos días le comunicaron a una de mis compañeras que le iban a reducir las horas, a otra compañera directamente la despidieron y en su lugar ingresó otra mucama más joven que hace el turno noche y trabaja en negro. “Estas a prueba unos meses, si te esmeras después te ponemos en blanco”, le dijeron en nuestra cara. Una jovencita de 20 años, recientemente mamá, con necesidad de trabajar y no importa en qué condiciones. A varias le dijeron lo mismo al ingresar y se ve que no se esmeraron, porque pasan los años y siguen en negro. ¿Qué es esmerarse? ¿Soportar que te digan, cállate vos sos una simple mucama? ¿Soportar las 16 horas interrumpidas? ¿Las semanas y meses sin franco?
Nosotras somos pocas en la clínica y nunca somos las mismas, pocas duramos… El resto rota. Es muy difícil organizarse, nos vigilan, nos persiguen y nos quitan hasta la sensación de que valemos algo. Sabemos que nuestra realidad no es aislada, que es figurita repetida en el gremio. Somos consientes de que la burocracia sindical no nos representa, de que el patrón necesita el plus para los viajes de la hija y que el encargado de recursos humanos está muy bien entrenado. Por momentos hasta parece amigable, te anuncia con tanta dulzura los recortes y empeoramiento de las condiciones laborales, que por momentos hasta creemos que lo merecemos. Por eso queremos organizarnos, para luchar. Porque no se soporta más.
En mi juventud tuve una experiencia militante en el trotskismo, los fracasos y errores garrafales del partido al que pertenecía me fueron desmoralizando de a poco. En el medio perdí muchos compañeros y en mi barrio la vida seguía y mis hijos tenían hambre. Para colmo soy mujer. Muchos años después, miré a mis hijos crecidos, mire a mis compañeras de trabajo, mire a mis vecinos que esquivan balas y me revivieron las ganas de luchar. Conocí a compañeros del PTS y de Pan y Rosas, comencé a darles una mano en las elecciones para fiscalizar y volantear.
Por momentos sentía que esto ya lo había vivido, pero no… Esto era otra cosa. De a poco les voy contando a mis compañeras de la clínica las charlas que tengo con militantes del partido, me animé a llevar un par de Izquierda Diario para las chicas y una de ellas me dijo: “Lili, peleemosla, estos pibes tienen razón. Nos tenemos que organizar”.
La semana siguiente de esa charla comenzaron mis vacaciones, cortas pero vacaciones. Lo primero que hice fue pensar en la manera para volver a militar. A nosotras, las trabajadoras nos quedan pocas alternativas. Te resignas o luchas. Si te resignas se siente casi lo mismo que ir muriendo en vida, si luchas se siente bronca, bronca de clase, pero eso mismo genera las fuerzas para seguir todos los días combatiendo la realidad que queremos transformar. Estoy adulta ya, se va achicando el tiempo en el que seguiré ocupada, llegaré a tener una jubilación precaria pero nunca bajaré los brazos. No solo por mí, por mis hijos también pero sobre todo por las futuras generaciones, las que van a tener que librar a la hermosa vida de todo mal, de la opresión y violencia como decía el viejo León.