Claves para entender el ascenso de Hitler y el establecimiento del Tercer Reich en marzo de 1933, en el país que contaba con el proletariado más numeroso y mejor organizado de Europa.
Liliana O. Calo @LilianaOgCa
Viernes 8 de marzo de 2024 00:01
Fotomontaje: @dani.lenci
Si tomamos en cuenta la cronología política, los antecedentes inmediatos del Tercer Reich comienzan en enero de 1933 cuando el mariscal Paul von Hindenburg, por entonces presidente del Estado alemán, designaba a Adolf Hitler canciller (primer ministro), convirtiéndolo en el principal líder político del país. Su nombramiento no fue resultado de elecciones que hayan dado a los nazis la mayoría del voto popular como suele creerse (en las elecciones de noviembre de 1932 obtuvieron 33,1% de los votos) sino que fue producto de un acuerdo de la élite militar y los partidos de la derecha conservadora para responder a la crisis política que dejaban los gobiernos burgueses de Heinrich Brüning, Franz von Papen y el general Kurt von Schleicher.
Vale recordar que la desconfianza en la elite dirigente y el descrédito del sistema político tradicional, la crisis de la República de Weimar, fue encontrando eco entre las filas y seguidores del Partido Nazi. Pero no solo. En las distintas elecciones parlamentarias, los partidos que señalaban el fracaso de la República burguesa aumentaban su presencia.
Si en 1928 los nazis habían alcanzado un 2,6%, dos años más tarde, en las elecciones al Reichstag de septiembre de 1930, con un 18,3% se convertían en el segundo partido más votado (pasó de 12 a 107 escaños) y los Comunistas (KPD) pasaban de un 10, 6% a un 13,1% respectivamente. En las elecciones de julio de 1932, con el 37,2% los nazis fueron el partido más votado, alcanzando 207 escaños frente a los comunistas que lograron un 14,6%. En las elecciones de noviembre de 1932 los nazis retrocedieron al 33,1%, y los Comunistas alcanzaron casi el 17%. Volveremos sobre este asunto.
El Tercer Reich
El monárquico Hinderburg buscó entonces asegurarse con Hitler una mayoría parlamentaria, excluyendo cualquier acuerdo con socialistas, comunistas o católicos de izquierda. Una vez nombrado canciller, Hitler convocó a nuevas elecciones en marzo de 1933 para legalizar el régimen dictatorial en marcha, obteniendo resultados insuficientes (43,9% de los votos no alcanzó la mayoría frente al 30% que reúnen el SPD 18,3% y el 12,3% del KPD).
Para ganar terreno utilizó como excusa el incendio del edificio del Reichstag , producido un mes antes y avanzó en el control completo del Estado alertando de una supuesta conspiración del Partido Comunista. Con el respaldo de los antisemitas y nacionalistas de Alfred Hugenberg (Partido Nacional-Popular Alemán) y los católicos del Partido del Centro (Zentrum) y la detención previa de los diputados comunistas, el 24 de marzo logró la mayoría necesaria para aprobar la llamada “Ley de Habilitación” que le concedía plenas atribuciones y poderes, pudiendo dictar leyes sin consultar al parlamento ni al presidente.
El establecimiento del Tercer Reich significó un punto de quiebre del régimen parlamentario establecido con la República de Weimar que regía desde la caída del Imperio en noviembre de 1918. Se declaró al Partido Nazi como partido único, avanzó en la persecusión y encarcelamiento de comunistas y socialdemócratas, la prohibición de huelgas y la disolución de los sindicatos reemplazados por el Frente Alemán de Trabajo controlado por el Estado. Representaba un nuevo régimen por el que la alta burguesía imperialista alemana se disponía a derrotar al proletariado, una vez que los métodos “tradicionales” de su dominación, como se demostraba desde el ascenso de la posguerra, resultaban insuficientes para someterlo.
La gran burguesía buscaba superar el “chaleco de fuerzas” impuesto desde la derrota bélica y dejar atrás la crisis económica por la vía de la expansión del capital financiero alemán. Para lograrlo necesitaba desterrar cualquier elemento de resistencia interna, derrotar por la fuerza a la poderosa clase obrera alemana y no solo destruir a su vanguardia, sino “mantener a toda la clase en una situación de atomización forzada”, escribía León Trotsky en los ‘30.
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A cargo del control férreo del Estado, Hitler avanzó sobre los dirigentes y organizaciones obreras, apeló a la movilización y el apoyo de las capas medias, desempleados y sectores arruinados por la profunda crisis social y política para llevar adelante su proyecto reaccionario y expansionista, en el camino hacia una nueva guerra mundial.
¿Cómo se llegó a esta situación?
Alemania se convertía en el centro de la atención mundial. Aquella potencia en la que el proletariado alemán era sin dudas el más numeroso y mejor organizado de Europa era testigo de la experiencia nefasta del nazismo. ¿Cómo se había llegado a esta situación? A la dinámica parlamentaria que consagró a Hitler al frente del Tercer Reich se llegaba no solo por la profunda crisis económica y social, sino también como resultado de la lucha entre los distintos sectores sociales y la política de sus direcciones, es decir de una determinada configuración en las relaciones de fuerza entre las clases.
En primer lugar la crisis de la Socialdemocracia. Si aún conservaba su hegemonía política y sindical en las filas del movimiento obrero, había demostrado su bancarrota como partido para la revolución dando su apoyo a la burguesía durante la Gran Guerra y luego al frente del gobierno federal de la República de Weimar confrontando cada uno de los escenarios de ascenso revolucionario (1918, 1919 y 1923) que se presentaron. Escenarios que de haber triunfado en una potencia como Alemania hubieran cambiado radicalmente la situación de la clase obrera internacional, rompiendo además el aislamiento de la Rusia soviética.
La crisis y los efectos terribles de la Depresión de los ’30 (se calculan casi 5 millones de desocupados) profundizaron su desgaste, y la balanza política comenzó a inclinarse a favor de los nazis ya no solo entre ex oficiales, soldados y desocupados sino especialmente entre sectores sociales más amplios: los pequeños agricultores golpeados duramente por la caída de los precios agrícolas, los embargos de granjas y ventas por deudas, sectores medios e industriales.
Se sumó otra variable, la agitación nacionalista que los nazis enarbolaron a partir del Tratado de Versalles (1919) por el que los vencedores de la Primera Guerra Mundial le impusieron a Alemania la responsabilidad única por la guerra, con reparaciones multimillonarias. Representó la pérdida de las colonias de ultramar, restricciones a sus fuerzas militares (la limitación del ejército de tierra a sólo 100.000 hombres, 4.000 oficiales, sin submarinos ni aviación) y de producción armamentística. El impacto fue profundo.
La experiencia bélica vivida por muchos como el fin de la promesa de Alemania como gran nación, junto a la derrota de los procesos revolucionarios en el país, fortalecieron las perspectivas del nazismo, ayudado por un Mussolini que como un espejo acrecentaba su imagen, presentándose como un movimiento politico, como una “cultura renovada” de la derecha, hostil al liberalismo y al parlamentarismo, al capitalismo internacional y antisocialista. Los llamados a engrandecer la comunidad nacional (“un pueblo, una nación, un líder”) como fenómeno político fue un aspecto que los nazis supieron utilizar como ningún otro partido en la propaganda por superar el sentimiento de humillación por Versalles.
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Si bien la Socialdemocracia conservaba casi el 20% e influencia mayoritaria entre los sindicatos y las organizaciones obreras (en 1928 había obtenido el 29,8%), el otro partido que aumentó su influencia electoral fue el Partido Comunista (KPD). Siguiendo la orientación del “Tercer Período” stalinista (1928-1934), caracterizaba el fin de la etapa de estabilización capitalista iniciada en 1921, reemplazada por una nueva de crisis final del capitalismo y radicalización de masas y solo reconocía la existencia de dos campos políticos: fascismo y comunismo. Bajo esta orientación el KPD se negó al frente único con la Socialdemocracia definida como “socialfascista”, “hermana gemela” del fascismo, acusada de defender los intereses de la burguesía imperialista. Una política que se negaba a cualquier acuerdo práctico y al diálogo con los obreros socialistas que querían enfrentar al fascismo.
El KPD aventuraba que la propia experiencia con Hitler en el poder demostraría a los trabajadores alemanes los límites de la democracia burguesa y con ella se alejaría no solo del nazismo sino también de la socialdemocracia reformista. Si la socialdemocracia apostaba a una estrategia parlamentaria y constitucional para detener al fascismo, en la que llegó a dar apoyo al gobierno burgués de Heinrich Brüning, el KPD se negó a construir una alternativa política que la superara en la lucha común de los obreros, incluidos los millones que seguían a la socialdemocracia, y le permitiera atraer a las clases medias impacientes y arruinadas. Claro que la disputa no era solo electoral sino que se agitaba y trasladaba a las calles y manifestaciones de masas, en el programa que sostenían o el llamado a acciones aisladas.
De conjunto, desde el punto de vista de sus organizaciones y fuerzas para el combate, el proletariado quedó dividido, aislado y desarmado para enfrentar y derrotar al fascismo. La llegada de Hitler al gobierno y el establecimiento del Tercer Reich lejos de cualquier fatalidad histórica fue resultado de la crisis social y económica y distintos procesos entre los que la orientación y la capitulación de las organizaciones políticas del proletariado fueron un factor decisivo.
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Liliana O. Calo
Nació en la ciudad de Bs. As. Historiadora.