Feminismo silencioso y violencia institucional. ¿Las instituciones premian el silencio? Reflexiones posibles sobre el trabajo de Sara Ahmed. Un fósforos, un incendio y una sala de guionistas.
Celeste Murillo @rompe_teclas
Lunes 14 de noviembre de 2022 23:26
Hace unos meses Caja Negra publicó ¡Denuncia! El activismo de la queja frente a la violencia institucional de Sara Ahmed (traducción de Tamara Tenenbaum). El libro reúne la experiencia y la investigación de Ahmed sobre denuncias de acoso sexual y abuso de poder en la universidad y, en general, sobre los métodos de las instituciones para bloquearlas y silenciarlas. Comienza con una reconstrucción sugerente, a partir la lectura del texto de Patricia Collins Black Feminist Thought (Pensamiento feminista negro), de cómo reducir a una queja señalamientos acerca de “políticas y procedimientos que podría no ser tan justos como parecen” sirve para desestimarlos (en ese caso sobre el racismo aunque podría aplicarse a un rango amplio de opresiones en el capitalismo). Y a lo largo del libro reflexiona sobre cómo el recorrido de una denuncia puede llegar a cuestionar las estructuras y los mecanismos que permiten la reproducción constante de los abusos denunciados.
Como parte de estas discusiones, Ahmed propone el concepto de no-performatividad. “Cuando digo no-performativos me refiero a actos de habla institucionales que no hacen efectivo eso que nombran”. Un ejemplo podrían ser las mesas de igualdad de género o diversidad que dicen que van a resolver o visibilizar un problema pero no toman medidas para hacerlo y, en ocasiones, son un argumento para anular críticas sobre los problemas que persisten.
El debate que propone Ahmed tiene muchas aristas y reflexiones posibles pero me pareció interesante para un momento en el que las etiquetas de “perspectiva de género” y “feminista” son parte del lenguaje de instituciones gubernamentales, académicas y corporativas. “Algunas feministas terminan siendo parte del problema porque las instituciones recompensan a las personas que se callan ante los problemas institucionales”. Su trabajo está centrado en ámbitos académicos pero creo que algunas de sus consideraciones sirven para pensar más allá, cuando la equidad y la perspectiva de género son valores positivos que diferentes gobiernos utilizan para subrayar su perfil progresista mientras las políticas económicas tienen un sentido contrario y afectan, justamente, a la mayoría de las mujeres y las personas LGBTQI+. Como explica la autora, “la equidad y la diversidad se utilizan cada vez más para crear la apariencia de que se está haciendo algo”.
Hacer silencio
El martes 4 de octubre, las fuerzas federales desalojaron a la comunidad Lafken Winkul Mapu de territorios de Villa Mascardi en Río Negro. Luego del operativo, seis mujeres fueron detenidas. Se violaron sus derechos, en general (denunciaron traslados arbitrarios, incomunicación y requisas vejatorias), y algunos relacionados con su género, en particular (vinculados con el embarazo, el parto y la lactancia). En la semana previa del Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias se multiplicaron reclamos y denuncias de varios sectores del feminismo y el movimiento de mujeres.
Elizabeth Gómez Alcorta, entonces ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad, terminó renunciando el jueves 6 porque los hechos constituyeron, según sus palabras, “violaciones evidentes a los derechos humanos”. La propia renuncia de Gómez Alcorta puso de relieve el carácter no-performativo (actos de habla institucionales que no hacen efectivo eso que nombran) de varias políticas del organismo. Activo en anuncios y presentaciones, el ministerio cuenta hace tiempo con programas y fechas dedicados a la violencia institucional, pero cuando el Estado ejerció violencia sobre las mujeres que ocuparon tierras en Guernica (Provincia de Buenos Aires) buscando un lugar para vivir, la respuesta ya había sido el silencio. Después de su renuncia, el presidente nombró a la secretaria de de Mujer, Diversidad e Igualdad de San Luis, Ayelén Mazzina, como sucesora.
Mazzina fue promovida de secretaria provincial a ministra nacional después de dos años de silencio muy prolijo sobre Florencia Magalí Morales, asesinada en 2020 por la Policía de San Luis en una comisaría. “Si al Presidente le sirve una persona así, que le habrá encontrado unas virtudes, buenísimo (…) Y si puede ayudar en el caso de mi hermana, algo que nunca hizo, y este es el momento que puede nombrarlo o dar una mano desde su lugar, bienvenido sea”. Esto lo dijo Celeste Morales, hermana de Florencia, cuando le preguntaron sobre el nombramiento. Un sitio de noticias mendocino recoge la versión de que la secretaría “siempre monitoreó el avance de la investigación judicial” y, atención, que la propia Mazzina “mandó un informe al Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación”. Mandó un informe.
Ahmed dice que “es más probable que progreses como feminista en una institución si hablas el lenguaje vacío de la no-performatividad”. La secretaría de Mujer, Diversidad e Igualdad explota al infinito ese lenguaje. En una búsqueda de Google (la página no ofrece buscador), las palabras “violencia institucional” arrojan dos resultados: una encuesta provincial de la población trans e intersex y el proyecto radiofónico Nos duele a todes, presentado como un “aporte más al camino de sensibilización iniciado para todos los ámbitos por la Secretaría”. Un episodio publicado en 2021 llamado “Cuando el Estado te mata” ofrece información sobre la violencia institucional pero no menciona el asesinato de Florencia ni lo avizora como posibilidad (evidentemente probable). Una respuesta apurada podría ser “se produjo antes”, pero al menos a mí me surge la pregunta de por qué mantener un contenido así en la página oficial después de semejante hecho. Vacío y desinterés, como mínimo.
Unas semanas antes de su nombramiento, Infobae publicó una larga entrevista a Ayelén Mazzina, centrada en su vida personal y su experiencia en el gobierno de Alberto Rodríguez Saá en San Luis. El textual “Volví a nacer cuando pude decir que me gustaban las chicas” adelanta que la entrevista hablará de la desobediencia de las normas sociales (su ropa o su sexualidad) de una funcionaria joven que reconoce que no la tratan como una igual (“en reuniones dicen ‘La Aye’ y al lado hay un ministro y a él le dicen ‘ministro’. Y ahí me doy cuenta cómo cuesta aún la cuestión de los estereotipos, edad y género”). Es cierto que persisten los prejuicios sobre la homosexualidad pero, ¿por qué sería un argumento para hablar de su rol en un gobierno provincial? La propia Mazzina dice “[el gobernador] nos alienta a que no nos vistamos como viejos si somos jóvenes. Y nos permite ser felices”. Me permito dos comentarios. La desobediencia subrayada es la de las reglas sin importancia en la política (una descripción robada). El principal activo de la funcionaria no son sus políticas sino, parafraseando a Ahmed, las “historias felices de su propio progreso”.
Hasta el día de hoy, Mazzina no salió de esos márgenes. No se conocen medidas o cuestionamientos acerca de la situación que provocó la renuncia de Gómez Alcorta (la persecución contra la comunidad mapuche está intacta) y la respuesta de la nueva ministra es, una vez más, el silencio. Además de las líneas que traza Ahmed, creo que hay perspectivas y estrategias políticas en pugna, expresadas en quienes hacen silencio y quienes levantan la voz aunque las (nos) reduzcan a una queja aguafiestas.
Un fósforo, un incendio y la sala de guionistas
Annie Besant no cumplía ninguna regla para triunfar en las instituciones. Si hay algo que nunca le fue familiar es el silencio. A los 20 se casó con un reverendo, a los 26 estaba separada y acusada de obscenidad por publicar un libro que hablaba del control de la natalidad. Como otras sufragistas británicas de la segunda mitad del siglo XIX, su lucha contra la opresión la hizo cruzar caminos con la militancia obrera y socialista. El 23 de junio de 1888, publicó en el diario socialista The Link (editado por ella misma) un artículo que denunciaba las condiciones laborales de las trabajadoras de la fábrica de fósforos Bryant & May. Lo tituló “Esclavitud blanca en Londres” y desató un efecto dominó que culminó en la huelga histórica de las fosforeras y la fundación del primer sindicato femenino, por iniciativa de Sarah Champan y otras obreras que se acercaron a Besant cuando se enteraron de su artículo. El silencio puede romperse con palabras escritas y, a veces, provocar un incendio.
Cómo provocar un incendio y por qué es un libro de Jesse Ball (Sigilo). Lucia Staton tiene 16 años y se une a la Sociedad del Fuego. No vive con su mamá que, cuenta Lucia, era indomable pero de ella “ya no queda nada que pueda encantarle a alguien”. Ahora vive con su tía, una anarquista retirada que es tan dulce que decidió no causarle ningún problema. En el diario leemos, además de sus ideas sobre el fuego, las burlas sobre los ricos y su incomodidad con un mundo quemado de desigualdad.
Reboot es una serie de Hulu (acá se ve en Star+) sobre la idea de una guionista de revivir una sitcom de los años 1990. La serie recorre varios temas que están en debate hace tiempo en la televisión, como los estereotipos y el humor, pero sobre todo cómo funciona el diálogo entre ambos lados de la pantalla. ¿Cómo y de qué nos reímos? ¿Todo se resuelve diciendo lo políticamente correcto? Las mejores escenas ocurren en la sala de guionistas, donde se mezclan diferentes generaciones, lideradas por Hannah (Rachel Bloom, creadora de Crazy Ex-Girlfriend). Hablando de guionistas, humor y política, Studio 60 también se metió en una sala de guionistas hace 20 años para reflexionar sobre la polarización política en Estados Unidos en la era marcada por la “guerra contra el terrorismo”. Studio 60 (una especie de trastienda del show legendario Saturday Night Live) sobrevive casi impecable, incluso podría decirse que tiene algo de los albores de la polarización actual, con todo el suavizante que le gusta usar a Aaron Sorkin.
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Celeste Murillo
Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.