A propósito de la amenaza sufrida por el jugador de Morón “Bicho” Rossi, presentamos el testimonio de dos investigadores (uno ex futbolista) que cuentan desde adentro los conflictos con las barras.
Viernes 27 de mayo de 2016
Foto: captura de pantalla de sitio de TN
Diálogos entre dos eternos perdedores. Entre la Academia y la Violencia en el fútbol: el fracaso en la intervención en políticas públicas.
Cuando nos enteramos con José Garriga sobre lo sucedido en el Club Morón de la primera B metropolitana del fútbol argentino, decidimos escribir las siguientes líneas. Nos permitimos una digresión: lo conozco a Javier “Bicho” Rossi desde el 2000, cuando jugábamos en Cambaceres. Firmamos juntos nuestro primer contrato como profesionales. Tuvimos relaciones cotidianas con barras: habitual en cualquier equipo del fútbol argentino (hasta en el menos pensado). Junto al “Bicho” padecimos, más de una vez, las presiones de dirigentes de cuarta línea para que firmáramos recibos de sueldo por adelantado, y nos quitaran parte de nuestro salario. Con el “Bicho” compartimos colectivos frenados por la “muchachada” de la hinchada, para que “aportemos a la causa” y pudieran viajar a ver el partido a cancha de Atlanta, All Boys o Tigre. Cobrábamos 407 pesos (ese era, en el 2003, el mínimo para un primer contrato. Menos los 100 de “ayuda” para el club, nos quedaban 300). Nadie nos ayudaba, excepto algunos compañeros que habían jugado en Primera A, y otros con una sensibilidad maravillosa. Pero seguíamos bajo amenaza: “Así es la cosa”, “Si hablás o hacés quilombo en Agremiados, no jugás más”, nos decían. Así se tejía la norma, así se estructura el silencio y el miedo.
Yo tomé otro camino laboral. Después de mis pobres 24 partidos en primera y mi renguera producto de una osteocondritis en rodilla, me dediqué a la docencia y a la investigación. Pero el “Bicho” siguió haciendo goles, muchos goles.
Cuando José me consulta sobre lo sucedido en Morón, me di cuenta que el “Bicho” aprovechó alguna de las grietas de esa estructura de silencio y de miedo. Me sentí orgulloso: habló, hizo ruido, reclamó sus derechos de laburante (al plantel profesional de Morón le deben tres meses de salarios). Enseguida averiguamos qué fue lo que ocurrió: una facción de la “barra” le puso un fierro en el pecho. Sí, una pistola. Si no te callás por “las buenas”, “te callamos por las malas”.
Pero analicemos un poco mejor la cosa. Pablo Sauro, presidente del Club Morón y colaborador de Hernán y Martín Sabbatella (Diputado nacional por la provincia de Buenos Aires por el partido Nuevo Encuentro, ex intendente de Morón y ex Presidente de la AFSCA), dijo que lo del “fierro” en el pecho del “Bicho” se trata de “una cosa de 4 o 5 loquitos que apuraron a los jugadores” (fuente: Clarín. 25/05/2016). ¡La pucha, qué casualidad!, dijimos con José: lo del “Panadero” fue un gesto de arrebato, en medio del fervor por demostrar su pasión por Boca; la puñalada recibida por Fernando Abal Medina en la reunión en la Comuna 4 de la Boca, en la discusión por la cesión de tierras, fue una cuestión de una pequeña “Patota”; la muerte de Emanuel Ortega, jugador de San Martín de Burzaco (allá por mayo del 2015), fue una “desgracia”, a la que Luis Segura (Presidente de A.F.A. y ticketero en el último mundial) respondió con medidas que aseguraron un cambio estructural: "Hablé con algunos dirigentes y convenimos que había que reprogramar la fecha y que no haya fútbol. El acuerdo es de todos" (Fuente: Canchallena. 15/05/2015)
Muchas casualidades le dije a Juan y nos reímos con tristeza. Nos acostumbramos al “fierro” en el pecho, las puñaladas y los piedrazos. Nos parece normal que los plateístas escupan y tiren piedras a los árbitros. Y que unos se alegren si el rival de turno pierde una bandera o su hinchada es cascoteada. “Es parte del folklore”, nos dijeron.
Nos parece normal que la policía gane mucha plata por operativos que no hace o que hace mal. Y que además te maltrate en la entrada a un estadio. Que sea parte del negocio de la violencia, vendiendo protección que no da y cobrando por protección ilegal que sí da.
Nos acostumbramos a que los estadios sean incómodos y que no se cumpla ninguna condición de seguridad. Nos parece normal que ir a la cancha sea una experiencia molesta, que sufrir sea la norma y nos extrañamos cuando volvemos del fútbol sin haber pasado ni un segundo de temor.
Es normal le dije a Juan, con tristeza, que los dirigentes políticos de algunos clubes usen a sus hinchadas como fuerza de choque. Y que entre facciones se maten en la repartija de botines suculentos y reputaciones deshonrosas. Notoriedades que los medios de comunicación agrandan y las hacen deseables. Hoy por Morón, seguro, que son más lo que desean ser como el cobarde que amenaza con un “fierro” y no como el “Bicho” que reclama por sus derechos como trabajador.
Nos acostumbramos a que pasen los años y nadie haga nada. Gobernadores, Intendentes y Presidentes: todos se hacen los boludos. Le dije a Juan, que si los que tienen que tomar decisiones para cambiar esta locura les parece de lo más normal, nada cambiaba.
Nos parece tan normal que cuando a uno le ponen un “fierro” en el pecho decimos/dicen que tiene que estar contento de que la sacó barata. Nos acostumbramos, le dije a Juan, a algo que no deberíamos nunca habernos acostumbrado.
* Los autores de la nota son investigadores del CONICET-IDAES