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Red Internacional
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Tribuna Abierta. Crónica del 76 aniversario del asesinato de Trotsky

El río Churubusco hoy es una de las grandes avenidas-autopistas que atraviesan la Ciudad de México. En el jardín del número 19 de la calle Viena, sin embargo, se respira un aire tranquilo este mediodía de sol de domingo. Pasaron 76 años del asesinato de León Trotsky en esta misma casa que hoy recibe a más de cien personas para conmemorar su vida, entre ellas Esteban Volkov, su nieto.

Domingo 28 de agosto de 2016 00:00

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Esteban tiene 90 años lúcidos, está impecable y no sonríe demasiado. Hoy es uno de los invitados más especiales para la jornada organizada por la Casa Museo: junto a Natalia, la segunda esposa de León, y otras pocas personas, Esteban fue una de las últimas personas en verlo con vida aquel 20 de agosto de 1940.

Las actividades comienzan con la inauguración de la exposición “Sueño Socialista”, que recoge una serie de fotografías inéditas que hicieron parte de la investigación de rodaje del documental homónimo. La película explora la vida de Lázaro Cárdenas, el presidente de México que en 1937 aceptó el pedido de asilo impulsado por Diego Rivera que permitió la llegada del revolucionario ruso perseguido. Pau Montagud, director de la película y curador de la muestra, junto con el equipo que retomó el trabajo iniciado por otro documentalista, imaginó casi ocho décadas después este encuentro entre dos hombres que nunca se vieron en persona, sorteando sus diferencias ideológicas para unirlos en su humanismo político. Las fotos ahora los reúnen en la casa: a Trotsky, como gran pensador y luchador de la Revolución Rusa, en escenas de su casa mexicana, con su esposa, con su nieto, alimentando a sus gallinas, leyendo frente a cámara su descarga contra las acusaciones stalinistas, y a Cárdenas, como aquel presidente comprometido con los ideales de la Revolución Mexicana, dialogando con un grupo de campesinos, posando con hijos de republicanos españoles, retratado junto a su hijo. (Hay pequeños tesoros de la vida cotidiana, como la mesa de bienvenida decorada con flores por Frida Kahlo o la fotografía de Trotsky junto a un Rivera tachado con furioso rojo por Natalia).

Ese es el espíritu que empapa el documental, estrenado como cierre de esta jornada. La historia de Cárdenas queda profundamente marcada por aquel acontecimiento de trascendencia histórica que fue la llegada a tierras mexicanas del revolucionario expulsado de Rusia y condenado a vagar entre apenas un puñado de países que aceptaron acogerlo.

Cárdenas con niños

La exposición queda dispuesta en sala principal de la Museo Casa, en el edificio anexo. Ahora la conmemoración se desplaza al jardín de Viena 19, inmenso, radiante en su espeso verde, acogedor bajo el sol de mediodía. Las primeras palabras son las del Secretario de Cultura de la Ciudad de México, Eduardo Vazquez Martin, quien reivindica la tradición humanitaria mexicana como un posicionamiento político y como parte del acervo cultural que ha nutrido a México a lo largo de los años. Es imposible no pensarlo con disgusto y desazón en estos días de violencia en las fronteras, en estos días cuando son mexicanos los forzados a migrar.

Cuauhtémoc Cárdenas, hijo de Lázaro, también recuerda esta tarde la capacidad de su padre para abrazar a los exiliados republicanos de la Guerra Civil española, a judíos de la Segunda Guerra y a este exiliado único que fue Trotsky, sabiendo que en cada uno de esos abrazos la cultura mexicana fue así más fecundada. Cuauhtémoc dice lo que en el dolor de la fecha se aprende: que las historias se empobrecen cuando se acallan las voces críticas, las voces de quienes piensan diferente. En el valor de la disidencia, rescata la importancia de los casi tres años de Trotsky en México y la posibilidad que ello significó para poder continuar contribuyendo al pensamiento crítico revolucionario con su producción intelectual desde el exilio. Con un escrupuloso cuidado –dice- para no inmiscuirse en asuntos políticos internos, Trotsky se empapó sin embargo del pueblo mexicano y tuvo la oportunidad de discutir allí sus ideas.

Tal vez Esteban no lo supiera tan así en ese momento, cuando llegó a México apenas saliendo de su niñez, huérfano de un padre asesinado y de una madre suicidada por las fuerzas stalinistas. El abuelo León había perdido a la mamá de Esteban y a sus otros tres hijos. Lo que sí sabe Esteban es que en esta casa de Coyoacán se escribieron dos capítulos fundamentales de la historia: la construcción de la generosa política que tuvo a México como paradigma y a Cárdenas como su máximo representante, resistiendo firme la presión rusa por el asilo a Trotsky, y la lucha del revolucionario por desenmascarar la dictadura de Stalin. Esteban sabe hoy que uno de los principales aportes del abuelo fue la teoría de la revolución permanente y sabe también que muchos confundieron socialismo y comunismo con la política que el dictador desplegó tras proclamarse sucesor de Lenin.

Esteban recuerda cada instante de aquel 20 de agosto de 1940, cuando volvía del colegio en el camión, cuando se bajaba en los viveros de Coyoacán, cuando caminaba hacia la casa donde los abuelos se habían mudado luego de un año de vivir con Diego y Frida en la Casa Azul, apenas a unas cuadras de este nuevo hogar. Cuando llegando veía policías, la puerta del garaje abierta, un auto mal estacionado. Esteban sabía que todos esos momentos estaban lejos de la calma de las tardes que normalmente sucedía a intensas mañanas de trabajo, cuando el abuelo leía, escribía, cuidaba el jardín, sus conejos. Esteban sabe que sabía que era un desafío a la estadística invocar a la suerte que en Mayo los había salvado del atentado en el cual un grupo de asesinos a sueldo al mando de David Alfaro Siqueiros había descargado más de 300 disparos sobre las paredes de la habitación de los abuelos, sobre la suya propia. Los huecos de esos disparos seguían allí, junto con las ventanas blindadas de un hierro del espesor de todos los dedos de una mano.

Recuerda cuando entraba a la casa y veía a un hombre ensangrentado sujetado por dos polícias, aquel hombre que se había ganado la confianza de Trotsky y que ese día le había pedido ayuda con la corrección de un texto, logrando quedar a solas con él en el estudio para matarlo mientras leía.

Recuerda al abuelo vivo, herido de muerte.

Ensangrentado también, y con Natalia a su lado. Supo después que al oír sus pasos acercándose, el abuelo había pedido que no lo dejaran verlo así. También había ordenado unos minutos antes que no mataran al asesino, que debía hablar.

Esteban sabe que León sabía que después de Mayo sólo le habían dado un tiempo más. Pero ¿de dónde vendría el ataque? Cada día el abuelo abría la pesada ventana de hierro y le decía a la abuela: “Natascha, nos han dado un día más de vida”.
Esteban sabe de las injurias stalinistas y recuerda al abuelo en su entrega total a la lucha del socialismo. Sabe del ser excepcional, generoso y paciente para educar, sabe de su gran sentido del humor creando un ambiente cálido a su alrededor. Sabe que León demostró por su propia experiencia de la revolución bolchevique que un socialismo auténtico es una realidad tangible y alcanzable. Y que hoy, que el capitalismo ha alcanzado un grado de destructividad que pone en riesgo la vida misma, el manifiesto comunista tiene total y absoluta vigencia para entender las entrañas del monstruo. El abuelo León, con su vida, enriqueció el reservorio del marxismo revolucionario, ese arsenal de ideas para la lucha.

76 años después, todas estas ideas quedan flotando en el jardín de Viena 19, mientras Esteban se calza su gorra roja con visera y se pierde doblando la esquina, caminando por las calles de Coyoacán.