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Red Internacional
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La Plata. Cuando el trabajo tiene cara de mujer en tiempos de pandemia

La feminización del trabajo y la realidad de las trabajadoras de salud en contexto de la crisis sanitaria mundial.

Amanda Soledad Trabajadora de la salud

Jueves 19 de marzo de 2020 18:53

En los años 80 se dio una ofensiva neoliberal acompañada de privatizaciones y reducciones en materia de derechos que obligaron a miles de mujeres en todo el mundo a volcarse al mercado laboral, que las recibía en condiciones desfavorables respecto al resto de los trabajadores.

La inclusión de la mujer en el mundo del trabajo no implicaba la adquisición de los mismos derechos que había conquistado el hombre como parte de la clase obrera. El mercado perpetuaba una vez más la doble opresión de la mujer.

En América Latina este proceso de integración de las mujeres al trabajo se vio en empleos de lo más precarios, principalmente a los relacionados con el cuidado de niños, ancianos y enfermos, totalmente en negro y sin beneficios de la seguridad social; este proceso se vio impulsado por un enorme oleaje de migraciones al interior del continente.

Con la crisis de deuda de los años 80 descendió el empleo y el salario bruscamente, por lo cual muchas mujeres tuvieron que salir a buscar trabajo, encontrando empleos precarios con bajos ingresos pero con horario flexible, lo que resulta de gran utilidad para el sistema en el que vivimos, obligando a las mujeres a cumplir con su doble rol, con su doble jornada laboral, en el trabajo y en casa.

Andrea D´Atri dice en el libro Pan y Rosas "Y aunque ha empujado a millones de mujeres al mercado laboral destruyendo los mitos oscurantistas que la condenaban a permanecer en el ámbito privado del hogar, lo ha hecho para explotarlas doblemente, con salarios menores a los de los varones, para que, de ese modo, pudiera bajar también el salario de los otros trabajadores.
El capitalismo, con el desarrollo de la tecnología, ha hecho posible la industrialización y, por lo tanto, la socialización de las tareas domésticas. Sin embargo, si esto no sucede es, precisamente porque en el trabajo doméstico no remunerado descansa una parte de las ganancias del capitalista que así, queda eximido de pagarle a los trabajadores y a las trabajadoras por las tareas que corresponden a su propia reproducción como fuerza de trabajo (alimentos, ropa, esparcimiento, etc.)” .

Las mujeres precarizadas en este sistema son trabajadoras a tiempo completo.

Los años noventa

La profundización del neoliberalismo en la década del 90, trajo consigo mayor precarización y flexibilización laboral a través de reformas del Estado que beneficiaban solamente a los grandes empresarios, retrocediendo en materia de derechos como la negociación colectiva. Esto incidió más fuertemente en las mujeres; una de cada dos mujeres trabajaba en condiciones precarias e informales.

El sistema capitalista en el marco del neoliberalismo trajo aparejado un enorme ataque a las conquistas de la clase trabajadora en todo el mundo, expresándose esto principalmente en la fragmentación de la clase obrera, la precarización y la flexibilización laboral.

La feminización del empleo empujado principalmente por la necesidad económica del grupo familiar de contar con un ingreso más, es expresado en Argentina comparativamente de la siguiente forma: actualmente el 47, 8% de las mujeres trabaja o busca trabajo, la tasa de ocupación promedio entre el 2017 y el 2018 fue del 43%; a mediados de los años 90 el 40% de las mujeres trabajaba o buscaba trabajo y la tasa de empleo de 34,7%.

Es notorio el crecimiento de las mujeres trabajadoras, pero esto no implicó un crecimiento de igual magnitud respecto a sus derechos laborales, siendo estas las principales afectadas por las condiciones de empleo más precarias:

Otro de los fenómenos que trajo la década de los 90 fue la terciarización del empleo que si bien afectó principalmente a los hombres tuvo principal repercusión en las mujeres ya que la terciarización del empleo se dio en el área de servicios fundamentalmente, en el cual se insertó gran parte de la masa de mujeres que ingresaron al mercado laboral. En el área de salud, por ejemplo, es donde más se puede observar la inserción femenina, cumpliendo tareas de limpieza en extensas jornadas, con horarios rotativos, descansos a voluntad del empleador y salarios magros.

La feminización del sistema de salud

El sistema sanitario está compuesto por un 71,2% de mujeres. Teniendo su expresión mayoritaria en el sector de enfermería, limpieza, algunas especialidades médicas y técnicas.
Según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 70 % de trabajadoras y trabajadores de la salud son mujeres. La brecha salarial del sector asciende a 28 % y la mayor parte se explica por las horas disponibles para trabajar fuera del hogar (es decir, es más probable que las mujeres trabajen part-time y flexibles, que no significa que trabajen menos horas sino que para completar un salario de jornada completa deben tener más de un empleo o por las tareas de cuidados al interior familiar se ven obligadas a conseguir empleos flexibles de horarios partidos).

En este marco de desigualdad se desata la pandemia del Coronavirus, que viene a poner en escena, no solo el colapso del sistema sanitario, sino también lo agotado que se encuentra el sistema capitalista en su conjunto. Las condiciones de vida y de trabajo de las mayorías dan cuenta de esta situación. Las mujeres y la juventud somos quienes tenemos los trabajos más precarios, lo que nos expone a una situación de mayor vulnerabilidad que se traslada a nuestras familias. Es urgente que se implementen medidas drásticas y soluciones de fondo, los parches y las reformas se agotan.

La única manera para que los trabajadores de la salud podamos desarrollar nuestras
tareas de manera segura es contando con un sistema de salud con una infraestructura adecuada, con todos los insumos necesarios, aparatología, medicación, más trabajadores en todas las áreas, contratados en condiciones genuinas y con todos los derechos de la seguridad social. Para esto entendemos que es necesaria la unificación de todo el sistema de salud, que todos los recursos sanitarios pasen a disposición del Estado (clínicas e institutos privados, laboratorios y fábricas de insumos), solo así podrá garantizarse la cantidad de recursos para la escalada de contagio que esperan los expertos para las próximas semanas.

Que el Estado garantice la distribución gratuita de todo lo necesario para la detección temprana de la infección: desde los elementos básicos (alcohol en gel, ¡jabón!, mascarillas, guantes, etc.) hasta los necesarios kits de test para que se realicen en forma gratuita y masiva a todo el que tenga síntomas, asumiendo el control de los grandes laboratorios privados.

Las trabajadoras de la salud necesitamos que nuestros derechos se equiparen al del resto de las trabajadoras. En los decretos emitidos por todos los organismos oficiales respecto a las licencias de los trabajadores en el sector público, se hacía referencia a las licencias por cuidados de hijes, licencias a personas con patologías de base riesgosas, licencias a embarazadas y a mayores de 60 años.

En salud esto no es así; los trabajadores de la salud no estamos contemplados en estas licencias, salvo excepcionales acuerdos internos en algunos hospitales. Teniendo que hacer malabares entre el cuidado de hijes (que en muchos casos cotidianamente fuera del tiempo escolar quedan al cuidado de miembros de la familia como los abuelos, que en esta oportunidad representa un riesgo para la salud de estos últimos) y evitar la propagación y contagio del virus. A todas las cifras citadas, podemos agregar que el 60 % de los hogares monoparentales en Argentina se encuentran a cargo de mujeres.

Es necesario la conformación de comisiones de Higiene y Seguridad en todos los lugares de trabajo, con plenos poderes para investigar, consultar, cuestionar, las medidas que hacen a la seguridad de las y los trabajadores y usuarios (en caso de servicios públicos).
Que se inviertan las prioridades: ¡plata para salud no para la deuda!