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Red Internacional
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OPINIÓN. Cuando la posibilidad de vivir no es para todas

Cuando unos pocos deciden sobre la vida de millones pasan cosas como estas. Hoy hay una menos de nosotras, los responsables tienen nombre y apellido, están en la Iglesia y en el Senado, sentados en bancas de todos los partidos tradicionales, desde el PRO, la UCR, el FR, el PJ y el FpV.

Angélica Brites Enfermera despedida | Hospital Posadas | Agrupación La Marrón

Miércoles 15 de agosto de 2018 09:49

Desde que nos llegó la noticia de que una joven se encontraba en estado crítico en un hospital de la Zona Norte de la provincia de Buenos aires nos brotó la bronca por los poros. Esa bronca estalló con la noticia de que había fallecido producto de las serias complicaciones que le generó un aborto clandestino realizado de manera precaria e insegura.

Se llamaba Liz, y era una de las tantas mujeres que no contaban con el dinero necesario para, al menos, poder asistir a un lugar que cuente con las condiciones de salubridad mínimas para “poder contarla”.

Liz era una joven de un barrio del conurbano bonaerense, que quiso elegir sobre su propio cuerpo, lo hizo de la única forma que encontró a su alcance y hoy es una más en la larga lista de muertas por abortos clandestinos, una muerta más que tanto la Iglesia como los 38 senadores que votaron por el aborto clandestino, cargan sobre sus espaldas.

A la Iglesia y a los senadores que imposibilitaron este mínimo derecho, seguramente no se les llenen los ojos de lágrimas ni la rabia se les salga del cuerpo ante la muerte de Liz. Sus vidas no tienen nada que ver con las de las miles de jóvenes, trabajadoras y estudiantes que tiñeron de verde las calles de todo el país, a quienes cada vez que pueden les demuestran su desprecio más profundo, bajo la mentira de que bregan por “salvar las dos vidas”. Sería bueno saber que dicen hoy, cuando la noticia es una muerta más, una más de las nuestras a la que le arrebataron la vida.

Una vida arrebatada que tiene responsables “a sueldo”, y nada modestos. La Iglesia católica, sigue recibiendo subvención del Estado, algo que todos los gobiernos sostuvieron hasta la actualidad, y que las miles de jóvenes empezaron a cuestionar en las calles con sus pañuelos naranjas, que se sumaron a los verdes, al grito de “Iglesia y Estado, asunto separado”.

Los senadores por su parte, forman parte de una casta minoritaria de funcionarios que viven como millonarios, perciben un salario mensual que ronda los 200 mil pesos, mientras las grandes mayorías trabajadoras hacemos malabares para llegar a fin de mes. Hoy podemos decir que son ellos, la Iglesia, el Senado y los funcionarios que hicieron todo el lobby que estaba a su alcance para que siga siendo ilegal y los responsables de esta nueva muerte.

Hoy ellos seguramente no hablarán de Liz, ni de su hijo que se quedó sin su madre. Ellos no dirán nada, y seguirán digitando la vida de millones desde sus cómodos sillones hasta que se terminen sus privilegios.

Pero nosotras sí hablamos de Liz y de todas las que ya no están, por ellas peleamos y lo seguiremos haciendo.

Porque la “marea verde” fue el comienzo de una batalla que no está terminada, y que seguirá dando que hablar.

Porque nos conmueve en lo más profundo cada una de esas jóvenes que vemos diariamente en los hospitales donde trabajamos, con sus historias a cuestas, sin tener deseo de ser madres pero teniendo que serlo igual, o en muchos casos jugándose la vida para poder decidir sobre su propio cuerpo y destino.

Porque en más de una ocasión, nos tocó ser testigos de las consecuencias más brutales que genera la clandestinidad del aborto.

Definitivamente no somos como ellos, ni lo seremos nunca. Seguimos día a día, junto a nuestros compañeros, sosteniendo el hospital público a costa de ataques, vaciamiento, despidos y persecuciones.

Hoy hablamos de Liz, y sentimos en lo más hondo su muerte como cada una de las vidas que se lleva la clandestinidad del aborto. Esa bronca nos motoriza, por eso somos orgullosamente parte de las trabajadoras que teñimos de verde las calles junto a miles de jóvenes que ya no se callan más, y que contagian a todo lo que se les acerca. Y es con esa fuerza arrolladora que vamos a seguir peleando, cada vez que nos quieran arrebatar nuestro derecho a decidir sobre nuestro propio destino, hasta que la posibilidad de vivir, y vivir dignamente, sea para todas y todos.

Por Liz y por las miles que ya no están, hasta que cambiemos todo lo que tenga que ser cambiado.