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Representación. De Bad Bunny a Harry Styles: ¿qué es el queerbaiting?

Grandes artistas hoy son acusados de “queerbaiting”, mientras la industria de la cultura aprovecha contenidos o tramas LGBTIQ+ como enganche para ganar mas audiencias. Sobre consumos, ganancias y la promesa de un final feliz para la diversidad en la pantalla.

Pablo Herón

Pablo Herón @PhabloHeron

Miércoles 29 de marzo de 2023 08:07

En la última entrega de premios MTV, en medio de su show Bad Bunny se besaba con un bailarín e inmediatamente generó revuelo. Este tipo de hechos en los últimos años vienen siendo objeto de críticas. Desde el beso de Madonna, Britney Spears y Christina Aguilera en los Video Music Awards del 2003. La banda rusa t.A.T.u. cuya idea de vender una pareja de lesbianas fue impulsada por el productor. También son señaladas estrellas como Harry Styles o la propia Taylor Swift acusada de esta táctica cuando sacó el video You need to calm down (necesitás calmarte) con la participación de figuras LGBTIQ+ reconocidas en Estados Unidos.

A esto le dicen queerbaiting, que en inglés sería algo así como cebo queer. Una práctica que atraviesa a la industria de la música, libros, videojuegos, series y cinematográfica, basada en sugerir una trama o contenido LGBTIQ+ sin que esto se termine de concretar. En muchos casos vendiendo una ambigüedad en la justa medida para no provocar el rechazo de las audiencias más conservadoras [1].

El mercado y las ganancias

Esta táctica no cae del cielo. Hay múltiples investigaciones analizando los cambios en el consumo ligado a las formas de pensar de la época y las distintas generaciones. Según una consultora dos de cada tres estadounidenses afirman que sus valores sociales moldean sus elecciones de consumo [2]. A esto se le suma que en el mismo país la generación millennial hace unos años pasó a representar el porcentaje más alto en la población económicamente activa [3]. Y donde hay ingresos, un empresario lee posibilidades de consumo. Según Gallup, al menos el 19,7% de la generación Z (nacidos entre 1997 y 2004) se definen con alguna identidad comprendida en el colectivo LGBTQ+ [4].

Se trata de generaciones que crecieron bajo el discurso neoliberal de ampliación de derechos e inclusión de las personas LGBTIQ+ bajo la perspectiva de consumidores para quienes se podía desarrollar un mercado particular que podía generar cuantiosas ganancias. Por eso, en occidente grandes corporaciones y empresas de los más diversos rubros adoptaron la inclusión de la diversidad como “valores propios” y hasta símbolo de sus marcas, aunque una gran mayoría de las personas LGBTIQ+ solo vio crecer la precarización, la pérdida del poder adquisitivo de sus ingresos y el retroceso de las conquistas sociales de generaciones anteriores. Así lo atestiguan trabajadores LGBTIQ+ en cadenas de servicios como Starbucks impulsando sindicatos.

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En algunas décadas se pasó de la criminalización abierta por parte de los Estados capitalistas a homosexuales, a que las principales industrias de la cultura se enfoquen en dicho sector como un motor para el consumo. En ese trecho se dio lo que Peter Drucker caracterizó como la fractura de las identidades durante el neoliberalismo, un combo en el que se afianzo una identidad gay-lésbica “clásica” asociada al poder de consumo y adquisitivo. Mientras a la par proliferaron sectores que no entran en esa definición, sea por su realidad material adversa, por no ser lo “suficientemente binarias”, con la emergencia de las identidades trans o por los cambios en las prácticas sexuales (como por ejemplo el BDSM).

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Dentro de la crítica al queerbaiting se suele poner el foco en los artistas individuales, en algunos casos hasta promoviendo la cancelación por determinado hecho que a priori expresaría este engaño. Pero no se trata de algunos casos aislados donde la presencia de hechos o simbología LGBTIQ+ se pone en juego para atraer audiencias. Es un patrón sistemático donde la industria analiza los cambios sociales en su propio beneficio, haciendo gala de un neoliberalismo que posa de progresista pero cuyo eje son las ganancias.

¿Representación de un final feliz?

La otra cara del debate no se detiene en la sed de lucro, sino en los modelos de representación de las personas LGBTIQ+ en las industrias mainstream de la cultura de masas. Para Juan-José Sánchez-Soriano y Leonarda García-Jiménez:

“El motivo por el que la audiencia LGTB+ o, en general, la audiencia sensibilizada hacia cuestiones de diversidad sexual se ve atraída por estos subtextos homoeróticos (simbolismo, gestos, o bromas, entre otros) es la falta de suficiente representación positiva real y no estereotipada en los largometrajes y elementos culturales, como muestra el informe GLAAD [NdR: Alianza de Gays y Lesbianas contra la Difamación] (2018)” [5].

Los autores hacen eje en los estereotipos que reproducen las grandes producciones asociando a una lesbiana rasgos de violencia, competitividad o control emocional propios de la masculinidad, al homosexual amanerado o directamente finales trágicos para dichos personajes. Esa representación cultural de la población LGBTIQ+, aun presente, no escapa a los estereotipos que en general reproduce la industria de la cultura de masas, donde no suelen estar representados les trabajadores de distintos sectores y sus vidas cotidianas, donde persiste entre los principales objetos de consumo la historia romántica con “final feliz”.

Para Michael McDermott centrarse en los estereotipos resulta un problema porque genera un efecto contrario: dan por sentado que esos rasgos son negativos y reproducen los argumentos con los que se condenan a las personas LGBTIQ+. Sostiene que la contrapartida de las representaciones negativas es la búsqueda de objetos que tiendan a representar (y causen) felicidad [6]. Plantea que la política de representación se basa en esa orientación a la felicidad. A su vez, dice que las críticas por queerbaiting se paran sobre las experiencias con los productos culturales previos y están moldeadas por esa “promesa” que busca saltar de un pasado/presente de discriminación a un futuro de igualdad. De esta manera desarrolla:

“Al orientar a los queer hacia objetos e ideales que se considera que causan felicidad, como la domesticidad, el matrimonio, el capitalismo, el patriotismo y el consumismo, se promulga una agenda ideológica neoliberal. Esta agenda ha sido muy criticada por los teóricos queer. Dentro de la política homonormativa, una de las funciones de la felicidad es aplacar a los queer, neutralizarlos en su presentación como complacientes (y por tanto cómplices) de las estructuras hegemónicas. Al tiempo que asimilan y mantienen las instituciones y estructuras heteronormativas, las políticas homonormativas presentan a los queer como felices por su participación e inclusión”.

Es innegable que hay un proceso en marcha que abarca toda la industria, de las películas del 2021 producidas por los principales estudios de Estados Unidos el 20 % incluyó a personajes LGBTIQ+. Una realidad que empieza a llegar hasta producciones no pensadas pura y exclusivamente para un segmento diverso, como por ejemplo las películas de superhéroes. El año pasado, fue un boom la serie Heartstopper, la historia de una pareja de chicos adolescentes, donde se corre el foco de un abordaje trágico sobre los personajes y en muchos comentarios se expresó el anhelo de poder vivir una historia similar a esa edad.

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A fin de cuentas, hoy la industria cultural especula y se acerca a la producción de contenidos empalmando con los anhelos de amplios sectores de una sociedad sin discriminación, disfrutar plenamente su sexualidad o vivir sin ataduras la identidad de género. De esa manera develan como en el neoliberalismo operan sobre las expectativas y los deseos, transformándolos en oportunidades de mercado y ante todo un margen de ganancia que siga beneficiando a la clase dominante en detrimento de las mayorías.


[6The (broken) promise of queerbaiting: Happiness and futurity in politics of queer representation, Michael McDermott

Pablo Herón

Columnista de la sección Género y Sexualidades de La Izquierda Diario.

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