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Opinión. Homonacionalismo: cuando la inclusión LGBTIQ+ se vuelve una política de odio

Sectores de la extrema derecha comienzan a sostener un discurso de inclusión hacia las personas LGBTIQ+ a la par de ubicar como enemigo al Islam. Lo mismo sucede con el Estado de Israel que buscó ubicarse como una joya gayfriendly en medio oriente. ¿Qué hay detrás de los sectores reaccionarios tomando como propia la agenda LGBTIQ+?

Pablo Herón

Pablo Herón @PhabloHeron

Lunes 12 de abril de 2021 09:12

Marcha del Orgullo LGTBI en Jerusalén | EFE

“Debería ser posible ser un sueco gay rubio de ojos azules en Suecia” decía Jan Sjunnesson en una concentración de algunas decenas de personas durante la semana del orgullo en 2016. Sjunnesson es periodista y adhiere a la extrema derecha Demócratas Suecos. Un año antes había convocado a una marcha del orgullo con el objetivo de recorrer los barrios de mayoría musulmana de Estocolmo.

Jana Schneider, dirigente juvenil de Alternativa para Alemania (AfD), asegura que “los homosexuales de toda Europa tienen que darse cuenta de que el islam político es un peligro para ellos y sus derechos” cuenta Pablo Stefanoni en su libro “¿La rebeldía se volvió a derecha?”. La principal representante de AfD es Alice Weidel, que es públicamente lesbiana y convive de hecho con su pareja y sus dos hijos.

Alice Weidel. Líder AfD
Alice Weidel. Líder AfD

Se trata de fuerzas políticas que vienen ganando notoriedad. En la última elección general los Demócratas Suecos quedaron terceros con un 17% de los votos, lo mismo AfD con casi el 13%. Sobre el matrimonio igualitario AfD sostiene un discurso similar al del papa Francisco, se oponen porque un “matrimonio” es entre un hombre y una mujer, pero avalan las uniones civiles. Al mismo tiempo poseen una política de cierre de fronteras para migrantes, la repatriación de refugiados y un discurso de odio contra el islam, “es una amenaza para la paz nacional” afirma su líder Alexander Gauland.

No todo en la ultraderecha es un discurso de odio hacia las personas LGBTIQ+ de principio a fin. En Europa y Estados Unidos se presenta un fenómeno reciente que merece análisis: sectores de la extrema derecha rompen con su histórica asociación a los valores de la familia heteronormativa, incorporando en sus agendas la política de inclusión de LGBTIs con sus propios objetivos. Cabe la pregunta, ¿cuáles?

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La referente de Reagrupamiento Nacional Marine Le Pen, que llegó a disputar la presidencia de Francia con Macron, forma parte de este sector. Su objetivo particular fue desdemonizar a la derecha, en el marco de la creciente tendencia hacia la “inclusión” y “tolerancia” de las personas LGBTIQ+, que surgió durante el neoliberalismo como contrapartida de los retrocesos en conquistas sociales de las grandes mayorías. Para Marine esto implicó una ruptura con la tradición que había dejado su padre en el partido, Jean-Marie Le Pen, quien opina que la homosexualidad es una “anomalía biológica y social” que puede llevar “a la desaparición del mundo”.

De esta manera las nuevas derechas imitan cual espejo lo que Nancy Fraser llamó “neoliberalismo progresista” para describir gobiernos como el de Bill Clinton o Barack Obama: la alianza de sectores de la clase capitalista (y sus partidos) con corrientes corporativizadas de los movimientos (LGBTIQ+, de las mujeres, etc.) para darse una cobertura progresista, mientras aprovechan a implementar políticas que van contra la mayoría trabajadora y pobre.

Jan Sjunnesson en concentración convocada por la extrema derecha de 2016 en Estocolmo
Jan Sjunnesson en concentración convocada por la extrema derecha de 2016 en Estocolmo

Las Estados comenzaron a sostener la política de “inclusión”, justamente para lavarse la cara y cooptar el movimiento surgido en Stonewall en la década de 1970. El movimiento que en un principio levantaba una perspectiva de liberación sexual y anticapitalista, pasó a limitar su horizonte a la conquista de derechos elementales dentro de las democracias capitalistas sin cuestionar profundamente los marcos de la política identitaria.

El caso de los Demócratas Suecos o Alternativa para Alemania va mucho más allá de la mera “inclusión” y busca canalizar los prejuicios más reaccionarios que corren en la sociedad. A partir de ese discurso erigen como enemigos a los inmigrantes musulmanes, la religión que profesan y los Estados de medio oriente donde se sostiene la persecución a LGBTIQ+. Para pensar este fenómeno resulta útil el término “homonacionalismo” acuñado por la teórica queer Jasbir K. Puar en su libro “Ensamblajes terroristas. El homonacionalismo en tiempos queer”.

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Puar busca mostrar las interrelaciones entre las identidades gay y lésbica, raza, clase y naciones en el período posterior al atentado a las torres gemelas. En un artículo de su autoría publicado en 2013 afirma que “el homonacionalismo es fundamentalmente una crítica de cómo los discursos de derechos liberales de lesbianas y gays producen narrativas de progreso y modernidad que continúan otorgando a algunas poblaciones acceso a formas culturales y legales de ciudadanía, a expensas de la expulsión parcial y total de esos derechos de otras poblaciones”.

Para reflejar esa contraposición pone de ejemplo a Israel. El país gobernado por Benjamín Netanyahu, insospechado por defender los derechos humanos, promueve con fondos públicos a la ciudad de Tel Aviv como la meca del turismo para LGBTIQ+ (para quienes puedan pagarlo, claro). A lo que se le suman medidas como leyes antidiscriminatorias, y la admisión en el ejército de gays y lesbianas.

Soldado israelí en una marcha del orgullo en Jerusalén [Foto: Reuters / Baz Ratner]
Soldado israelí en una marcha del orgullo en Jerusalén [Foto: Reuters / Baz Ratner]

Mientras pretende mostrarse como un paraíso de aceptación de la diversidad, donde miles disfrutan cada año de la fiesta del orgullo y se hospedan en lujosos hoteles, del otro lado Israel ejerce el sometimiento de Palestina y toda su población a sangre y fuego, sean trabajadoras o trabajadores, religiosos o no religiosos, heterosexuales o LGBTIQ+. Esto es lo que también se conoce como “pinkwashing”, la utilización de los derechos de las personas LGBTIQ+ para lavarse la cara, y en este caso de paso desarrollar una industria muy rentable.

Es innegable la persecución a personas LGBTIQ+ en medio oriente, llegando a incluir casos de pena de muerte. Muchos Estados adoptan la sharia (ley islámica) y así penan la sodomía, lo que merece una lucha incansable contra la discriminación y por tirar abajo esas leyes. Sin embargo, esa realidad no borra la persecución de las fuerzas represivas que mantienen las democracias capitalistas en occidente aunque ya no sea legal, tampoco el gran peso de las Iglesias católica y evangélicas en las políticas públicas.

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Tras décadas de neoliberalismo, la extrema derecha se volvió capaz de tomar parte de la agenda LGBTIQ+ para fortalecer su perspectiva de fondo: mayores beneficios para una minoría capitalista rica. Si llegamos a esa instancia, conviene revisar ese contrato del capitalismo neoliberal donde solo un pequeño sector de gays y lesbianas con capacidad de consumo puede disfrutar con plenitud los derechos conquistados, mientras la gran mayoría de personas LGBTIQ+ sufre las consecuencias de la crisis económica, sanitaria y la constante precarización de la vida.

Por eso es necesario retomar la tradición del movimiento surgido en las barricadas de Stonewall, que planteó sin tapujos la liberación sexual ligada a una perspectiva anticapitalista y revolucionaria: la emancipación para el conjunto de explotades y oprimides, lo opuesto por el vértice a una política destinada a beneficiar a una minoría social.


Pablo Herón

Columnista de la sección Género y Sexualidades de La Izquierda Diario.

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