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50 años. Debate sobre "neofascismos" e izquierda en Seminario Internacional Izquierda, Memorias y Utopías

En el marco de los 50 años del golpe de Estado, durante esta semana se realiza el "Seminario Internacional. Izquierdas, memorias y utopías", patrocinado por CLACSO, la Universidad de Playa Ancha, la Facultad de Filosofía y Hdes de la U de Chile y diversas organizaciones académicas e intelectuales. Presentamos la ponencia presentada por el director de La Izquierda Diario, Fabián Puelma, en la mesa sobre "Neofascismos e izquierda", que contó con la participación Marcelo Starcembaum, académico de la Universidad de La Plata, y Jorge Viaña, profesor de la Universidad Mayor de San Andrés de Bolivia.

Viernes 8 de septiembre de 2023

En el marco de los 50 años del golpe de Estado, durante esta semana se realiza el "Seminario Internacional. Izquierdas, memorias y utopías", patrocinado por CLACSO, la Universidad de Playa Ancha, la Facultad de Filosofía y Hdes de la U de Chile y diversas organizaciones académicas e intelectuales. Durante dichas jornadas, han participado intelectuales de diversos países.

Presentamos la ponencia presentada por el director de La Izquierda Diario, Fabián Puelma, en la mesa sobre "Neofascismos e izquierda", que contó con la participación Marcelo Starcembaum, académico de la Universidad de La Plata, y Jorge Viaña, profesor de la Universidad Mayor de San Andrés de Bolivia.

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Enmarcaré mi presentación en la pregunta de cómo caracterizar el avance de la extrema derecha.

Para abordar estas interrogantes debemos combinar tres planos del análisis:

i) Si el concepto elegido en el título de esta mesa es el de “neofascismo”, entonces naturalmente deberemos profundizar en la relación entre el “fascismo histórico” con los nuevos fenómenos de extrema derecha o derecha populista. En este punto, argumentaré por qué el concepto de neofascismo es equívoco;

ii) Otro plano parte por notar que el fortalecimiento de las nuevas derechas tiene un alcance global. Es decir, un aspecto del análisis debe centrarse en cuáles son las tendencias de la situación internacional que permiten que surjan fenómenos de estas características en distintos lugares del mundo.

iii) Pero evidentemente sería un error centrar el debate en un problema de categoría, de cuál nos gusta más o menos. De lo que se trata es de ver cuáles son las características, contradicciones y brechas que plantean estos fenómenos en nuestros países, porque lo que nos convoca es la pregunta sobre cómo enfrentarlos. Es una pregunta teórico práctica, o estratégica.

Y esto es claro, porque no todos los fenómenos son equiparables. No es lo mismo un Kast que apuesta a la restauración o conservación de la herencia de la dictadura a un Milei que apuesta por un plateo refundacional contra la herencia kichnerista. Ni lo mismo una extrema derecha en EE.UU a un país dependiente.

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Sobre la pregunta por el núcleo conceptual del fascismo. Durante mucho tiempo la izquierda privilegió una definición restringida de fascismo, que ponía el centro en su proyecto económico ligado a la burguesía industrial, tomando como referencia el corporativismo de Mussolini.

Desde mi punto de vista, eso no es lo fundamental, pues ignora que tanto el nazismo como el fascismo contaron con el beneplácito de sectores importantes de la burguesía financiera, bancaria y, por supuesto, industrial y peca de un reduccionismo económico.

Movimientos nacionalistas de derecha han existido de diversa forma y carácter. Pero para que lleguen al poder y para poder hablar de fascismo se requiere contar con el apoyo de un sector importante de las clases dominantes.

Pero al mismo tiempo, resulta evidente que variantes de extrema derecha, polarizantes no son las alternativas preferidas por sectores importantes de la clase dominante, porque se trata de variantes “poco confiables” e impredecibles, que aumentan la incertidumbre, lo que siempre es un problema para los negocios capitalistas.

Por lo mismo, para que se instalen regímenes fascistas, debe existir una situación de crisis estructural de la dominación y la hegemonía de la democracia capitalista, y actores que sean capaces de cuestionar dicha dominación y proponer una alternativa.

Por eso para los marxistas que analizaron el fascismo desde la lucha entre revolución y contrarrevolución, como lo hizo Trotsky, ponen el énfasis en el objetivo de derrotar el ascenso de la clase trabajadora, sus partidos y sus organizaciones a través de métodos de la guerra civil.

No es casual, por tanto, que aquí radique una de las diferencias que para muchos intelectuales existe entre el “fascismo histórico” y el “neofacismo”: que no necesitaría los métodos de la guerra civil para imponerse, y por lo tanto, no habría incompatibilidad entre democracia y fascismo.

Este sería uno de los rasgos novedosos.

Por ejemplo, autores como Maurizio Lazzarato plantean que “El nuevo fascismo ni siquiera tiene que ser ‘violento’, paramilitar, porque los movimientos políticos contemporáneos, a diferencia del ‘comunismo’ de entreguerras, están muy lejos de amenazar la existencia del capital”.

Conceptualizar las nuevas derechas como neofascismo naturalmente se trata de una decisión teórica legítima.. Pero como toda decisión tiene consecuencias.

Destaco dos de las más importantes, que parecen contradictorios pero son complementarios:

1) Construir el concepto de un fascismo “light” que convive con la democracia, y que se distingue por eso del “fascismo histórico”, no permite ver ciertas especificidades del avance de la extrema derecha.

Se confunden dos fenómenos estrechamente relacionados, pero diferentes: el crecimiento de un populismo electoral de derecha y el crecimiento y aumento de la violencia de bandas fascistas.

El populismo de derecha en todo el mundo capitalista avanzado se basa principalmente en la política electoral. En el poder, sean cuales sean sus deseos, no prohíben los partidos de oposición ni dispersan las legislaturas electas, sino que intentan implementar sus políticas “democráticamente”.

Sin duda dichos gobiernos implementan medidas autoritarias, muchas veces apoyadas en el aparato burocrático militar (lo que desde el marxismo podríamos llamar “bonapartistas”), pero solo aquellos que idealizan la democracia capitalista pueden ver la implementación de políticas autoritarias y represivas como una forma de “fascismo” en su etapa inicial.

Es decir, no calibra bien que efectivamente existen grupos de carácter fascistizantes, que son quienes protagonizan acciones como la invasión del Bundestag en Alemania en 2020, el saqueo de los locales del principal sindicato italiano, la CGIL, en 2021, el intento de toma del capitolio o la toma de Brasilia.

Y que no tienen una relación armónica con los movimientos electorales. De hecho, hay que notar que acciones como las del Capitolio o Brasilia fueron rotundos fracasos.

En síntesis: lo que se desprende de la categoría de “nuevo fascismo”, es que el “fascismo histórico” sería una cuestión del pasado y no, como suponemos nosotros, del futuro.

2) Pero más importante que esto, es que con la excusa del avance del fascismo se termina justificando el apoyo a variantes no sólo reformistas y progresistas neoliberales de todo tipo, sino que incluso justificando alianzas con sectores de derecha como Lula con Alckmin o el voto a Massa en Argentina.

Agitar acríticamente el fantasma del fascismo sin ver efectivamente cuáles son sus contradicciones y las brechas que tienen estos gobiernos para poder intervenir con políticas independientes, puede condenarnos a ser espectadores del péndulo entre derechistas y progresistas que no cambian nada estructural, mientras las condiciones de vida de las mayorías se degradan.

Impide una preparación política. Porque si hay un hecho fáctico, es que no será con los mecanismos de la democracia formal que se enfrentará el avance de la derecha. En Chile es el claro ejemplo que dichos mecanismos han sido totalmente funcionales al avance de la derecha.

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Si bien una toma del poder por parte de los fascistas no es una amenaza inmediata, existen las condiciones sociales y políticas para el crecimiento renovado y la confianza de los movimientos fascistas.

El éxito electoral de los populistas de derecha proporciona un "viento a sus espaldas" y los alienta a salir a las calles.

Veamos entonces cuáles son esas condiciones y por qué los métodos del fascismo histórico no son una cuestión de pasado, sino de futuro.

En general, hay bastante acuerdo en que los nuevos fenómenos políticos por derecha (y también por izquierda), hay que rastrearlos en el período abierto luego de la crisis del 2008 a nivel internacional, que degradó la hegemonía de las democracias liberales.

Es interesante en este sentido recurrir a la definición de “crisis orgánica” de Gramsci, que permite entender algunas de las tendencias del presente.

Antonio Gramsci plantea que las “crisis orgánicas” (que diferencia de los fenómenos “coyunturales”), se producen cuando “grupos sociales se separan de sus partidos tradicionales”, produciéndose una crisis de hegemonía de la clase dirigente.

La crisis se manifiesta en una creciente ingobernabilidad política y en la ruptura del aparato hegemónico, lo que significa las tendencias a la desintegración de la red de relaciones e influencias tradicionales.

De hecho, estas tendencias están presentes en diversos lugares del mundo, tanto en países imperialistas como dependientes y con diversos grados de profundidad y extensión. El trasfondo es la crisis mundial de la hegemonía neoliberal producto del agotamiento del “pacto social neoliberal”.

Éste, pese a tratarse de un pacto esencialmente elitista, incluía a sectores de masas a través del consumo y el crédito. Los márgenes para la “integración social” a través del crédito y el consumo se han reducido notoriamente.

A su vez, la generalización de la democracia liberal durante las últimas décadas también ha entrado en crisis, dando pie a la inestabilidad política, al surgimiento de nuevos fenómenos políticos por derecha y por izquierda, el aumento del autoritarismo estatal, procesos de lucha de clases como el reciente ciclo de revueltas o el renacer de luchas obreras en Europa.

En síntesis, el escenario de proliferación de crisis orgánicas, o elementos de ellas, motoriza una mayor presencia de tendencias bonapartistas, pero dentro de este panorama, distinguir gradaciones entre diferentes fenómenos es vital para la estrategia y para identificar, en la medida de lo posible, el momento preciso del desarrollo de la lucha de clases que expresan

Lo que se expresa en la actualidad, en términos de gobierno y régimen, son variantes de gobiernos bonapartistas débiles en el marco de regímenes democrático-burgueses con cada vez más rasgos autoritarios.

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Es imposible ubicarse en Chile sin entender el marco más general en el cual estamos. Siguiendo a Gramsci, resulta claro que el régimen chileno atraviesa por una crisis orgánica. La enorme separación entre los grupos sociales y los partidos está fuera de duda, lo que se expresa en la fragmentación política y el surgimiento de nuevos fenómenos políticos.

Atravesamos un momento de reconfiguración en el régimen político, cuyo símbolo es la dificultosa transición constitucional que sigue abierta, pero que expresa un proceso más profundo que no se juega sólo en un texto.

Uno de los mecanismos de “integración” social preponderantes en los “30 años” fue el acceso al consumo y al crédito, basado en altas cifras de crecimiento empujadas, en gran parte, por la subordinación de la economía nacional al saqueo imperialista. Como vienen anunciando diversos analistas, ese ciclo económico se terminó hace años, con una clara disminución de los índices de crecimiento e inversión.

Sin embargo, la categoría de “crisis orgánica” sirve también para medir cuál es la capacidad de respuesta del Estado y la clase dominante.

Porque, como notaba Gramsci, la crisis orgánica no conduce automáticamente al derrocamiento del viejo sistema y a la creación de uno nuevo.

De hecho, puede producir un "interregno" y es en estos momentos en donde las clases dominantes echan mano a diversos mecanismos para recuperar el control: desde mecanismos de cooptación, desvío y asimilación de ciertas demandas para fortalecer un proyecto restaurador de conjunto, hasta golpes represivos, aumentos de rasgos autoritarios, “bonapartistas” o “cesaristas”.

Una de las particularidades de la crisis orgánica en Chile, es que la rebelión popular implicó un salto en la crisis del régimen que venía hace ya años, agudizando todas sus tendencias.

El “Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución” que inauguró el anterior proceso constituyente, tenía dos niveles. Un aspecto táctico era salvarle el pellejo a Piñera, evitar su caída, logrando dividir la alianza social de hecho que existía en las calles entre sectores populares y capas medias, y entre sectores de vanguardia y franjas de masas que apoyaban las demandas de la movilización.

Pero en un sentido más estratégico, buscaba canalizar institucionalmente la revuelta para consensuar un nuevo régimen político que reemplazara al régimen de la transición, ya totalmente anacrónico y disfuncional para la dominación política de la burguesía. La Convención tenía el mandato de asimilar algunas demandas de la rebelión, pero para asegurar la pasivización y la restauración de la gobernabilidad.

La Convención fue exitosa en ayudar a la pasivización de la lucha de clases, pero fracasó como vía de consenso de la clase dominante para un nuevo régimen político.

Esto abrió un nuevo momento. La crisis orgánica no se ha resuelto, pero hoy estamos en una situación política marcada por una baja lucha de clases y por el peso de la iniciativa restauradora de las clases dominantes.

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Lo que se termina configurando son procesos cíclicos de movilización e institucionalización, donde, a pesar de la masividad y la fuerza que han sabido desplegar las revueltas de los últimos años, estas terminan siendo disipadas o asimiladas por los poderes instituidos sin dar lugar a nuevas revoluciones. Una especie de ecosistema de reproducción de los regímenes burgueses en crisis con fuerzas de derecha y ultraderecha, por un lado, y neorreformismos y populismos de izquierda, por otro, que dan sobrevida a regímenes capitalistas en decadencia.

La preparación para romper aquella relación circular entre movilización e institucionalización, implica la necesidad de preparase para escenarios de enfrentamientos aún más agudos de la lucha de clases, superiores a los actuales. Para ello, efectivamente es fundamental recuperar y recrear todo el saber estratégico acumulado.