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[Debates - EE. UU.] Los socialistas no deberían votar por Joe Biden

Omar Hassan

EE.UU.

[Debates - EE. UU.] Los socialistas no deberían votar por Joe Biden

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[Tribuna abierta] El presente artículo fue publicado en Left Voice como tribuna abierta (guest post) y originalmente en Red Flag. En él, Omar Hassan, editor de Marxist Left Review, polemiza contra el voto “malmenorista” a Biden en las próximas elecciones de EE. UU. y los diferentes argumentos esgrimidos por intelectuales de la izquierda norteamericana como Dan La Botz, y referentes de la revista Jacobin como Bhaskar Sunkara o Branko Marcetic.

Votar por los neoliberales no llevará a éxitos significativos en ninguno de los asuntos que les importan a los trabajadores. Tampoco una victoria de Biden nos salvará de los verdaderos peligros que plantea la extrema derecha, que creció sustancialmente durante la presidencia neoliberal “de buenos modales” de Obama.

A medida que se acercan las elecciones presidenciales de EE. UU., la presión de ir detrás de Joe Biden es cada vez mayor. Como era de esperar, la mayoría de la izquierda socialdemócrata y progresista está haciendo campaña por el ex vicepresidente, aunque algunos siguen teniendo aprehensiones a la hora de apoyarlo formalmente. Más sorprendente ha sido el paso sin precedentes que han dado varios socialistas respetados, en particular Dan La Botz [1], llamando a votar a un hombre que aconsejó a la policía que disparara a las piernas de los manifestantes de Black Lives Matter.

En casi todos los casos, el razonamiento es el mismo: Donald Trump es una amenaza irrepetible y hay que frenarla a como dé lugar. En un artículo desesperado que publicó en su revista, New Politics, La Botz plantea el espectro de un golpe de Estado y una dictadura de Trump como una razón para votar por Biden. La Botz está lejos de ser el único que hace hincapié el peligro que Trump, con su innegable afinidad con la extrema derecha, representa para la democracia en Estados Unidos.

“La polarización central en el país hoy en día es entre un bloque trumpista que se dirige hacia un gobierno autoritario contra una oposición mayoritaria que, a pesar de todas las vacilaciones y diferencias en su interior, está defendiendo el espacio democrático que necesitan para avanzar los movimientos por la justicia, por la paz y por un cambio radical”, escribe el ex maoísta Max Elbaum en organizingupgrade.com. “Las elecciones de 2020 determinarán qué fuerza tendrá el poder de gobernar”.

Hay gente razonable que puede estar en desacuerdo sobre si Trump es un fascista, pero es ridículo pensar que esté planteado hoy en EE. UU. un golpe de Estado o un gobierno fascista. En contra de Trump hay sectores sustanciales de la maquinaria del Estado, la más importante, por caso, son los generales y grandes sectores de la clase capitalista. Simplemente no hay necesidad ni urgencia de una dictadura entre la élite gobernante de EE. UU.: se están haciendo súper ricos y no se enfrentan a ninguna amenaza interna a su gobierno. Mientras que los sentimientos de extrema derecha crecen claramente entre sectores de la base republicana, sus organizaciones son más débiles que en la mayor parte de la historia del país. Casi todos los grandes intentos de movilización de la extrema derecha en los últimos tiempos han quedado empequeñecidos por las manifestaciones de BLM o las contramanifestaciones organizadas por los antifascistas.

Es correcto decir que Trump está dando confianza a la extrema derecha con su discurso de intolerancia. Y es indudablemente cierto que Trump está haciendo todo lo posible para amañar las elecciones usando todos los medios a su disposición. Pero debemos tener claro lo que representa la actual campaña que el establishment, con cierta histeria, está dirigiendo contra Trump. El movimiento llamado “Nunca Trump”, que une a derechistas multimillonarios como Mike Bloomberg, mercenarios republicanos como Anthony Scaramucci, halcones guerreristas neoconservadores de la seguridad nacional y cierta clase media alta suburbana, no es una defensa genuina de la democracia o de los derechos de los votantes negros, las mujeres, los migrantes y los trabajadores. Más bien, quieren que Trump se vaya porque pone en peligro sus alianzas imperiales y la legitimidad y credibilidad estatal de EE. UU.

Muchos otros argumentan que, sin ser fascista, la administración Trump ha sido tan perjudicial para los trabajadores, las minorías y la izquierda que incluso una administración neoliberal de Biden sería un paso adelante. Esto no está confirmado por los hechos. Trump ha matado a mucha menos gente en Medio Oriente que los presidentes George W. Bush o Barack Obama. Ha deportado a una fracción de los inmigrantes indocumentados. Mucho se ha hablado de la superpoblación de conservadores en la justicia, un cambio que sin duda tendrá un impacto a largo plazo en la sociedad estadounidense. Esto no es nada nuevo. Las legislaturas republicanas de varios estados lo han venido haciendo durante décadas, socavando los derechos de los trabajadores, las mujeres, las personas LGBTI y otros, en el proceso.

En un artículo de Stephen Shalom [2] publicado recientemente en la revista Tempest se plantea una defensa más sistemática del voto a Biden, argumentando que la composición partidaria de las instituciones estatales tiene una influencia significativa en la vida cotidiana de aquellos sobre los que gobiernan y que, por lo tanto, es preferible tener un mal menor contra el que organizarse.

En ese artículo se defiende a Biden, Hillary Clinton, Obama y Al Gore contra sus rivales republicanos, pero la conclusión obvia es que los socialistas de los EE. UU. deben apoyar a los demócratas en general. Porque si es mejor tener un presidente menos malo, entonces seguramente es mejor tener un alcalde, gobernador, fiscal de distrito, sheriff, etc., etc., menos malo. Según la misma lógica, se podría argumentar que la izquierda debería intervenir en las primarias republicanas para evitar que vuelva a ser nominado otro Trump. (¿Joe Biden realmente es tan distinto a Jeb Bush?)

Pero incluso sin llegar a esa conclusión tan absurda del argumento de Shalom, hay problemas sustanciales con su artículo. El primero es su tendencia a mostrar la política en general del Partido Demócrata bajo un aura positiva. “Sí, Biden se opone al socialismo y a nuestra agenda radical”, escribe. “Pero no se opone a nuestra defensa de la DACA [3] o a nuestro rechazo a abandonar el acuerdo climático de París, el acuerdo con Irán y los acuerdos de control de armas nucleares, o nuestra oposición a las fuerzas de Seguridad Nacional en Portland, o a nuestro llamamiento para que se luche contra el Covid utilizando la ciencia, o nuestra batalla para proteger los derechos reproductivos y los derechos de los LGBTQ+, etc., etc”.

Presentar las políticas de Obama de esta manera es ridículo. Fue responsable de la mayor acumulación de armas nucleares en décadas, y deportó a un número récord de 3,2 millones de inmigrantes indocumentados. En otra parte del artículo, Shalom sugiere que los socialistas deberían votar a Biden porque hay poco tiempo para evitar el desastre climático, pero Biden se ha negado a comprometerse con medidas concretas que frenen el uso de combustibles fósiles.

Un punto más fundamental que Shalom afirma es que los funcionarios demócratas responden más a los movimientos sociales que los republicanos. Como prueba, señala la legislación sobre derechos civiles aprobada por los gobiernos de Kennedy y Johnson en la década de 1960 y las reformas del New Deal de los años treinta. En respuesta, se podría señalar la violenta represión de Obama contra los activistas climáticos e indígenas que trataron de detener la construcción del oleoducto de Dakota, o su defensa de la policía frente al primer movimiento Black Lives Matter. También se podría explorar la larga historia de los gobiernos demócratas –incluso, los gobiernos demócratas encabezados por negros– en las ciudades de Estados Unidos, que han hecho poco por abordar las desigualdades de clase y raciales.

Pero el verdadero debate no es si los demócratas son exactamente tan reaccionarios como los republicanos en cada asunto de la agenda política. Los demócratas tienen un interés electoral básico que es labrarse una imagen más progresista, reflejando de manera distorsionada los reclamos de sus distritos electorales más pobres y más diversos desde el punto de vista racial. Tampoco es sorprendente que los demócratas reformistas hayan sido elegidos para ocupar cargos en momentos en que la izquierda fue relativamente fuerte y las demandas de cambio se generalizaron. Esta es una dinámica natural en el capitalismo liberal democrático, que refuerza el mito de que las demandas de justicia y cambio se pueden satisfacer dentro del sistema por medios electorales. El verdadero debate es si los socialistas deben limitarse a ser animadores de los voceros más competentes e ilustrados del gran capital.

Todo intento real de obtener votos implica necesariamente exagerar la fuerza de Trump y minimizar el conservadurismo de Biden. De ahí la proliferación de artículos como el de Shalom, que minimizan los crímenes de los anteriores presidentes demócratas (e incluso republicanos). También explica los recientes artículos de Bhaskar Sunkara [4] en The Guardian y de Branko Marcetic [5] en Jacobin, que cínicamente aconsejan al neoliberal Biden cómo obtener el voto de millennials desconfiados, burlándose de la posición formal de la organización DSA (Democratic Socialists of America) de negarse a apoyar a Biden.

Lo que resumen estos artículos y argumentos es un profundo sentido de derrota y desmoralización en la izquierda de Estados Unidos. Han abandonado en gran medida el objetivo de la transformación social y han optado por embellecer la mugre neoliberal.

Los socialistas no deberían aceptar la reducción de nuestros horizontes políticos de esta manera. Actualmente nos enfrentamos a enormes crisis económicas y sanitarias mundiales, a la creciente probabilidad de un conflicto imperial entre las principales potencias y a la aterradora perspectiva del cambio climático. Nada que no sea una transformación fundamental de todo el sistema puede resolver estos problemas. Votar por los neoliberales no llevará a victorias significativas en ninguno de estos frentes. Tampoco una victoria de Biden nos salvará de los peligros reales que plantea la extrema derecha, que creció sustancialmente durante la presidencia neoliberal “de buenos modales” de Obama.

Los marxistas tienen un enfoque diferente para luchar contra el fanatismo nihilista del fascismo y la extrema derecha. En el fondo, hacen falta movimientos de masas que puedan popularizar una ética política alternativa basada en la solidaridad obrera y el antirracismo, y lograr una transformación radical de la sociedad en el proceso. El primer paso para esto es negarse a aceptar que la política es una elección entre dos caras de una clase dominante fundamentalmente reaccionaria.

Traducción: Guillermo Iturbide.


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NOTAS AL PIE

[1Nota del traductor: Dan La Botz es un historiador especializado en temas del movimiento obrero mexicano y centroamericano. Recientemente publicó una historia de la revolución nicaragüense, What Went Wrong?, The Nicaraguan Revolution (Historical Materialism, 2016). Es parte del Democratic Socialists of America (DSA) y proviene de la tradición de la izquierda referenciada en Max Shachtman y Hal Draper. Escribe en la revista New Politics, asociada con esa tradición.

[2Nota del traductor: Stephen Shalom es profesor de ciencia política en la Universidad William Paterson de New Jersey, miembro del DSA y de la revista New Politics.

[3Nota del Traductor: una política adoptada por la administración Obama que beneficiaba a niños migrantes indocumentados con alto nivel educativo y que fue suspendida por Trump en 2017.

[4Nota del Traductor: Miembro del DSA, fundador y director de la revista Jacobin.

[5Nota del Traductor: Miembro del staff de la revista Jacobin. Cuando Bernie Sanders aún estaba en campaña por la nominación demócrata publicó un libro sobre por qué no había que votar a Joe Biden.
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