La guerra ha vuelto a ceñirse sobre territorio europeo. La invasión de Putin a Ucrania que se viene desarrollando desde el pasado 24 de febrero ya ha provocado más de 1 millón de desplazados. EE.UU. y diversos países europeos se han comprometido con el suministro de armas a Ucrania, junto con el establecimiento de duras sanciones sobre Rusia. Las tendencias a conflictos militares de mayor escala que podíamos ver, por ejemplo, en la propia Ucrania en 2014 o principios de 2020 en Irán, se han exacerbado. Quienes vieron en el dominio indiscutido del imperialismo norteamericano luego de la caída del Muro de Berlín actuando como una especie de policía del mundo en Kosovo, Irak, Afganistán, Libia, Siria, etc., el fin de los Estados nacionales o de las guerras “clásicas” estaban equivocados. Guerrerismo y capitalismo siguen siendo hermanos de sangre. A la crisis económica de 2008, a las oleadas internacionales de revueltas, a la crisis medioambiental –con el Covid como uno de sus emergentes–, se le suma la irrupción del militarismo en un nuevo nivel, marcando el ocaso de la etapa de la Restauración burguesa y la reactualización de las tendencias más profundas de la época imperialista de crisis, guerras y revoluciones.
En este complejo escenario, frente a la guerra en Ucrania se han desarrollado dos tendencias principales. Por un lado, el grueso de la centroizquierda a nivel internacional se pliega a la propaganda que fomentan la gran mayoría de los grandes medios occidentales, que intentan utilizar el justo y masivo repudio a la reaccionaria invasión de Putin a Ucrania para presentar a la OTAN –creada en 1949 contra la URSS en el contexto de la “Guerra Fría”, puntal del dominio norteamericano con su historial de intervenciones imperialistas– como defensora de la paz y la democracia. Esta operación va de la mano con el rearme de potencias imperialistas como Alemania y la búsqueda de consolidar la expansión de la OTAN hacia el Este que desde 1999 a esta parte ha sumado 14 países.
Por otro lado, a menor escala, la propaganda impulsada por algunos partidos comunistas, el chavismo, y otras corrientes populistas a lo largo del mundo busca presentar a Vladimir Putin –y un bloque con China– como una especie de alternativa al imperialismo y a la invasión de Ucrania como una medida necesaria de “defensa nacional” frente a la OTAN. Lo cierto es que Putin es la cabeza de un régimen bonapartista que, retomando la tradición de opresión nacional del zarismo ruso, viene de intervenir recientemente en Bielorrusia y Kazajistán para sostener a gobiernos reaccionarios cuestionados por movilizaciones populares, de aplastar militarmente al pueblo checheno e intervenir para sostener a regímenes como el de Al Assad en Siria.
A su vez, frente a estos dos relatos, se esboza una posición intermedia, de sectores del neorreformismo europeo que se oponen a las sanciones y los envíos de armamento apelando a la diplomacia. Es el caso de Mélenchon que aboga por una política que responda mejor a los “intereses nacionales” de Francia. También de un sector de Unidas Podemos del Estado Español –cabe aclarar que sus ministros se han plegado a las sanciones económicas y el envío de armamento y soldados a Europa del Este–, expresado más acabadamente por Pablo Iglesias que sostiene el ilusorio planteo de que la solución vendrá de la presión a los gobiernos para adoptar vías diplomáticas, del fortalecimiento del rol independiente de la UE y de una conferencia de paz entre los beligerantes.
En el marco del complejo escenario que plantea la guerra, en la izquierda y entre quienes conformamos el Frente de Izquierda han surgido diferencias respecto al posicionamiento y las características del conflicto. A continuación las abordaremos alrededor de dos ejes: la disputa de Rusia con la OTAN y la cuestión nacional de Ucrania.
Más allá de la división entre el campo “pro-ruso” y “pro-OTAN”
Desde luego, la primera cuestión en una guerra es saber a qué tipo de guerra nos enfrentamos. Esto es más complejo de lo que puede parecer a simple vista y comprende una extensa historia de debates en el marxismo. La Segunda Internacional, de hecho, se dividió en su momento frente a la Primera Guerra Mundial, bajo el argumento de la “patria atacada”. Es decir, las direcciones de la mayoría de aquellos partidos se encolumnaron detrás de su propio imperialismo bajo el argumento de que se trataba de una guerra defensiva frente a la agresión externa. Sin embargo, el criterio de quién está tácticamente a la ofensiva o a la defensiva no puede servir para definir el posicionamiento de los revolucionarios en una guerra.
Lenin, para realizar un abordaje alternativo, retoma la famosa sentencia de Clausewitz de “la guerra como continuación de la política por otros medios”. La usa para señalar que la clave estaba en definir cuáles eran las políticas que se continuaban en la guerra, que no eran otras que diferentes políticas imperialistas que se disputaban el reparto del mundo. De allí su planteo de “derrotismo” de ambos bandos imperialistas y el de transformar la guerra interimperialista en guerra civil (revolución). A su vez, frente a las guerras de liberación nacional (un país oprimido, colonial o semicolonial frente a una potencia imperialista), más allá de quién haya iniciado las acciones militares, Lenin la definía como una “guerra justa” donde los revolucionarios debían estar en el campo militar del país oprimido. Claro que entre uno y otro caso había variantes especialmente complejas. Por ejemplo, frente al utimátum y posterior invasión del Imperio austrohúngaro al Reino de Serbia que dio inicio a la Primera Guerra Mundial, los socialistas serbios se negaron a votar los créditos de guerra de su propio gobierno por considerar que implicaba el alineamiento con el bando imperialista contrario, los Aliados.
Ahora bien, yendo al caso específico de la actual guerra en Ucrania, en el Frente de Izquierda se han planteado diferentes posiciones. Izquierda Socialista –y su corriente internacional la UIT–, parte de que nos enfrentamos a “la invasión de un país semicolonial (Ucrania) por un país imperialista (Rusia)”. Sostiene, a su vez, que “no hay tropas o bases de la OTAN en el suelo ucraniano, ni el presidente estadounidense Biden afirma que entrarán en un conflicto armado con Rusia en Ucrania. Por el contrario, los gobiernos imperialistas occidentales están anunciando que se contentarán con sanciones económicas contra Rusia, y el presidente de Ucrania, Zelensky, se queja en las grabaciones de video con una expresión triste en su cara de que el Occidente los ha dejado solos”. Si esto fuera así, para pelear por una política independiente contra la invasión rusa a Ucrania, no tendríamos que preocuparnos tanto –sí, preocuparnos pero no tanto– por su instrumentalización por parte de la OTAN ya que este sería un elemento secundario. De hecho, en su agitación, Izquierda Socialista relega a un segundo plano la denuncia a la OTAN siendo sus consignas centrales únicamente “¡Abajo la invasión de Putin y Rusia! ¡Apoyemos la resistencia del pueblo de Ucrania!”.
Pero lo cierto es que mientras el ejército ruso invade Ucrania desde Crimea, Bielorrusia y su propia frontera, bombardea y avanza o cerca las principales ciudades al este del río Dniéper, las potencias de la OTAN están enviando armamento y apoyo logístico al gobierno ucraniano, despliegan tropas de la Alianza Atlántica en los países del Este europeo y han instrumentado duras sanciones –como la desconexión del sistema Swift internacional de pagos– que apuestan al colapso de la economía rusa que sufrirá en primer lugar su clase trabajadora y su población más pobre. A su vez, el imperialismo alemán está protagonizando un quiebre en su política histórica tras su derrota, bajo las banderas del nazismo, en la Segunda Guerra Mundial. Su canciller ha anunciado nada menos que un gasto adicional de 100.000 millones de Euros para el presupuesto militar y el objetivo de llevar el gasto corriente al 2% del PBI. Es el ejemplo más destacado de una política de rearme que atraviesa a los países imperialistas y se empieza a ver nítidamente.
Otro ángulo es el que adopta el Partido Obrero. Si bien plantea el “cese de los bombardeos e incursión militar de Moscú” y por “Ucrania independiente, unida y socialista”, el centro de su posicionamiento está puesto en los objetivos de la OTAN. Señala que: “Estamos frente a un nuevo capítulo de un conflicto que tiene como primer y gran responsable al imperialismo. Ucrania ha sido convertida en una colonia de las metrópolis occidentales, en primer lugar, de Estados Unidos”. Y agrega: “El objetivo último del imperialismo es completar la colonización del exespacio soviético con la penetración de los monopolios, y la subordinación económica y política al imperialismo avanzando en un desmembramiento de Rusia, como ocurrió en Yugoslavia”. La conclusión sería que: “El elemento que explica el actual choque militar es, por lo tanto, una política de ofensiva imperialista”. Si bien, efectivamente, muchos de los elementos señalados corresponden a la estrategia que viene llevando adelante EE.UU. desde hace tiempo, en este abordaje queda en segundo plano un elemento central de la guerra actual que es la existencia de un país semicolonial invadido por una potencia militar como Rusia.
Yendo al caso extremo, si la invasión de Ucrania fuese hoy parte de una tercera guerra mundial –y de hecho hay quienes lo plantean como Jorge Altamira que sostiene que está en curso una “guerra imperialista mundial no declarada”– probablemente estaríamos más cerca de la situación de los socialistas serbios frente a la invasión austrohúngara en 1914. Ahora bien, no es aún el caso, y los tiempos así como el análisis concreto de la situación concreta siempre son claves para definir una política independiente. Una cosa es que las tendencias a mayores enfrentamientos militares, incluidos los enfrentamientos entre potencias, estén cada vez más inscriptos en la situación mundial, más aun teniendo en cuenta que toda guerra puede tender a independizarse de sus objetivos políticos porque posee su propia gramática, proclive a “accidentes” y a la escalada. Pero esto aún no es una realidad, y es justamente lo que los socialistas tenemos que luchar por impedir como destino de la humanidad. Rusia, por otra parte, con todas las contradicciones que planteó la restauración en aquel país, incluido el proyecto inconcluso de semicolonizarla, hoy es un país capitalista, que si bien no es imperialista en el sentido preciso del término (en tanto y en cuanto no cuenta con proyección internacional significativa de sus monopolios y exportación de capitales; exporta esencialmente gas, petróleo y commodities; etc.) actúa como una suerte de “imperialismo militar” en su zona de influencia.
Dicho esto, la posibilidad de una lucha efectiva contra la guerra, por el retiro de las tropas rusas de ucrania, así como de la OTAN de Europa del Este y contra el rearme imperialista, tiene como punto de partida la capacidad de integrar en una política independiente la cuestión nacional que se plantea en Ucrania con la invasión rusa y la lucha contra la OTAN y el imperialismo, apelando a la movilización internacional contra la guerra. La ausencia de una articulación de este tipo hipotecaría la necesaria independencia política de un movimiento contra la guerra.
La cuestión nacional y la independencia de Ucrania
La cuestión nacional fue y es otro tema central, motor de múltiples polémicas y con amplios desarrollos dentro del marxismo revolucionario. La lucha contra la opresión nacional y por el derecho a la autodeterminación es uno de los grandes motores democráticos de las revoluciones en los países coloniales y semicoloniales. Sin tomar estas banderas en sus manos, la clase trabajadora de estos países sería incapaz de articular en torno suyo las fuerzas suficientes entre el pueblo oprimido para llevar adelante una revolución socialista. En la propia Revolución rusa, previo a la burocratización y auge del stalinismo, el derecho a la autodeterminación nacional fue una de las banderas claves de los bolcheviques para todos los pueblos dominados por los “granrusos” bajo el zarismo. De hecho, la República Soviética de Ucrania en 1922 fue resultado de esta política.
Trotsky, ucraniano por cierto, señalaba sobre la importancia de aquella política de autodeterminación que
… el Partido Bolchevique, no sin dificultad y solo gradualmente bajo la constante presión de Lenin, pudo adquirir un enfoque correcto de la cuestión ucraniana. El derecho a la autodeterminación, es decir a la separación, fue extendido igualmente por Lenin tanto para los polacos como para los ucranianos. [...] En la concepción del viejo Partido Bolchevique, la Ucrania Soviética estaba destinada a convertirse en el poderoso eje en torno al cual se unirían las otras secciones del pueblo ucraniano. Durante el primer período de su existencia, es indiscutible que la Ucrania Soviética fue una poderosa fuerza de atracción en relación a las nacionalidades, así como estimuló la lucha de los obreros, los campesinos y la intelectualidad revolucionaria de la Ucrania Occidental esclavizada por Polonia.
Hoy, a décadas de la caída de la URSS, la situación es muy diferente. Sin embargo, es importante destacar estos elementos para tomar dimensión de la importancia que tiene este problema para los revolucionarios, y por qué es clave dar cuenta del mismo a la hora de abordar el debate sobre la política frente a la actual invasión de Putin a Ucrania. Ahora bien, la pregunta que nos debemos hacer en este punto es en qué consistiría una lucha consecuente por la independencia nacional de Ucrania en la situación concreta que existe en la actualidad, atravesada por todos los elementos que fuimos señalando en el apartado anterior.
Según los análisis de Izquierda Socialista y la UIT: “Los que ven una guerra en Ucrania entre el imperialismo estadounidense, que parece apoyar la independencia de los ucranianos, y la Rusia ‘antiimperialista’, y evitan defender el derecho de Ucrania a la autodeterminación bajo esta sucia nube ideológica que crearon, cuando lleven estos argumentos a Irak y Siria, deberían considerar qué tipo de frente oportunista tomarán contra el pueblo kurdo; porque no será difícil predecir las consecuencias lógicas de sus posiciones en Kurdistán”. Y agrega que: “Quienes se definen como marxistas deberían primero abogar por el derecho a la autodeterminación del pueblo ucraniano, que llevó al poder a Zelensky con más del 70 por ciento de los votos, en lugar de acusarlos de ser prooccidentales”.
Efectivamente, ni Putin es “antiimperialista”, ni la OTAN apoya la independencia de los ucranianos. Sin embargo, esto no implica que el imperialismo no intervenga en el escenario ucraniano, ni que la autodeterminación de Ucrania pueda conquistarse al margen de la lucha abierta contra el imperialismo norteamericano y europeo. El caso de Irak era muy diferente: justamente, la principal potencia imperialista en una alianza con otras invadieron y ocuparon el país sin que hubiera del otro lado un bloque imperialista enfrentado que se haya alineado con el gobierno de Saddam Hussein. Por otro lado, si hay algo que mostraron procesos como el sirio, y de conjunto la Primavera Árabe que estalló en 2010, es que la separación entre la lucha por los derechos democráticos y la lucha antiimperialista es un callejón sin salida para el movimiento de masas como hemos debatido, por ejemplo, acá o acá. Ahora bien, cómo se expresan estas discusiones en el caso de Ucrania invadida por Rusia.
A juzgar por los llamados a los generales ucranianos a que desplacen a Zelenski del gobierno y el asedio sobre Kiev, una de las intenciones originales de Putin era provocar un cambio de régimen en Ucrania favorable a sus intereses; otro objetivo que sugieren los esfuerzos en establecer un corredor entre Crimea (bajo control ruso) y los territorios del área del Donbas y el avance desde la frontera Este, es establecer una zona propia a lo largo de su frontera con Ucrania y sobre el Mar de Azov. Todo con el objetivo de condicionar y controlar Ucrania pisoteando cualquier soberanía del país. Para enfrentar la invasión, una política independiente del gobierno proimperialista de Zelenski y de las fuerzas nacionalistas reaccionarias no es un elemento accesorio o que viene “después”, el de abogar por el derecho a la autodeterminación como sugiere el planteo de Izquierda Socialista [1], sino que está directamente ligado a ella.
Por su parte, el MST –y su agrupamiento internacional, la LIS–, en el marco de denunciar más los intentos de instrumentalización por parte de la OTAN, también parece sugerir aquella idea de etapas o semietapas cuando plantea que: “Sólo un giro socialista de izquierda radical en la política ucraniana y mundial dará a los trabajadores de todos los países las condiciones previas para obtener el control de su propio destino. [...] Pero ahora las tareas más urgentes pasan por enfrentar una posible invasión de Rusia a Ucrania y que esta se convierta en una nueva guerra sangrienta al servicio de los intereses imperialistas”.
Pero lo cierto es que desde la llamada “Revolución naranja” (por los colores del partido prooccidental Nuestra Ucrania), y más aún desde la revuelta de la Plaza Maidán que estalló a finales de 2013 y su desarrollo posterior con la brutal represión del gobierno (pro-ruso) de Yanukóvich y el copamiento del movimiento opositor por fuerzas reaccionarias –y de ultraderecha– pro-occidentales, se consolidó la grieta de la sociedad ucraniana. La misma se viene desarrollando desde la caída de la URSS y el auge del nacionalismo de derecha, especialmente contra la minoría rusoparlante que comprende alrededor del 30% de población ubicada en el este y el sur del país. Tras la caída de Yanukóvich en 2014 grupos armados pro-rusos tomaron el parlamento de Crimea en Simferópol y también los gobiernos de Donetsk y Lugansk. A renglón seguido Rusia se anexaría la península de Crimea. El gobierno de Zelenski ha sido particularmente represivo sobre la minoría ruso parlante, incluyendo hasta el desconocimiento del idioma.
En este marco, una política independiente que encare consecuentemente el problema nacional en Ucrania implicaría no solo la lucha contra los sectores proimperialistas sino también incluir el derecho a la autodeterminación de Donetsk y Lugansk y la población rusoparlante. Sin esto difícilmente sería posible lograr la unidad del pueblo trabajador ucraniano capaz de derrotar la invasión de Putin sin que sea de la mano de la OTAN afirmando otras cadenas, y luchar por una Ucrania independiente. Esto implica también oponerse a la ocupación en la regiones pro-rusas y luchar contra la demagogia putinista que dice “protegerlas”. Para la lucha contra la invasión y por una verdadera autodeterminación, es fundamental una política independiente que supere las divisiones de las direcciones subordinadas a Putin y a los imperialismos norteamericano y europeos que es el péndulo que ha atravesado la política ucraniana desde la caída de la URSS y que es funcional a las oligarquías capitalistas de ambos lados de la grieta. En este sentido, como muestra la historia de los últimos 100 años, la lucha por la autodeterminación nacional del pueblo ucraniano está estrechamente ligada a la perspectiva de un gobierno de la clase trabajadora y de una Ucrania socialista, unida, libre e independiente.
El internacionalismo y la lucha contra la guerra en Ucrania
El pasado domingo 27 de febrero en Alemania cientos de miles de personas salieron a las calles de Berlín contra la guerra en Ucrania. En menor escala comenzaron manifestaciones en otras ciudades de Europa. En Rusia, a pesar del férreo control represivo del putinismo y los miles de encarcelados por manifestarse, también se comenzó a expresar el repudio a la invasión. Sin embargo, en los movimientos contra la guerra que comienzan a surgir está planteada una dura disputa contra su intrumentalización por parte del militarismo imperialista. De hecho, el mismo día de la movilización de Berlín, el canciller Olaf Scholz anunciaba el rearme del imperialismo alemán. Especialmente en los países europeos, donde hay más movilizaciones contra la guerra, existe una enorme presión desde los medios masivos y el stablishment político contra cualquiera que ose denunciar a la OTAN, siendo atacado casi automáticamente de partidario de Putin, cuando menos. La lucha por una política independiente que intentamos discutir en estas líneas es una cuestión central.
La guerra y el armamentismo han vuelto al centro de la escena mundial. La miseria de lo posible bajo el capitalismo que profesan los discursos neorreformistas, “populistas de izquierda”, “posneoliberales”, cada vez es más miserable y menos posible. Hoy tenemos que retomar las mejores tradiciones internacionalistas del movimiento socialista, como la izquierda de la Conferencia de Zimmerwald que frente a la Primera Guerra Mundial alzó su voz contra todos los bandos imperialistas, y constituir un polo contra la guerra en Ucrania que plantee la unidad internacional de la clase trabajadora con una política independiente, por el retiro de las tropas rusas, contra la OTAN y el armamentismo imperialista. Frente a un sistema que tiene para ofrecer más guerrerismo, miseria y destrucción del planeta, cada vez se hace más necesario activar el “freno de emergencia” para poner fin a la barbarie capitalista.
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