Hace algunas semanas se cumplieron 21 años de la renuncia de Jorge Remes Lenicov como ministro de Economía de Eduardo Duhalde, a poco más de tres meses de haber asumido el cargo. De esos 115 días durante los cuales comandó el abandono de la Convertibilidad después del colapso económico en que terminaron Fernando De la Rúa y su último ministro Domingo Cavallo –el mismo que diez años antes había iniciado la paridad 1 a 1 del peso con el dólar fijada por ley durante la presidencia de Carlos Saúl Menem– habla su reciente libro, 115 días para desarmar la bomba [1].
El ex funcionario de Duhalde, suma así su contribución a una biblioteca que en tiempos recientes se nutrió de otras miradas en primera persona de los episodios económicos traumáticos que atravesó el país. El más taquillero fue sin duda el Diario de una temporada en el quinto piso, de Juan Carlos Torre, las anotaciones que el sociólogo tomó durante el tiempo que fue parte del gabinete económico de Raúl Alfonsín, cuando Juan Sourrouille fue el ministro. Pero también podemos mencionar La moneda en el aire, en el que Roy Hora entrevista a Pablo Gerchunoff, que fue también funcionario del equipo de Sourrouille, y en 1999 secundó a José Luis Machinea en el ministerio durante los años de la Alianza, experiencias que son parte del recorrido biográfico allí compilado. También José Ignacio De Mendiguren publicó lo suyo sobre el pasaje como ministro de Producción de Duhalde en 2002, en el libro 2001 - 2021 , La Historia No Contada De La Gran Crisis. Pero este libro destaca por el lugar de responsabilidad que ocupó quien habla, y por el impacto de las decisiones que se tomaron durante esos meses críticos.
El libro, de 224 páginas, se compone de tres partes. La primera –y más extensa– se dedica a narrar los distintos desafíos que implicó articular la salida de la Convertibilidad, en las condiciones de crisis política después de las jornadas de 2001 y la asunción de 5 presidentes en pocos días, y con las restricciones que imponía el corralito establecido por Cavallo y el default anunciado por Adolfo Rodríguez Saá durante su semana en el poder .La segunda parte del libro analiza la trayectoria de la economía desde 2002 a 2022, es decir, desde que el ex ministro logró salir “exitosamente” de la Convertibilidad, evitando los campos minados que en su mirada amenazaban este camino, hasta hoy, señalando cómo se fueron desvirtuando los lineamientos de política económica dejados por su breve administración y de perdieron los puntos fuertes que había dejado como “herencia”. En la tercera parte, el economista realiza una reflexión sobre el desencuentro entre economía y política que en su opinión explica buena parte de los problemas que afronta el país.
Una salida “inevitable”
A lo largo de los primeros trece capítulos, Remes Lenicov relata las distintas medidas que debieron tomarse para pasar de la Convertibilidad, que ataba el peso al dólar y constreñía la política monetaria, convirtiendo básicamente al Banco Central en una caja de conversión (es decir, que no contaba con capacidad para crear dinero y tenía poder restringido para actuar como prestamista en última instancia del sistema financiero local).
El diagnóstico del que partía el equipo económico –y que hasta el día de hoy marca el consenso mayoritario sobre la cuestión– es que no se trataba de decidir el abandono de la paridad 1 a 1. Sin dólares en las arcas del Banco Central, con un elevado déficit de cuenta corriente –que mide el balance de bienes, servicios y rentas del país con el mundo– y sin acceso a financiamiento externo por el riesgo país por las nubes, la Convertibilidad era imposible de sostener, afirma Remes Lenicov. Acá cuenta en primera persona cómo se encaró ese camino de “desactivar la bomba”, priorizando, según el autor “la consistencia macroeconómica, restablecer las relaciones contractuales, recuperar el nivel de actividad, crear empleo y revertir el contexto social, en un clima de total pérdida de confianza de la población”. Durante esos meses, la política económica se movió en un desfiladero, por todas las presiones cruzadas de quienes defendían el statu quo, o incluso buscaban radicalizar impulsando una dolarización, y las de quienes buscaban sacar tajada de la reestructuración. Además, eran múltiples los riesgos involucrados, que el economista destaca que se logró evitar durante ese período tumultuoso. Entre ellos podemos mencionar: el colapso de los bancos –que tenían la salida de depósitos frenada por el corralito desde diciembre de 2001–; un reparto “injusto” –esta idea aparece varias veces– de ganancias y beneficios entre deudores y acreedores, o una escalada inflacionaria o híperinflacionaria.
La narrativa austera de Remes Lenicov para repasar las medidas que se fueron tomando, contrasta con las notas de Torre sobre su experiencia en el quinto piso del edificio de Economía, en el sentido de que no abre demasiadas ventanas para reflejar los estados de ánimo del titular de Hacienda y su equipo, en las que sí abundaba el sociólogo durante los tiempos de Sourrouille. El ex ministro relata, sin demasiado floreo, las medidas que se fueron tomando y las pugnas a las que debieron hacer frente en cada caso, destacando que siempre, durante esos 115 días logró cumplir los objetivos que se proponía. Incluso cuando debieron hacer contorsiones para lograr algo parecido a la promesa de Duhalde, que tomó desprevenido al ministro, de que “el que deposito dólares recibirá dólares”, algo imposible de cumplir cuando no quedaban billetes verdes en el Banco Central. Este compromiso de Duhalde derivó en la decisión de Economía de pesificar los depósitos a 1,40, paridad del peso en el momento que se produjo el discurso de Duhalde, y por encima del monto al que se pesificaron las acreencias que tenían los bancos (diferencia por la cual fueron compensados generosamente con bonos que aumentaron la deuda del Tesoro que estaba default). La historia que cuenta el ministro, sobre hechos relativamente recientes bastante analizados y documentados, agrega detalle y un balance personal de las decisiones, pero no grandes novedades.
El mayor hallazgo que el libro aporta, es sobre la experiencia que sirvió de inspiración para encarar la pesificación argentina, que implicó el abandono del “patrón dólar” fijo por ley en el que se basó el sistema monetario durante diez años, con numerosas implicaciones contractuales. Para entender todas las dimensiones de esta compleja operación y poder llevarla a cabo con éxito Remes y sus colaboradores se apoyaron en la experiencia del abandono del patrón oro por parte de Franklin Roosevelt en EE. UU., en el año 1933.
La cuestión era cómo salir de un tipo de cambio fijo bajo un sistema de caja de conversión. El mandatario estadounidense lo había resuelto con la “dolarización”, es decir, salió del patrón oro para ir al dólar, su moneda nacional. Nosotros, siguiendo ese ejemplo histórico, haríamos la “pesificación”, que no era otra cosa que salir del “patrón dólar” (convertibilidad) para ir al peso, nuestra moneda nacional.
La verdadera paternidad del “modelo”
En las narrativas sobre historia económica de la posconvertibilidad, el lugar asignado a Remes Lenicov no fue para nada halagüeño. Fue durante esos meses iniciales de 2002 durante los cuales se llevó a cabo las principales medidas que resetearon la economía y se establecieron los criterios para el reparto de costos que significó el salto de la cotización del dólar de 1 a 3 pesos. Salto que equivale a si hoy la cotización oficial del dólar pasara de 238 a 714 de un saque, o incluso más, dado que semejante salto en la actualidad, con todo lo bestial que sería, aparecería atenuado por el peso que se otorga diariamente a la evolución que tiene el mercado paralelo, por lo cual ese salto del tipo de cambio oficial parecería menor si lo comparamos con el precio del blue. El ajuste en múltiples dimensiones (del tipo de cambio, pero también fiscal y de rentabilidad empresaria) que se llevó a cabo durante ese breve período, sentó las bases para la recuperación de la economía que se convirtió en un período de crecimiento a tasas elevadas que se extendió hasta 2011. El actual gobernador bonaerense y ex ministro de Economía de Cristina Fernández Axel Kicillof, afirmaba antes de declararse kirchnerista que la rentabilidad elevada, conseguida a costa del desplome de los salarios, había sido la “caja negra” del crecimiento económico durante la posconvertibilidad. Afirmación con la que no podemos más que coincidir, aunque su otrora enunciador haya buscado luego relativizarla. Pero esta autoría de lo que el kirchnerismo luego pasaría a llamar el “modelo”, nunca le sería reconocida a Remes Lenicov. Fue el autor del “trabajo sucio”, pero no pudo recoger los frutos de la estabilización macroeconómica, ni mucho menos del crecimiento. Cuando estos llegaron, era ya Roberto Lavagna quien estaba al frente de Hacienda. Este último se convirtió en el padre “económico” de la recuperación. Pero incluso este reconocimiento, que opacó a Remes Lenicov, sería disputado por Néstor Kirchner desde 2003. A lo largo de su gobierno, este recordará más de una vez que cuando asumió todavía estábamos en el infierno, del cual habríamos pasado al purgatorio gracias al “modelo”, que pasó a denominarse para plumas afines al oficialismo como uno “de crecimiento con inclusión social”. El crecimiento y sus efectos –reducción de la pobreza, crecimiento del empleo, recuperación del salario, siempre comparados con los niveles extremos que se alcanzaron la crisis de 2001– eran méritos oficiales, que en este relato que se fue reforzando con el tiempo, no tenían nada que ver con el ajuste de 2002 y sus estragos, que se cargaban enteramente en la cuenta de Duhalde y Remes Lenicov. Sin embargo, mal que les pese a estas narrativas selectivas, y como observa certeramente Martín Schorr, “el duhaldismo, desde el punto de vista del proceso económico, es el origen del kirchnerismo”. El ex ministro de Duhalde reclama los “méritos” que ciertamente le corresponden: el ajuste y reparto de costos que se impusieron de manera brutal al calor del colapso de 2001, están en la génesis del proceso económico posterior, así como de las contradicciones que este desarrolló a lo largo de las dos décadas que siguieron hasta hoy.
Digamos de paso, que sobre estas contradicciones, cuando Remes Lenicov observa el deterioro del “modelo” y sus pilares básicos, los superávits gemelos que se basaron en su legado, sobre todo a partir de 20011 pero con síntomas negativos ya en 2006, no logra ofrecer una explicación demasiado profunda. La inflación estaría centralmente asociada a la decisión de atacar el síntoma –interviniendo el Indec– mientras se abandonada la disciplina fiscal. El deterioro del balance comercial y de pagos se debería a que se dejó apreciar el dólar al calor de la inflación, pero también a las políticas que desestimularon la inversión –aunque el ex ministro omite considerar que en los mejores años de ganancias de la posconvertibilidad, al inicio del proceso y cuando esas políticas que critica no estaban desplegadas, la inversión fue muy pobre, sobre todo contrastada con la tasas de ganancias–, permitieron la fuga de capitales, e impidieron el acceso al crédito externo, todo lo cual generó una pérdida masiva de los dólares que entraban por el comercio. La economía aparece en este análisis muy separada de la política –que sí aparecía en los primeros capítulos cuando narraba las presiones sobre el gobierno, aunque no al momento de discutir sus decisiones económicas, que aparecían como más bien técnicas y “naturales”, como discutiremos a continuación–. Macri no aparece criticado como un intento de retorno al neoliberalismo –algo que sería sorprendente ya que Remes Lenicov pondera en el capítulo final positivamente el período menemista, por haber sido el único que supo aprovechar, como él con Duhalde, para hacer un shock y estabilizar de manera duradera–. Más bien apunta contra el ingeniero y su equipo por no haber preparado políticamente el terreno para un ajuste fuerte durante la campaña y antes de asumir, y por las inconsistencias del camino gradualista, idea con la que el propio macrismo caracterizó sus primeros años de gestión y que, como discutimos en otras oportunidades, encierra varios engaños. Como frutilla del postre, el ex ministro peronista expresa sus simpatías por la narrativa clásicamente liberal, pero travestida con algunos giros semánticos progresistas, que apunta al supuesto conflicto distributivo por las elevadas aspiraciones de la clase trabajadora como factor clave para entender el círculo vicioso del capitalismo argentino.
¿No había otra salida?
A lo largo de todo el libro, vemos una estrategia reiterada, con variaciones, que es ubicar sus decisiones como una especie de “justo medio”. Se sitúa, por ejemplo, entre los impulsores de la dolarización, como fase superior de la Convertibilidad, y quienes planteaban apoyarse en los nuevos márgenes logrados para la política monetaria con el abandono de la paridad 1 a 1 para emitir en gran escala y reactivar la economía. Esta idea de que por un carril van los dogmas, de la ortodoxia neoliberal en sus variantes, por un lado, y las heterodoxias, por otro, y que por otro marcha la economía razonable, lo que se puede hacer, se repite a lo largo del libro, y se refuerza en la tercera parte con la de concluye el libro (dedicado a explicar las coordenadas que la clase política argentina debería tener en cuenta para salir del círculo vicioso que caracteriza a la economía argentina desde la vuelta de la democracia). Todo esto le permite a Remes Lenicov reforzar el planteo de que, lo que se hizo durante esos meses de 2002, era lo único o lo mejor que podía hacerse, dada la dramática situación que dejó el abrupto final del gobierno de De la Rúa. Admite los costos de las medidas tomadas, cuando reconoce que “los que más perdieron, como ocurre en todas las grandes crisis, fueron quienes tenían ingresos fijos: trabajadores y jubilados”, pero, se pregunta: “¿había forma de evitar esta injusticia luego del colapso de la convertibilidad? ¿Existían salidas indoloras? Solo puedo decir que en esa coyuntura y con el poco tiempo disponible no había medidas diferentes o mejores que las que se tomaron, ni mecanismos más adecuados para atemperar costos”. En el mensaje del ministro que articuló las políticas de “shock” que iniciaron la posconvertiblidad reverbera el lema de Margaret Thatcher de “no hay alternativa”.
Pero esta conclusión que busca reforzar Remes Lenicov sólo era cierta en la medida en que las salidas que estaban sobre la mesa eran las que estaba imponiendo la clase dominante, y más especialmente el sector de la misma al cual el hundimiento de la convertibilidad le permitió saldar a su favor la disputa intracapitalista que se había desarrollado de manera cada vez más intensa desde 1997: la fracción devaluacionista, comandada por algunos grandes capitalistas industriales “nacionales” –cada vez más extanjerizados–, como Techint, que había atraído a sectores de las patronales agropecuarias y otras cámaras al calor de la crisis.
Como afirmamos en otra oportunidad a propósito de las jornadas de diciembre de 2001 y sus resultados, “la resistencia obrera y popular puso un freno para las políticas de ajuste y austeridad en los marcos de la Convertibilidad de De la Rúa y Cavallo, llevando a su caída y a una formidable crisis del régimen”. Se establecería de manera duradera una relación de fuerzas que llevaría, en los lustros siguientes, a la necesidad de buscar recomponer las condiciones de las clases populares, al calor de la recuperación y sobre la base del ganancias producidas por el saqueo previo de 1998-2002, para restablecer la legitimidad del régimen y sacar de las calles a los sectores de masas movilizados. Esta misma relación de fuerzas entre las clases determinó los giros y rodeos que tuvieron los intentos de ajuste que empezó a intentar indirectamente el kirchnerismo cuando el modelo se agotaba, y que Macri encaró con más vehemencia pero obligado también a retrocesos. Pero en ese 2002, aunque se venía de una acumulación de experiencias de resistencia y lucha que explicaron la caída de De la Rúa y la crisis política que se prolongó hasta pasado un tiempo de asumido Kirchner, no alcanzó para evitar que lo peor de los costos de la crisis volviera a recaer sobre la clase trabajadora y los sectores populares en esos meses de 2002. “El terremoto político del ‘que se vayan todos’ fue, paradojalmente, lo que permitió saldar el “empate catastrófico” en la clase dominante en favor del bando devaluacionista, que se envolvía en las banderas de la producción y el trabajo”.
Las salidas “desde abajo”, de las clases subalternas, que se prefiguraban en experiencias como las de las fábricas ocupadas como Zanón, luego Bruckman y otras decenas de empresas recuperadas, y el extendido movimiento piquetero que nació en las revueltas del interior durante los años de Menem y se desarrolló poderosamente durante la crisis, no llegaron a conectar con sectores del movimiento obrero ocupado que desafiaran a la burocracia sindical para pelear por un programa alternativo. Por la debilidad que dejaban los golpes de los ataques patronales de los años previos y el temor a un desempleo que llegó al 25 % los momentos más críticos, la(s) CGT y la CTA pudieron imponer la pasividad y se encolumnaron detrás de la salida devaluacionista, despejando el camino del saqueo al salario.
Tener fresca la manera en que la clase dominante argentina impuso sus salidas ante las grandes crisis nacionales, como cuenta este libro de forma escueta y descarnada, es importante para que no nos agarren desprevenidos ante futuros embates. Los fantasmas que el libro de Remes Lenicov invoca, como la dolarización y los ajustes de shock –cuyos ganadores y perdedores aparecen como un resultado natural para el economista–, siguen rondando. Es fundamental fortalecer la fuerza política y social para derrotarlos e imponer una salida de otra clase.
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