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Opinión. Después de la luna de miel: Milei frente al desafío del día 101

El debate sobre el experimento Milei se ha corrido desde las condiciones de su surgimiento al de su sostenibilidad. El fin de la luna de miel y las incógnitas de lo que viene. Un crecimiento de las luchas con fuerza en el interior del país. Sembrar una alternativa política fusionando a la izquierda con los nuevos sectores que salen a luchar.

Fernando Scolnik

Fernando Scolnik @FernandoScolnik

Miércoles 20 de marzo 21:09

Cuando ese domingo tomó la palabra, apenas unos minutos después del mediodía, sabía que el reloj comenzaba a correr. Su luna de miel no sería como la de otros presidentes, sino que se preparaba para la inusual experiencia de lanzar un monumental plan de ajuste, buscando a su vez hacerlo con apoyo popular. Por eso la forma y el contenido iban a coincidir: ese 10 de diciembre, Javier Milei iba a dar su discurso de asunción de espaldas al Congreso Nacional. Anunciaría que se venían tiempos tempestuosos pero que los culpables serían otros. Los políticos. La casta. El solo pediría sangre, sudor y lágrimas para aguantar lo inevitable producto de la herencia recibida, prometiendo que después de eso vendría un futuro mejor.

En una Argentina extenuada por largos años de crisis, su relato de apertura -modificando parcialmente lo dicho durante la campaña electoral- tendría una pretensión hegemónica: hacer pasar las políticas del gran capital como si fueran las necesarias para el interés general de la nación. En su discurso, eso tendría una expresión concreta: “No hay alternativa al ajuste y al shock. Impactará de modo negativo sobre la actividad, el empleo, la cantidad de pobres e indigentes. Habrá estanflación, pero no es algo muy distinto a los últimos 12 años. Este es el último mal trago para comenzar la reconstrucción de la Argentina”.

Las condiciones de posibilidad para emitir semejante relato han sido ya discutidas largamente. Esquemáticamente, se puede resumir diciendo que están relacionadas proporcionalmente con el fracaso de los gobiernos anteriores -especialmente del Frente de Todos y sus banderas de intervención del Estado- y con el avance de la demagogia derechista, en un contexto de baja lucha de clases. A diferencia del PRO, que en su momento, y como relató Hernán Iglesias Illa en su libro Cambiamos, edulcuró su discurso con pobreza cero y globos amarillos para ganar apoyo popular, La Libertad Avanza expresa una radicalización de la derecha ante una profunda crisis del régimen político. Es la derecha de la derecha.

Sin embargo, pasados 100 días de gobierno el eje del debate se ha corrido hacia las condiciones de sostenibilidad de este proyecto. El factor tiempo, aquel que tenía en mente Javier Milei en su discurso de asunción, está en el centro de los interrogantes: hasta cuándo se aguantan estas políticas económicas, incluso por parte de quienes eligieron creer que después de tantos años de crisis no había alternativa. Que estamos mal pero vamos bien, como dijo alguna vez Carlos Saúl Menem, tan admirado por Milei, cuando la hiperinflación hacía estragos sobre la Argentina. Al relato contra la casta y contra el populismo le corre el tiempo de descuento para conseguir resultados palpables en la vida real de millones, porque con discursos no se llega a fin de mes.

Carlos Menem -una referencia para el actual presidente-, durante algunos años pudo salir de su encerrona tras el caótico período 1989-1991. Adrián Piva, en su libro Acumulación y hegemonía en la Argentina menemista, analiza que aquella experiencia consiguió consenso alrededor del programa de reformas neoliberales en base a una “articulación de la eficacia de los mecanismos coercitivos (amenaza hiperinflacionaria, fragmentación de la fuerza de trabajo y aumento del desempleo) con una cierta capacidad de canalizar demandas o de realizar ciertas concesiones a diversas fracciones de las clases subalternas. En este contexto, los conflictos vinculados al proceso de reestructuración del capitalismo argentino, crecientes aunque fragmentados y desarticulados, pudieron ser aislados y tuvieron escaso impacto electoral”. Dicha fórmula funcionaría durante algunos años pero comenzaría a entrar en crisis a mediados de los `90 y colapsaría de forma definitiva en el 2001.

Hoy las condiciones son distintas, no solo por el contexto internacional (que no es el del auge del neoliberalismo), sino también por la configuración del régimen político argentino, con el peronismo en la oposición y otros muchos factores como el hiperendeudamiento, todos puntos que diferencian el marco del maestro con el de su pretendido alumno.

En este cuadro, en el debate público actual se entremezclan las perspectivas estructurales de largo plazo con las incógnitas crecientes respecto de lo que sucederá en los próximos meses.

La lógica del propio relato oficialista exige que después del supuesto “último mal trago” empiecen a llegar buenas noticias. En diversas entrevistas periodísticas, el presidente auguró que la economía tendría una recuperación en “V”, es decir que después de una fuerte caída como la que estamos viendo en estos meses, vendría una gran expansión. Sin embargo, con el motor del consumo interno reventado por la licuadora, la motosierra y la recesión, no son pocos los que dudan de esa perspectiva tan optimista, sin descartar una “U” o incluso una “L”, es decir, una recuperación más alejada en el tiempo o un amesetamiento. La inflación, por su parte y contra el discurso oficial, amenaza con mantenerse alta en base a tarifazos (la propia postergación de algunos muestra esa preocupación del oficialismo) y un dólar que -perdiendo todos los meses contra la inflación- en algún momento posiblemente tendrá que pegar un nuevo salto.

Al momento de escribir esta columna, comienza lo que el periodista Marcelo Falak denominó la “segunda fase del Caputazo”, es decir, el crecimiento del desempleo por la combinación de la recesión y el despido de miles de estatales que se producirá en los próximos días, finalizando marzo. La Comisión Nacional de Justicia y Paz, que depende del Episcopado, advirtió también este martes sobre “un clima de altísima fractura social”.

Como hemos analizado en otra columna, en la mal llamada locura de Milei hay un método y una estrategia. Buscó durante todos estos meses apalancarse en su punto de mayor fortaleza, que era el capital político del 56 % obtenido en el balotaje, para intentar compensar las debilidades de no tener gobernadores propios, ser minoría en el Congreso Nacional y no tener fuerza propia ni en sindicatos ni movimientos sociales.

Sin embargo, los meses por venir amenazan al presidente con pasar la licuadora sobre ese 56 % si no logra girar las perspectivas económicas. Así lo comienzan a advertir algunas encuestas como la publicada por Zubán Córdoba hace pocos días. Aquel apoyo de amplios sectores a su demagogia contra la casta puede mutar rápidamente si queda al desnudo la falsedad de sus soluciones, que están enriqueciendo al capital financiero, a las energéticas, a las privatizadas y al campo, mientras la pobreza orilla el 60 %. Las derrotas políticas, como las obtenidas en el Congreso Nacional, y las autoinflingidas como el intento de aumentar el sueldo del presidente a $ 6 millones, suman al combo de problemas. El desafío de Milei desde el día 101 es intentar mostrar habilidad política y pericia para que todos esos factores no se conjuguen contra él en una tormenta perfecta que abra una crisis mayor.

Aunque no son todas malas para Milei. En el Congreso Nacional, si bien es minoría y ha sufrido la derrota de la Ley Ómnibus, su DNU de momento sigue vigente por la falta de voluntad política de voltearlo en la Cámara de Diputados. A su vez, distintos bloques colaboracionistas muestran buena predisposición para discutir nuevas versiones de aquel proyecto de ley original que fracasó. Incluso Cristina Kirchner, en su carta pública de febrero, se mostró abierta a discutir una reforma laboral y privatizaciones, mientras que los gobernadores de todos los signos políticos aplican el ajuste en sus propias provincias. Se esperan arduas negociaciones durante las próximas semanas, con destino incierto y puntos álgidos como el impuesto al salario y la discusión de la fórmula jubilatoria. El camino no es lineal porque la brutalidad de los ajustes y reformas también abre brechas entre los de arriba.

La clave, sin embargo, son las cúpulas sindicales de la CGT y la CTA que, más allá de sus palabras, siguen convalidando todos los avances al negarse a convocar a paro nacional y plan de lucha, apostando a negociaciones y aislando y negándose a centralizar las distintas luchas y reclamos que tienen lugar en la coyuntura actual. Son parte esencial de la estrategia de los dirigentes del peronismo de dejarle a Milei hacer el trabajo sucio para después "volver" al gobierno a administrar las ruinas que queden.

Por todo esto, no se trata de analizar las contradicciones del proyecto de Milei, sino de tomar parte activa para organizar su rechazo. A pesar del rol de las cúpulas sindicales, en los primeros 100 días hemos visto surgir asambleas populares, cacerolazos, “molinetazos” contra el aumento del transporte, una masiva movilización de mujeres el 8 de marzo, distintos sindicatos que han salido a la lucha y marchas de movimientos sociales. En los últimos días, crecieron especialmente luchas en distintos puntos del interior del país, con especial peso en la educación, la salud o los metalúrgicos, entre otros.

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El PTS en el Frente de Izquierda desde el primer momento estuvo al frente de todas esas peleas junto a miles de trabajadorxs, vecinos y estudiantes, impulsando la autoorganización democrática desde abajo y también la coordinación. Sin especular ni “darle tiempo”, sino empatizando y siendo parte de los sufrimientos del pueblo trabajador, apostando a que una salida distinta vendrá desde abajo, fusionando la izquierda con lxs que se autoorganizan y pelean también contra las distintas burocracias. No se trata de la espera de que a Milei le vaya mal, sino de aportar desde hoy a su rechazo y a construir otra alternativa para salir de la decadencia. Porque si fracasa Milei, no habrá que mirar hacia atrás buscando opciones que ya fracasaron, sino hacia adelante, por un futuro para las grandes mayorías, que solo puede ser anticapitalista y socialista. Estas serán algunas de nuestras banderas este domingo, cuando marchemos el 24 de marzo a 48 años del golpe genocida.

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Fernando Scolnik

Nacido en Buenos Aires allá por agosto de 1981. Sociólogo - UBA. Militante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 2001.

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