En menos de dos semanas, lo que empezó como una ola de pánico financiero internacional, despertando pronósticos reservados sobre la economía norteamericana, parece haberse diluido sin dejar mayores secuelas. Sin embargo, el episodio deja expuestas dificultades de fondo, especialmente en EE. UU. Acá vamos a analizar la situación en ese país, algunos datos que explican las tensiones que enfrenta la autoridad monetaria de EE. UU., así como los problemas de China, y las consecuencias de las turbulencias para el plan del gobierno argentino, sediento de recibir préstamos internacionales que le permitan retirar el cepo.
La caída que comenzó el viernes 2 de agosto en las bolsas asiáticas y derivó en un "lunes negro" el 5 de agosto, tuvo como disparadores la publicación de un reporte que anunciaba una inesperada suba del desempleo en EE. UU. y el anuncio del Banco de Japón de una suba de la tasa de interés. Pero más allá de los aspectos anecdóticos que pudieron haber causado las turbulencias –se vio afectado el negocio de endeudarse barato en Tokyo para invertir en otras latitudes y eso empujó un rápido cambio de cartera de los inversores– no fue un rayo en cielo sereno.
Lo que se puso en evidencia es que, si desde comienzos de año había un optimismo de que se había controlado la inflación en los países imperialistas sin caer en recesión, la cuestión no está para nada asegurada. Y los márgenes para el error, en un contexto dominado en EE. UU. por la incertidumbre electoral, son cada vez más estrechos.
¿Qué pasa en EE. UU.?
Este sacudón de los mercados abrió un debate que divide a los analistas financieros entre quienes afirman que se trató de una “reacción exagerada” de los inversores globales; y quienes aseguran que la volatilidad en los mercados internacionales llegó para quedarse y que la economía de la principal potencia mundial se encamina hacia un “aterrizaje suave”.
Quienes dicen que lo que vimos en las últimas semanas fue una “reacción exagerada” en los mercados, afirman que los temores a una recesión en EE. UU. son infundados en primer lugar porque el reporte de desempleo no informa destrucción de puestos de trabajo, sino la creación de menos puestos de trabajo que los esperados. El informe del Departamento de Trabajo el viernes 2 de agosto mostró una creación de 114.000 puestos de trabajo en junio, cuando los pronósticos ascendía a 175.000. Incluso señalan que la tasa de actividad viene creciendo. Así el desempleo saltó al 4,3 %. Pocos días después, el reporte de subsidios por desempleo parecía dar crédito a este optimismo ya que arrojó menores solicitudes de desempleo que las esperadas.
El otro foco de la atención está puesto en el menor dinamismo del consumo, una fuerte reducción del stock de ahorros de los hogares (que propulsó un rebote en el consumo durante la post pandemia), el aumento en la morosidad en los préstamos para automóviles y tarjetas de crédito y un consumo más débil en los hogares de ingresos bajos y medios. Pero esta semana también los reportes de consumo arrojaron una suba del 1% mensual para julio. “El consumo puede estar enfriándose, pero no colapsando”, aseguran analistas de un poderoso fondo de inversión. Los reportes de esta semana referidos al consumo, subsidios por desempleo e inflación (por debajo del 3 por ciento por primera vez desde marzo de 2021) estuvieron detrás de esta nueva ola de optimismo que borró las pérdidas de la semana pasada, pero que aún no logran disipar las inquietudes que genera un escenario de alta volatilidad alrededor de la economía norteamericana.
Existen razonables dudas sobre la salud de la economía norteamericana, en la que aparentemente coexisten dos dinámicas: por un lado, el boom en el segmento de las tecnológicas, que por sí misma empuja los principales índices bursátiles. Según Goldman Sachs, estas empresas han añadido 16 billones de dólares al índice SP&500 desde finales de 2022. Sobre “Las 7 Magníficas” (Alphabet, Amazon, Apple, Meta, Microsoft, Nvidia y Tesla) se ha creado una amplia expectativa acerca de su contribución a una mejora de la productividad de la economía a partir del desarrollo de la inteligencia artificial generativa. El índice Nasdaq, que marca la cotización de las acciones tecnológicas norteamericanas, subió casi 40 puntos en un año y tocó un máximo a comienzos de julio, cuando empezaron a aparecer los primeros reportes que señalan la posible gestación de una posible “burbuja” especulativa en el sector (las primeras alertas surgieron de importantes caídas en empresas como Nvidia e Intel, el gigante de los semiconductores que llegó a caer 30% luego de anunciar un durísimo recorte del 15 % en su planta de personal, como parte de una estrategia más general de recorte en sus planes de inversión).
La volatilidad en los mercados en general, y de las 7 magníficas en particular, parece estar reflejando estos temores. Cualquier dato aislado o reporte negativo alcanza para generar un cimbronazo financiero. Y es que las expectativas de base apuntan a tendencias a una pérdida de dinamismo en las principales economías del G7. El reporte del Banco Mundial anticipa una desaceleración para EE. UU., pasando de un moderado crecimiento de 2,5 % en 2024 al 1,8 % del PBI en 2025. La zona del Euro tiene un pronóstico de crecimiento aún más bajo (0,7 % en 2024 y un leve repunte para el año que viene), Japón sigue en su estancamiento crónico, y China va perdiendo el dinamismo que supo tener en la primera década del siglo. Según el economista marxista Michael Roberts, “el impulso hacia la actividad económica se está debilitando” y que en las tasas de crecimiento del PBI están cobrando un peso preponderante rubros que poco aportan al dinamismo de la economía como los servicios de salud, los inventarios y el gasto público: “Los servicios de salud son en realidad una medida del aumento del costo del seguro de salud, no de una mejor atención médica, y ese costo se ha disparado en los últimos tres años. Los inventarios significan existencias de bienes no vendidos, en otras palabras, producción sin venta; y el gasto público se destinó principalmente a la fabricación de armas, lo que difícilmente constituye una contribución productiva”. Es sobre la base de esta pérdida de dinamismo cuyas raíces se hunden en las contradicciones de la valorización del capital, el agotamiento del esquema neoliberal para los ciclos de negocios ampliados (crisis de la globalización), sobre las cuales se asientan las tensiones geopolíticas y tendencias a mayores niveles de rivalidad entre potencias.
La Fed ante la encrucijada: inflación o desempleo, ¿o una mezcla de ambas?
Después de las turbulencias financieras, los ojos de los analistas volvieron a ponerse sobre la Reserva Federal norteamericana (Fed), que regula la política monetaria en ese país. No haber bajado la tasa en la última reunión, semanas atrás, es leído como un error por parte del consenso mayoritario del mercado. Pero, mirado desde la Fed, el panorama no parece tan claro.
La Fed se maneja con un “doble mandato”: mantener a raya la inflación –la meta convencional es un 2 % anual– y al mismo tiempo moderar el ciclo económico. Esto significa realizar política expansiva cuando aparecen señales de que la economía puede entrar en recesión, mediante baja de tasas de interés, o endurecer la política monetaria subiendo las tasas cuando aparecen señales de “recalentamiento”, que puedan empujar la inflación al alza. Lo cierto es que durante las últimas décadas, en una economía cada vez más financierizada, y en la que la inflación parecía una preocupación del pasado hasta hace pocos años, las intervenciones de la Fed empezaron a tomar cada vez más como referencia lo que pasa con la cotización de las acciones. Aunque no haya un mandato explícito, asegurar que no decaiga el valor de mercado de las empresas (que es donde está invertida la plata de los más ricos de la sociedad) aparece también en las coordenadas de la Fed.
Recordemos que en 2020, en plena pandemia, y no casualmente después del desplome bursátil que se produjo cuando la economía se cerraba y había incertidumbre sobre la marcha de los negocios, la Fed impulsó una política monetaria expansiva que además de baja de tasas incluyó inyecciones monetarias en gran escala a través de la compra de bonos, en un nivel todavía mayor de lo que había hecho post crisis de 2008 (que era hasta entonces la intervención más grande de la historia). Pero el fantasma de la inflación apareció a la salida de la pandemia, y la Fed, con el pie cambiado, demoró la respuesta. En mayo de 2022, la inflación minorista llegó a un máximo de 8,5 % anual, alentada por los cuellos de botella en las cadenas de suministro global y por la suba de precios de la energía y los commodities desatada por la guerra en Ucrania.
La respuesta de la Fed fue, tardíamente, una agresiva suba de la tasa de interés, encareciendo el crédito para la inversión y el consumo. Desde entonces la inflación minorista fue bajando hasta ubicarse en al 2,9 % y el desempleo viene disminuyendo, aunque alcanzó su tasa más baja (3,9 %) en mayo de 2023 y desde entonces parece dar señales de un leve repunte.
Con la inflación bajando, ya hace tiempo que la expectativa era un relajamiento de la política monetaria en EE. UU. A finales del año pasado se pronosticaban para 2024 dos o tres reducciones de la tasa de 25 puntos básicos (0,25 %) cada una. Pero, con el paso de los meses, y ante una inflación persistente, la Fed no convalidó esas expectativas. La cautela de sus autoridades se explica porque los datos de inflación, aún bajando, siguen arriba del 2 %. Después de haber demorado la acción en 2021, la Fed no quiere aparecer ahora cediendo demasiado rápido.
Luego del “lunes negro”, los mercados financieros y los editorialistas económicos más variopintos iniciaron una fuerte presión hasta empujar al presidente de la Fed, Jerome Powel, a anunciar por adelantado una probable reducción de las tasas que se especula estaría entre 25 y 50 puntos básicos, asumiendo el riesgo de empezar a ponerle un piso al proceso de desinflación. Medida que en el corto plazo probablemente sea en los hechos un espaldarazo a la campaña electoral del gobierno demócrata.
Es discutible hasta qué punto la política monetaria contractiva fue el principal factor en la desaceleración de los precios, ya que la inflación tiene un fuerte componente vinculado a problemas de oferta y comenzó a ceder cuando empezaron a normalizarse las cadenas de suministros, bajaron los precios de la energía, de los commodities y comenzó a repuntar la producción. Pero no pocos analistas sostienen que la inflación llegó a EE. UU. para quedarse y algunos sostienen que difícilmente la Fed logre su “doble mandato”. Las crecientes tensiones geopolíticas que se traducen en mayores barreras arancelarias y competencia de monedas, la amenaza de una guerra regional en medio-oriente, las catástrofes ambientales e incluso las tendencias a la polarización política en las principales potencias alimentan estos pronósticos.
Los líderes de los principales bancos centrales del mundo se reunirán la próxima semana en la localidad de Jackson Hole, Wyoming, para evaluar la marcha de la economía mundial. Las presiones que empujan a una baja de las tasas de interés llegan también al otro lado del Atlántico. Actores como el Bank of America vienen alentando a dos nuevos recortes de la tasa del Banco Central Europeo. Allí también existe un “mandato dual” para la política monetaria, aunque la perspectiva de crecimiento está por debajo del 1% en la zona del Euro a pesar de los recortes en las tasas de interés que ya se ubican en 3,75 puntos. Alemania proyecta un crecimiento del 0,3% para este año, nivel vegetativo, y espera crecer 1,1% el año que viene. Y aunque la inflación viene bajando (se espera que este año se ubique en 2,8 anual), el presidente del Bundesbank, Joachim Nagel, asegura que la inflación seguirá bajando “pero a un ritmo más moderado”, y que se trata de una “inflación tenaz”, especialmente en el sector servicios.
China como parte del problema
Si bien China no estuvo en el epicentro de la volatilidad financiera del 5 de agosto, sigue siendo un foco de atención (y tensión) en la economía mundial. Mientras que el PC Chino se fijó el objetivo de expansión de la economía en 5,2%, según el FMI el crecimiento alcanzaría el 5% en 2024 y bajaría al 4,5% en 2025 (reporte de julio). El Banco Mundial en junio fue más cauto. Pronosticó un crecimiento de 4,8% y de 4,1% para 2024 y 2025 respectivamente. La economía de China hace tiempo dejó atrás tasas de crecimiento del 10%, y carga en sus espaldas con los efectos del estallido de la burbuja inmobiliaria en 2020 y las tensiones políticas y comerciales con Estados Unidos y Europa.
El sector de la construcción que actuó como un motor de la demanda interna, ante el menor crecimiento de las exportaciones post crisis de 2008, experimentó un repentino crecimiento impulsado por el Estado dirigiendo millones de yuanes a financiar hipotecas. Sobre las cuales se montó un gran negocio financiero involucrando a fondos de inversiones de todo el mundo. Así se dio lugar a un exceso de viviendas finalizadas (y a medio terminar) que empezaron a no encontrar quien las compre. El gobierno intervino pero ya era tarde. En 2021 se potenció esta crisis por la posibilidad de quiebra del gigante del sector, Evergrande, que finalmente fue solicitada por la justicia de Hong Kong en 2023. Desde entonces, la inversión inmobiliaria no se logra recuperar, y sus efectos continúan sintiéndose sobre la demanda de consumo e inversión.
Respecto al consumo el mismo aún acusa el golpe de la crisis inmobiliaria debido a la baja del precio de los activos financieros vinculados al sector inmobiliario y de las propias viviendas. Lo cual genera un “efecto riqueza” negativo, o sea, los patrimonios se reducen generando una menor confianza al momento de incrementar el gasto por parte de las familias. Por el lado de la inversión residencial se encuentra en los niveles más bajos de las últimas dos décadas. Descontada la inversión inmobiliaria que tuvo una caída de 10,2% entre enero-julio de este año (respecto a igual período del año pasado), la inversión privada (no financiera) creció un 6,5%.
La economía china “está enfrentando más impactos adversos por los cambios en el entorno externo, mientras que la demanda interna efectiva sigue siendo insuficiente”, afirmó el politburó del Comité Central del Partido Comunista China el 30 de julio. La guerra comercial con Estados Unidos y Europa está afectando las inversiones en el propio país. En 2023 la IED (Inversión Extranjera Directa) en China tuvo un derrumbe volviendo a niveles de 20 años atrás, antes de su apertura al capital luego de su ingreso a la OMC. La agencia Bloomberg sostuvo que si la caída de la IED continúa este año podría ser la primera salida neta anual de inversión desde 1990, año en que comenzaron estos registros. O sea, China podría exportar más capitales que los que recibe.
Pese a las medidas de estímulo del gobierno dirigidas al sector inmobiliario, a reactivar el consumo con subsidios a la compra de autos eléctricos, herramientas para el campo, entre otras, junto con promover el ingreso de inversiones a parte continental desde Hong Kong, advierten que los fondos destinados podrían ser insuficientes. Se trata de bonos por 300 billones de yuanes que equivalen al 0,3 % del total de inversiones en activos fijos y ventas minoristas del año pasado.
Este menor dinamismo de la economía china tiene sus efectos sobre los países denominados periféricos (o dependientes para los marxistas) que se ubican como proveedores de materias primas y alimentos del gigante asiático, generando una presión a la baja de los precios como puede ser el caso del litio, el hierro, cobre, el aluminio o de la soja.
Es entonces que China, que supo ser un motor de crecimiento complementario a la economía norteamericana durante la primera década del siglo XXI, en la actualidad, por sus problemas internos y por la creciente rivalidad comercial y geopolítica con Estados Unidos, es cada vez más parte de los problemas que atraviesa la economía mundial. Un escenario recesivo en este último país, puede incluso acelerar las tendencias al menor crecimiento del gigante asiatico. Lo que suceda con China entonces, no es algo menor, se trata de la segunda economía mundial, lo suficientemente grande como para desestabilizar todo el tablero.
Malas noticias para Argentina
Para la economía Argentina el “lunes negro” complicó en lo inmediato las carambolas con las que el gobierno está tratando de ganar tiempo, esperando no se sabe bien si un préstamo del FMI empujado por un Trump que imaginan ganador en noviembre, un ingreso de fondos por el blanqueo y más adelante por el RIGI, o algún otro evento mágico que haga llegar dólares y permita salir del cepo con menos riesgo. Por lo pronto, la política de cerrar la brecha usando reservas para operar en los mercados del dólar financiero, se vio complicada en los días inmediatos a las turbulencias financieras. Ahora la brecha retomó la tendencia bajista, pero en el medio se quemaron más dólares escasos. Si sumamos todas las intervenciones de este gobierno que considera supuestamente una "fatal arrogancia" operar sobre el valor del dólar, se sacrificaron USD 12.400 millones en lo que va del año, según una consultora
El plan económico del gobierno está acosado por el derrumbe de la economía, crecimiento del desempleo, una recuperación que no llega (salvo para el agro y la minería que nunca cayeron). Pero lo que más necesita el gobierno es financiamiento externo. Sin dólares “frescos” no hay forma de cumplir con el mandato de los dueños del país: quitar el cepo y a la vez, con la esperanza de una baja de la inflación que aún ilumina la fe de gran parte de sus votantes. Hoy las reservas netas del Banco Central son negativas, por lo tanto, liberar el mercado cambiario sería un salto al vacío, ya que no hay forma de que la quita del cepo no termine en un salto devaluatorio. Como en el juego de la Oca, esto puede devolver al gobierno hacia atrás con un rebrote inflacionario poniendo en duda el capital político que aún conserva.
Para países endeudados como Argentina una mayor volatilidad de las bolsas, un escenario de caída de la economía de Estados Unidos o el cada vez menor dinamismo de China, el tercer socio comercial, complican aún más su panorama económico (con la baja de precios de las materias primas y derivados), pero también en el plano financiero. Con la salvedad de que la Argentina no ve peligrar el acceso al crédito internacional, porque hoy no lo tiene. Lo que se complica es una futura vuelta a los mercados internacionales, que para el endeudador serial Caputo resulta trágica.
Los nubarrones de recesión en los países ricos asoman cuando las herramientas que se usaron en la última década y media para capear este escenario (la inyección monetaria y la reducción de tasas) aparecen más comprometidas que nunca por la escalada inflacionaria que todavía no es seguro que haya quedado en el pasado. La espiral de endeudamientos públicos y privados, la mayor propensión a la competencia económica (tarifas y "guerra de monedas"), en un contexto signado por conflictos bélicos que están al borde de escalar, puede crear tormentas perfectas en los eslabones débiles de este escenario turbulento. El caso de la revuelta en Bangladesh puede ser un adelanto de los tiempos por venir. Se torna imperioso que la clase trabajadora desarrolle su propia salida a la crisis que día a día engendra el capital y sus Estados. La volatilidad de ellos, puede ser también su talón de Aquiles.
COMENTARIOS