Hoy se celebra el Día Mundial de la Salud Mental, instituido por la OMS. En contexto de ajuste y recorte de derechos se impone defenderla de los avances empresariales.
Pablo Minini @MininiPablo
Jueves 10 de octubre 18:52
Este año el lema que eligió la Organización Mundial de la Salud (OMS) es “Prioricemos la salud mental en los ámbitos laborales”. Según su página oficial “los lugares de trabajo seguros y saludables ayudan a proteger la salud mental, mientras que las condiciones poco saludables, la estigmatización, la discriminación y la exposición a riesgos como el acoso y otras condiciones de trabajo deficientes son riesgos importantes que afectan a la salud mental y la calidad de vida en general y, en consecuencia, a la participación y la productividad en el trabajo”.
No podríamos estar más de acuerdo en que los lugares de trabajo influyen en la salud mental. Pero la OMS termina mostrando la hilacha al final de la cita, porque al parecer las malas condiciones de trabajo afectan a la participación y a la productividad. No es nuevo: bajo las intenciones humanitarias explícitas de la OMS siempre subyace el objetivo de mantener cuerpos saludables para ser mejor explotados.
Pero dejemos a la OMS y veamos un poco de la historia reciente entre los lugares de trabajo y la salud mental.
Desde los años 90s y la ofensiva del capital contra el trabajo vimos un esfuerzo denodado de las patronales en reducir los costos laborales. Eso significó flexibilización, precarización, cuentapropismo, tercerización, contratos basura. Todo un ataque generalizado. Pero en Argentina tuvo un ingrediente. Los patrones siempre consideraron a los trabajadores como un insumo más, uno que tenía la mala costumbre de enfermarse o accidentarse. Por eso a partir de 1996 el menemismo impuso la Ley de Riesgos del Trabajo. ¿Qué significa? Se asume que los lugares de trabajo son física y emocionalmente peligrosos, por lo que se hace una evaluación de riesgos y el patrón paga una cuota a una empresa aseguradora. El valor de la cuota es una negociación entre empleador y aseguradora, de acuerdo a la cantidad de trabajadores y las condiciones, más o menos nocivas, de trabajo. Así, si un trabajador se enferma o se accidenta a causa de las tareas que realiza la patronal no está obligada a pagar, porque ya está todo asegurado.
En la práctica este sistema solo ha servido para que los empresarios se laven las manos de la responsabilidad que les toca por poner en riesgo la vida y la salud de las personas, así como también ha legitimado que la salud quede mercantilizada. Y como con toda mercancía, se avala el regateo. Lo sabe cualquiera que haya tenido la mala suerte de recurrir a una Aseguradora de Riesgos del Trabajo, ART, luego de un accidente: se encuentra ante una burocracia infinita, llena de trabas que buscan agotar a las personas. Muchos, los que pueden, prefieren pagar un tratamiento privado antes que caer en el laberinto de las ART.
Pero veamos más de cerca. Los trabajadores son excluidos de la evaluación del riesgo del propio trabajo que realizan, porque la ley avala que se trate de una negociación entre un empleador que quiere pagar menos y una aseguradora que quiere ganar sin tener que brindar asistencias demasiado caras o prolongadas.
Y en materia sanitaria el sistema de riesgos de trabajo implica tres grandes ideas que son abiertamente nocivas. Primero, se da por entendido que un lugar de trabajo es riesgoso, es decir, se acepta que se van a producir accidentes, enfermedades o muertes, pero no se obliga a los patrones a mejorar las condiciones de los lugares de trabajo. Segundo, se orienta gran parte del sistema de salud hacia la reparación, no a la prevención. Esto está ligado al punto anterior. Tercero, se individualiza la atención y se carga la responsabilidad del proceso de salud enfermedad en un trabajador. Dicho de otra forma: se accidentan los torpes o se enferman los descuidados.
Esta “ARTización” y mercantilización del sistema de salud ha excedido lo laboral y abarca también al sistema de conjunto. Año tras año el sistema de salud fue descentralizado, desfinanciado, cada vez hay más trabajadores con contratos precarios y jornadas de trabajo extenuantes. El gobierno de La Libertad Avanza pretendió avanzar con el sistema de vouchers, que es otra forma de atender a la persona enferma con la menor cantidad de plata posible, pero sin tocar las condiciones de vida, trabajo y ambiente que generan la enfermedad.
Hemos hablado de los accidentes y las enfermedades físicas. Pero la salud mental no puede pensarse por fuera del estado actual de las cosas. Un padecimiento físico provoca también un dolor psíquico. Las condiciones de trabajo riesgosas sostenidas a lo largo del tiempo, aunque no resulten en una enfermedad o una lesión física, impactan en el bienestar emocional. Alteraciones del sueño, dificultades en las relaciones interpersonales, estrés constante son algunos de los efectos más notorios. Pero también las malas condiciones en el ámbito laboral pueden llevar a consumos problemáticos, autolesiones o incluso intentos de suicidio.
Claro que hay que evaluar los riesgos en el ámbito de trabajo, pero para transformar esos ámbitos, no para asegurar la ganancia del empleador. El objetivo de un sistema racional es que la gente no se accidente y no se enferme, no que sea más barato deshacerse de un empleado roto.
Claro que es necesario pensar una psicología de las instituciones, del trabajo y del trabajador, pero no para dar por sentadas las cosas, sino para transformar las condiciones que enferman.
Incluso podemos pensar que es necesario transformar la forma en que se entiende la salud mental de las personas trabajadoras. Porque no se trata de algo que sucede en la cabeza de individuos, sino de procesos que ocurren en el marco de los lazos y las relaciones sociales que deben ser transformadas. No alcanza solo con acabar con la explotación de los trabajadores por los patrones, sino de erradicar la competencia entre trabajadores.
Así como los patrones orientan toda su actividad y política para aumentar sus ganancias, los trabajadores pueden colaborar entre sí y tomar en sus manos su propio cuidado. Como sucedió con el hospital Laura Bonaparte en estos días, donde ante la amenaza de cierre sus trabajadores se organizaron en asambleas entre distintas profesiones, puestos, distintas pertenencias sindicales; incluso buscaron el apoyo de la comunidad y de pacientes. No solo defendieron su trabajo: también defendieron un modo de ejercer la salud mental y de tomar decisiones.
Una buena forma de cuidar la salud mental en los ambientes laborales es seguir el ejemplo de los trabajadores del Bonaparte (y tantos otros como los trabajadores del Subte, del SUTNA, de Zanón, de Madygraf): decidir en asamblea cómo se va a trabajar y en qué condiciones.