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Política Nacional. Diego Armando Maradona: una despedida que terminó en represión

Organizando el velorio en Casa Rosada, el Gobierno buscó apropiarse de la tristeza colectiva. Tras la represión hubo acusaciones cruzadas con la oposición de derecha.

Eduardo Castilla

Eduardo Castilla X: @castillaeduardo

Jueves 26 de noviembre de 2020 23:40

El niño llora. Imposible saber su edad. Se podría estimar en 7 u 8 años. A su lado están sus padres. Posiblemente también sus hermanos. Alrededor silban las balas de goma. Se respiran los gases. Se escuchan los gritos.

En las pantallas de TV, los escudos de la Gendarmería se alternan con las motos de la Policía de Larreta. Los gases que lanzan unos con los disparos que hacen los otros. Diga lo que se diga, se relate lo que se relate, en la represión de este jueves actuaron tanto fuerzas federales como de la Ciudad de Buenos Aires.

En el medio, decenas de miles de personas se quedaron sin poder despedir a Maradona. Muchos y muchas de ellas llegados desde barriadas humildes para darle, como se dice, el último adiós a uno -tal vez el mayor- de sus ídolos.

La rosca política asomó su cabeza por sobre la decepción colectiva. El Gobierno nacional y la gestión de Larreta se echaron mutuamente culpas. El cruce de acusaciones no se hizo esperar. La tristeza de millones careció de importancia. Lo esencial consistía en salvar el prestigio propio después del desastre.

Los usos de la tristeza colectiva

La muerte de Diego Armando Maradona sacudió al país. Puso al desnudo sentimientos encontrados, críticas, cariños, recuerdos gratos e ingratos en millones de cabezas. Trajo desde el pasado imágenes de abrazos, cantos, gritos. Recuperó padres, hermanos y amigos. Maradona, enormemente contradictorio en vida, suscitó pasiones aun después de dejar este mundo.

Sobre ese enorme torrente de emociones quiso montarse el Gobierno nacional. La tristeza y el dolor colectivo fueron convertidos en combustible para un intento de relegitimación política. Para el aval a una gestión que, de manera persistente y al calor de la crisis socio-económica, ve caer la simpatía que supo contabilizar.

La retórica oficial buscó recrear aquella “unidad nacional” que se respiró en los primeros meses de pandemia. Aquel marco donde, más allá de matices y diferencias, toda la Argentina se presentaba como una. Bien sabemos que aquello también era una apariencia. Sin embargo, contaba mayor solidez que este intento.

El trasfondo de esa decisión oficial lo constituye una clara política de ajuste. A riesgo de abrumar, traigamos a este espacio la votación de un presupuesto de ajuste para 2021; la modificación de la movilidad jubilatoria en función de garantizar los pagos futuros de la deuda pública; la represión en Guernica contra las familias pobres que reclamaban tierra para vivir. El listado podría extenderse y complejizarse. No es preciso.

El Gobierno de Alberto Fernández apostó a convertirse en el organizador de una despedida masiva, en el constructor del último vínculo directo entre millones y su ídolo. Eso fue lo que fracasó cuando la represión y las evidentes fallas organizativas presentaron a decenas de miles de personas sin la posibilidad siquiera de acceder a esa despedida final.

Sortear el fracaso se convirtió en tarea oficial mientras continuaban los gases y los balazos de goma. A las 16.21, el ministro del Interior decidió reclamarle al Gobierno de CABA que frenara la “locura que lleva adelante la Policía de la Ciudad”. Extraña orden que la ministra Frederic decidió no transmitir a sus subordinados de Gendarmería y la Federal.

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Apenas una hora después, la Presidencia de la Nación emitió un comunicado deslindando responsabilidades. “La familia había escogido realizar el velatorio en la Casa Rosada, decisión que el gobierno acompañó. Posteriormente, la familia decidió culminar el mismo a las 16hs”, pudo leerse entre los escasos 5 párrafos que intentaban explicar las persecuciones en la calle, los heridos y los detenidos. La escuela de Poncio Pilatos ganó lugar en las oficinas de prensa gubernamentales.

Demagogia derechista

El uso político no vino solo del lado oficialista. Desde muy temprano, apelando al peligro de contagio, la derecha intentó hacer tronar el escarmiento en las redes sociales.

En una suerte de conversión profunda, los críticos de la “infectadura” se convirtieron en principales reclamantes de distancia social y cuidado ante la pandemia. La memoria política suele ser corta: pocos se atrevieron a recordar los banderazos que, en cada feriado, convocan contra el oficialismo.

Cuando la represión ocupaba la portada de todos los diarios, la derecha eligió cargar contra "el caos" y "los destrozos", eternas muletillas cuya única finalidad es simplificar la realidad para el paladar gorila. Patricia Bullrich, eterna vocera de las causas reaccionarias, clamó contra “los barrabravas” y contra la “violencia y destrucción”. Para la ex ministra de Seguridad los balazos de goma que recibieron muchísimas personas no requieren explicación alguna. Son tan parte del paisaje porteño como el Obelisco o el Metrobus.

De sueños y realidades

Para millones de personas, Diego vino a representar la encarnación del triunfo contra toda adversidad. El pibe extremadamente pobre que llegó hasta la cumbre, que se convirtió en ídolo de multitudes y “triunfo” en la vida, jugando al deporte más popular de este país. El “sueño americano”, en versión rioplatense.

Ese relato ideológico supone obviar sus múltiples contradicciones, sus reiteradas muestras de machismo, su apoyo -explícito- y evidente a Gobiernos como el de Menem. Sus variados giros posteriores.

El mismo no hizo más que agigantarse en las últimas horas. En un país donde la pobreza trepa por muchas paredes, la gran corporación mediática repitió el relato ideológico de dejar atrás la pobreza en base al esfuerzo. Una meritocracia para los más humildes, construida como contracara del discurso reaccionario que condena cualquier intento de las familias pobres de luchar por terminar con su crítica situación. Como ocurrió en Guernica.

Pero ese imaginario choca con la realidad cotidiana. Se estrella contra la vida real de los millones que no solo no triunfan, sino que, a diario, ven empeorar sus condiciones de vida. Contra los millones de postergados, que solo abandonan el potrero para dejar vida y salud en fábricas contaminadas o en laburos ultraprecarios.

En las decadentes condiciones del capitalismo, el "éxito", "la gloria" y aún la felicidad se le niegan a la inmensa mayoría de la humanidad. Un futuro con más "Diegos" en los deportes, en las artes, en la música y en todos los terrenos donde los seres humanos puedan desplegar su creatividad tiene que como condición necesaria acabar con las condiciones de explotación y opresión que este sistema impone globalmente.

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Eduardo Castilla

Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.

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